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domingo, mayo 19, 2024

Saddam, un invento de Occidente

Opinion/IdeasSaddam, un invento de Occidente

Saddam, un invento de Occidente Estados Unidos ayudó durante muchos años al líder iraquí que ahora identifica como principal amenaza internacional y al que hace responsable de la cada vez más probable guerra en el Golfo Pérsico.Pero además de ayudar a Saddam a conseguir el poder y proporcionarle el apoyo técnico para desarrollar armas no convencionales, fue el Estados Unidos posterior a la guerra del Golfo el que le concedió trece años de libertad para proseguir con su programa de armas no convencionales. Estados Unidos no manifestó interés alguno por los antecedentes de Saddam en relación con los derechos humanos ni por la suerte de los kurdos. Se volvió contra Saddam porque se convirtió en una amenaza para Israel y para el suministro de petróleo.

Por Said K. Aburish

Bush & Blair S.A.

A pesar de los sentimientos que suscita en todo el mundo, la actual crisis de Medio Oriente es más teatro que realidad. La admiración del árabe de la calle por Saddam Hussein en tanto único dirigente árabe que se enfrenta a Occidente hace caso omiso de que Saddam es un producto de Occidente. La posición moral del presidente George W. Bush contra la posesión de armas no convencionales por parte de Irak pasa por alto la importante contribución norteamericana a sus esfuerzos por conseguirlas.

De no ser por la gravedad de la situación, las posturas de Saddam y Bush podrían calificarse de comedia de los errores. Resulta paradójico y profundamente entristecedor el hecho de que Saddam y Bush sean capaces de conducir al mundo a la guerra sin decirnos la auténtica razón de su enemistad.

La decisión de Irak de conseguir armas no convencionales nació de un comité de tres personas formado en 1974 y encabezado por el entonces vicepresidente Saddam Hussein, el viceprimer ministro Adnan Hamdani y el general Adnan Jairallaj, jefe del Estado Mayor. Su objetivo era alcanzar la igualdad militar con Israel.

Con la aprobación del entonces presidente iraquí Ahmad Hassan Al Bakr, la primera acción de los miembros del comité fue hacerse con una consultoría radicada en Beirut y llamada Arab Projects and Development (APD). Esta era una organización palestina sin ánimo de lucro patrocinada por los magnates de la construcción Kamel Abdel Rahman y Hasib Sabbagh, ambos amigos del presidente de la OLP, Yasser Arafat; se creó para ayudar a los países árabes en la realización de su potencial recurriendo al talento palestino. Era una forma de agradecer a los gobiernos árabes la ayuda prestada a la OLP.

A finales de 1975, la APD aconsejó a Saddam Hussein que iniciara su programa de adquisición de armas de destrucción masiva reuniendo los recursos humanos necesarios. La consultoría propuso la repatriación a Irak de científicos e ingenieros árabes capaces de colaborar con los planes iraquíes. Con la aprobación de Saddam, la APD repatrió, en el período comprendido entre 1974 y 1977, a centenares de iraquíes, egipcios, marroquíes, palestinos, sirios y otros árabes de Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y Brasil; apeló a ellos ofreciéndoles unos sueldos excelentes y el honor de participar en un programa dirigido contra Israel.

Estados Unidos y el Reino Unido conocían los esfuerzos iraquíes. Como también los conocían los israelíes. Dos científicos atómicos que proyectaban trabajar en Irak fueron asesinados por el Mossad, el servicio de inteligencia israelí. Sin embargo, la inacción estadounidense y británica nunca ha sido explicada; aunque lo cierto es que la guerra fría estaba en su apogeo y que Occidente intentaba arrancar a Irak de la órbita soviética, por lo que no se deseaba ofender a los iraquíes.

Una vez completado el programa de repatriación, el segundo consejo de la APD a lo que pasó a conocerse como Comité para el Desarrollo Estratégico fue concentrarse en las armas químicas y biológicas, porque su tecnología era relativamente barata y fácil de obtener y controlar. Saddam aceptó el consejo, pero sin abandonar su programa atómico a largo plazo. Al financiar la adquisición por parte de APD de la tecnología necesaria para las armas químicas y biológicas, Saddam ordenó personalmente que se enviaran equipos a todos los rincones del mundo para evitar una estrecha dependencia de uno o dos países. Todos los esfuerzos se duplicaron.

