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domingo, mayo 19, 2024

Abandonado a su suerte, el régimen sirio se ha encajonado a sí mismo

Opinion/IdeasAbandonado a su suerte, el régimen sirio se ha encajonado a sí mismo

Abandonado a su suerte, el régimen sirio se ha encajonado a sí mismo

El violento cambio de régimen en Irak, la humillante pérdida del control sirio en Líbano y un Israel envalentonado por la llamada “guerra contra el terrorismo” han contribuido tanto a aislar a Siria como a reducir su ámbito de influencia regional, al despojar al país de herramientas de política exterior hasta ahora valiosas y eficaces. La situación resulta aparentemente inextricable para Siria, debido a que la Administración norteamericana, respaldada por el Congreso, insiste en emprender una campaña sin reparos contra el país, motivada por razones un tanto escurridizas.

Por Bassam Haddad

Los observadores más veteranos de la economía política siria han aprendido a no hacerse grandes ilusiones sobre los cambios políticos que aparentemente se producen en el país. Esta lección también es válida hoy, aunque con un matiz. Cinco años después del fallecimiento de Hafez al-Assad, las esperanzas, promesas y primaveras que se habían anunciado todavía no se han materializado. En términos económicos, el crecimiento sirio permanece a la zaga, con un abanico de oportunidades cada vez más estrecho debido a la caída de las reservas de petróleo y a la escasez de mano de obra calificada en el mercado laboral. Aunque estables, las instituciones políticas sirias están estancadas, incluidas las del partido que ostenta el poder, el Baa’th, que han sido ligeramente reformadas. Dicho partido sigue gobernando el país mediante la remodelación de las elites en lugar de la reestructuración del sistema de gobierno. Quizás el aspecto más preocupante de la delicada situación en la que se encuentra el país es el auge –aparentemente invisible pero real– de la pobreza en la sociedad, que alcanza ya unas cotas sin precedentes en la historia reciente de Siria.

Esta situación sin duda desalentadora y sombría no es ajena a la elite política siria y tampoco presenta unas dimensiones que vayan más allá de los medios de los que dispone el nuevo liderazgo, que se consolida en el poder de forma un tanto extraña. Lo que ha cambiado de manera significativa es el mundo que rodea a la burbuja siria. El violento cambio de régimen en Irak, la humillante pérdida del control sirio en Líbano y un Israel envalentonado por la llamada “guerra contra el terrorismo” han contribuido tanto a aislar a Siria como a reducir su ámbito de influencia regional, al despojar al país de herramientas de política exterior hasta ahora valiosas y eficaces. La situación resulta aparentemente inextricable para Siria, debido a que la Administración norteamericana, respaldada por el Congreso, insiste en emprender una campaña sin reparos contra el país, motivada por razones un tanto escurridizas. El impacto de los cambios producidos a nivel nacional, regional e internacional es meridianamente claro: el porvenir de Siria queda en manos de sus frentes internos, el ámbito en el que el régimen se muestra más vulnerable. Esta situación no augura nada bueno para el régimen que se está consolidando en el poder, a no ser, claro está, que transforme dicha vulnerabilidad interna en poder para la mayoría de los sirios al llevar a cabo un proceso sustancial de reestructuración y descentralización. Ante la ausencia de cambios decisivos imprevistos, el régimen sirio se enfrente en la actualidad al dilema de aplacar o rendirse ante las fuerzas externas (Estados Unidos, la UE e Israel) para conservar su poder, o bien renunciar en cierto grado al amplio poder que ejerce en el interior y convertirse paulatinamente en un centro de poder más. ¿Tiene el régimen sirio la madurez, capacidad y voluntad necesarias para superar este dilema? ¿Puede el régimen gestionar de forma simultánea las crisis nacionales, regionales e internacionales a las que se enfrenta? A juzgar por las conclusiones finales del X Congreso Regional del Partido Baa’th, que se ha celebrado recientemente, no conviene hacerse grandes ilusiones.

Cómo el régimen sirio se ha encajonado a sí mismo

Actualmente, Siria se encuentra desprovista de varias herramientas de política exterior de las que ha disfrutado durante los últimos treinta años, tanto a nivel regional como internacional. Entre 1970 y 1990, el régimen sirio adoptó un papel que desempeñó eficazmente en un contexto internacional marcado por la Guerra Fría. Con la disolución de la Unión Soviética en 1990, asumió un rol regional que también desempeñó con éxito en el contexto de un mundo unipolar, empezando por su participación en la coalición liderada por Estados Unidos en 1990. A principios del siglo XXI, en un contexto político cambiante y tras una serie de decepciones de la UE con Siria en relación a los condicionantes para la cooperación económica, el régimen sirio se ha encontrado con que sólo puede batallar en un único frente: el frente nacional. Y éste es precisamente el frente en el que el régimen se ha mostrado, desde siempre, más vulnerable. Esta vulnerabilidad es en parte autogenerada y se deriva en gran medida de la estrategia de supervivencia del régimen, que consiste en impedir la consolidación de una fuerza social como centro alternativo de poder.

A mediados de la década de 1990, el régimen sirio alcanzó un impasse social, económico e institucional. En este contexto, el impasse no debe ser interpretado como parálisis. Se refiere, simplemente, a la necesidad de tomar un desvío, por lo general un desvío menos eficaz que conserva la seguridad del régimen a la vez que reduce gradualmente sus opciones políticas. En este sentido, el régimen sirio no está paralizado. Sin embargo, debido a la simultaneidad de los impasses nacionales –sociales, económicos e institucionales–, el régimen sirio se encuentra actualmente sumido en una crisis estructural.

Impasse social y económico

El régimen sirio se ha enfrentado a prácticamente todos sus posibles aliados sociales, quedándose sin sectores sociales amplios a los que movilizar para contribuir eficazmente a sus propios fines. La mano de obra, el capital, el campesinado y los islamistas ya no forman parte de la lista de aliados potenciales y eficaces del régimen.

