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lunes, mayo 20, 2024

Sólo hablamos entre nosotros

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Sólo hablamos entre nosotros

Son necesarios dos para bailar el baile de la muerte y hacen falta dos para bailar el baile de la alegría. Nosotros hemos decidido bailar con nosotros, como si los árabes fueran informes, transparentes y no tuvieran nada de valor para decirnos.

Por Daniel Ben Simón Estoy intentando recordar cuándo vi por última vez a líderes israelíes hablando con líderes árabes sobre la paz y no lo logro. En los años recientes, nuestra tendencia compulsiva a hablar sólo entre nosotros sobre un acuerdo con los árabes se ha estado consolidando, como si el conflicto real en el Medio Oriente fuera entre la derecha y la izquierda israelí. Las infructuosas discusiones entre estas dos partes han tenido como meta neutralizar cualquier posibilidad de cambio, por temor a que cualquier paso hacia un acuerdo de paz derive en una guerra doméstica entre judíos. Ya que nosotros estamos predestinados a pelear, es mejor hacerlo contra los árabes. Si la energía de ese tortuoso pensamiento se hubiera invertido en tratar con los líderes palestinos, libaneses y sirios, quizá todo fuera diferente. Quizá estaríamos viviendo en paz con ellos. ¿Es posible que la miserable guerra en el Líbano y la matanza interminable en Gaza sean resultado de la falta de ganas de hablar con nuestros vecinos? ¿Cuándo fue la última vez que nosotros intentamos hablar con los palestinos sobre su futuro y sobre el nuestro? ¿Cuándo fue la última vez que les mandamos señales a los libaneses sobre la firma de un acuerdo de paz? ¿Cuándo fue la última vez que intentamos renovar las negociaciones truncadas con los sirios sobre la posibilidad de llegar a un entendimiento? Por seis años la política israelí ha estado paralizada. Desde que el ex primer ministro Ehud Barak acompañó al presidente de la Autoridad Palestina,Yasser Arafat, a Camp David en julio del 2000, no ha habido ningún contacto serio entre un líder israelí y un líder árabe con quien estuviéramos en conflicto. El resultado es terrible. Israel ha cerrado de golpe las puertas a sus vecinos y ha tomado la determinación de formular acuerdos solo, en un diálogo consigo mismo, mientras ignora a sus vecinos como si sólo fueran un árbol de enebro en el desierto. Es posible que por este insulto, nosotros estemos pagando precios ahora. Tanto las matanzas en Gaza después de la desconexión como la guerra en el Líbano demuestran el fracaso de las decisiones unilaterales. ¿Cómo es posible -se preguntará cualquier individuo razonable- que ellos nos sigan atacando si nosotros nos fuimos del Líbano? ¿Cómo es posible que nos sigan atacando si dejamos Gaza? No es ningún descubrimiento que esta “falta de gratitud” en ambos frentes ha llevado a muchos israelíes a la conclusión de que el odio hacia los judíos está impreso en el genoma musulmán y que el impulso de ir a la guerra está impreso en el carácter árabe. Pero quizás este estallido de agresión se haya alimentado en nuestra naturaleza egocéntrica, en nuestra negativa a relacionarnos con nuestros vecinos, en nuestra renuencia a verlos de cerca. No hay nada que pueda llamarse paz unilateral, así como no hay nada que pueda llamarse guerra unilateral. Son necesarios dos para bailar el baile de la muerte y hacen falta dos para bailar el baile de la alegría. Nosotros hemos decidido bailar con nosotros, como si los árabes fueran informes, transparentes y no tuvieran nada de valor para decirnos. No es que en el pasado no haya habido contactos bilaterales que despertaron alguna esperanza. Sin embargo, pueden contarse con los dedos de una mano. Hace sólo dos meses una amable reunión se celebró entre nuestro nuevo primero ministro, Ehud Olmert; el presidente egipcio, Hosni Mubarak, y el rey Abdullah de Jordania. Cuántas sonrisas que se prodigaron, y cuántas veces se palmearon las espaldas. Olmert fue el mejor. Rió, hizo bromas, fue buen compañero y demostró impresionantes habilidades de comunicación. Habló con todos, excepto con el único asistente a la reunión que justificaba una discusión seria. De hecho, los ayudantes de Olmert trabajaron durante días para evitar que su jefe le diera la mano al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas. Éstos son los logros de la diplomacia israelí en relación con los palestinos durante los últimos seis años: Ehud Barak condujo a Arafat a Camp David, el mismo Barak invitó a Arafat a cenar a su casa, el ex primer ministro Ariel Sharon invitó Abbas a una reunión en la residencia oficial, Olmert dio un abrazo a Abbas. Dos gestos, una conversación y una cena en seis largos años. Es una mala performance para un país enlodado en un conflicto sangriento con los palestinos. Y durante todo este tiempo, Israel se ha ensimismado, rechazando mirar siquiera de soslayo. Lo del Líbano terminó mal y también terminó mal lo de la Franja de Gaza por no haber intentado coordinar las acciones con los involucrados. También estamos pensando en hacer lo mismo con Cisjordania, un cierre de puertas unilateral. En lugar de hablar con nuestros enemigos nosotros hablamos con nuestros amigos, y ni qué decir con nuestros protectores, los norteamericanos, como si fuéramos sus humildes vasallos. Hasta casi hemos adoptado el inglés como lengua madre y el árabe nos parece una amenaza existencial. Por eso, la subordinación de nuestras vidas, nuestros valores y nuestro futuro a los norteamericanos nos ha puesto a prueba. Nosotros nunca hemos estado tan inseguros como lo estamos hoy. Como parte de nuestra desesperación nos estamos rodeando con una pared y convirtiendo el símbolo del renacimiento nacional en un ghetto judío fortificado y cerrado por todos lados. Los israelíes también somos responsables por depositar las riendas del Estado en las manos de fanáticos peligrosos como el diputado Avigdor Lieberman, de Yisrael Beiteinu. “Para las situaciones insanas, se necesita a un insano en el cargo”, dijo la semana pasado un residente de Kiryat Shmona. Si Olmert no ofrece alguna salida pronto y no empieza a hablar con los libaneses y los palestinos y los sirios, la falta de esperanzas seguirá empujando a los israelíes a las soluciones extremas.

La fuente: el autor es columnista del diario israelí Haaretz (“El País”, Tel Aviv). La traducción del inglés pertenece a Sam More para elcorresponsal.com.

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