No hagamos de Khatamí un santo
Concluido su primer mandato, en el que el presidente debió hacer frente a numerosas presiones de la oposición y también de sus aliados, el mandatario afronta el desafío de una nueva cadencia, fortalecido por un abrumador respaldo popular. ¿Quién es verdaderamente Khatamí? Si se hubiera comprendido desde el principio que se trata de un religioso que sigue, con enormes dificultades, el camino trazado por el ayatollah Khomeini el pueblo tal vez no habría hecho de él el santo en el que se ha convertido.
Revista Gozarech
TEHERAN. El primer mandato de Khatamí llegó a su fin. En el curso de estos cuatro años, debió hacer frente a varios tipos de arbitrajes: arbitrajes políticos (frente a sus amigos o a sus oponentes), populares (frente a las reivindicaciones de la población), y arbitrajes con los intelectuales, que han comentado sus éxitos y fracasos.
Sus oponentes cuestionan -abiertamente o de manera encubierta- su impotencia, sobre todo en los campos económico y cultural, y lo hacen responsable de la crisis del empleo, de la reducción del poder adquisitivo, del cierre de las fábricas. Además, algunos opositores consideran que en materia de política cultural el gobierno de Khatamí preparó el terreno para un relajamiento de las costumbres, para la inmoralidad y la falta de respeto a los principios religiosos. Estas críticas son repetidas a lo largo de los días en la televisión, la radio, en los sermones religiosos y en la mayoría de los diarios, monopolizados ahora por los conservadores.
Para los partidarios de Mohammed Khatamí, por lo contrario, la acción del presidente ofrece tanto hacia el interior como hacia el exterior del país una cara más real del Islam y de un gobierno islámico y popular. Estos simpatizantes, que no pueden expresarse mediante sus propias publicaciones, estiman que el fin del aislamiento internacional del país es el fruto de acciones realizadas por el gobierno. Son menos elocuentes sobre los resultados económicos (que son malos) y, para justificar la situación actual, destacan las crisis políticas repetidas provocadas por los opositores de Khatamí.
Las apreciaciones populares son diferentes. Entre la juventud, los estudiantes, que han tenido un papel capital en el éxito de los reformistas, tienen hoy varios discursos. Algunos piensan que Khatamí se dejó estar durante las crisis y así perdió ocasiones importantes. Otros estiman que él tenía las manos atadas y que se le pidió conducir las reformas que había prometido. Entre los otros jóvenes del país, se constata también esta dualidad en la apreciación, pero en este caso en temas como el empleo, el matrimonio, el acceso a los entretenimientos, etcétera.
Existe también un tercer grupo que considera a Khatamí como parte integrante del poder actual y no espera de él una toma de posición fuerte sobre cuestiones esenciales. Para algunos observadores, Khatamí era bien consciente del hecho de que los otros grupos políticos, entre ellos los fundamentalistas, lo consideraban como una válvula de seguridad para las reivindicaciones del pueblo, y por esta razón lo han tolerado en un primer tiempo.
Otros piensan que si el presidente libraba su combate firmemente contra los opositores a las reformas y contra los sectores más radicales de su alianza, hubiera podido preparar el camino para las verdaderas reformas.
En cuanto a los economistas, condenan la inactividad del presidente para reformar una economía poco productiva, muy centralizada, monopolizada por el sector público y controlada por sectores con poder económico. Los politólogos remarcan la ausencia de Khatamí en los momentos críticos, mientras las leyes y los principios constitucionales eran vapuleados…
¿Cuál es la realidad? Si queremos ser justos en nuestras críticas, es necesario recordar las condiciones que condujeron, en 1997, a la elección de Khatamí, con el 70 por ciento de los votos. Antes de esa fecha, los éxitos electorales de la derecha le habían dado plenos poderes en el seno de los poderes Legislativo y Judicial.
Una sola persona, a la cabeza del Ejecutivo, Alí Akbar Hashemi Rafsanjani, podía resistir al monopolio total de la derecha. Era el padre espiritual de los tecnócratas y permitió que un nuevo movimiento político pudiera extenderse, sobre todo en el campo económico.
