No es la “temporada de caza” palestina
Ariel Sharon quiere forzar a Arafat a comenzar una guerra civil. Es el significado de su exigencia de que el rais liquide a las direcciones de Hamas y de Jihad y destruya sus instituciones. Espera que Hamas y Jihad pasen por su parte a vengarse y que asesinen a los dirigentes de la Autoridad Palestina. Los mutuos asesinatos terminarían con la lucha palestina, tal vez para siempre. Pero ni Arafat ni sus oponentes, pese a sus diferencias, muchas veces insalvables, tienen la intención de satisfacer esta esperanza de Sharon.
Por Uri Avnery
“Ustedes no son serios,” les dijeron los argelinos a los dirigentes de la OLP. “¡Tienen que matar a sus oponentes!”
Fue hace años. Los dirigentes de la OLP habían pedido consejo a sus victoriosos hermanos, los veteranos del Frente de Liberación Nacional argelino (FLN). Y estos fueron generosos con su consejo: “No pueden conducir una guerra de liberación cuando hay diferencias internas. Puede haber un solo partido. No hay sitio para una oposición interna. Hay que liquidar a los opositores”.
Como ejemplo, indicaron una de sus instalaciones en la frontera entre Argelia y Túnez. Era una casa de tres habitaciones, a las que se llevaba a los opositores del liderazgo. En la primera se les juzgaba, en la segunda se pronunciaba la sentencia, en la tercera los ejecutaban. Todo el proceso duraba sólo unas horas. La única manera en la que salían de la casa era sobre una camilla.
Esta historia me la contó esta semana un alto funcionario palestino. “Nosotros, los palestinos, escuchamos y nos dijimos: ¡Esto jamás ocurrirá en nuestro movimiento!”
Y por cierto, para comprender lo que está sucediendo ahora en los territorios palestinos, hay que comprender que hay una determinación nacional unánime: Evitar una guerra civil a cualquier precio.
Esta determinación proviene de un trauma palestino. En 1936, estalló la “Rebelión Árabe” (en la jerga sionista: “Los eventos”.) La inmigración judía había estado aumentando fuertemente después de la llegada al poder de Hitler en Alemania, los árabes sentían que les estaban quitando su tierra de por debajo de sus propios pies. En un intento desesperado de salvar su existencia nacional, declararon una Huelga General, que se convirtió en una rebelión armada. Fue dirigida por Haj Amin al-Husseini, Gran Muftí de Jerusalén.
El muftí aprovechó la oportunidad para eliminar a todos sus opositores internos. En el baño de sangre, casi todos los dirigentes palestinos que no aceptaban incondicionalmente su dirección fueron asesinados. Cuando llegó el momento de la verdad a fines de 1947 (después de la resolución de partición de la ONU), el pueblo palestino no tenía una dirección nacional que valiera la pena.
Ahora Ariel Sharon quiere forzar a Arafat a comenzar una guerra civil. Es el significado de su exigencia de que Arafat liquide a las direcciones de Hamas y de Jihad y destruya sus instituciones. Espera que Hamas y Jihad pasen por su parte a vengarse y que asesinen a los dirigentes de la Autoridad Palestina. Los mutuos asesinatos terminarían con la lucha palestina, tal vez para siempre.
Ni Arafat ni sus oponentes tienen la intención de satisfacer esta esperanza de Sharon. En su discurso a la nación, Arafat declaró que los continuos ataques contra los israelíes eran dañinos para los intereses nacionales del pueblo palestino. La mayor parte de los palestinos comprenden que Arafat tiene razón. Hamas y Jihad no están de acuerdo, pero no quieren ser llevados a una guerra civil. Por ello hay “una disminución dramática en la cantidad de ataques,” según funcionarios de la seguridad israelí.
Todo esto recuerda una fase similar en nuestra propia historia. Después del asesinato de Lord Moyne por el Lehi (iniciales hebreas de “Combatientes por la Libertad de Israel,” llamados por los británicos “la banda Stern”) Ben-Gurión decidió entregar a los “disidentes” a la policía británica, que los torturó y luego los envió a un campo de prisioneros en África. Algunos de los combatientes del Irgún (Irgún – abreviatura de Organización Nacional Militar, otra estructura clandestina) fueron secuestrados por las Palmah de Ben-Gurión (“tropas de choque”) y entregados a los británicos, otros fueron arrestados por los británicos mismos con la ayuda de una lista de 700 sospechosos, entregada por Ben-Gurión. Este episodio fue llamado “la saison” (pronunciado a la francesa) [significa temporada], queriendo decir la temporada de caza.
Si en aquel entonces no estalló una sangrienta guerra civil, fue gracias a Menahem Begin, el comandante del Irgún, que estaba determinado a impedir una guerra fratricida a cualquier precio. Se ordenó a los combatientes del Irgún que no dispararan contra miembros de las Palmah que llegaban a secuestrarlos. (El jefe del Lehi, Nathan Yellin-Mor, decidió de manera diferente. Como me contó años más tarde: “Fui a una reunión con los jefes de la Haganá. Puse una pistola cargada en la mesa delante de mí. Dije: ‘Todo combatiente del Lehi utilizará su pistola para defenderse’. El resultado fue que ni uno solo de los nuestros fue secuestrado”.)
Ben-Gurión realizó un juego complejo. Por un lado ordenó realizar la “temporada,” por otro lado estableció el “Movimiento de Rebelión Hebreo,” que coordinó las acciones de su propia Haganá, del Irgún y del Lehi. Utilizó alternativamente la diplomacia y la violencia, en diferentes dosis. En realidad, utilizó las acciones del Irgún y del Lehi para sus propios fines.
Arafat hace ahora exactamente lo mismo. Cuando hay esperanzas de lograr un estado palestino por medios pacíficos y hay que evitar una confrontación con los norteamericanos, impide las acciones de los “disidentes”. Cuando se evapora esta posibilidad, les da luz verde.
Todo esto es hecho de mutuo acuerdo. Contrariamente a la imagen que se ha creado de él en Israel, Arafat no es un brutal dictador. Al contrario, algunos de sus ayudantes lo acusan de ser demasiado condescendiente, de no vengarse de los que lo traicionaron y de no castigar a los que dañan la causa palestina. Se adhiere a una antigua tradición árabe: “Ijmaa,” la decisión por acuerdo general. (Los patriarcas de la tribu se sientan y discuten un tema controvertido hasta que cada uno de los presentes ha sido convencido y apoya la decisión propuesta, haciéndola unánime.) Es su manera de detener la violencia. El pueblo palestino no se suicidará con una guerra civil. Se les convencerá de detener la lucha armada sólo si ven que su existencia nacional puede ser asegurada por medios pacíficos. Y mientras tanto, reunirán armas, por si acaso.
La fuente: el autor es un periodista y militante pacifista israelí. Su artículo fue publicado por la organización Gush Shalom (www.gush-shalom.org/archives/article176.html). La traducción del inglés pertenece a Germán Leyens.