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domingo, mayo 19, 2024

Saleh, Alí Abdullah

BiografíasSaleh, Alí Abdullah

Ali Abdullah Saleh nació el 21 de marzo de 1942, en Bait Al Ahmar, distrito de Senhan, muhafazah (gobernaduría) de Sanaa.

Recibió formación elemental en una escuela coránica en el pueblo de Kuttab y con 16 años, siguiendo el camino de otros jóvenes sin recursos con deseos de promoción social, se enroló en las Fuerzas Armadas del entonces Reino Mutawakkilí de Yemen, instaurado por el imán Yahya ibn Muhammad al-Mutawakkil en 1918 al término de la ocupación otomana y desde 1926 con el reconocimiento internacional como Estado soberano.

En 1960 Saleh fue aceptado en la Escuela para Cadetes y el 26 de septiembre de 1962 participó en el triunfante alzamiento militar dirigido por el coronel Abdullah as-Sallal contra el imán y rey Muhammad al-Badr. Sallal proclamó la República Árabe de Yemen (RAY, o Yemen del Norte, para distinguirla del Yemen del Sur, que hasta 1967 fue colonia británica y en 1970 adoptó el nombre de República Democrática Popular de Yemen, RDPY) con él de presidente, pero el imán, asistido por Arabia Saudí, reorganizó sus fuerzas para recuperar el poder, dando comienzo la guerra civil.

Saleh fue ascendido a sargento en los primeros momentos de la revolución y a comienzos de 1963 alcanzó el rango de subteniente. Tomó parte en varios combates contra las fuerzas realistas que intentaban capturar Sanaa y en los períodos que no sirvió en el frente -donde cayó varias veces herido- continuó su formación castrense y su progresión en el escalafón. Adiestrado en el arma de caballería, hasta el final de la guerra, en marzo de 1970, con la victoria total de los republicanos (que contaron con la ayuda inestimable, en tropas y armas, del Egipto de Nasser) Saleh estuvo destinado como oficial al mando de tropa o del Estado Mayor en varias unidades blindadas.

Siendo comandante de un batallón al cargo de la defensa del estrecho de Bab al-Mandeb que separa Asia de África fue uno de los implicados en el golpe de Estado que el 13 de junio de 1974 reemplazó a Abdul Rahman al-Iriani, presidente del Consejo Republicano que a su vez había desplazado a Sallal siete años atrás, por el coronel Ibrahim Muhammad al-Hamadi. Éste estableció un Consejo del Mando militar e inauguró una línea exterior abiertamente prosaudí y conservadora, por otro lado no desagradable a Egipto, que bajo Anwar as-Sadat estaba alejándose del nasserismo.

En la agitada etapa que siguió, Saleh permaneció aparentemente desligado de las violentas refriegas en la cúpula del poder político y siguió comandando las guarniciones de la gobernaduría de Taez y el campo militar de Khaled ibn al-Walid, si bien a la postre las riendas del país iban a terminar en sus manos. El 11 de octubre de 1977 Hamadi fue víctima de un oscuro complot nunca aclarado de forma oficial y el 24 de junio de 1978 su sucesor, el teniente-coronel Ahmad al-Hussein al-Ghashmi, fue igualmente asesinado al explotar la maleta que portaba un emisario de la RDPY con el que trataba la tantas veces contemplada y siempre frustrada unificación entre ambos estados. Entonces Saleh estaba al frente del Estado Mayor de las Fuerzas Acorazadas del Ejército.

Estos magnicidios, así como otras asonadas castrenses abortadas, apuntaban tanto a descontentos de índole salarial en unas Fuerzas Armadas tradicionalmente levantiscas como a diferencias ideológicas en torno a la orientación diplomática de la RAY y la actitud frente a la RDPY, por lo demás anclada en un régimen marxista-leninista de obediencia soviética y que presentaba su particular cuadro de inestabilidad; tan sólo dos días después del atentado de Sanaa el presidente suryemení desde 1969, Salim Rubay Ali, fue derrocado y ejecutado en Adén en un golpe de Estado perpetrado por sus camaradas más apegados a la ortodoxia prosoviética.

