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domingo, mayo 19, 2024

No en el nombre de los judíos

Opinion/IdeasNo en el nombre de los judíos

No en el nombre de los judíos

Si la humanidad no sucumbiera al eterno impulso de etiquetar a los individuos en función de los grupos a los que por casualidad pertenecen, no sería necesario destacar que los israelíes -los judíos en general- son, como todos los demás, de muy diversos pelajes. Pero ahora que, gracias a las imágenes televisivas de las acciones realizadas por los soldados israelíes, la gente ha empezado a compartir en todo el mundo la opinión palestina de que Sharon es un Atila judío, o un Pinochet, parece un momento propicio para observar que, sólo por el hecho de que uno sea judío, sólo por pertenecer al pueblo más estigmatizado en la historia del mundo occidental, eso no quiere decir que uno aplauda a Sharon.

Por John Carlin El pueblo israelí quizá habría mostrado menos entusiasmo por el blitzkrieg de su ejército en territorio palestino si un atentado suicida no hubiera matado a 26 personas, mujeres y niños, justo la víspera de que el primer ministro, Ariel Sharon, lanzara su ofensiva. El terrorista era de Tulkarem, la ciudad palestina en la que unos días antes un soldado israelí había abierto fuego sobre un niño de nueve años llamado Mohammed Abu Ali Botter.

He aquí un fragmento de una información de prensa basada en el testimonio de un tendero palestino, de nombre Jadban, sobre lo sucedido al joven Mohammed: Cinco minutos antes había comprado un helado en la tienda de Jadban y todavía lo lamía satisfecho. Jadban lo vio corretear por la calle…, y entonces oyó un disparo. Una bala. Un poco después vio al chico correr con paso tembloroso hacia su casa, pero inmediatamente se cayó. “Tenía el helado lleno de sangre”, cuenta Jadban. Su hermano, de 13 años, que había permanecido todo el tiempo sentado en su puerta, saltó hacia él, lo tomó en brazos y gritó al tendero horrorizado para que llamase a una ambulancia. Pero la ambulancia tardaba en llegar. Los tanques le impiden el paso, le dijeron a Jadban por teléfono desde el hospital Thabet Thabet. El hermano de Mohammed empezó a correr hacia el centro. Desde el callejón empinado y estrecho que está detrás de la tienda se puede ver el hospital sobre una colina, al otro lado de la calle principal. Cinco minutos, el tiempo que se tarda en llegar en coche hasta allí, se convirtieron en una fatídica media hora. El niño murió en los brazos de su hermano, junto al olivo que se alza en la pendiente del callejón… El rumor de que el chico había arrojado una piedra contra el tanque, y por eso le dispararon, capturó de inmediato los corazones en las calles de Tulkarem. Un niño que se enfrenta con una piedra a los tanques, comentaban esta semana con una sonrisa amarga, y no decían más”.

¿Dónde se publicó, cabría preguntarse, este exquisito y conmovedor relato de la muerte de un niño palestino? ¿En un periódico egipcio, saudita o iraquí? ¿En Le Monde, tal vez, o The Guardian, o El País? No. Apareció en el diario israelí Ha’aretz, un periódico de ámbito nacional, en lengua hebrea, que compran cada día decenas de miles de israelíes. Ha’aretz, que esta semana señalaba en un editorial que la operación militar de Sharon no podría “arrancar el terror ni eliminar la tierra sobre la que crece”, es tan importante y respetado en Israel -y despierta antipatías tan intensas- como Le Monde, The Guardian y El País en algunos sectores de sus respectivos países.