En primer lugar, cabe destacar que la mano de obra y el campesinado fueron movilizados durante la década de 1960. Aunque estos sectores sufrieron un leve golpe cuando el pragmático Hafez al-Assad llegó al poder en 1970, siguieron siendo los sectores sociales más privilegiados hasta 1985, cuando las leyes laborales y otros reglamentos afines empezaron a modificarse en su contra. Este cambio coincidió tanto con el último Congreso Regional del Partido Baa’th (hasta el año 2000) como con el último plan quinquenal elaborado por el Ministerio de Planificación, lo cual apunta a un abandono real, si bien no oficial, del desarrollismo.

No es ningún secreto el hecho de que los islamistas y la clase empresarial urbana tradicional hayan sido los adversarios por antonomasia del partido Baa’th en Siria. Han sufrido duros golpes desde que el Baa’th llegara al poder en 1963 (la clase empresarial sufrió la cólera de la República Árabe Unida desde 1958, con la excepción del período comprendido entre 1961 y 1963, cuando el movimiento separatista liberal volvió a hacerse con el poder). En primer lugar, se arrebató el poder a la clase empresarial y a sus aliados hacendados mediante las reformas territoriales y nacionalizaciones llevadas a cabo en la década de 1950 y, de forma más significativa, en la década de 1960, quedándose muy cerca de dañar los intereses de los campesinos medios (a quienes Al-Assad consideraba sus aliados) y de la pequeña burguesía que aparentemente no poseía un capital significativo.

Incluso los intereses de la pequeña burguesía se vieron perjudicados durante la espectacular expansión del sector público que se produjo a partir de 1973. Esta expansión coincidió con el intento de acercamiento de Al-Assad hacia los sectores más selectos de la vieja burguesía, a quienes concedió derechos económicos adicionales como parte de las irregulares medidas de liberalización que fueron adoptadas en aquel momento. Ambos procesos arrebataron un gran potencial empresarial y productivo a la pequeña burguesía, entre cuyos representantes se encontraban personas con buenos contactos con los Hermanos Musulmanes o bien personas radicalizadas o islamizadas por las ofensivas que habían sido previamente lanzadas contra los barrios populares del zoco o mercado, especialmente en Hama, Aleppo y Homs. La agitación civil y la posterior masacre de los Hermanos Musulmanes en 1982 recrudecieron el conflicto entre el partido Baa’th y los islamistas.

De esta forma, el régimen sirio marginó a los tres grupos o sectores más representativos de la sociedad, convirtiendo a la recién estrenada burguesía adinerada, o los nuevos capitalistas, en sus únicos aliados a mediados de la década de 1990. Actualmente, los nuevos sectores empresariales carecen de legitimidad social y todavía no han logrado escapar de la sombra del Estado. Estos nuevos actores empresariales están vinculados al régimen a través de redes económicas y no constituyen una base social estable para el régimen, sino que se limitan a contribuir al mismo mediante la aportación de divisas y la creación de puestos de trabajo.

Sin embargo, la burguesía adinerada estaba dividida entre quienes apoyaban el liderazgo existente y quienes apoyaban a los partidarios de la línea dura del partido Baa’th. Para el año 2001, la escisión había conducido a una concentración adicional de los beneficios económicos, así como de los niveles más altos de la economía que no se enmarcaban dentro del sector público (por ejemplo, el sector de las comunicaciones). Esta concentración ha impedido que la economía siria registre tasas más elevadas de crecimiento durante los últimos cinco años, un periodo que sucede a otros cinco años de estancamiento económico en el país.

Los impasses institucionales se derivan fundamentalmente de los impasses sociales y económicos. En términos económicos, el régimen baa’thista trató de reformar las instituciones existentes a finales de la década de 1980, e intentó, sin éxito, crear nuevas instituciones. Un ejemplo de este esfuerzo de modernización puede apreciarse en las Cámaras de Comercio e Industria, que se convirtieron en los principales centros de negociación de las redes económicas que tenían una buena relación con el régimen. Por otra parte, los planes para la creación de nuevas instituciones, como una Bolsa o instituciones fiscales y monetarias que funcionaran adecuadamente, han quedado aparcados en los cajones de los despachos de varios ministerios (con la excepción, poco significativa eso sí, de un número reducido de bancos privados que siguen sin operar eficazmente, debido a un clima marcadamente inhóspito para la inversión). En términos políticos, el desafío es aún mayor. Desde la llegada al poder de al-Assad en 1974, los esfuerzos por llevar a cabo una reestructuración institucional desde el punto de vista político han sido mínimos o inexistentes (con la excepción del traspaso del centro de poder y autoridad de manos del partido al ejército y, por último, a los servicios de seguridad a mediados de la década de 1970). Es poco probable que dicha reestructuración, incluida la reestructuración institucional, sea adoptada de forma voluntaria, a no ser que se produzca una grave crisis en el régimen que lleve a percibir las reformas como el mal menor.

Volver a los fundamentos: el Baa’th seguirá siendo el partido gobernante en Siria

En un momento en el que arrecia la presión sobre el régimen sirio tanto desde dentro como desde fuera, es necesario replantearse la cuestión desde la base: el X Congreso Regional del Partido Baa’th, celebrado a principios de junio de 2005, representa una reorganización interna y una preparación para un mayor afianzamiento de sus posiciones. Constituye la aparente consolidación del régimen de Bashar en un momento en el que las hostilidades tanto externas como internas han coincidido por primera vez desde los años sesenta. De hecho, se ha hablado muy poco sobre política exterior, puesto que el presidente Bashar al-Assad ha insistido en que “cualquier decisión o recomendación formulada durante el congreso debería expresar únicamente nuestras necesidades internas, al margen de cualquier otra consideración destinada a llevarnos en direcciones que se opongan a nuestros intereses nacionales o que supongan una amenaza para nuestra seguridad”.