En la RAY la jefatura del Estado recayó provisionalmente en un Consejo Presidencial dirigido por Abdul Karim Abdullah al-Arashi y en el que se integró Saleh, ascendido de paso a la subjefatura de las Fuerzas Armadas. Finalmente, el 17 de julio de 1978 la Asamblea Popular Constitutiva (Parlamento) le eligió presidente de la República y comandante supremo de las Fuerzas Armadas, cargos de los que tomó posesión al día siguiente.

Al nuevo líder noryemení le costó recomponer las relaciones con su vecino del sur y no menos consolidar su Gobierno frente a las maquinaciones en el seno del Ejército y de la oposición armada. El 12 de septiembre escapó a un atentado y el 15 de octubre se sublevó un sector de la milicia cuando se encontraba de visita en Arabia Saudí. La subsiguiente represión, saldada con el fusilamiento de varias personalidades militares y civiles, no conjuró otra intentona castrense desbaratada en julio de 1979. De entrada, Saleh confirmó la línea moderada proegipcia, prosaudí y proestadounidense del régimen y obtuvo el visto bueno de estos países (Estados Unidos le suministró armamento) para la campaña de hostigamiento militar contra la RDPY, acusada del asesinato de Ghashmi.

La segunda guerra fronteriza interyemení, precedida en 1972 por un episodio similar, terminó inopinadamente el 6 de marzo de 1979 con un acuerdo de cese de hostilidades en Kuwait que fue mediado por la Liga Árabe. El día 29 el mismo escenario reunió a Saleh y a su homólogo sureño, Abdul Fattah Ismail, un marxista recalcitrante, para estudiar la puesta en marcha de la fusión de los dos estados.

En los años siguientes el asunto ganaría o perdería prioridad en las respectivas agendas gubernamentales, pero la indefinición de los calendarios y, sobre todo, las profundas diferencias ideológicas y los diferentes compromisos internacionales de ambos regímenes iban a hacer inviable el proyecto durante una década. Paradójicamente, los períodos de gran beligerancia sirvieron de catalizadores del renqueante proceso.

Así, en agosto de 1981 el Ejército de Saleh hubo de movilizarse a fondo para repeler la invasión del Frente Democrático Nacional (JWD), guerrilla que ya había actuado en la guerra de 1979 por cuenta del régimen de Adén; el 26 de noviembre de 1981 el Gobierno firmó con los rebeldes un alto el fuego y pocos días después Saleh, recién ascendido a coronel, se presentó en la capital suryemení con el objetivo de avanzar en la sempiterna cuestión bilateral. En excelente relación personal con el nuevo hombre fuerte del Sur, Ali an-Nasser Muhammad al-Hasani, Saleh se trajo de vuelta un compromiso para crear un Consejo de Yemen formado por los dos presidentes que supervisaría la labor reunificadora con reuniones semestrales, un Comité Ministerial Conjunto y una Secretaría.

Mientras la situación interna se apaciguaba y las relaciones con la RDPY se encauzaban positivamente, Saleh enfocó sus esfuerzos al desarrollo de la frágil economía nacional; país endémicamente sediento y con recursos naturales sin explotar por falta de medios, la RAY dependía vitalmente de Arabia Saudí, por dos vías: en primer lugar, residían allí un millón de trabajadores emigrados y sus remesas monetarias aportaban la mitad del PIB; y por otro lado contaban la ayuda financiera directa, los suministros energéticos subvencionados y las inversiones del Gobierno de Riad.

Las dos fuentes de ingresos empezaron a mermar a comienzos de los años ochenta y la tendencia se acentúo desde 1985, cuando el rey Fahd, acomodaticio con los intereses de Occidente, provocó un derrumbe de los precios mundiales del petróleo con el aumento de la producción del crudo saudí. El freno a la actividad económica saudí y la necesidad de ahorro hicieron innecesarios a cientos de miles de trabajadores extranjeros, entre ellos los noryemenís.