Diversos como los demás

Si la humanidad no sucumbiera al eterno impulso de etiquetar a los individuos en función de los grupos a los que por casualidad pertenecen, no sería necesario destacar que los israelíes -los judíos en general- son, como todos los demás, de muy diversos pelajes. Pero ahora que, gracias a las imágenes televisivas de las acciones realizadas por los soldados israelíes, la gente ha empezado a compartir en todo el mundo la opinión palestina de que Sharon es un Atila judío, o un Pinochet, parece un momento propicio para observar que, sólo por el hecho de que uno sea judío, sólo por pertenecer al pueblo más estigmatizado en la historia del mundo occidental, eso no quiere decir que uno aplauda a Sharon. Aunque esto les parezca evidente a algunas personas, hay otras -aquellas cuyas pautas de pensamiento generan la mayoría de las guerras que afligen al mundo- que parecen considerar a todos los judíos cómplices en las injusticias que se cometen contra el pueblo palestino. Como demuestra la reciente oleada de incendios de sinagogas en Francia, las advertencias sobre el antisemitismo de los dirigentes judíos en Gran Bretaña, y esta alarmante afirmación, hecha la semana pasada por un miembro del Parlamento alemán: “Es un momento muy peligroso. Podría abrir las puertas al antisemitismo y debemos llevar a cabo una tarea importante en los próximos días y semanas para impedirlo”.

Una forma de comenzar esa tarea podría ser que la gente comprendiera que existen muchos grupos judíos en Israel, y al menos en otros tres continentes, que no sólo se oponen a los impulsos brutales de Sharon, sino a la estrategia general del gobierno israelí de humillar al pueblo palestino hasta acabar con él.

Según los sondeos de opinión que se realizan constantemente en Israel, alrededor de dos tercios de los israelíes apoyan la ofensiva militar de Sharon en los territorios palestinos. Es decir, queda un tercio que o bien se opone o no sabe qué pensar. Y dado el terror cotidiano con el que vive la población de Israel a saltar hecho pedazos en un atentado suicida (en un restaurante, café, supermercado, puesto militar, cine, autobús), el que haya una tercera parte capaz de dudar de que las represalias sean la respuesta más prudente demuestra una serenidad poco frecuente y, en ciertos casos, una notable generosidad por su parte.

Por ejemplo, David Grossman, el célebre novelista israelí. Hace dos semanas, sentado en un hotel de Jerusalén, relató una historia tan escalofriante, a su manera -aunque no tan trágica-, como la de Mohammed, el niño de Tulkarem. Tras confesar que lo “aterrorizaba” salir a las calles de la ciudad, Grossman dijo que lo más aterrador de todo era la idea de lo que podría ocurrirles a sus dos hijos cuando van al colegio. “Todas las mañanas, cuando los despedimos en el autobús, mi mujer y yo nos proponemos una cosa que hasta ahora siempre hemos conseguido: la de manipularlos para que no suban los dos al mismo autobús”.Y aun así, Grossman no es el único entre los israelíes que conserva la capacidad de comprender que, como él dice, “es horrible ser palestino en la actualidad”. Su deseo más ferviente, afirma, es que “mis hijos y los hijos de mis amigos palestinos tengan aquí un futuro pacífico”.

El deseo lo comparten algunos integrantes del ejército israelí. Uno de los acontecimientos políticos más interesantes del año en Israel, tal vez el único dotado de originalidad, ha sido la negativa de un grupo de oficiales a servir en los territorios palestinos (refuseniks). No son pacifistas natos. Son patriotas israelíes, dispuestos a matar o morir en legítima defensa de su país. Y su número crece por semanas. El jueves eran 404; entre ellos, 32 en la cárcel. El documento fundacional, cuyos principios acatan todos, termina con estas tres declaraciones: “1. No seguiremos luchando más allá de las fronteras de 1967 con el fin de dominar, expulsar, privar de alimentos y humillar a todo un pueblo. 2. Declaramos por la presente que seguiremos sirviendo en las fuerzas de defensa de Israel, en cualquier misión que contribuya a defender el país. 3. Las misiones de ocupación y opresión no tienen ese objetivo, y no participaremos en ellas”.