El congreso se ha traducido en algunas medidas positivas, aunque insuficientes. Ampliar el espacio público y fomentar la participación política han sido dos de los temas recurrentes durante el congreso. Por primera vez se han formulado recomendaciones serias en las que se solicita una revisión de “la Ley de Emergencia, vigente desde 1963, con miras a limitar el alcance de las cuestiones de seguridad nacional”. Es probable que entre en vigor una nueva “ley de partidos políticos” en un futuro próximo, si bien el Artículo 8 de la Constitución, que proclama al partido Baa’th como “líder del Estado y de la sociedad”, permanecerá intacto. Cuando se preguntó a un alto cargo del Gobierno el motivo por el que se decidió conservar el polémico Artículo 8 en su estado actual, éste se dedicó a ofrecer una respuesta de sobre conocida, reiterando que se trata de una “petición externa” que responde a intereses no sirios. En torno a la especulación sobre el Artículo 8 se encuentran varios mensajes emitidos por el partido durante el congreso que apuntan a la necesidad de “revelar” las intenciones de la oposición expatriada y, más concretamente, de los Hermanos Musulmanes, quienes, según asegura el partido, no son verdaderos “nacionalistas” y están siendo respaldados por actores que se oponen a Siria.

En varias intervenciones, tanto formales como informales, el presidente Bashar ha hecho hincapié en la distinción existente entre la autoridad del Gobierno y el partido, “considerando que el partido no es propietario del Estado”; y en la necesidad de “redefinir la relación del partido con el poder político, no inmiscuirse en las cuestiones políticas del día a día, alejarse del trabajo administrativo y concentrarse en interactuar con las masas”. La participación del partido Baa’th en el próximo gabinete será limitada a diez carteras. Sin embargo, hacia el final del congreso se estableció que el primer ministro y el portavoz del Parlamento han de ser miembros del órgano de gobierno del Baa’th: el Mando Regional (MR), lo cual supone una clara contradicción entre las proclamas y la práctica real y descarta la posibilidad de que un líder de alto nivel, como el primer ministro, pueda ser independiente.

También se sugirió que el Mando Regional del partido Baa’th fuera disuelto y remplazado por el “Mando del Partido”. De esta forma, el presidente al-Assad se convertiría en el secretario general del Baa’th en lugar del secretario regional. Esto sin duda facilitaría la disolución del Mando Nacional del partido en un futuro próximo. Aunque esta propuesta no se ha materializado hasta la fecha, es probable que suceda en el futuro. En cualquier caso, el número de miembros del Mando Regional ha sido reducido de 21 a 15. Tampoco se han traducido en hechos los rumores que circulaban antes del congreso sobre un posible cambio de lema del partido Baa’th, o incluso de nombre. Es significativo el hecho de que hubiera fuerzas que pidieran que se cambiara el lema “unidad, libertad y socialismo” por “democracia y justicia social” y que propusieran que se cambiara el nombre del partido de “Partido Árabe Socialista Baa’th” a “Partido Baa’th”, atenuando así la identidad socialista del partido e introduciendo la palabra mágica: “democracia”.

La dura realidad

No es ningún secreto que los pesos pesados de Siria sean aquellos que controlan los servicios de seguridad (los servicios de Seguridad General y Seguridad Militar, cada uno con sus propias divisiones y sus propios líderes) y están al mando de la Guardia Republicana. Los cambios y las “sustituciones” que se producen en las altas esferas constituyen un relato más directo de las luchas de poder y el cambio de los centros de poder que los cientos de páginas de los manifiestos y memorándums del partido Baa’th. Una semana después de la clausura del congreso y de que se expulsara a la “vieja guardia” del Mando Regional, se confirmó la designación de Asef Shawkat (el cuñado de Bashar) como jefe de la Inteligencia Militar, probablemente uno de los cargos más poderosos y delicados que existen en Siria hoy. Manaf Tlas, hijo del que fuera ministro de Defensa Mustafa Tlas, y el hermano de Bashar, Mahir, se encuentran al mando de la Guardia Republicana, una de las fuerzas de combate más poderosas de Siria. Las implicaciones en este caso pueden parecer más claras de lo que en realidad son, puesto que las relaciones de parentesco de estos individuos con Bashar no constituyen una garantía de lealtad, tal y como puede inferirse de las luchas de poder que han existido siempre en el país. Por el momento, lo más significativo es la clara tendencia a “quitar del medio” a ciertas personas que ha existido en las principales instituciones coactivas del país desde la muerte de al-Assad padre.

Quizás el acontecimiento más visible de los producidos en el último Congreso Regional del Partido Baa’th ha sido la sustitución en el seno del MR de lo que queda de la “vieja guardia” por un equipo “nuevo”. Khaddam “dimitió” como vicepresidente y miembro de los Consejos del Mando Regional y Nacional tras percatarse del aislamiento de los baa’thistas “más veteranos”. Estos cambios han servido sin duda para allanarle el camino a Bashar, un proceso que comenzó en junio del año 2000. El nuevo equipo está integrado por Baa’thistas veteranos y jóvenes que están más próximos al líder actual y que no han sido designados necesariamente por sus facultades, competencia o experiencia. Se dice que dicho equipo es significativo, no tanto por lo que hará por Siria como por lo que no hará: a diferencia de los miembros salientes del MR, los nuevos miembros no se opondrán a las decisiones tomadas por el principal líder del país. Nos encontramos claramente ante un arma de doble filo. Por una parte, esto se traduce en una política nacional, económica y exterior menos errática y, por otra, los nuevos miembros del MR carecen de visión y, según muchos, de competencia. La dirección en la que se enfile el arma está todavía por decidir. Si se pretende que dicha estrategia constituya una solución a corto plazo frente a los antiguos “alborotadores” o la oposición interna, es probable que contribuya a un proceso de toma de decisiones más consistente y eficaz en el futuro. Sin embargo, si lo que busca esta estrategia es el tipo de complacencia en el seno del partido Baa’th a la que probablemente asistiremos en un futuro próximo, es probable que Siria vuelva al punto de partida, en el que el liderazgo del régimen ejerza un absolutismo sofocante. En cualquier caso, las condiciones que rodean a este liderazgo, tanto a nivel local y regional como internacional, dejan poco espacio para la supervivencia de esta fórmula, lo cual vuelve a destacar el principal dilema al que se enfrenta Siria hoy.