Por otro lado, el patrocinio saudí distaba de ser fiable, pues Riad siempre receló de un régimen republicano, parcialmente secularizado y que deseaba unificarse con los marxistas del Sur, a sus puertas. Además, una extensa sección de la frontera común estaba pendiente de definir desde la fundación del reino saudí en 1932, y las tensiones y escaramuzas armadas habían menudeado desde entonces.

En la RAY la conciencia de las debilidades estructurales determinó la política exterior, que oficialmente siguió adscrita a la no alineación en los bloques. Sin cuestionar la orientación moderadamente prooccidental del régimen, Saleh se acercó a la URSS y a los países árabes radicales (Libia, Siria, Irak) para diversificar los intercambios comerciales y no desaprovechar cualesquiera aportaciones financieras. En octubre de 1981 viajó a Moscú para renegociar el pago de las armas suministradas (como en Irak, en la RAY los arsenales tenían una procedencia mixta) y el 9 de octubre de 1984 repitió el desplazamiento para suscribir un Tratado de Amistad y Cooperación valedero por 20 años.

Absolutamente identificado con la causa palestina y uno de los pocos líderes árabes con los que Yasser Arafat siempre podía contar (en diciembre de 1983 miles de fedayines que escaparon de la ciudad libanesa de Trípoli al acoso del Ejército sirio fueron acogidos en Sanaa y la organización Al Fatah estableció allí su cuartel general), Saleh figuraba invariablemente en el grupo de dirigentes responsables de la Liga Árabe (LA).

Esta solidaridad con las causas del mundo árabe prevaleció, por ejemplo, sobre la amistad tradicional con Egipto cuando en septiembre de 1979 la citada organización decidió la ruptura total con El Cairo por la política pacifista de Sadat con Israel. Sólo cuando la LA autorizó a sus miembros a decidir por sí mismos la política con respecto al país del Nilo, en noviembre de 1987, Saleh se apresuró a reanudar las relaciones diplomáticas.

El plan quinquenal lanzado en 1982 para potenciar los nuevos cultivos agrícolas tropezó con la penuria de los recursos hídricos, freno decisivo al desarrollo económico, pero el descubrimiento en 1985 de importantes reservas de petróleo en el área de Mareb-Al Jawf suscitó grandes expectativas en un país que veía desolado cómo disminuían de año en año las divisas en concepto de remesas de la emigración. Los primeros embarques de este petróleo comenzaron en diciembre de 1987, pero la mala coyuntura del mercado internacional produjo para las arcas noryemenís unos ingresos muy inferiores a los esperados.

En un país acostumbrado a las mudanzas tempranas y violentas en la cúpula del poder, el Gobierno de Saleh marcó pronto sendos récords de longevidad y estabilidad políticas. Heredero de un sistema esencialmente militar, el mandatario noryemení inició un cauteloso programa de liberalización política y reforma de las instituciones que pasó por la convocatoria, en agosto de 1982, del Congreso General del Pueblo (MSA), una organización a guisa de soporte partidista, con la misión de elaborar un borrador de Constitución y estudiar las modalidades de la unificación con la RDPY, y que de momento, el día 30 de aquel mes, eligió a Saleh su secretario general.

En la segunda mitad de la década de los ochenta Saleh, con un concepto del poder menos personalista y expeditivo que el exhibido por los dictadores Saddam Hussein de Irak y Hafez al-Assad de Siria, mostró sus habilidades para conducir una política de conciliación nacional basada en un doble y, por lo general, frágil equilibrio: por un lado, entre las tribus del interior, bastiones del tradicionalismo y muy autónomas del poder central, y el Ejército, institución más apegada al laicismo y el republicanismo; y por el otro lado, entre los shiíes de la subsecta zaydí (el 59% de la población), y los sunníes de la subsecta shafií (el 39%).

La Asamblea Popular le reeligió para un segundo mandato quinquenal el 23 de mayo de 1983 y para un tercero el 17 de julio de 1988. 12 días antes de esta última renovación se celebraron comicios sin base de partidos a los 128 escaños elegibles del Consejo Consultivo de 159 miembros, el nuevo órgano legislativo. Los candidatos oficialistas obtuvieron la mayoría absoluta, pero se informó que una cuarta parte de las bancas había ido a parar a simpatizantes de los Hermanos Musulmanes.

