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miércoles, mayo 8, 2024

Un mal trago para las multinacionales farmacéuticas

EconomíaUn mal trago para las multinacionales farmacéuticas

Un mal trago para las multinacionales farmaceúticas

DATOS DEL PAIS

Afectados por una pésima imagen pública, 39 laboratorios internacionales resolvieron retirar la demanda que seguían contra el gobierno sudafricano para impedirle la producción de drogas baratas para combatir el Sida, una pandemia que afecta al 12 por ciento de su población. El proceso dejó al descubierto las desmesuradas ganancias del negocio de la salud y legitimó el derecho de los países pobres a violar las patentes internacionales en situaciones de emergencia pública. El incidente constituye un punto de inflexión en la relación de las farmacéuticas con los países subdesarrollados. ¿Cuál es el límite del lucro frente a los dramas sociales?

Por Nicolás Gicovate

Ganancias desmesuradas

Para las multinacionales farmacéuticas, lo peor de la crisis del Sida en Africa es que dejó al descubierto uno de sus secretos mejor guardados: la magnitud de sus ganancias.

Los datos son significativos: la farmacéutica Merck acordó a principios de marzo vender a los países pobres su droga Crixivan a 600 dólares por paciente, por año, una cifra que representa la décima parte de lo que obtiene en EE.UU., donde la comercializa, al por mayor, en 6.016 dólares. El caso de Glaxo Smith Kline es similar: vende Combivir por 730 dólares en Africa y por 6289 en EE.UU.

Cuando la marea arreciaba y la imagen pública de las farmacéuticas se desplomaba, la multinacional Pfizer adoptó una política más amigable: acordó regalar su droga antifungicida Diflucan a ciertos pacientes de Sida en Africa, en lugar de ofrecerla al costo. Muchos consideraron que la iniciativa del laboratorio sólo pretendía ocultar la magnitud de sus ganancias.

Algunos legisladores norteamericanos ya empiezan a hablar de limitar los precios de los medicamentos en el sistema de asistencia pública a los jubilados. Y Tim Fuller, director de Gray Panthers, una agrupación de consumidores que está presionando a la Casa Blanca para aprobar una ley de beneficios de salud, sostiene que desde la pulseada perdida en Sudáfrica nada será igual en el lucrativo negocio de la salud. “La codicia de las farmacéuticas se va a convertir en su propia ruina.”

Derecho a las patentes comerciales versus derecho a la salud. Relaciones entre países subdesarrollados y empresas multinacionales. Una sociedad civil organizada globalmente. Todo ello como trasfondo de un drama social gigantesco: los enfermos de Sida.

Estas son algunas de las cuestiones que plantea la denominada “crisis del Sida” en Sudáfrica, uno de los países con más alto número de afectados por el mal en el mundo: 4,7 millones de casos, que representan casi el 12% de su población.

La historia hizo eclosión el 18 de abril último, cuando los representantes de 39 compañías farmacéuticas multinacionales desistieron de seguir adelante con una demanda contra el gobierno de Sudáfrica para impedir que Pretoria importara drogas más baratas para combatir la enfermedad. La demanda no podía ser más impopular: estaba dirigida contra una ley promulgada por Nelson Mandela y afectaba directamente a millones de personas condenadas a las dos pandemias más cruentas de los últimos cien años: la pobreza y el Sida. “Creo que subestimamos la potencialidad de convertirnos en los villanos”, se lamentó Rick Lane, presidente de la multinacional famacéutica Bristol-Myers Squibb Co, en declraciones que recoge The Wall Street Journal.

Las compañías que lideraron el enfrentamiento con el gobierno sudafricano son las norteamericanas Bristol-Myers Squibb y Merk, la británica GlaxoSmithsKline, la suiza Hoffmann-La Roche y la alemana Boehringer Ingelheim.

El caso es considerado por muchos un ejemplo del poder que puede desplegar la acción conjunta de Organizaciones no Gubernamentales (ONG) actuando al mismo tiempo desde distintos lugares del planeta. Un poder que buscó atacar directamente la sensibilidad de la opinión pública mundial para causar un alto costo político a las farmacéuticas.

Esta presión internacional surgió de la alianza, entre otros, de defensores de seropositivos norteamericanos y sudafricanos, de especialistas europeos de la ONG Médicos sin Fronteras y de la ONG española Intermón Oxfam que intenta luchar contra las causas estructurales de la pobreza. A través de conferencias de prensa, movilizaciones callejeras y la presentación de 250.000 firmas de científicos y artistas, exigieron a escala global que las multinacionales pusieran fin a la batalla judicial que amenazaba con impedir el acceso a medicamentos baratos para los enfermos de Sida en Sudáfrica. Y lo lograron. Al menos por ahora.

La historia tuvo un gran impacto en la agenda internacional, pero, llamativamente, escaso espacio en los medios de prensa. Su importancia radica en que puede marcar un punto de inflexión en las relaciones entre las multinacionales de la salud y los países subdesarrollados, y así poner en riesgo la capacidad de esta industria de hacer negocios como acostumbraba.