Institucionalmente, Bashar y sus aliados más cercanos han tratado de consolidar el nuevo régimen embarcándose en un juego muy complejo: por una parte, necesitaban controlar firmemente la estructura de la autoridad ejecutiva mediante el refuerzo del partido y de las instituciones gubernamentales y, por otra parte, tenían que manipular dicha estructura e instituciones a corto plazo con el fin de limitar el poder “personal” de sus posibles adversarios a largo plazo. No se trata de una decisión estratégica cualquiera: Bashar necesitaba, y aún necesita, al partido Baa’th. Por consiguiente, el refuerzo selectivo de algunos de los roles del partido ha sido la única decisión racional que podía tomarse ante la ausencia del tipo de carisma y quizás culto que caracterizaba y rodeada a la figura de al-Assad padre. El resurgir paulatino del partido en 1998 tras años de declive relativo ha contribuido al objetivo fijado durante el X Congreso Regional del Partido Baa’th.

Otro cambio es la creciente dependencia institucional en los servicios de seguridad, tal y como reflejan las sustituciones realizadas en la cúpula del Mando Regional. Tradicionalmente, el MR solía incluir al jefe del Estado Mayor y el ministro de Defensa. Después del último congreso, estos cargos fueron sustituidos por puestos para dos miembros de los servicios de seguridad. Se podría especular sobre la relevancia de este cambio, aunque no cabe ninguna duda de que, institucionalmente, los servicios de seguridad continúan ganando autoridad desde que empezaron a infiltrarse firmemente en el poder a principios de la década de 1970. Por otra parte, el peso institucional del ejército, especialmente después de la retirada de Líbano, ha sido reducido.

Haciendo balance: culmina el proceso de transición, ¿pero hacia dónde?

A riesgo de afirmar lo obvio, podemos concluir que la transición del poder de manos de al-Assad padre a al-Assad hijo, que comenzó en el año 2000 –y quizás antes–, ha sido completada. Esto no quiere decir que sea impermeable. Sin embargo, es poco probable que las tensiones internas y la naturaleza errática de la toma de decisiones que han caracterizado al partido Baa’th durante los últimos cinco años vuelvan a aparecer en un futuro próximo. Los ganadores “políticos” son claramente Bashar y su equipo, que incluye a la familia al-Assad y a su círculo más íntimo. Los claros perdedores “políticos” son los miembros de la “vieja guardia”, o quienes se oponen al liderazgo de Bashar, entre los que se incluyen el que fuera jefe del Estado Mayor, el poderoso Hikmat Shihabi, que se “jubiló” en 1998 después de hacer público su desagrado ante la perspectiva de que Bashar gobernara Siria, el vicepresidente Halim Khaddam, y un puñado de destacados altos cargos militares y del servicio de seguridad, que han sido cesados de sus cargos.

El salto decisivo no sólo se ha producido con respecto a la “vieja guardia”, sino también con el régimen de Hafez al-Assad, un acontecimiento empírico que no puede traducirse en palabras públicamente en el clima político actual de Siria. Bashar era sin duda el candidato que había elegido al-Assad padre para sucederle, pero cabe preguntarse si al-Assad padre hubiera querido que Bashar cambiara el régimen propiamente dicho. Llama la atención el hecho de que los cambios producidos durante los últimos cinco años se hayan traducido en un cambio de planteamiento, estilo y contenido de la toma de decisiones a nivel político, económico y de política exterior, un cambio que todavía no se ha perfilado con precisión.

La gestión del régimen sirio actual de la invasión estadounidense de Irak y el periodo posbélico, el dossier libanés después de la retirada de Israel del sur del país o la “guerra contra el terrorismo” liderada por Estados Unidos, que vinculó a Siria con grupos “terroristas” en Líbano, ha contribuido a su propio aislamiento, propiciado, eso sí, por la campaña sin precedentes que Estados Unidos ha emprendido contra el país. Esto no quiere decir que el régimen de al-Assad padre no contribuyera a su propio aislamiento a nivel nacional, pero lo cierto es que el frente regional siempre había sido un ámbito en el que se podía compensar por lo que muchos percibían como la inevitable centralización del país. Podría decirse que el régimen sirio actual perdió la autonomía frente a algunas de sus herramientas de política exterior al convertir dichas herramientas en una parte integrante del régimen: por ejemplo, en el pAssado, los movimientos de la resistencia palestina y libanesa fueron utilizados desde la distancia para respaldar la legitimidad del régimen sirio. Hoy en día, dichas herramientas han sido absorbidas por el régimen como parte de su propia legitimidad, perdiendo así su propia independencia frente a estos grupos y asumiendo una mayor responsabilidad en su toma de decisiones y en sus posibles errores de cálculo. En un contexto en el que Estados Unidos, Europa e Israel no necesitan pruebas concluyentes para condenar a Siria por un gran número de infracciones y acusaciones (por motivos que van más allá de Líbano), dicha pérdida de autonomía puede provocar multitud de crisis innecesarias en Siria. En definitiva, no conviene extrapolar de lo anteriormente descrito la opinión generalizada que existe en muchos círculos sirios, que sostienen que al-Assad padre nunca habría llevado al país a la situación de aislamiento y de estancamiento político en la que se encuentra. Estructuralmente, el régimen ha estado, y sigue estando, dispuesto a pagar casi cualquier precio para garantizar su propia seguridad, aun sabiendo que podría adentrarse en un callejón sin salida. Es probable que al-Assad padre se hubiera limitado, simplemente, a retrasar un poco más lo inevitable.