Paralelamente a este dudoso aperturismo interno, Saleh redobló sus esfuerzos en pro de la unificación, un afán que para algunos observadores servía a la vez de baza populista para acallar las imputaciones internas de autoritarismo. La sangrienta lucha entre las facciones del Partido Socialista de Yemen (HIY) gobernante en la RDPY en enero de 1986, que alcanzó cotas de guerra civil y que terminó con la derrota del bando moderado de Hashani, no perturbó los tratos interyemenís a pesar de las simpatías de Saleh por el derrocado.

El nuevo hombre fuerte de Adén, Haydar Abu Bakr al-Attas (el cabeza de los radicales prosoviéticos, Fattah Ismail, pereció en los combates), contribuyó a la distensión al darse cuenta del repliegue de la potencia tutelar, la URSS, y de que sin la asistencia de Moscú la RDPY se desmoronaría. Así que se alió con Saleh para llevar a cabo la fusión entre los estados.

En julio de 1986 los dos dirigentes sostuvieron un encuentro preliminar en la capital de Libia y el 4 de mayo decidieron en Sanaa resucitar el esquema institucional de transición a la unificación elaborado en 1981. Asimismo, acordaron elaborar un borrador de Constitución única, retirar las tropas a ambos lados de la frontera y ampliar la coordinación económica.

El 1 de diciembre de 1989 Saleh visitó Adén con motivo del 22º aniversario de la independencia de la RDPY y allí anunció con Attas la terminación del borrador de Carta Magna, que establecía un Parlamento elegido por sufragio universal y el modelo pluripartidista. El 18 de febrero de 1990 una nueva cumbre en la capital del Sur determinó la creación del único Estado para noviembre. Poco antes había entrado en vigor la supresión de los visados fronterizos y las aduanas, siendo un hecho la libre circulación de personas y mercancías.

El proceso de fusión se desarrollaba sin pausas, pero la constatación de resistencias en ambos países aconsejó a Saleh acortar drásticamente el plazo. El meollo de las discordias era la posición de la sharía o ley islámica en el sistema legal del Estado. Saleh pactó con Attas que aquella gozaría de la preeminencia propia de una Constitución que proclamaba su observación de las reglas del Islam, pero los tradicionalistas y fundamentalistas norteños exigían su consagración como suprema y exclusiva fuente de derecho, mientras que sectores del HIY temían la pérdida de determinadas conquistas sociales de índole progresista.

Los saudíes trataron por todos los medios de abortar una fusión que podría conformar un promontorio de veleidades laicistas, progresistas o simplemente democráticas en el extremo sur de la península arábiga, y, sin fiarse de las garantías de Saleh de que el izquierdismo sudista no dominaría la política yemení, azuzó levantamientos de las tribus tradicionales, que se sumaron a una serie de atentados terroristas atribuidos a sectores fundamentalistas. A la vista de estos imponderables, Saleh decidió terminar de inmediato con la división artificial del país legada por el colonialismo.

El 21 de mayo de 1990 los respectivos parlamentos aprobaron (por unanimidad el del Sur, con algunas reticencias el del Norte, que de paso decidió conceder a Saleh el rango de teniente general) aprobaron la carta de fusión y al día siguiente los presidentes proclamaron en Adén la República de Yemen. Saleh se convirtió en jefe del Estado como presidente de un Consejo Presidencial de cinco miembros que completaban un vicepresidente del sur, dos miembros del norte y otro miembro del sur.

Attas se convirtió en primer ministro del Gobierno y el elenco de instituciones interinas incluyó asimismo un Consejo Asesor de 45 miembros y una Asamblea de Representantes de 301 miembros, consistentes en los 159 legisladores del Consejo Consultiva del norte, los 111 del Consejo Popular Supremo del sur y 31 más nombrados por el Consejo Presidencial. La Constitución fue ratificada en referéndum el 15 de mayo de 1991 con el 98,3% de síes, pero con una participación de sólo el 52%, cifra sorprendentemente baja por cuanto que el histórico evento había sido saludado entusiásticamente en las calles, pero debida al boicot predicado por las tribus y los musulmanes rigoristas, dos colectivos en trance de articularse políticamente y de oponer una fuerza nada desdeñable a la alianza del MSA y el HIY.

