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El lapsus ratisbonæ

Opinion/IdeasEl lapsus ratisbonæ

El lapsus ratisbonæ

El discurso del papa Benedicto XVI en la Universidad Ratisbona causó reacciones iracundas y una inquietante serie de malentendidos, que podían evitarse si las citas sobre Manuel II Paleólogo hubieran sido puestas en su debido contexto.

Por Pablo Tornielli

lapsus. (Del lat. lapsus, resbalón). 1. m. Falta o equivocación cometida por descuido. (Diccionario de la Real Academia Española)

El 12 de septiembre de 2006, el papa Benedicto XVI dio un discurso en la Universidad de Ratisbona (Regensburg) titulado “Fe, razón y universidad. Memorias y reflexiones”, en el marco de su encuentro con los representantes de la ciencia. Comenzó recordando sus inicios como profesor universitario, casi cincuenta años antes, y rindió tributo a la tradición de dicha universidad, en la que convivían (a veces no sin controversia) la razón y la fe, pues entre otras unidades académicas tenía dos facultades de teología.

En resumen, Su Santidad estaba explicando a universitarios, académicos y científicos que la fe y la razón son por naturaleza dos conceptos bastante amigables entre sí. Después de todo, era un religioso en un ambiente como el académico, donde el escepticismo religioso es frecuente. Tal vez a esto se deba que haya mencionado algunos hechos que sugerían la existencia de una relación más bien cordial entre los conceptos de fe y razón, como su doble carácter de profesor universitario y sacerdote, o la convivencia de la teología con las disciplinas científicas. Incluso citó una frase algo sarcástica de un profesor ateo: “Esta cohesión interior en el cosmos de la razón no fue perturbada ni siquiera cuando una vez circuló la noticia de que un colega había dicho que había algo extraño en nuestra universidad: tenía dos facultades que se ocupaban de algo que no existe: Dios. El que aún frente a un escepticismo tan radical siga siendo necesario y razonable preguntarse acerca de Dios por medio de la razón, y que esto deba hacerse en el contexto de la tradición de la fe cristiana: esto, en el conjunto de la universidad, era una convicción indiscutida”.

Todas estas afirmaciones de Su Santidad en Ratisbona deben de haber resultado gratamente diplomáticas a los oídos del auditorio. Parecían dichas, en definitiva, en el ámbito apropiado, incluyendo la oscura cita atribuida a un déspota medieval que ha generado una reacción tan tremenda.

Ocurre que en el mundo de hoy, y cuando se trata de una personalidad de la relevancia del Papa, no hay ámbito. No importa dónde se diga la frase, el mundo entero la oirá. El antecesor de Benedicto, Juan Pablo II, era extraordinariamente hábil en el manejo de los contextos, los gestos, los ámbitos y la selección de palabras; por eso, sin resignar una sola coma de la doctrina más estricta (que estaba al cuidado, dicho sea de paso, del propio cardenal Ratzinger) se ganó la simpatía de, entre otros, judíos y musulmanes. Fue recibido como prócer en la mezquita de los Omeyas en Damasco. Viajó por casi todo el mundo aplaudido por multitudes. Encontró cierta frialdad en Atenas, por motivos que Manuel II seguramente habría comprendido muy bien.

Un déspota medieval

Benedicto XVI citó en su discurso al “docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo”, en el curso de un diálogo con un persa anónimo que dató cerca de 1391. El bizantino habría desarrollado la idea de un Dios de naturaleza pacífica, en contradicción con la idea de violencia, y le habría reprochado al profeta del Islam la “directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”, la práctica de la conversión forzada y en general la idea de un Dios no identificado con la razón.

En el contexto de una clase en la Universidad de Ratisbona, estas palabras no estaban predestinadas a encender hogueras de ira. El problema es que, precisamente, el contexto era otro; el auditorio no era un grupo de universitarios, sino el mundo entero.

El propio Adel Theodore Khoury, teólogo libanés residente en Alemania, uno de cuyos escritos fue la referencia de Benedicto XVI, dijo en una entrevista concedida a la Deutsche Presse-Agentur (publicada entre otros medios en el Schwäbische Zeitung del 15 de septiembre de 2006) que él hubiera deseado una mayor contextualización. “Dos o tres líneas habrían tenido mucho efecto”, dijo el estudioso de 76 años, ex decano del departamento de teología de Münster, quien agregó que “Manuel II hablaba como todos lo hacían en la Edad Media”. En realidad hay bastante que decir acerca del contexto en que el rey bizantino habría escrito la ahora tristemente famosa frase.

Manuel II vivió en una época en que soberanos y príncipes parecían empeñados en competir entre sí para obtener el título del más sanguinario, el más codicioso y el más traicionero. No deja de ser sugestivo que en su época, el título de déspota (desp?t??), que él ostentó, era un cargo, no un insulto. Los titulares de los “despotados” de la época dieron tal fama al término que hoy sólo es usado como sinónimo de opresor.

Manuel II casi no supo qué era la paz, pues se pasó la vida haciendo la guerra, según el caso, contra su hermano, contra los genoveses, contra los serbios y especialmente contra los otomanos, aunque en diversos períodos se les asoció o les rindió vasallaje.