El margen que se ha dado el régimen para garantizar un proceso de toma de decisiones menos conflictivo representa una buena oportunidad para embarcarse en un proceso irreversible de descentralización nacional que podría anunciar una nueva era en la que el desarrollo primara sobre la seguridad del régimen y las exigencias externas. La alternativa más probable en el contexto actual, marcado por una política exterior estadounidense aventurista y agresiva, es ceder de forma informal a los poderes externos y satisfacer de forma gradual pero segura las peticiones que probablemente afectarán al bienestar del pueblo sirio, a la vez que se vela por la seguridad del régimen. Las voces independientes de Siria y los observadores (tanto hostiles como amistosos) no creen que dicha situación vaya a alcanzarse. Lo mismo puede decirse en el caso de la economía política del país.

Estado de la economía

El estado de la economía siria permanece sombrío y parece poco probable que las deliberaciones del último Congreso del Mando Regional del Partido Baa’th reflejen el nivel de seriedad y sutileza necesario para abordar las múltiples crisis a las que se enfrenta el régimen. Los optimistas siguen debatiendo si tal o cual medida liberalizadora puede mejorar el estado de la economía siria, como si fuera la pieza que falta para completar el puzzle. El anuncio emitido por el Jefe de la Comisión de Planificación Pública el año pAssado, que establecía que Siria adoptaría los principios de la economía de mercado antes del año 2010, también tranquilizó a los optimistas. Asimismo, el comunicado recientemente realizado durante el Congreso Regional del Baa’th, en el que se anunció que Siria adoptaría una “economía social de mercado”, recibió una buena acogida entre quienes percibían la economía semisocialista que rige el Gobierno sirio como el principal obstáculo al crecimiento del país. Pero, ¿y el resto de obstáculos? La economía siria debe cargar con el peso de una serie de problemas a corto y largo plazo. Dichos problemas se enmarcan en el ámbito del desarrollo, la economía y, sobre todo, la política, sin duda el ámbito más complejo.

La economía siria se estancó entre 1996 y 2004, con una tasa de crecimiento medio del 2,4%. Actualmente, el crecimiento demográfico es del 2,7%, mientras que el crecimiento económico ronda el 2,4%, augurando un auténtico desastre para Siria en términos de desarrollo. El crecimiento económico alcanzó el 3,4% en el año 2003, pero dicho porcentaje fue un acontecimiento aislado –no un crecimiento estructural– derivado de la venta de petróleo iraquí a través de Siria y de la posterior subida de los precios del petróleo como resultado de la Guerra de Irak. En el año 2004, la tasa de crecimiento económico cayó hasta alcanzar el 1,7%, reflejando el peligro que implica depender de distintas formas de ingresos petroleros. La producción del petróleo alcanzó los 591.000 barriles diarios en 1995 pero descendió a 450.000 en 2005. En 2012, por primera vez en treinta años, Siria se convertirá en un importador neto de petróleo. La buena noticia para el régimen sirio es que el aumento de la producción de gas natural probablemente servirá para compensar por un porcentaje elevado de las pérdidas derivadas del descenso de la producción de petróleo. Se estima que las reservas de gas se sitúan en torno de los 240.000 millones de metros cúbicos. El país depende en gran medida de los ingresos de tránsito que recibirá del gasoducto árabe que conecta Egipto con Turquía y Europa del Este. En última instancia, los ingresos obtenidos del petróleo y el gas sólo servirán para comprar tiempo. Las cuestiones que verdaderamente requieren una atención inmediata son el desempleo, la pobreza, la inversión y la situación de las empresas ruinosas del sector público.

La decreciente calidad de vida de la población siria es alarmante, con índices de pobreza cada vez más elevados, que alcanzan dimensiones inquietantes. En el periodo 2003–2004, el 30,1% de los sirios (5,1 millones) vivían por debajo del umbral de la pobreza, con dos millones de personas incapaces de satisfacer sus necesidades más básicas. Según la mayoría de estudios, la tasa de desempleo alcanza hoy el 20%, con al menos 300.000 nuevos trabajadores incorporándose al mercado laboral cada año. Según el antiguo responsable de la Comisión de Planificación Pública y actual primer ministro adjunto para Asuntos Económicos, Abdallah al-Dardari, será necesario alcanzar una tasa de crecimiento anual medio del 7% para proporcionar un empleo a los jóvenes que se incorporan al mercado laboral. La cuestión que se plantea, evidentemente, es cómo lograrlo.

Teniendo en cuenta el descenso de los ingresos petroleros, corresponde a los sectores público y privado de Siria sacar la economía a flote. En un contexto de hostilidad internacional hacia Siria, en el que el acuerdo de asociación de la UE presiona al país para que emprenda una transición rápida desde una economía orientada al sector público hacia una economía orientada al sector privado, el régimen sirio se ha encontrado con que está avanzando más deprisa y comprometiendo más de lo que le gustaría. Según Al-Zaim, Siria cedió más de lo necesario hacia finales del 2004 para cumplir con dichos acuerdos, probablemente debido al potencial económico que éstos representaban. En este contexto, Al-Dardari ha confirmado la inminente transición del país hacia una economía de mercado en un momento en el que Siria carece incluso de las condiciones institucionales, legales y laborales mínimamente necesarias para satisfacer las exigencias de la UE. Por lo tanto, sería necesario reformar el sector público, lo cual supone una pesadilla política para un régimen como el sirio, en el que dicho sector asume una serie de funciones políticas y sociales sistemáticamente necesarias. Es posible que la estrategia de privatización que prevé eliminar las empresas ruinosas del sector público y lavar la cara a las que luchan por seguir en pie sólo funcione si el régimen está dispuesto a renunciar a las funciones no económicas del sector. Es más, el plan se vendría abajo si el sector privado no fuera capaz de contratar al menos la mitad de los trabajadores que tratan de incorporarse al mercado laboral cada año (entre 150.000 y 200.000), una cifra que va más allá de la capacidad actual del sector privado, que sigue caracterizado por una abrumadora mayoría de pequeñas empresas.