Como artífice de la reunificación Saleh cobró prestigio entre su pueblo y en el mundo árabe, pero un inmediato acontecimiento internacional, la invasión por Irak de Kuwait el 2 de agosto, aguó las fanfarrias optimistas sobre el porvenir inmediato del flamante Estado, y de hecho constituyó un completo desastre. Saleh estaba en deuda con Saddam Hussein, al que había apoyado cuando la guerra con Irán (enviándole, incluso, algunas unidades de combate), por su aporte generoso a la unificación, bien al contrario que Arabia Saudí.

De hecho, en septiembre del año anterior Yemen del Norte había integrado a Irak en una tríada de países amigos junto con Egipto y Jordania en un foro denominado Consejo de Cooperación Árabe, que sostuvo su primera cumbre en Sanaa. Por otro lado, las calles del país se convirtieron en un hervidero de manifestantes apoyando a Saddam Hussein y, como sucedió en Túnez o en Jordania, el mandatario yemení no podía descuidar los gestos populistas de solidaridad con la otra república árabe; más aún, Saleh se distinguió durante toda la crisis por su apoyo incondicional a Irak y se declaró dispuesto a ofrecer a Saddam la ayuda que precisase.

La responsabilidad y protagonismo de Yemen en la crisis tenían relevancia, ya que en el momento de la invasión era el único representante árabe en el Consejo de Seguridad de la ONU, como uno de los 10 miembros no permanentes. La delegación yemení se abstuvo en casi todas las resoluciones de condena y sanción a Irak, llegando a votar en contra de la que ultimó, el 29 de noviembre, a la retirada del emirato bajo amenaza de intervención militar. En la reunión urgente de la LA el 3 de agosto Yemen fue uno de los cinco países que votaron en contra de una resolución de condena de la acción irakí.

Empero, Saleh, como los demás líderes de la región, deseaba evitar a toda costa una guerra en el golfo Pérsico por sus incalculables consecuencias (temía en particular una invasión saudí al socaire de la acción aliada contra Irak) y emprendió una frenética carrera diplomática en vísperas de la campaña de bombardeos contra el país mesopotámico. El 5 de diciembre acudió a Bagdad a una reunión con Saddam, Arafat y el rey Hussein, pero en enero de 1991 Yemen presentó ante el Consejo de Seguridad de la ONU un plan de paz que incluía la retirada incondicional irakí de Kuwait, el cual no prosperó.

Tras la derrota de Irak, Saleh no tuvo otro remedio que someterse al embargo internacional de petróleo contra Bagdad, pero pagó muy caro su apuesta por el caballo perdedor. Arabia Saudí impuso el visado a los 800.000 yemenís residentes y de entrada éstos fueron expulsados sin contemplaciones de vuelta a su país, mientras que el conjunto de las monarquías del Golfo y algunos países occidentales, a los que tan trabajosamente se había acercado Sanaa, cortaron su cooperación al desarrollo y líneas de crédito. La brutal caída de los ingresos del Estado desequilibró aún más la balanza comercial deficitaria, empeoró la deuda exterior (que superó al PIB), desvalorizó la moneda, el rial, y disparó la inflación, por no hablar de los efectos funestos sobre el desempleo.

No obstante el desbarajuste financiero y diplomático de resultas de la crisis del Golfo, y el calentamiento del clima político por los alborotos tribales y los atentados, no pocas veces mortales y con tonos de vendetta, contra personalidades de las antiguas élites políticas del norte y, en especial, del sur, Saleh se ratificó en la apertura democrática que, en su opinión, debía acompañar a la unificación.