La vida o los negocios

¿Pero qué es lo que estaba en juego? ¿Por qué es tan gravitante esta noticia? El meollo del problema se puede resumir así: Los enfermos de Sida que necesitan las últimas drogas antivirales en Sudáfrica no tienen el dinero para comprarlas; y los que las producen están motivados por la búsqueda de ganancias. La vida o los negocios.

Las grandes corporaciones farmacéuticas del mundo han gastado millones de dólares en probar y fabricar las drogas que combaten el HIV, el virus que causa el Sida. Si bien compiten entre sí, tienen un interés común: usar la ley internacional de patentes para mantener su control sobre la producción, la distribución y los precios de los medicamentos.

Al régimen internacional que regula el tema de las patentes se lo llama Trips (Agreement on Trade-Related Aspects of Intellectual Property Rights). Fue aprobado hace ocho años por casi todos los países del mundo y estipula el pago de patentes medicinales por un lapso de 30 años.

El tratado fue un gran logro para la industria farmacéutica, pero es ahora cuestionado desde varios frentes. La industria argumenta que si se viola la ley de patentes para permitir que países pobres tengan acceso a las drogas sin pagar “derechos de autor”, el negocio dejaría de ser rentable. La piratería se extendería por todo el mundo y disminuirían sus ganancias. Sostiene que los altos índices de rentabilidad que tienen actualmente son los que le permiten volcar importantes masas de dinero en investigación. Si no se protege la propiedad intelectual ¿quién financiaría las tareas de investigación y desarrollo necesarios para continuar la lucha contra el Sida?

Pero para el gobierno Sudafricano éste es un falso dilema cuando son millones de vidas las que están de por medio. Es que Africa es un continente asolado por el Sida. Más de 25 millones de sus habitantes -según datos de Onusida (la agencia de las Naciones UNidas dedicda al tema)- son portadores del virus y uno de cada diez adultos está infectado. En Sudáfrica, la enfermedad afecta a 4,7 millones de sus 40 millones de habitantes. La magnitud de la epidemia está socavando las economías africanas y condenando a toda una generación de jóvenes a morir antes de ser productivos para la sociedad en la que viven. Se estima que el Sida podría provocar una caída del 17% del PBI sudafricano para el año 2010 y privar al país de 22.000 millones de dólares.

Hace tres años y ante este desolador panorama el gobierno sudafricano, por entonces a cargo de Nelson Mandela, decidió promulgar una ley que le permitiría importar y fabricar medicamentos más baratos, entre ellos los que retrasan la incidencia del virus HIV. Después de meses de forcejeos judiciales y negociaciones con el gobierno, uno de los lobbies más potentes del mundo -el de las farmacéuticas, que aportó 18 millones de dólares para la campaña de Bush en las últimas elecciones- puso punto final a la disputa: retiró la demanda. Fue una salida digna para una crisis que, de todos modos, logró empañarles su imagen pública. La presión internacional ejercida por militantes de la sociedad civil en todo el mundo logró su objetivo.

En declaraciones al diario The New York Times, el CEO de GlaxoSmithKlein (uno de los laboratorios mas grandes del mundo), J.P. Garnier, dijo: “No vivimos en un tubo de ensayo, aislados del mundo. Somos una gran empresa, que no es insensible a la opinión pública, factor de gran peso en nuestro proceso decisorio.”

En el centro de la escena mundial

El caso sudafricano logró situar el debate acerca del Sida en África en el centro de la escena internacional. Algunos días después (el 26 de abril) de que las farmacéuticas torcieran el brazo, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, hizo de la lucha contra el Sida su “cruzada” personal y realizó un apasionado llamamiento al mundo para que se provean fondos multimillonarios para luchar contra la epidemia. “Necesitamos dinero. La guerra contra el Sida no se ganará a menos que tengamos coraje para luchar y que esta lucha adquiera unas dimensiones desconocidas hasta ahora,” exhortó.

Su discurso se produjo en la Conferencia sobre el Sida y otras enfermedades infecciosas, que se celebró en Abuja, la capital de Nigeria.

Dos días antes, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU respaldó por abrumadora mayoría a Brasil en su estrategia de combatir el Sida produciendo copias genéricas de drogas patentadas por grandes compañías farmacéuticas. De las 53 naciones miembro, sólo Estados Unidos -actualmente fuera de esta comisión -no votó a favor de la resolución que considera el acceso a medicamentos como un derecho humano.

El caso brasileño es similar al sudafricano: una ley de 1996 estipula que la industria local puede violar las patentes en situaciones de “interés público.” Desde 1998, el precio de los medicamentos ha disminuído en un 79%. Mientras que un tratamiento en los Estados Unidos cuesta 15.000 dólares por año, en Brasil demanda un gasto de 4.400. Según EEUU, la ley viola los acuerdos sobre los derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio.

El futuro es incierto, pero el caso sudafricano, y ahora el del Brasil, puede llegar a provocar un efecto dominó que aliente a otros países subdesarrollados a adoptar posiciones similares. En última instancia, sólo restará esperar el veredicto de los países centrales.

La fuente: El autor es un periodista argentino licenciado en Ciencia Política por la Universidad de San Andrés (BuenosAires).

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