La contraparte habitual de Manuel II no eran sosegados y estudiosos persas como el del diálogo citado por Benedicto XVI, sino sátrapas otomanos y conspiradores venecianos o genoveses. Para Manuel II el Islam estaba representado principalmente por Murad I o su hijo, el fratricida Bayaceto. Tampoco debía de tener una imagen agradable de Roma, ya que las huestes de la Cuarta Cruzada habían destruido y saqueado sin piedad Constantinopla un par de siglos antes, un episodio que dio origen a rencores que duraron siglos (y con los que tuvo que lidiar Juan Pablo II). Fueron los propios ancestros de Manuel II, los Paleólogo, quienes se encargaron de recuperar la capital de manos del régimen establecido por los cruzados.

Un error crucial

Si nos ubicamos en una conversación real o imaginaria ocurrida en plena guerra contra los otomanos, lo más probable es que todo esto tuviera más gravitación en el estado de ánimo de Manuel II que la interpretación de una determinada aleya coránica. Sin embargo, Benedicto XVI dijo en su discurso: “Seguramente el emperador sabía que en la azora 2:256, se lee: “No hay coacción en los asuntos de fe”. Es una de las azoras del período inicial, dicen los expertos, en el cual Mahoma mismo todavía carecía de poder y estaba bajo amenaza. Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones desarrolladas posteriormente y fijadas en el Corán acerca de la guerra santa”.

Al suponer que la azora número 2 del Corán, conocida con el título de “La vaca”, pertenece al período inicial, comete Su Santidad un notable error. Al contrario, dicha azora o capítulo pertenece sin la menor duda a la etapa de Medina, es decir la etapa final de la revelación coránica; no hay sobre esto discusión entre los expertos. El capítulo tiene todos los rasgos de las azoras medinenses, desde el estilo de cada una de las aleyas o versículos, más largas y menos rimadas que las de la etapa inicial, hasta el tipo de temas que aborda, relacionados con las normas que rigen la comunidad de los creyentes. En particular, nunca han discutido los expertos, musulmanes o no, que la aleya 256 de la azora segunda corresponde al período final de la revelación coránica, aunque se cree que las aleyas 284 a 286 del mismo capítulo sí pertenecen a la etapa de La Meca.

Las aleyas de la época mecana, aunque son las más antiguas, se concentran hacia el final del Corán, cuyos capítulos o azoras no están ordenados por orden cronológico sino por una combinación de orden temático y por longitud, con los capítulos más breves al final. Las aleyas mecanas son breves, sonoras (tienen la “rimada prosa alcoránica” de la que habla Borges en su poema “Ronda”), y se refieren a los artículos de la fe islámica, mientras que las aleyas medinenses, las reveladas cuando Mahoma era ya el jefe de una comunidad, son de carácter más social y político.

Una interesante interpretación coránica, histórica y a la vez comprendida dentro de la doctrina islámica ortodoxa, es la de Sáyed Abu al-A’la al-Maududi, que en su monumental Tafhim al-Qur’an (“Comprensión del Corán”) dice respecto de la segunda azora: “Luego de la migración a Medina, la lucha entre el Islam y el anti Islam había entrado también en una nueva fase. Antes de esto los creyentes, que habían propagado el Islam entre sus propios clanes y tribus, tenían que enfrentarse a sus oponentes a su propio riesgo. Pero las condiciones habían cambiado en Medina, donde habían llegado musulmanes de todas partes de Arabia, se habían establecido como una comunidad y habían constituido una ciudad estado independiente” (Sáyed Abu al-A’la al-Maududi, Tafhim al-Qur’an, introducción a la azora número 2, “La vaca”).

La conjetura de Benedicto XVI, por lo tanto, parte de un error fáctico crucial: suponer que la azora en cuestión pertenece al período de La Meca, en el cual “Mahoma mismo todavía carecía de poder y estaba bajo amenaza” (sic). El contexto es exactamente el opuesto.

Semiología y fe

El error de Ratisbona, por supuesto, no clausura la discusión. Podría alegarse que la intención papal fue decir que el versículo 2:256 pertenece a los primeros años de la etapa de Medina, como muchos expertos sostienen, y que este es el sentido de la expresión “período inicial”; algo así como “período inicial de la etapa final”. También podrá compararse dicho versículo con otros menos pacíficos, que a su vez habría que contextualizar con episodios concretos de la época.

La cita de un libro religioso no alcanza para pronunciar un juicio, favorable o desfavorable, sobre toda una religión. Hay que prestar atención al contexto que incluye, entre otras cosas, los tiempos y lugares. El Islam, en líneas generales, tiene un mejor registro histórico en materia de libertad religiosa que el Cristianismo, pero esta afirmación ciertamente no es aplicable a la época de Manuel II y a los jerarcas otomanos con quienes le tocó lidiar. La filosofía en la que brillaron los antiguos griegos ya ingresó hace tiempo a los discursos religiosos (piénsese en Averroes, Maimónides o Santo Tomás). Puesto que, como hemos visto, incluso los más estrictos ulemas aceptan interpretaciones del Corán a la luz de elementos contextuales, tal vez sea la hora de que además de “razón y fe” pueda hablarse también de “semiología y fe”. Esto podría evitar episodios como el lapsus ratisbonæ.

La fuente: La fuente: El autor es un abogado argentino, con estudios de Relaciones Internacionales, árabe y persa. Es abogado de la Embajada de Arabia Saudita en Buenos Aires.

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