El 27 de abril de 1993 tuvieron lugar las primeras elecciones legislativas a la Asamblea de Representantes y obtuvieron representación ocho partidos, encabezados por el MSA con 121 escaños, la Asociación Yemení por las Reformas (TYI), pujante coalición de fundamentalistas urbanos y poderes tribales, con 62 escaños y el HIY, con 56, casi todos obtenidos en el territorio de la antigua RDPY, donde fue la fuerza más votada. 47 candidatos fueron electos con la etiqueta de independientes, si bien muchos se unieron luego al grupo del MSA, que alcanzó así una mayoría de 146 diputados. El Gobierno siguió presidido por Attas y se configuró en coalición cuatripartita con la adición del TYI y el minúsculo partido Baaz.

La alianza del MSA y el HIY entró en crisis ya antes de los comicios cuando no prosperó un intento de fusión partidista. El caso es que el antiguo poder de Adén empezó a exteriorizar su disgusto por el vericueto que estaba tomando la unificación, interpretada como una mera absorción de la RDPY más débil, y en el HIY se articuló una facción soberanista que encontró aliados en la oposición política local.

Las mutuas suspicacias presidían la lenta integración de los dos ejércitos, que seguían virtualmente separados en mandos y tropa, y el entramado levantado por Saleh empezó a fracturarse por la soldadura que ligaba precariamente islamismo y tradicionalismo por un lado y secularismo y socialismo por el otro. Los jefes del HIY se inquietaron por la campaña de atentados, de inequívoca impronta islamista, que sufría el sur y tampoco se acostumbraron al complicado ejercicio de componendas con los tradicionalistas tribales característico de Saleh. A partir de agosto de 1993 menudearon los incidentes armados entre unidades de los dos ejércitos.

La vida nacional quedó paralizada el 11 de octubre de 1993 cuando la Asamblea de Representantes reeligió a los miembros del Consejo Presidencial pero el vicepresidente Ali Salem al-Baid, a la sazón secretario general del HIY, rehusó personarse en Sanaa para la jura del cargo alegando que su vida corría peligro allí. Baid condicionó su retorno al Consejo a la detención de los autores de los últimos crímenes contra miembros de su partido y a la adopción de un paquete de reformas sobre la desmilitarización, modernización y descentralización del país, en las que se atisbaba una demanda de federalismo.

En febrero y abril de 1994, mientras se generalizaban los incidentes y hasta los combates de envergadura entre tropas nordistas y sudistas en distintos puntos del país, Saleh y Baid sostuvieron rondas de conversaciones respectivamente en Ammán y Mascate, pero el espíritu de reconciliación no prevaleció. El 5 de mayo el país se sumergió en la guerra civil abierta cuando Saleh decretó el estado de emergencia para “neutralizar a los elementos separatistas” y acusó a Baid de “conducir a la nación al abismo del fratricidio”. Para el jefe del Estado no cabían dudas del plan de separación violenta ejecutado por un núcleo de dirigentes sudistas, cuyos prolegómenos habían sido el boicot a las instituciones nacionales y las provocaciones contra acuartelamientos del Ejército.

La contienda entre, según la fraseología de Sanaa, “lealistas” y “separatistas”, fue tan breve como cruenta, con el concurso de grandes operaciones terrestres, bombardeos aéreos (el castigo a objetivos políticos y militares de las respectivas capitales fue constante desde el primer día) y hasta de misiles. La proclamación el 21 de mayo por Baid desde su baluarte en las montañas de Hadramut de la República Democrática de Yemen, con él de presidente, fue un acto vano porque no recibió ningún reconocimiento internacional, ni siquiera de Arabia Saudí, evidentemente interesada en el malogro de un Yemen unificado con ínfulas democratizadoras.

La superioridad del Ejército de Sanaa, al que se sumó el grupo de Hashani, cabeza de los “socialistas unionistas”, iba a imponerse y tras varios días de batallas encarnizadas los nordistas entraron en Adén el 5 de julio. El 7 de julio Saleh anunció la victoria total y el 27 levantó el estado de emergencia y ordenó la liberación de los miles de prisioneros capturados. La guerra civil había engullido alrededor de 8.000 vidas.