Patriotismo en duda

Tienen la política de no hablar con periodistas extranjeros, para que no se ponga en duda su patriotismo. Ahora bien, están presentes en Internet. Tal Belo, un suboficial en la división acorazada israelí, ha escrito el relato de una de sus experiencias como soldado en la franja palestina de Gaza. Comienza describiendo una noche de permiso en la que otro soldado amigo suyo, llamado Daniel, su novia, Tali, y él estaban sentados “‘bebiendo Johnny Walker, escuchando a los Doors y fumando hachís”. Entonces, cuando Daniel y Tali empiezan a besarse, Tal Belo reflexiona sobre otros hechos recientes: “Estaba solo, sentado, y pensé que Daniel era una víctima de la vida… La semana pasada, durante la manifestación cerca de la mezquita verde, Daniel disparó accidentalmente contra la multitud y mató a una mujer embarazada de Gaza. Yo corrí hacia ella para intentar ayudarla, pero ya estaba muriéndose. Me miró con tristeza, con lágrimas en los ojos. Tenía un vientre de cinco meses, y supe que había perdido el niño”.

Daniel quedó destrozado; Tal Belo, el narrador, lleno de amargura. “Nos han enseñado a disparar los rifles, preparar emboscadas, saltar desde un avión, llevar nuestro material, correr, caernos, seguir corriendo. Se han olvidado de enseñarnos a hablar, llorar, perdonarnos. Daniel miró a Tali, le dio otro beso, y dijo que se iba un momento a hacer pis. Le pregunté si quería compañía. ‘No -me dijo-, quédate aquí y vigila a Tali por mí’. Me quedé con Tali. Al cabo de un minuto, oímos un disparo”.

Los israelíes que se oponen a la política de su gobierno representan una minoría, pero cuentan con el respaldo de numerosos judíos de todo el mundo. Incluida África.

En diciembre del año pasado se elaboró en Sudáfrica un documento titulado “Declaración de conciencia sobre el conflicto israelí-palestino de los sudafricanos de ascendencia judía”. Cuenta con casi 300 firmas, entre ellas las de escritores como Nadine Gordimer y políticos como el ministro del gobierno, Ronnie Kasrils. La declaración condena la ocupación israelí de Palestina y recuerda la apatía de la población alemana ante el holocausto nazi para afirmar: “Permanecer callados ante el mal es aprobar el mal”. Kasrils fue jefe de los servicios de información del brazo armado (Ronald Reagan y Margaret Thatcher los llamaban el ala ‘terrorista’) del Congreso Nacional Africano (ANC) de Mandela. Los judíos forman un porcentaje tremendamente desproporcionado entre los sudafricanos blancos que lucharon con el ANC. Para Kasrils, los paralelismos entre la Sudáfrica del apartheid y el Israel contemporáneo son evidentes. “Pero fíjese en lo que le voy a decir -afirma-: lo que afrontan los palestinos es peor. Con todo lo malo que hubo aquí, nunca tuvimos tanques y helicópteros que dispararan contra nuestras casas”. Kasrils, un militante incorregible, se ha propuesto el ambicioso objetivo de usar la iniciativa sudafricana como plataforma de lanzamiento para lo que denomina “una campaña de solidaridad internacional como la antiapartheid” en defensa de los palestinos. El nombre de la campaña, dijo, sería Not in my mame (No en mi nombre), un título ya escogido por uno de los diversos grupos judíos que denuncian los abusos israelíes y a veces defienden la causa palestina en los Estados Unidos. Por supuesto, son una minoría, tanto en votos como respecto al dinero que pueden aportar a las campañas electorales norteamericanas. No en mi nombre organiza manifestaciones en Estados Unidos en las que la gente lleva camisetas con mensajes como “Soy judío y quiero que Israel deje de matar palestinos”.

Son más normales los manifestantes judíos, como uno que apareció la semana pasada delante de las cámaras de televisión en Nueva York, para decir: “¿No entienden que lo único que desean los israelíes es que los dejen en paz?”. O esos judíos que escribieron cartas amenazadoras e hicieron llamadas de teléfono insultantes a los padres de un joven judío norteamericano que está trabajando como voluntario en una ambulancia en el territorio palestino de Ramallah desde que empezó la ofensiva israelí. Los padres huyeron de su casa de Nueva York aterrorizados.

