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domingo, mayo 19, 2024

Dos magnicidios en el horizonte

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Dos magnicidios en el horizonte

Nunca antes dos gobernantes tomaron tantas precauciones y fueron tan protegidos como Sharon y Abbas con el ánimo de impedir una muerte violenta. No obstante, jamás el anuncio de un asesinato político tuvo resonancias tan estridentes como en la actualidad. Es factible no sólo porque muchos lo desean y auspician. Lo es porque se ha producido una radical mudanza en el carácter y en el rumbo del conflicto palestino-israelí.

Por Joseph Hodara

El asesinato de líderes políticos no es novedad en el Medio Oriente. El egipcio Anwar el Saadat y el israelí Yitzhak Rabin constituyen nombres ineludibles en cualquier recordatorio. No son los únicos. Cabe agregar protagonistas hoy olvidados en la historia nacional de Turquíia, Irak y Siria, amén de dirigentes militares e intelectuales que fueron eliminados sin piedad alguna cuando se transformaron en amenaza para los elementos gobernantes. Sin embargo, el magnicidio sorprende al más enterado cuando las circunstancias políticas y culturales parecen anunciar nuevos tiempos, en los que prevalece la sensata negociación.

Tal es el cuadro que Ariel Sharon y Mahmud Abbas procuran esbozar en vísperas del repliegue israelí de Gaza, evento que modelará el futuro de esta región en los próximos años. Si tiene efecto, se abrirán posibilidades de reconciliación entre israelíes y palestinos; si se frustra, los dos bandos persistirán en un sangriento pugilato que hasta la fecha sólo ha conllevado tragedias y muerte. Pero en cualquier caso, la vida de estos dos lideres -o de algunos de sus más importantes colaboradores- sucumbirá como si se tratara de un insoslayable y propiciatorio sacrificio ritual.

He aquí la primera paradoja: nunca antes dos gobernantes tomaron tantas precauciones y fueron tan protegidos como Sharon y Abbas con el ánimo de impedir una muerte violenta. No obstante, jamás el anuncio de un asesinato político tuvo resonancias tan estridentes como en la actualidad. Es factible no sólo porque muchos lo desean y auspician. Lo es porque se ha producido una radical mudanza en el carácter y en el rumbo del conflicto palestino-israelí. Si hasta los últimos meses el litigio entre ellos respondía a necesidades internas de las partes, es decir, una lógica de enfrentamientos dirigidos a disimular y oscurecer dilemas y aprietos que abruman a las dos sociedades, en la actualidad la violencia ostenta caracter civil. Nace y crece dentro de cada una de ellas. En breve, la guerra civil, maá que el intercambio de terror y agresiones, preocupa a los dos bandos.

Y la segunda paradoja: cuanto más Sharon y Abbas vocean proclamas en favor de la paz, se multiplican en superior medida el número y la calidad de sus rivales políticos e ideológicos. Como si las brutalidades de otros tiempos se negaran -por oscuras y profundas- a abrir paso a inclinaciones algo más promisorias.

El probable asesinato de Ariel Sharon es noticia anunciada desde hace un par de años. Al proponerle al presidente Bush a mediados de 2003 la intención de ordenar el repliegue de 21 colonias situadas en los linderos de Gaza, el primer ministro israelí suscitó de inmediato la feroz oposición de su Partido Likud y en general de la extrema derecha laica y religiosa de Israel. Incluso las propias fuerzas armadas elevaron objeciones después de conocer una decisión sobre la cual no fueron consultadas. Las críticas a Sharon cobraron brusquedad y filo desde entonces. “Traidor” fue el adjetivo más suave que se le dirigió. Se le ha llamado “converso” (es decir, no judio), “antisemita” y “nazi”. Presuntas cualidades que lo deslegitiman y descalifican no sólo como líder politico sino como simple ciudadano en un medio signado por un efervescente nacionalismo. Los temores por su vida crecen al paso de la proximidad de la evacuación, anunciada para el 15 de agosto. Los servicios secretos de seguridad vigilan escrupulosamente su diaria jornada; al mismo tiempo procuran infiltrarse en los grupos de los cuales podría emerger el posible asesino. Sin embargo, el anunciado magnicidio parece incontenible. Y si Ariel Sharon no será la victima en los hechos, alguien de sus colaboradores cercanos habrá de serlo en términos simbólicos.

El asesinato de Mahmud Abbas, en contraste, no era imaginable hasta las últimas semanas. Legítimo sucesor de Yasser Arafat por sus antecedentes en la guerrilla y en la diplomacia, Abbas se afanó en proyectar una cordial disposición al diálogo sin prescindir de censuras y reproches a las actitudes belicosas de Sharon. Muchas circunstancias operan en su contra: la heterogeneidad y la rivalidad de las agrupaciones militarizadas palestinas; una burocracia ineficiente y corrupta; la ausencia de continuidad territorial entre la Cisjordania que tiene a Ramallah como capital y la Franja de Gaza, un hecho que lo obliga a trasladarse de un espacio a otro sólo si goza del permiso israeli, y, en fin, la hostilidad o al menos la suspicacia de algunos gobiernos árabes -Siria en especial- que inconfesadamente temen la gestación de un Estado palestino pujante.

La oposición a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) conducida por Mahmud Abbas se ha fortalecido en los últimos días. Los principales dirigentes del Hamas -Hassan Yussef, en Ramallah, y Mahmud Azaher, en Gaza- reiteran que ya no tienen confianza en Abbas (en rigor, jamás la tuvieron) y que no se inclinan a desmilitarizar a sus fuerzas a fin de gestar un ejército palestino apegado a una única cadena de mando. Por lo contrario, Hamas no habrá de renunciar al control de la Franja, especialmente después del repliegue israelí. En esta perspectiva, Israel desalojará a los 8.000 colonos debido a la constante ofensiva de esta agrupacion; merecen, por lo tanto, no sólo crédito y reconocimiento por esta tenaz actitud sino también un lugar hegemónico en la Autoridad Palestina. Si esta reclamacion no es aceptada por Abbas, Hamas responderá con un amotinamiento popular que conduciría ya sea a un cambio de figuras políticas, ya sea a la escisión geográfica de Gaza respecto de Cisjordania.

Este complicado ajedrez aproxima, a mi juicio, la posibilidad de varios asesinatos políticos en el Medio Oriente. Un magnicidio en el liderazgo palestino me parece el más probable. A pesar de que Mahmud Abbas cuenta con la protección de guardaespaldas leales asesorados por servicios norteamericanos de inteligencia, su debilidad es notoria. Si sus gestiones en Damasco fracasan y si se empecina en desmilitarizar a Hamas sin haber gestado previamente una sólida base de poder, Mahmud Abbas conocerá la trágica suerte de otros líderes regionales que procuraron implantar un clima de sosegada negociación entre árabes e israelíes. Un magnicidio que acarrearía trágicas consecuencias para los palestinos: la erupción de violentos enfrentamientos civiles y la consolidación del dominio israelí en amplias porciones de la Cisjordania. Escenario que tomará aún más fuerza y nitidez si el asesinato anunciado de Sharon llegara a verificarse.

Con estas líneas su autor propone pronosticos con el objeto y la aspiración de que sean desmentidos. Sin embargo, no puede descartar absolutamente la realidad que los inspira.

La fuente: el autor profesor en el Departamento Interdisciplinario de Ciencias Sociales, Universidad Bar Ilan, Israel.

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