El presidente expresó su voluntad de restañar las heridas y en un primer momento prometió la amnistía “plena y completa” para los cabecillas de la aventura secesionista, pero Attas (que había sido destituido por Saleh el 9 de mayo por sospechoso de simpatizar con la causa sudista y que, efectivamente, se había integrado en el Gobierno independentista) puso en marcha desde su refugió saudí un Frente Nacional de Oposición. Baid, por el contrario, comunicó desde Omán su retirada de toda actividad política.

Si bien el HIY, convenientemente purgado de la facción soberanista, fue autorizado a seguir operando, sus cuadros estuvieron sometidos a la vigilancia y el acoso policiales. Las promesas de reconciliación hechas por Saleh quedaron bien en cuestión cuando el 28 de septiembre de 1994 el legislativo adoptó una serie de enmiendas constitucionales que por un lado confirmaron a la sharía como única fuente de derecho y por el otro consagraron la supremacía del MSA y de su líder en particular.

Así, el Consejo Presidencial fue disuelto y el 1 de octubre Saleh fue investido presidente de la República, sólo flanqueado por un vicepresidente de su partido, el general Abdul Rab Mansur al-Hadi. Cinco días después se constituyó un Gobierno bipartito sin ministros socialistas. El caso es que los ejemplos de revanchismo nordista se multiplicaron, quedando de hecho el sur enteramente sometido a la Policía y los tribunales de justicia de Sanaa.

La conflagración había provocado también enormes daños en la infraestructura productiva, y ante el cúmulo de alarmas económicas el Gobierno adoptó en 1995 un nuevo plan quinquenal negociado con el FMI y aprobado por el V Congreso del MSA. Caracterizado por un modelo de desarrollo ajustado, el plan pasaba por la convertibilidad del rial, el incrementos de los precios, los recortes laborales en la función pública, desregulaciones y privatizaciones, todo lo cual generó inevitablemente tensiones sociales.

Adén, potente plaza comercial por su puerto franco, vio reconocida su condición de capital económica del país. El Estado esperaba aumentar los ingresos estimulando los flujos de mercancías e inversiones foráneas y con el bombeo de nuevos pozos de petróleo y, en especial, de los importantes yacimientos de gas, que debían convertir a Yemen en un importante exportador de hidrocarburos.

Otra de las reformas constitucionales de 1994 estableció la elección directa del presidente de la República y el 23 de septiembre de 1999 tuvieron lugar los históricos comicios. Aunque su reelección para un nuevo quinquenio estaba certificada de antemano, Saleh se batió con un contrincante, más bien testimonial y salido de su propio partido, Najib Qahtan ash-Shaabi, hijo del primer presidente de la RDPY, Qahtan Muhammad Abdul Latif ash-Shaabi. Con una participación del 66% Saleh obtuvo el 96,3% de los votos.

El proceso electoral presentó al mismo tiempo característica democráticas -para los parámetros regionales- y de signo bien contrario, ya que si por un lado se trató de la primera elección popular de un líder en la península arábiga (además, en ningún otro país de la misma tenían las mujeres reconocido el derecho al sufragio), por el otro todos los demás partidos, o boicotearon activamente la consulta o no presentaron candidato. El aspirante del HIY de hecho fue vetado sin contemplaciones por la Asamblea.

El antiguo partido único del Sur ya se había marginado de las elecciones legislativas celebradas un bienio antes, el 27 de abril de 1997, por no considerarlas ni libres ni limpias. El MSA se apuntó una contundente mayoría absoluta de 187 escaños (a los que se añadieron un buen puñado de los 54 obtenidos por candidatos sin lista), de manera que en lo sucesivo el TYI dejó de servir a los intereses del poder y este partido se deslizó a una oposición no exenta de ambigüedades.

El sistema político yemení bajo Saleh carece de cualquier movilidad, pero funcionalmente se presenta más evolucionado que el egipcio (donde el presidente es ritualmente aclamado por el Parlamento) y desde luego que el sirio (donde rige el partido único). El MSA no llega -todavía- a los niveles de hegemonismo de sus equivalentes en Mauritania o Túnez, pero el pluralismo parlamentario es considerablemente mayor en Líbano o Marruecos (donde por otro lado el jefe del Estado no es elegible directamente), así como en Argelia.

