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domingo, mayo 19, 2024

Historias de un gabonés en Buenos Aires

Entre NosotrosHistorias de un gabonés en Buenos Aires

PERSONAJES: JEAN FRANÇOIS N´DOUME

Historias de un gabonés en Buenos Aires

DATOS DEL PAIS

Si uno sólo lo escuchara hablar, quedaría convencido de que se trata de un porteño más, un extrovertido habitante de la melancolía y la nostalgia arraigado a las costumbres e idiosincrasia argentinas. Pero no: Jean François N´Doumé nació en la lejana Gabón, y una serie de eventos personales y de los otros lo convirtieron (según sus palabras) en el único nacido en ese país que vive en la Argentina. En este encuentro con El Corresponsal, el simpático y cordial François, hoy de 37 años, repasa los recuerdos de su tierra natal y explica cómo fue su adaptación a la sociedad argentina, un lugar en el que se encuentra a gusto, aunque “nunca falta el imbécil que suelte algún comentario racista”.

Por Jaime Rosemberg

François N’Doumé, de Libreville a Buenos Aires

-¿Cómo era tu vida en Gabón?

-Mi vida era la de cualquier habitante de la ciudad capital, Libreville, en la que nací y me crié. Los descendientes de la tribu bantú, como yo, tenemos la cabeza redonda, y somos “petisos”, ya que, según dicen las leyendas, andábamos agachados para cazar en la selva, escondiéndonos bajo los árboles. Otra cosa son los africanos del norte, más altos, que no necesitaban andar agachados, allí hay sólo desierto (se ríe con ganas). Mis abuelos vivieron en la selva, en un lugar que no conocí, vivían de la caza y de la pesca en casas de madera, pero mis padres se fueron a vivir a la ciudad, y ya no regresaron.

-¿Y a qué te dedicabas allí?

-Siempre me dediqué a lo que se denomina el “gremio gastronómico”, en hoteles de la ciudad. Formaba parte de una familia modesta, tenía que ir a trabajar todos los días desde muy chico para ayudar a mantener a mis hermanos. Gracias a los planes de ayuda del gobierno, pude estudiar y especializarme en ese rubro, lo que me permitió conseguir trabajo. La mayoría de los jóvenes como yo recibió entonces esa ayuda, cosa que mis padres no recibieron.

-¿Y cómo llega la Argentina a tu vida?

-En el colegio secundario estudiamos nociones de agricultura y ganadería, y allí escuché por primera vez el nombre de la Argentina, sin profundizar demasiado. Años después, y luego de separarme de mi mujer, empecé a pensar en irme del país a probar suerte, y me postulé como encargado gastronómico en las embajadas de mi país en Francia y en la Argentina. El embajador destinado a la Argentina contestó primero, y así llegué hasta aquí, en 992.

-¿Y qué pasó después?

-Un país como el nuestro no se puede dar el lujo de tener embajadas en todos lados, así que al poco tiempo de llegar cerraron la sede diplomática de la mayoría de los países del continente, y dejaron una sola en Brasilia. Todos los demás funcionarios se volvieron a Gabón, pero yo conseguí un trabajo y decidí quedarme.

-¿Por qué?

-Después de dos años, ya tenía amigos aquí y, al encontrar trabajo, pensé que era lo mejor para mi futuro. Además, pensé que iba a venir algún otro gabonés o gabonesa para hacerme compañía, pero todavía estoy esperando. (Risas). De todos modos, cada vez que el embajador gabonés llega al país por alguna reunión o foro me llama por teléfono, se preocupa por mí.

-¿Y cómo es tu vida aquí? ¿Hay diferencias con tu vida en Gabón?

-Esencialmente, aquí se corre demasiado, en todo sentido. No me quejo, me gusta, pero es muy diferente a mi vida anterior. Fue todo un desafío adaptarme a esta locura, y después de ocho años creo que lo logré.

-¿Te sentiste discriminado alguna vez?

-Te lo contesto con una expresión callejera: siempre hay algún boludo, estúpido o malintencionado que te molesta o te dice algo. No tomé ni tomo eso como discriminación, sino como falta de costumbre, gente que no ha salido al mundo y no vio gente diferente en muchas oportunidades. Es un problema de mentalidad, es cierto que todavía se me hace difícil buscar trabajo en algunos lugares, pero en general noto una apertura en la gente, desde que llegué hasta ahora ha habido un avance. De todos modos, no es un problema de ser blanco, negro o verde: la diferencia está entre los que tienen “el billete” y los que no. (Se ríe y muestra todos los dientes). Somos todos iguales, lo importante está acá (se golpea el corazón).

-¿Qué costumbres gabonesas mantenés? ¿Alguna vez pensaste en volver?

-Más que costumbres, tengo presentes los consejos de mi madre antes de subir al avión. “Tu trabajo es tu vida”, me dijo, y es algo que sigo manteniendo aún hoy. También me enseñaron a respetar siempre al prójimo. En última instancia, y por más estudios que tengas, siempre dependés de él. De si extraño o no te voy a contar una anécdota. Una vez, un cliente del hotel donde trabajo me dijo que tenía una mirada triste, y eso es cierto. Esta es mi patria también, pero el exilio, la diferencia de costumbres, se siente bastante. Cada año digo que los voy a ir a visitar, tengo una hija de 15 años (Amandine, que quiere decir almendrita, un nombre exacto para un cocinero)y a mis parientes cercanos allí, pero por una razón u otra no he ido todavía. Voy a ver si este año “me pongo las pilas” y lo hago, la verdad es que lo necesito, aunque soy un convencido de que cada uno tiene y se merece un lugarcito bajo el sol, y el mío está acá.

Gabón hoy

“La realidad de Gabón me afectó desde que la conocí, empezando por mi padre, que era político y lo mataron unos enemigos, en 1963. Era una época en la que todo se resolvía a los tiros, con cuchillos o haciendo desaparecer al que les molestaba. Ahora las cosas han cambiado, Francia ha perdido su influencia como potencia colonial, y tenemos una República, con un parlamento que funciona. De todos modos, por lo que me cuentan mis hermanos y mi madre, las cosas están complicadas en lo económico, devaluaron la moneda y la vida está muy difícil. En ese sentido, la realidad se parece bastante a la de aquí.”

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