La primacía de la seguridad del régimen: las relaciones entre el Estado y el sector privado

El crecimiento del sector privado sirio fue irregular durante la década de 1990 debido a varios factores ya mencionados en el presente documento. Desde el 2000, la inversión privada ha crecido ligeramente, una subida que responde exclusivamente a la caída dramática que se registró en la inversión privada entre 1996 y 2000. Las cifras más recientes sitúan la contribución del sector privado a la acumulación de capital en sólo un 34%, después de años supuestamente apoyando y estimulando el crecimiento del sector privado. Los obstáculos al crecimiento del sector privado siguen siendo tanto políticos como estructurales, y están relacionados con el papel político que desempeña el sector público al servicio del poder económico y la legitimidad social del régimen. Cabe destacar que parte del problema se deriva del fracaso de los bancos públicos y de los bancos privados recientemente creados para financiar el crecimiento del sector privado. Como resultado, el número de nuevas incorporaciones en el sector privado sigue siendo limitado. En cambio, las empresas privadas existentes y las redes públicas y privadas a las que pertenecen están registrando un crecimiento firme, puesto que apenas deben hacer frente a la competencia, escasa o inexistente, de nuevos participantes, que carecen de financiación.

A estas alturas, estos grandes grupos empresariales no se preocupan por la liberalización o la ausencia de la misma: lo que les preocupa, básicamente, es garantizar la vigencia de la fórmula actual, pues es la fórmula con la que están acostumbrados a trabajar. Para alcanzar una economía más pujante y posiblemente garantizar cierto grado de responsabilidad judicial, quizás debamos esperar a que los empresarios y sus redes encuentren una contradicción entre la acumulación adicional de capital y la fórmula vigente. Por el momento, esto completa el círculo al hacer que los planes económicos futuros que prevé el acuerdo de asociación con la UE se conviertan en una respuesta a las penurias económicas y políticas del país que no sea capaz de satisfacer los requisitos políticos e institucionales establecidos. Llegado este punto, se plantean varias preguntas: ¿cómo ha logrado el régimen controlar al sector privado a la vez que se beneficiaba de él?; ¿cuáles son los límites de dicha estrategia y qué coste ha representado para la economía siria? Tradicionalmente, las relaciones del régimen con el sector privado, sobre todo en los años noventa, han proporcionado oportunidades muy valiosas, a pesar de los cambios anteriormente descritos en relación al sistema de gobierno.

Relaciones estratégicas del régimen con el sector privado

Aunque su estrategia cambió ligeramente en 1970, el régimen del partido Baa’th en Siria se ha relacionado con el sector privado a través del prisma de la seguridad desde que asumiera el poder, en 1963. Desde entonces, el régimen sólo ha hecho concesiones al sector privado de forma moderada y repartido privilegios “magnánimos” a representantes selectos del sector con el fin de conservar su autonomía a nivel macroeconómico. Dichas tácticas se han aplicado, y siguen aplicando, a expensas de la salud de la economía. Otra consecuencia notable aunque menos visible es que el precio económico que debe pagar el régimen para garantizar su autonomía en la toma de ediciones y, en última instancia, su seguridad, implica un coste administrativo adicional: una capacidad limitada para regir la economía y la imposibilidad de hacer uso de su poder punitivo. Aunque los costes administrativos pueden ser evitados a corto y medio plazo aumentando las medidas opresoras y la dependencia en las fuentes externas de ingresos, al final siempre acaban volviendo cuando el volumen de ingresos disminuye, una perspectiva que deberá afrontar el régimen sirio en menos de una década. Hasta entonces, es poco probable que el régimen cambie de forma voluntaria la estrategia que ha elegido para relacionarse con el sector privado, una estrategia que tiene hoy tres décadas de antigüedad.

Inmediatamente después del “Movimiento Correctivo” de 1970, el nuevo régimen del partido Baa’th bajo Hafez al-Assad tenía una menor inclinación ideológica, era más pragmático en términos políticos, infinitamente más ambicioso y, lo que es aún más importante, estaba más orientado hacia el exterior. El régimen reconoció sus vulnerabilidades sociales y políticas: se trataba de un régimen radical, que contaba con escaso apoyo en las zonas rurales, estaba prácticamente aislado del resto de la sociedad siria en virtud de su propio radicalismo y había polarizado al país durante media docena de años; estaba al mando de un país asediado que había sufrido una grave derrota tres años atrás a manos de Israel; tenía una economía renqueante con pocas opciones de recibir el apoyo de los estados árabes conservadores; y, lo que resulta aún más significativo, el régimen sirio de 1970 llegó al poder a expensas del partido y, en gran medida, del ejército, respaldado sobre todo por los aparatos de seguridad y las “fuerzas especiales” que los pesos pesados del régimen habían creado a finales de la década de 1960. Al recurrir a los estados árabes conservadores para obtener apoyo externo y a los vestigios de la burguesía tradicional del país, que seguían representando una amenaza, el régimen sirio trató de evitar nuevas dependencias, en un esfuerzo por ser plenamente independiente de todas las fuerzas sociales. Poco después del golpe de 1970, el régimen redujo su dependencia de la mano de obra nacional, remplazando dicha dependencia por un acercamiento hacia distintos ámbitos del sector privado; apartó al partido de su posición dominante en el sector público y lo reemplazó –de forma no oficial– por un aparato de seguridad modernizado; moderó su postura regional, claramente radical, reestableciendo relaciones con los Estados árabes del Golfo, especialmente Arabia Saudí y el régimen egipcio postnaserista (menos radical que el anterior), al mismo tiempo que enviaba señales a la Unión Soviética y a Estados Unidos con el fin de transmitir el mensaje de que estaba abierto a nuevas oportunidades y alianzas.