La política exterior del presidente yemení desde 1994 ha buscado recomponer los lazos con el mundo árabe e Irán. También ha liquidado los dos contenciosos territoriales: el de Arabia Saudí (a donde viajó en junio de 1995 por primera vez desde la unificación), con el acuerdo firmado en Jeddah el 13 de junio de 2000 por el que renunció al argumento irredentista de las regiones perdidas desde los años treinta, y el de Eritrea por la delimitación de la frontera marítima en el estratégico islote de Gran Hanish, en la entrada del mar Rojo, que en diciembre de 1995 ocasionó un serio encontronazo militar: en octubre de 1996 las partes decidieron recurrir al arbitraje internacional y en diciembre de 1999 el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya dictaminó en favor de Yemen.

La normalización diplomática no ha descuidado las otrora notables relaciones con Occidente; Saleh prestó sendas visitas a Francia, en octubre de 1997, y Estados Unidos, en abril de 2000 (hasta entonces, la única recepción por el inquilino de la Casa Blanca se remontaba a enero de 1990). Ahora bien, el espectacular atentado islamista del 12 de octubre de 2000 contra un destructor de Estados Unidos atracado en Adén, que mató a 17 marineros, dañó a todas luces las poco fluidas relaciones con Washington y puso sobre el tapete el auge de las actitudes islamistas radicales en Yemen después de que Saleh diera el visto bueno a la prelación de la sharía. El ataque se vinculó a la red terrorista Al Qaeda del multimillonario saudí Osama bin Laden.

La reacción de las autoridades yemenís fue desatar una vasta campaña represiva en los sectores religiosos, pero el atentado de Adén fue sólo un episodio de impacto internacional en un contexto de desasosiego social y de fragilización de la seguridad, en el que menudean los raptos de extranjeros y miembros de las fuerzas de seguridad por las tribus, los enfrentamientos entre musulmanes rigoristas y adeptos a cultos tradicionales, y el hostigamiento gubernamental contra periodistas y activistas contestatarios.

Desde el punto de vista jurídico, la perpetuación en el poder de Saleh se entrevió en las enmiendas a 17 artículos de la Constitución aprobadas por la Asamblea el 23 de agosto de 2000. La reforma suponía la extensión del mandato presidencial de los cinco a los siete años y el del legislativo de los cuatro a los seis. Así, las elecciones legislativas quedaron pospuestas hasta 2003 y las presidenciales hasta 2006. Según este esquema, Saleh podrá aspirar entonces a un mandato constitucional que se considerará, no el tercero, sino el segundo. 2013 se prefigura, por tanto, como la nueva fecha límite para su ejercicio al frente del Estado.

Además, se reforzaron los poderes del presidente con la facultad de disolver el Parlamento, cuyas leyes aprobadas, de paso, dejaron de tener carácter vinculante y adquirieron la condición de “recomendaciones”. A mayor abundamiento en la cortapisa de la labor de la asamblea elegida popularmente, se instituyó un Consejo Consultivo de 111 miembros nombrados por el presidente que asumiría tareas legislativas en un remedo de Cámara Alta. Para la oposición, estos cambios legales, sancionados en referéndum el 20 de febrero de 2001 con el 73,3% de los votos, supusieron un retroceso democrático decisivo.

Por otro lado, Saleh, engalonado como mariscal por la Asamblea el 24 de diciembre de 1997, atrajo la atención internacional por su actitud en la cumbre extraordinaria de la LA celebrada en El Cairo en octubre de 2000 para estudiar los graves acontecimientos en los territorios ocupados y autónomos palestinos. En aquella ocasión el mandatario yemení se puso al frente de los halcones que exigían una acción contundente del mundo árabe contra Israel, pero su prédica belicista fue rechazada por las monarquías del Golfo, Egipto, Siria y Jordania.

La fuente: Fundación Cidob (www.cidob.org)

(Última actualización: 3 septiembre 2001)

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