En las elecciones presidenciales de 1997, si el candidato de derecha Nategh Nouri hubiera sido elegido, todos los niveles del poder habrían quedado en las mismas manos. Es por esta razón que el conjunto de las formaciones y las tendencias favorables a las reformas, a pesar de las disputas internas, se movilizaron para sostener a un candidato único. La victoria de Khatamí, aunque bien preparada, fue una sorpresa, inclusive para los que habían dirigido esta campaña. Nadie duda que él es el portador de una visión filosófica. Pero, si hubiera sabido que la campaña preelectoral iba a darle una aura casi mítica a los ojos del pueblo, quizá se hubiera retirado o, al menos, habría pedido un poco de moderación.
Esas campañas han creado tantas expectativas en los electores que toda persona sensata podía estimar que no era posible realizarlas, ni por Khatamí y sus partidarios, ni en el corto espacio de cuatro años, en un entorno tan hostil. Pero, en tal efervescencia, nadie tenía tiempo ni deseos de evaluar fríamente la situación. El embate publicitario de la alianza que sostenía a Khatamí (el Frente del 2 Khordad) y algunos errores tácticos de la derecha condujeron entonces a Khatamí a la victoria, con 20 millones de votos.
Estos 20 millones de electores ¿le daban el poder a Khatamí de formar un gobierno de profesionales, más allá de grupos o facciones? No. Su gobierno fue el resultado de una alianza y debió aceptar la colaboración de algunas personalidades del pasado. Los puestos clave, como el de Economía ,quedaron en la mano de tecnócratas próximos a Rafsanjani. Irán salía apenas de ocho años de guerra, y la anarquía nacida de la revolución y de la liberalización de la economía, que se inició de 1991, generó una clase de nuevos ricos y una economía en las sombras que todavía existe. Es claro que el margen de maniobra de Khatamí en las cuestiones económicas quedaba fuertemente restringido.
Las reiteradas crisis (asesinatos en serie de intelectuales, represión de estudiantes, prohibición de la casi totalidad de la prensa reformista, detenciones masivas) infligidas a los reformistas no dejaron espacio al gobierno de Khatamí para que pudiera ocuparse de la economía. A pesar de la actitud reflexiva de Khatamí y su fe en las reformas por etapas, algunos de sus partidarios se aventuraron en terrenos extremistas. Su radicalismo y las acciones prematuras de algunas personalidades cercanas a Khatamí amenazaron directamente a la derecha.
Cuando la derecha se vio separada del Ejecutivo, recurrió a “métodos eliminatorios”. Poco a poco, personas cercanas a Khatamí fueron alejadas por la derecha e inclusive arrestadas, pues los conservadores disfrutan siempre de otro soporte importante, el de los miembros del clero, que no comparte la visión reformista del gobierno en lo que concierne a las cuestiones religiosas, al gobierno islámico y a la gestión del país.
Difícil, entonces, hacer un balance sin tomar en cuenta todos estos elementos. Cada uno puede, según sus gustos, decir que Khatamí se resignó, que no tenía voluntad, que él mismo formaba parte de este juego o que no le dejaron las manos libres. Pero, como fue un error hacer de él un héroe en 1997, sería hoy equivocado atribuirle todos los fracasos, desórdenes y debilidades. Si hubiéramos prestado atención desde el comienzo al hecho de que Khatamí es un religioso que sigue el camino trazado por el imán Khomeini para la república islámica de Irán y que tiene delante muchos obstáculos, no habríamos construido este santo al que hoy juzgamos apresuradamente.
La fuente: Gozarech es un mensuario iraní que tira 30.000 ejemplares. Creado en 1990, “El reportaje” da prioridad a las cuestiones económicas y sociales, pero también a las culturales y geopolíticas. Totalmente independiente, abre sus páginas a laicos y se dirige a cuadros superiores y a universitarios.