DOS ENFOQUES DE LA VIOLENCIA EN ARGELIA La paz perdida del presidente Bouteflika
La política de concordia civil del presidente Bouteflika no ha tenido los efectos esperados: las masacres recomenzaron con amplitud. Al atribuírselas a las mafias, las autoridades argelinas corren el riesgo de desmovilizar a las fuerzas del orden y a la sociedad civil.
Por Mohamed Benchicou
Se supone que nuestros ganadores de medallas de los juegos olímpicos de Sidney deben a la concordia civil una parte primordial de su brillante éxito. Ellos lo saben ahora: el presidente de la república acaba, oportunamente, de recordárselos en un comunicado monástico en el que se dice que los triunfos de nuestros atletas olímpicos -Benida-Merrah, Nouria, Saidi-Sief Alí, Said-Guerni Aissa Djebir, Hammad Abderrahmane y Mohammed Allalou- son prueba de que “Argelia va bien” y de que “su futuro es prometedor”, por oposición al éxito de Noureddine Morceli y Hassiba Boulmerka, que, se lee en el mismo comunicado, han sido premiados “en los años de crisis”. Pasemos por alto el procedimiento político que consiste en explotar sin talento los rendimientos deportivos, que no deben nada a nadie sino a sus autores y a los pocos dirigentes que han creído en estos nuevos campeones. Lo esencial está en otro lado, en esta idea que la presidencia de la república se obstina en querer hacer pasar a la fuerza al dirigirse a la opinión pública: existe una Argelia de paz y de felicidad que, gracias al nuevo presidente, ha seguido a aquella de los “años de crisis”. Pero mientras los demagogos de la presidencia estaban mirando la retransmisión de estos mismos juegos olímpicos nueve guardias comunales encontraron la muerte a 10 kilómetros de Tizi Ouzou, asesinados por un grupo terrorista que tranquilamente hizo explotar una bomba de fuerte poder, permitiéndose recuperar las armas de las víctimas e inclusive tender una emboscada a los militares que venían en su socorro y matar a un soldado. Habitantes de la región señalaron a los periodistas que el atentado era previsible por el relajamiento en los controles comprobado desde hace meses, y el corresponsal de El Watan cuenta que “desde julio último, la vigilancia bajó notablemente, permitiendo a grupos terroristas todavía activos reconstituirse y reconstruir sus refugios. Después de haber asegurado sus recursos (aprovisionamiento, escondites y fuentes de financiamiento), pasaron a la acción con el aporte comprobado de ‘arrepentidos’ venidos de Argel y de Chlef, que removilizaron sus tropas”. En fin, el discurso optimista del poder sobre la “paz recuperada” ha dejado de ser un simple ejercicio de demagogia para transformarse en un arma que se vuelve peligrosamente contra el país, un arma que explotan tranquilamente los terroristas contra una población que ellos saben hoy desmovilizada por un discurso tranquilizador. No pasa un solo día sin que las campañas propagandísticas del presidente Bouteflika asesten, en televisión, o en los diarios oficialistas, interminables peroratas sobre el “fin del terrorismo”, atrofiando la capacidad de respuesta de los servicios encargados de mantener la seguridad, disminuyendo de manera decisiva todo el combate antiterrorista. Nadie lo cree La realidad se la llevan las palabras huecas. Nadie, excepto los cortesanos más celosos de Bouteflika, cree hoy en la tesis de la paz recuperada: demasiados muertos y tragedias pueblan todavía la cotidianeidad de Argelia. Inclusive desde el oficialismo se señala que, “con respecto al plan de seguridad, la situación permanece delicada y marcada por golpes mortales”. En verdad, la debilidad del discurso del equipo de Bouteflika proviene menos de su aspecto demagógico que de la nueva definición que ellos les dan a los actos terroristas, transformados en simples delitos mafiosos similares a los que se observan en todos los países y desprovistos de su naturaleza ideológica y política. Abdelaziz Bouteflika se entusiasmó con esta tesis y la usaba recientemente frente a un periodista de Asharq al-Awasad: “La violencia no está en un solo país, y le cito un ejemplo: las estadísticas revelan que en los Estados Unidos hay una tasa de violencia de 6,25 por cada cien mil habitantes, mientras que en Argelia es de 6,45 por cien mil habitantes.” Y con respecto al atentado que puso en la mira el complejo de Eniem (una empresa de electrodomésticos) en Oued Aissi, el jefe del Estado sostuvo que eran “actos de la mafia en Argelia”, reduciéndolo a un “conflicto entre el productor y el importador”. No sobreviven entonces los grupos terroristas; sólo subsisten prácticas mafiosas. Y el acto terrorista integrista se transforma en un “pretexto confesional”, sin más. La idea es práctica, por supuesto, para el equipo de Bouteflika, ya que los conforta en su política de concordia civil. Pero es trágica para el país: ¿cómo es posible comparar un crimen mafioso con una insurrección armada islamista conducida para quedarse con el poder? ¿Qué hombre de Estado responsable pondría en pie de igualdad a un ganster de Miami en lucha contra sus adversarios y a un terrorista del Grupo Islámico Armado (GIA), que se levanta en armas contra el Estado y la república? En este juego de la gallina ciega es el país el que está en riesgo de llevarse por delante la pared. La fuente: el autor es periodista del diario Le Matin, un matutino de Argel que tira 90.000 ejemplares. Su divisa, “El derecho a la verdad”, hizo ràpidamente de "La Mañana" un diario muy apreciado. Su edición on line (http://www.lematin-dz.com) fue bastante posterior a la de sus colegas argelinos. Su presentación es muy cuidada. Sin embargo, esta preocupación por la estética a veces dificulta el acceso a las distintas secciones. La edición electrónica retoma los artículos de la versión en papel y ofrece la posibilidad de consultar las ediciones de la semana anterior.