De modo sorprendente, los planos para la primera fábrica de Saddam productora de armas químicas se compraron a la compañía Pfaulder de Rochester, Nueva York, con pleno conocimiento del gobierno estadounidense. Por entonces, la Unión Soviética había vuelto la espalda a Irak. Los planos de Pfaulder, descritos como “organigrama para una fábrica de pesticidas”, producirían amitón y parateón, con los que podría obtenerse gas nervioso.

A principios de 1978, el gobierno estadounidense cambió de opinión y negó a Pfaulder la licencia de exportación necesaria para vender la fábrica a Irak. Lo mismo ocurrió con varios países europeos, y Saddam temió un retraso en la realización de sus ambiciones.

Entonces decidió comprar la fábrica por piezas. Consiguió los componentes en diferentes países europeos y montó una fábrica de muerte química en Akashat, cerca de las fronteras con Siria y Jordania. La instalación costó un total de 50 millones de dólares y el equipo de seguridad, otro tanto. Los trajes de protección utilizados por los trabajadores de la fábrica se consiguieron en el Reino Unido y necesitaron la aprobación gubernamental. Las primeras compañías británicas con las que se contactó para obtener los trajes fueron Courtaulds y SOS.

La APD dejó de existir en el año 1979. Sin embargo, los científicos que con toda probabilidad contribuyeron a montar la fábrica siguen en Irak. Sólo un 20 % aproximadamente ha desertado desde la guerra del Golfo, cuando el cínico Occidente manifestó por primera vez sus recelos.

De los tres miembros originarios del “comité de la muerte”, sólo Saddam sigue vivo. En 1979, a poco de haberse convertido en presidente del país, mandó ejecutar a Adnan Hamdani y en 1989 organizó un accidente de helicóptero a Jairallah, que era su cuñado. Decidido a mantener alta la moral, Estados Unidos no acepta ninguna responsabilidad que pueda resultar incriminadora.

Lo cierto es que, además de ayudar a Saddam a conseguir el poder y proporcionarle el apoyo técnico para desarrollar armas no convencionales, fue el Estados Unidos posterior a la guerra del Golfo el que le concedió trece años de libertad, durante los cuales prosiguió con su programa de armas no convencionales.

Estados Unidos no manifestó interés alguno por los antecedentes de Saddam en relación con los derechos humanos ni por la suerte de los kurdos. Se volvió contra Saddam porque se convirtió en una amenaza para Israel y para el suministro de petróleo.

La decisión norteamericana de derrocar a Saddam Hussein nació cuando George Bush (padre) llegó a la presidencia. Fue la invasión de Kuwait lo que impulsó el cambio en la posición estadounidense. El control del petróleo de Irak y Kuwait le habría permitido manipular el precio y el flujo de más del 20 % de las reservas mundiales de petróleo.

A mediados de noviembre de 1990, tres meses después de la invasión, Estados Unidos organizó y dirigió una enorme coalición de más de 35 países para expulsarlo de Kuwait. La campaña empezó en enero de 1990 con fuertes bombardeos aéreos sobre Irak. La campaña aérea duró hasta finales de febrero. Fue tan intensa que la mayor parte del ejército iraquí ya estaba dispuesto a rendirse. De hecho, muchos iraquíes se rindieron.

Tras una campaña terrestre que sólo duró cinco días, el ejército iraquí se derrumbó. Saddam Hussein aceptó una suspensión de las hostilidades que lo obligaba a la destrucción del arsenal de armas no convencionales y a permitir su verificación sobre el terreno por parte de los inspectores de las Naciones Unidas.

Las resoluciones de la ONU relativas a la destrucción de armas no convencionales fueron lo suficientemente vagas para que, desde el principio, la misión de verificación de las Naciones Unidas (Unscom) e Irak las interpretaran de modo diferente.

Durante siete años, las discusiones entre Irak y la Unscom se mantuvieron controladas; pero la crisis estalló en cuanto el jefe original de la misión, el diplomático sueco Ralph Eckeus, fue sustituido por el australiano Richard Butler.

Este insistió en su derecho a cooperar con servicios de inteligencia externos, incluido el israelí, y a menudo informó a Washington antes de hacerlo a las Naciones Unidas. Exasperados, los iraquíes pidieron a la Unscom que abandonara el país.

Existen pocas dudas de que la Unscom actuó como pantalla de diversos servicios de inteligencia. Este hecho ha sido confirmado por el estadounidense Scott Ritter, adjunto de Butler. También existen pocas dudas de que Saddam Hussein ocultaba cosas a las Naciones Unidas. Sus yernos Saddam Hussein Kamel y Ali Hussein Kamel proporcionaron importantes pruebas de ello tras su huida a Ammán como consecuencia de una disputa familiar. (Más tarde, Saddam los engañaría para que regresaran a Irak con la promesa de inmunidad y los ejecutaría.)