Al recurrir a los estados árabes ricos en petróleo no se pretendía cicatrizar las heridas recientemente infligidas por la encendida retórica del antiguo régimen de Salah Jadid hacia los estados árabes conservadores. Dicha medida estaba destinada más bien a capitalizar la ayuda –tan urgentemente necesitada– en forma de asistencia económica directa, acuerdos petroleros e inversiones. Como evidencian las estadísticas disponibles y la historia contemporánea siria, tanto la ayuda como la inversión se convirtieron pronto en la herramienta que necesitaba Siria para desarrollar su sector público, con su marcada carga política, y, por consiguiente, su autonomía económica. La combinación de las fuentes externas de ingresos del régimen con el legado de desconfianza de cara a la clase empresarial determinó en gran medida la naturaleza de su relación con el sector privado.

Dada la prolongada animadversión y la preocupación del régimen por su seguridad y la autonomía en la toma de decisiones, el régimen se mostró poco abierto a ofrecer al sector privado una representación legítima o a permitirle que erigiera instituciones independientes del control y el escrutinio del Estado. Hasta 1973, momento en que Siria recibió una avalancha de ayuda exterior después de la guerra árabe–israelí librada contra Israel, el Estado prefirió mantener al sector privado, que en su día fue próspero, bajo control. Junto a esta estrategia, el régimen trato de crear una nueva burguesía a su imagen y semejanza, pero pronto se vio obligado a cargar con el peso de los turbulentos acontecimientos producidos en la década de los setenta y principios de los ochenta[45]. Los primeros doce años tras el “Movimiento Correctivo” estuvieron prácticamente consumidos por la guerra –en 1973 contra Israel, entre 1976 y 1982 contra los islamistas, en 1976 contra varias facciones en Líbano, en 1982 contra Israel– y, por lo tanto, las alianzas sociales internas fueron fluidas y ad hoc. Las fuerzas sociales no empezaron a agruparse hasta el final de aquel periodo, cuando, irónicamente, la sociedad civil siria tuvo que hacer frente a un golpe decisivo. Mientras tanto, el régimen seguía barajando la posibilidad de crear alianzas “verdaderas” con el sector privado. Los partidarios de esta estrategia procedían de círculos cercanos al hermano del ex presidente, Rifat, en lugar de al propio Hafez al-Assad, que estaba entonces preocupado por Líbano, Israel y multitud de problemas regionales. El régimen se embarcó en lo que Volker Perthes denominó la “primera infitah” (primera apertura)[48], que consistía, por una parte, en liberalizar de forma moderada las importaciones y, por otra, en conceder privilegios especiales a un grupo selecto de personas cuya lealtad era o bien comprada o garantizada a través de acuerdos recíprocos que les vinculaban al Estado. Dichos acuerdos eran suscritos en el marco de empresas mixtas que repartían el capital y la gestión entre el Estado y empresarios privados, o bien a través de acuerdos no oficiales que, retrospectivamente, cargaban la responsabilidad sobre los empresarios privados.

En términos estratégicos, la situación persistió a lo largo de los años setenta y principios de los ochenta, pero la afluencia de capital en 1973, combinada con la falta de conocimiento económico y experiencia empresarial tanto del personal del régimen como de sus aliados históricos en las zonas rurales y entre la clase trabajadora, requería un mayor acercamiento al sector privado. En cualquier caso, las relaciones entre el Estado y la clase empresarial entre 1970 y finales de los años ochenta siguieron siendo fundamentalmente informales, con la excepción de algunos casos notorios que han sido excesivamente citados por los analistas al ser los únicos visibles y accesibles (otros o bien no son conocidos para los “investigadores” que no hacen trabajo de campo o bien se enmarcan en ámbitos que son demasiado delicados para ser abordados por un investigador). Aunque estos casos existieron, la mayoría de los empresarios que trabajaban para el Estado y su personal, de forma oficial o no, permanecieron en el anonimato durante más de una década. Hubo que esperar hasta finales de los ochenta para que se produjeran unas relaciones algo más visibles entre el régimen y representantes del sector privado, normalmente a través de relaciones de patrocinio asociadas a las Cámaras de Comercio e Industria y a las elecciones parlamentarias que empezaron a celebrarse en 1991. Incluso entonces, era difícil establecer lazos entre los funcionarios del Estado y los empresarios, especialmente para los “forasteros”, es decir, las personas que han de aceptar que las cosas son lo que aparentan ser desde lejos. Los protegidos de los altos cargos del servicio de seguridad en las Cámaras, por ejemplo, se apresuraban en condenar el control del Estado sobre la economía, lo cual llevaba a los “no iniciados” a la conclusión de que eran rivales.

Creciente ambivalencia hacia el sector privado a finales de los años noventa

En los años noventa, la situación estratégica era ligeramente diferente debido a las crecientes alianzas entre el Estado y la clase empresarial. Mientras que en los años setenta, por ejemplo, el único “representante” visible del sector privado era un hombre llamado Tahsin al-Safadi que tuvo el valor de reclamar una reducción de las campañas de inspección realizadas por el Ministerio de Abastecimiento, hoy en día los representantes empresariales son miembros del Parlamento y del Consejo de Administración de varias Cámaras, están secundados por el poder político y son capaces de formular recomendaciones políticas a instituciones de alto nivel que vinculan al Estado con la comunidad empresarial. Aunque esta imagen coincide en mayor medida con individuos relacionados con los hombres fuertes del régimen a través de redes económicas establecidas, no se aplica a las interacciones y relaciones estratégicas entre el Estado y el sector privado en su conjunto. Lo importante en este sentido es el hecho de que, a pesar de los recelos del régimen hacia el sector privado, el Estado ya no está en posición de invertir el crecimiento del sector privado y depende mucho más de él como fuente de inversiones, puestos de trabajo y divisas de lo que lo había hecho desde 1963. Sin embargo, el régimen sí tiene capacidad para impedir que el poder económico recién estrenado del sector privado se convierta en poder político. Aparte de entablar relaciones con empresarios destacados a través de redes que debilitan la acción colectiva de los empresarios del sector privado, el régimen ha sido capaz de crear una estructura de incentivos que hace que no tenga sentido para los miembros del sector privado asociarse en grupos grandes para hacer negocios u organizarse contra el Estado. Además de la escasa y a veces inexistente tolerancia del régimen hacia las organizaciones independientes, el Estado puede hacer uso de la ley para incriminar a prácticamente todo aquel que se dedique a hacer negocios en Siria con un capital significativo. El hecho de que se lleve más de medio siglo acumulado leyes, decretos, normas y reglamentos –y que sólo unos pocos hayan sido anulados– ha hecho que hasta las prácticas empresariales más mundanas puedan ser objeto de una acción judicial.

