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martes, mayo 14, 2024

El mundo no debe pagar por la ocupación de Irak

Opinion/IdeasEl mundo no debe pagar por la ocupación de Irak

El mundo no debe pagar por la ocupación de IrakPese a la destrucción causada por la invasión, lo más costoso en Irak no es la recuperación de su infraestructura sino el mantenimiento de las tropas norteamericanas. Washington paga 51.000 millones de dólares anuales por el emplazamiento de sus 140.000 efectivos. Si los retirara, habría ingresos más que suficientes para hacer funcionar el gobierno iraquí y apoyar la recuperación de su producción petrolera. Pero además del espantoso derroche de vidas y dinero en la guerra, Estados Unidos le ha causado otro gran daño al mundo: al centrar la atención global en una crisis económica que, en realidad, no existe, ha distraído al público de otras crisis graves y reales. Por Jeffrey D. SachsNUEVA YORK.- Estados Unidos quiere que el mundo se comprometa a donar miles de millones de dólares para la reconstrucción de Irak. La respuesta debería ser un no rotundo. La reconstrucción a largo plazo de Irak no requiere asistencia financiera extranjera, sino un arreglo político. Y sólo se podrá llegar a él con el retiro del ejército de ocupación norteamericano. Los miles de millones de dólares que busca Washington deberían encauzarse hacia verdaderas urgencias globales, como la lucha contra el sida y el hambre. Cuando el gobierno de Bush emprendió su guerra contra Irak, quizá se proponía convertirlo en una nueva base para operaciones militares en la región del Golfo Pérsico. Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, quiso retirar sus tropas de Arabia Saudita y, presumiblemente, eligió a Irak como base sustituta. Atribuyo a esto su tenaz oposición a una pronta transferencia de soberanía a los iraquíes. Un Irak genuinamente soberano bien podría ordenarle salir de su territorio. Mientras Estados Unidos siga siendo una fuerza de ocupación es improbable que Irak tenga estabilidad política. Sin ella, tampoco es probable su recuperación económica. Para muchos iraquíes, Estados Unidos es un ocupante colonialista. Por eso es blanco de ataques no sólo por grupos leales a Saddam Hussein, sino también por diversas facciones nacionalistas iraquíes y por combatientes árabes de países vecinos. Además de matar iraquíes, estos ataques están destruyendo la economía de Irak. Han logrado cortar el flujo de gran parte de sus exportaciones de petróleo. En el Norte, el oleoducto a Turquía funciona esporádicamente, cuando mucho, por obra de las voladuras reiteradas. Por la misma razón, los yacimientos sureños carecen de electricidad suficiente para operar al máximo. Según dicen, Irak estaría bombeando entre uno y dos millones de barriles diarios; en tiempos de paz, podía alcanzar rápidamente entre dos y tres millones por día. La verdadera causa de la crisis financiera iraquí es esta caída de sus ingresos petroleros y no la falta de ayuda externa. Al precio actual en el mercado mundial (30 dólares el barril), cada reducción de un millón de barriles diarios se traduce en unos 30 millones de dólares de ingresos diarios perdidos. Por tanto, si Irak aumentara sus exportaciones de petróleo en un millón de barriles diarios, como podría hacerlo si cesaran los ataques a su infraestructura, dispondría de unos 10.000 millones de dólares anuales en ingresos adicionales para empezar la reconstrucción. De aquí a tres años, quizá podría llegar a producir unos cinco millones de barriles diarios, o sea, de tres a cuatro millones más que ahora. En un cálculo aproximado, eso representaría un ingreso adicional de 30.000 a 40.000 millones de dólares anuales, cifra suficiente no sólo para restaurar los servicios básicos, sino también para mejorar considerablemente el nivel de vida y el crecimiento económico. A esas alturas, Irak sería un país con ingresos medianos y con un PBI per cápita de varios miles de dólares anuales (incluyendo su producción en otras áreas). En suma, no necesitaría ninguna ayuda oficial para su desarrollo. Lo más costoso en Irak no es su reconstrucción, sino el mantenimiento de las tropas norteamericanas. Estados Unidos paga 51.000 millones de dólares anuales por apostar allí 140.000 efectivos, o sea, unos 360.000 dólares anuales por soldado. Son cifras pasmosas. Retirando sus tropas, podría ahorrar decenas de miles de millones de dólares anuales. Si lo hiciera y en 2004 diese a Irak apenas una fracción de lo ahorrado, habría ingresos por acrecentamiento más que suficientes para hacer funcionar el gobierno iraquí y apoyar la recuperación de su producción petrolera. Además del espantoso derroche de vidas y dinero en la guerra de Irak, Estados Unidos le ha causado otro gran daño al mundo. Al centrar la atención global en una crisis económica que, en realidad, no existe, ha distraído al público de otras crisis graves y reales. Si Estados Unidos exhortara a los países donantes a encarar verdaderos asuntos de vida o muerte, como la batalla contra el sida y el hambre, el mundo se pondría de pie para ovacionarlo. Consideremos la lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria. En 2004, unos ocho millones de personas empobrecidas sucumbirán a estas tres enfermedades, pese a que pueden prevenirse y tratarse. En 2001, el mundo creó el Fondo Global de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria. No obstante, para el año fiscal 2004 el gobierno de Bush le asigna tan sólo 200 millones de dólares, contra los 71.000 millones comprometidos para Irak. O sea, 350 dólares por cada dólar que aportará al Fondo Global. Distorsiona las prioridades de manera grotesca. Peor aún: incita a otros países donantes a parejo despilfarro. Es hora de que el mundo comunique a Estados Unidos algunas noticias duras. Otras naciones no pagarán por su ocupación de Irak. Estados Unidos tiene que expresar claramente su intención de retirar sus tropas en forma rápida y total. Más aún: debe poner fin a su derroche en gastos militares y orientar su acción hacia la gente más pobre del planeta. Es un esfuerzo financiero en el que el mundo puede y debe acompañarlo. La fuente: El autor es profesor de economía y director del Earth Institute, en la Universidad Columbia. Su artículo ha sido publicado previamente por el diario argentino La Nación. La traducción del inglés pertenece a Zoraida J. Valcárcel.

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