Entre 1999 y el 11 de septiembre de 2001 se produjo entre la ONU y Saddam una situación de tablas. Entonces, con su vil acto, Ossama bin Laden cambió para siempre la política de Cercano Oriente. Herido y humillado, Estados Unidos empezó a buscar venganza.

Ante la falta de conclusión victoriosa de la invasión de Afganistán, la administración del presidente George W. Bush amplió la definición de su “guerra contra el terror” hasta incluir al dirigente iraquí e intentó relacionarlo con Bin Laden. En realidad, los islamistas detestan al laico Saddam, y lo contrario también es cierto.

De repente, sin justificación ni pruebas que los relacionaran con el 11 de septiembre, Saddam Hussein y Yasser Arafat fueron tachados de patrocinadores del terrorismo contra Estados Unidos. Ossama bin Laden no había sido capturado, pero, en lugar de admitir el fracaso, Estados Unidos eligió a Saddam Hussein y Yasser Arafat como sustitutos.

Dada la enemistad de Bin Laden y otros grupos islámicos con el laico y bebedor de whisky Saddam y con un Arafat que intenta desesperadamente colaborar con Estados Unidos, estamos ante otra escena más de la farsa que Estados Unidos ha elevado a la categoría de política.

El relegamiento de Arafat hasta la inaceptabilidad como dirigente de los palestinos sigue a una década de colaboración Estados Unidos-OLP para la resolución del problema árabe-israelí. Una década de colaboración que no ha impedido que la administración Bush lo acuse de aterrorizar a los “pacíficos” israelíes. El presidente estadounidense ha calificado al primer ministro israelí Ariel Sharon de “hombre de paz” en diversas ocasiones, al tiempo que se niega a entrevistarse con Arafat. La consecuencia es que Estados Unidos se ha vuelto más impopular que nunca entre los árabes.

Sin embargo, el Irak de Saddam Hussein encabeza la “lista de eliminación” del presidente Bush. Desde una perspectiva histórica, cualquier política estadounidense que no tenga en cuenta el apoyo otorgado a Saddam en el pasado cae en un burdo cinismo. Estados Unidos ayudó a Saddam y el partido Baas a alcanzar el poder en 1968, les suministró dinero y datos del espionaje.

Como se ha dicho más arriba, contribuyó a la puesta en marcha del programa de armas no convencionales. Y, de modo increíble, Bush reprocha a Saddam el uso de armas químicas “contra su propio pueblo” (el ataque con gases contra el poblado kurdo de Halabja en 1988) y hace caso omiso del intento estadounidense de absolverlo por ello: el War College publicó, siguiendo órdenes del Gobierno, un informe de 42 páginas que acusaba a Irán de cometer el crimen.

Incluso después de la derrota en la guerra del Golfo de 1991, Estados Unidos ayudó a Saddam Hussein a sofocar la revuelta popular espontánea de su pueblo y sus fuerzas armadas. Estados Unidos negó un llamamiento grabado del primer presidente Bush para “alzarse contra el tirano”. En la actualidad ya casi no se menciona a Bin Laden. Arafat es tratado con desprecio y las presiones que recibe lo han reducido a una imitación de sí mismo. De todos modos, es Saddam Hussein el satanizado de una manera como no se había visto desde la Primera Guerra Mundial. En la actualidad, la política estadounidense hacia el mundo árabe tal como la articula el presidente Bush descansa sobre dos frases que tienen su origen en el lenguaje del salvaje oeste.

La primera es: “O estás con nosotros o estás contra nosotros”; y la segunda: “Se busca vivo o muerto”. Sólo nos falta otra máxima más para volver del todo a la mentalidad de los vaqueros. Y es: “Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer un hombre”. Sin duda se reserva para el momento de la esperada invasión de Irak. Su uso acabará por confirmar que Estados Unidos y el mundo entero están viviendo hoy a la sombra de John Wayne, el actor que hizo famosas todas esas frases. El salvaje oeste se ha apoderado del liderazgo del planeta.

La fuente: el autor es escritor y biógrafo de Saddam. Ha publicado el libro “Saddam Hussein: la política de la venganza”, editado en español por Andrés Bello. Este artículo ha sido publicado previamente por el diario La Vanguardia, de Barcelona.

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