El impacto general de la estrategia elegida por el Estado desde 1970 para relacionarse con las fuerzas sociales ha provocado el tipo de atomización que conduce rara vez a acciones subversivas, incluso cuando existe la voluntad y los medios para emprenderlas. Esta imagen sombría estaba cambiando lentamente a finales de los años noventa, especialmente después de la muerte del anterior presidente en el año 2000; los empresarios privados que manejaban un capital significativo preferían “trabajar solos” siempre y cuando el Estado “les dejara un margen de libertad para hacer negocios”, algo que hace cada vez más. Sin embargo, según las personas que conocen la filosofía del régimen, los hombres fuertes del régimen cada vez se muestran más ambivalentes hacia el sector privado.

La actitud ambivalente que el régimen ha mostrado tradicionalmente hacia el sector privado, y su creciente prosperidad, puede apreciarse en la lentitud pasmosa del Gobierno para formular y poner en práctica políticas económicas liberalizadoras, independientemente de su naturaleza y alcance. En términos generales, la política que se aplica en Siria podría describirse de la siguiente forma: cuando un régimen no quiere ceder o compartir su control político, sus preferencias se reducen dramáticamente, sobre todo cuando cunde la paranoia como consecuencia de condiciones económicas adversas y de una inminente sucesión. El régimen se encuentra atrapado en un dilema que se deriva de tres hechos difíciles de digerir: necesita al sector privado para generar divisas y puestos de trabajo, se muestra reacio o incapaz de compartir el poder de forma segura, mientras que el poder económico del sector privado –porcentaje del PIB, inversiones, generación de empleo, exportaciones, contactos internacionales y know-how– está creciendo, por muy imprecisos que sean los datos disponibles, como resultado directo de la retirada racional (por interés propio) aunque lenta del Estado de la esfera económica. Por lo tanto, la situación idónea para el régimen dadas sus preferencias en materia de seguridad es permitir que el sector privado crezca lo suficiente para salvar la economía pero no tanto como para amenazar el equilibrio de poder entre el Estado y la clase empresarial.

Oficialmente, el Estado empezó a movilizar a miembros del sector privado a finales de los años ochenta para llevar a cabo un proceso político oficial a través de la participación en el desaparecido Consejo del Pueblo (Parlamento), y mediante su elección en los consejos de las Cámaras de Comercio e Industria y su representación en el Comité de Asesoramiento que vincula al sector privado con el Estado. Básicamente, el dinero privado queda en manos privadas siempre y cuando no le robe terreno al régimen, es decir, no se inmiscuya en el ámbito político. De lo contrario, se convierte en dinero “público” y pasa a manos del régimen a través de la invocación selectiva de leyes y reglamentos que “deben” haber sido transgredidos por las prácticas de las grandes empresas en un contexto de legislación deliberadamente contradictoria. De ahí que el régimen se empeñe en mantener vigentes una serie de leyes y reglamentos desfasados cuyo contenido se opone al espíritu de las políticas de liberalización económica y a la nueva legislación. La mayoría de las leyes y decretos recientemente aprobados en Siria en el ámbito económico no cancelan o anulan las leyes anteriores, dejando sin escudo legal a los “transgresores” que operan inadvertidamente con arreglo a la nueva legislación.

Los miembros del sector privado no son ajenos a las estrategias adoptadas por el régimen y no tienen intención alguna de dar muestras que puedan provocar la sorpresa de los altos cargos del régimen. Actúan y hablan con timidez. La conducta de los candidatos empresariales durante las campañas para el Consejo del Pueblo refleja dicha cautela. Lo mismo puede decirse de su actitud deliberadamente sumisa a la hora de relacionarse con los funcionarios del Gobierno y los medios de comunicación. En su interior –como puede inferirse de las largas conversaciones mantenidas con importantes empresarios– muchos empresarios sirios menosprecian la inteligencia del régimen y algunos dan por hecho que las declaraciones que hacen para alabar sus posturas y políticas triunfantes son percibidas por el régimen como auténticas o como fines propiamente dichos en lugar de medios que conducen a fines no compartidos, como por ejemplo, tratar de ganarse el apoyo del régimen. De hecho, ambas partes están al tanto del juego político que se traen entre manos, por mucho que no sean conscientes de que su propio oportunismo resulta transparente. El régimen, sin embargo, presenta una desventaja estratégica cada vez mayor, puesto que está jugando un juego de suma positiva con el sector privado en un momento en el que el coste de oportunidad del sector privado es muy bajo.

La clave para el régimen es beneficiarse de iniciativas económicas privadas sin pagar un coste político. Cuando el Estado triunfa, ambos se benefician económicamente y el Estado, además, se beneficia a corto plazo en términos políticos. A largo plazo, es muy probable que la situación cambie. Para las grandes empresas, es probable que aumente el coste de oportunidad de la cooperación a largo plazo cuando el coste de oportunidad del r&eacut

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