No obstante, en Estados Unidos los judíos como el hombre de la ambulancia, contrarios a todo lo que representa Sharon, están organizados y ferozmente comprometidos. Como Rob Lipton, coordinador de un ruidoso grupo californiano llamado Voz Judía por la Paz, que se ha dedicado, durante las dos últimas semanas a hacer de escudo humano para palestinos asediados en Cisjordania. “El hecho de que se genere violencia en un bando -declaró Lipton esta semana, refiriéndose a los atentado suicidas- no es comparable, en absoluto, a la increíble violencia de Estado de los israelíes”.

El número de grupos organizados que comparten esa misma opinión dentro del propio Israel es considerable. La sociedad israelí los considera unos radicales, pero son personas valientes, apasionadas y que hablan con franqueza, procedentes de todos los sectores: médicos que trabajan en los territorios palestinos, abogados que denuncian la tortura de los presos, rabinos (existe una organización llamada Rabinos para los Derechos Humanos) que alzan la voz contra el derribo de hogares palestinos.

Las manifestaciones que celebran estos grupos en la calle son pequeñas. En estos tiempos tan peligrosos es raro que haya más de 200 personas. Uno de los que no tienen miedo a que se oiga su voz y se reconozca su rostro es David Hacham Herson.

Diecisiete generaciones

David tiene 20 años. Los abuelos de su padre murieron en un campo de concentración nazi. Su madre -cosa mucho más infrecuente- procede de una familia que vive desde hace 17 generaciones en lo que ahora es Israel. David tiene el cabello rizado, ojos oscuros e inteligentes, toca la trompa cuando se trata de música clásica y la trompeta en un grupo de jazz.

David, que fue llamado a filas a principios del año pasado, estuvo un mes en prisión en agosto pasado porque se negó a participar en ninguna acción dentro de los territorios palestinos. Dado que era un soldado regular, y no un oficial, no forma parte del grupo de los refuseniks. Actuó solo -como su homónimo bíblico- ante Goliat. “Le dije al ejército que, como judío, no podía ocupar a otro pueblo, y que, como ser humano, no podía participar en un crimen de guerra”. Cuando salió de la cárcel se presentó ante los psicólogos militares, fingió que estaba loco, cuenta, y dejó el ejército. Pero todavía se siente extraño en su propia tierra.

“La moralidad de la gente está tan sesgada que la mayoría cree verdaderamente que la sangre de un niño árabe es menos valiosa que la de un niño israelí. Tenemos una historia terrible, basada en nuestras victorias militares y en esta idea de superioridad de ser el pueblo elegido. Al introducir la religión en escena y presentar el conflicto como un enfrentamiento entre el bien y el mal, desviamos la atención de los interrogantes morales universales que están aquí en juego. Nos cegamos para no ver la inmoralidad de lo que estamos haciendo. Nos empeñamos en creer que nuestro sufrimiento es peor que el de los palestinos, cuando incluso los números demuestran que eso es una gran mentira. Yo digo que nosotros tenemos la culpa de que los árabes se sientan tan deprimidos, tan muertos, que están dispuestos a recurrir a las bombas suicidas”.

David dice que ha estado a punto de morir en atentados de este tipo en cuatro ocasiones. “Dos veces tuve muchísima suerte. Pero creo que hay una razón para que no haya muerto”, explica este joven tan serio y reflexivo. “Y siento que debo asumir la responsabilidad de mis convicciones políticas”. Pero, ¿para qué molestarse, si la mayoría de los israelíes piensan de forma tan distinta y va a ser tan imposible convencerlos? ¿No es darse cabezazos contra un muro? “Para empezar -responde-, lo hago por mi propia conciencia. Es mejor darse cabezazos contra un muro que construir el muro. Además, creo que es importante para el futuro, para la historia, que personas como yo defendamos nuestras creencias y estemos dispuestos a ir a la cárcel por ellas. Porque la gente cambiará un día. Estoy convencido de que un día abrirán sus ojos. Lo que estoy haciendo – continúa- es esperar hasta encontrar un agujero en el muro”.

La fuente: diario El País (www.elpais.es), edición del 14 de abril de 2002.

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