Un muro contra la paz
La decisión de Israel de levantar una férrea separación en los territorios ocupados de Cisjordania traerá consecuencias trágicas en una región convulsionada. ¿Hace falta que sea demasiado tarde para reparar sus consecuencias? ¿Y si esa peligrosa construcción que avanza fuera el indicio más tangible de que una de las partes no tiene la más mínima intención de renunciar a imponer su ley a la otra y al mundo? Tras su estructura de hormigón, alambre de púas, torres de observación y medios de vigilancia electrónica, el muro crea un pueblo de detenidos y, en consecuencia, un pueblo de guardiacárceles.
Por Henri Korn
El muro de separación que el gobierno israelí construye en el interior de los territorios ocupados de Cisjordania por una suma que ronda los dos mil millones de dólares, ¿detendrá los atentados de comandos suicidas que apunta a bloquear?
No hay ninguna seguridad de ello, sobre todo si se tiene en cuenta la experiencia de anteriores estrategias instrumentadas para destruir al “terrorismo” palestino, que no hicieron más que profundizar sus causas. No impedirá, en cambio, que los vehículos del Tsahal recorran las ciudades ni que sus misiles y helicópteros hagan blanco en la población palestina. Por otra parte, dará el golpe de gracia a las posibilidades de llegar a una solución del conflicto palestino-israelí.
En Israel, valientes asociaciones de defensa de los derechos humanos y grupos de militantes por la reconciliación palestino-israelí dieron la voz de alarma. El primer ministro palestino explicó que no puede fingir negociar por un lado aquello que se le retira por la fuerza por el otro. Sin embargo, la reacción de los organismos internacionales, los gobiernos e incluso de la opinión pública sigue siendo de parálisis.
¿Hace falta que sea demasiado tarde para reparar sus consecuencias? ¿Y si esa peligrosa construcción que avanza fuera el indicio más tangible de que una de las partes no tiene la más mínima intención de renunciar a imponer su ley a la otra y al mundo?
El muro desplaza a la población de forma directa o la hostiga en forma indirecta al privarla de sus medios de subsistencia de manera tal que los habitantes se vean obligados a abandonar sus aldeas y, en última instancia, su país, que es lo que algunos esperan abiertamente en Israel.
Para la construcción del muro, para despejar sus inmediaciones, se demuelen casas, se cortan rutas, se talan árboles, se confiscan tierras y agua, se aíslan aldeas y ciudades. Una vez finalizada la construcción, los niños no asistirán más a la escuela, los adultos no volverán a trabajar, las familias quedarán desarticuladas. Se estima que esto afectará a entre 90.000 y 210.000 habitantes de Cisjordania.
Pero eso no es todo: el muro convierte en un hecho irreversible la existencia de los asentamientos (que, según el derecho internacional, son completamente ilegales), ya que se los rodea. Por otra parte, prepara su expansión (sin duda es eso lo que quiere decir Sharon cuando señala que, en el futuro, podrá cambiarse el trazado). Impone el aislamiento de Jerusalén Este, lo que preludia su anexión lisa y llana. Impide las comunicaciones entre los palestinos de los territorios y los palestinos (“árabes”) que están incorporados al Estado de Israel. Evita que la Palestina autónoma, reducida al 40% del 22% restante (apenas un 9% en total) de la Palestina histórica tenga cualquier posibilidad de contacto con el mundo exterior.
Tras su estructura de hormigón, del alambre, de las torres de observación y los medios de vigilancia electrónica, el muro crea un pueblo de detenidos. En consecuencia, crea también un pueblo de guardiacárceles: el pueblo israelí con sus “fuerzas de defensa”. Se entiende por qué tantos jóvenes israelíes prefieren la cárcel al servicio militar. En efecto, los únicos precedentes de una construcción de este tipo pueden encontrarse en la historia de los regímenes totalitarios.
Se trata, entonces, de un nuevo episodio de la catástrofe palestina. Se trata de hacer del “Estado palestino viable”, que invariablemente promete la comunidad internacional y Sharon finge apoyar, un mosaico informe de campos de refugiados tal como el que ya existe en la Franja de Gaza. Ese “Estado” no sólo no será económica, cultural ni administrativamente viable; tampoco será humanamente habitable.
El golpe que se propina de esta forma a la capacidad de supervivencia del pueblo árabe de Palestina es comparable por su magnitud a las expulsiones de 1948 y a la ocupación de 1967.
¿Quién puede dejar de advertir que, tanto para el presente como para el futuro, el muro sólo puede producir hambre, miseria, deportaciones, terror y contraterror, una guerra infinita?
En cuanto a nosotros, ¿qué hacemos ante la tragedia? ¿Permanecemos como espectadores en nombre del sacrosanto principio de no intervención? Sería una vergüenza. Rechacemos la fatalidad.
Exijamos a los gobiernos -incluido el de la Unión Europea, que en teoría es parte activa en la concepción y la concreción de la “hoja de ruta”; incluido el de los Estados Unidos, si quiere dar algo de credibilidad a su reivindicación del papel de árbitro en los conflictos internacionales-, exijamos a las Naciones Unidas y a las organizaciones humanitarias que utilicen todos los medios que estén a su alcance para presionar al gobierno israelí.
También apelamos a las comunidades judías del mundo entero que conservaron la memoria de las persecuciones de las que fueron víctimas en otra época y que no pueden sino contemplar con horror en qué se convirtió la política de Israel con el pretexto de defender su existencia y su seguridad.
La fuente:El autor es biólogo, miembro de la academia francesa de ciencias. Su artículo fue publicado en el periódico francés Le Monde, en tanto que la versión en español fue reproducida por el diario argentino Clarin, con traducción de Cecilia Beltramo.