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sábado, mayo 18, 2024

La guerra contra Irak y el vasallaje europeo

Opinion/IdeasLa guerra contra Irak y el vasallaje europeo

La guerra contra Irak y el vasallaje europeo

Un imperio no tiene aliados, sólo tiene vasallos. La mayoría de los estados miembros de la Unión Europea parece haber olvidado esta realidad histórica. Ante nuestros ojos, y bajo las presiones de Washington, que los conmina a involucrarse en su guerra contra Irak, países teóricamente soberanos se dejan reducir a la triste condición de satélites. Las Naciones Unidas quedan, en consecuencia, marginadas, o reducidas a una mera oficina de registro que debe someterse ante las decisiones de Washington. Y es que ningún imperio acata una Ley que no haya sido promulgada por él. Su ley de convierte en Ley Universal.

Por Ignacio Ramonet

Nos hemos preguntado con insistencia qué es lo que había cambiado en la política internacional tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Tenemos la respuesta tras la publicación, el 20 de septiembre, por parte de la Administración norteamericana, de un documento en el que se definía la nueva “estrategia nacional de seguridad de Estados Unidos”. En lo sucesivo, la arquitectura geopolítica mundial cuenta con una única superpotencia en su cúspide, Estados Unidos, que “goza de una fuerza militar sin parangón”, y que no dudará “en actuar en solitario, si es preciso, para ejercer (su) derecho de autodefensa actuando a título preventivo”. Una vez identificada una “amenaza inminente”… “Norteamérica intervendrá antes incluso de que la amenaza se concrete”.

Claramente, esta doctrina restablece el derecho a la “guerra preventiva” que Hitler aplicó en 1941 contra la Unión Soviética, y Japón, ese mismo año, en Pearl Harbor, contra Estados Unidos… Ésta borra de un plumazo un principio fundamental del derecho internacional, adoptado al finalizar la guerra de los Treinta años, en el Tratado de Westfalia en 1648, en el que se establecía que un Estado no interviene, y sobre todo militarmente, en los asuntos interiores de otro Estado soberano (principio burlado en 1999 con la intervención de la OTAN en Kosovo…).

Todo esto significa que el orden internacional fundado en 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial y dirigido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), acaba de tocar a su fin. A diferencia de la situación que el mundo ha conocido durante una década, tras la caída del muro de Berlín (1989) y la desaparición de la Unión Soviética (1991), Washington asume, en lo sucesivo, su posición de “líder global”, sin complejos. Y esto, además, lo hace con desprecio y arrogancia. La condición de imperio, hace poco considerada como una acusación típica de un “antiamericanismo primario”, es reivindicada abiertamente por los halcones que pululan en el seno de la actual administración Bush.

Apenas mencionadas en el documento del 20 de septiembre, las Naciones Unidas quedan, en consecuencia, marginadas, o reducidas a una mera oficina de registro que debe someterse ante las decisiones de Washington. Y es que ningún imperio acata una Ley que no haya sido promulgada por él. Su ley de convierte en Ley Universal. Y hacer que todos respeten esta Ley, si es necesario por la fuerza, se convierte en su “misión imperial”. El círculo queda, por lo tanto, perfectamente cerrado.

En el ambiente de intimidación de esta preguerra con Irak, y sin tomar conciencia forzosamente del cambio estructural en curso, muchos dirigentes europeos (en Reino Unido, Italia, España, Países Bajos, Portugal, Dinamarca, Suecia…) adoptan ya, respecto al imperio norteamericano, como el movimiento reflejo de un caniche, la actitud de servil sumisión que hace hincar la rodilla a los fieles vasallos. Malvendiendo, de paso, la independencia nacional, la soberanía y la democracia. Mentalmente, estos dirigentes han cruzado la línea que separa al aliado del enfeudado, al socio de la marioneta. Imploran para sus ejércitos, en la batalla que se anuncia, la función tan poco gloriosa de tropas de reserva. Y si es posible, tras la victoria norteamericana, unas gotas de petróleo iraquí…

Porque nadie ignora que, más allá de los argumentos aducidos, uno de los objetivos principales de la guerra contra Irak es efectivamente el petróleo. Apoderarse de las segundas reservas mundiales de hidrocarburos permitiría al presidente Bush transformar completamente el mercado petrolífero del planeta. Bajo protectorado norteamericano, Irak podría doblar rápidamente su producción de crudo, lo que comportaría inmediatamente la baja de los precios del petróleo y, quizá, la reactivación del crecimiento económico de Estados Unidos. Además, esto permitiría apuntar hacia otros objetivos estratégicos.

En primer lugar, asestar un duro golpe a una de las bestias negras de Washington, la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP), y de rebote, a algunos de sus países miembros, en particular Libia, Irán y Venezuela (aunque algunos países amigos no se salvarían, como México, Indonesia, Nigeria o Argelia…)

En segundo lugar, el control del petróleo iraquí favorecería un distanciamiento con respecto a Arabia Saudita, cada vez más, considerada el santuario del islamismo radical. En un (improbable) guión wilsoniano de reestructuración del mapa de Oriente Próximo, anunciado por el vicepresidente Richard Cheney, Arabia Saudita podría ser desmantelada y establecer un emirato independiente, bajo protectorado norteamericano, en la rica provincia petrolífera de Hassa, donde se encuentran los principales yacimientos de petróleo sauditas, y cuya población es mayoritariamente shiíta.

En una perspectiva como ésta, el conflicto contra Irak no sería sino la antesala, a corto plazo, de otro ataque contra Irán, país ya clasificado por Bush como miembro del “eje del mal”. Las reservas iraníes en hidrocarburos vendrían a completar el fabuloso botín del que espera apoderarse Washington en esta primera guerra de la nueva era imperial…

¿Puede Europa oponerse a esta peligrosa aventura que comienza? Sí. ¿Cómo? En primer lugar, utilizando su doble derecho de veto (Francia, Reino Unido) en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU. En segundo lugar, bloqueando el instrumento militar de la OTAN, con el que cuenta Washington para su expansión imperial y cuya utilización está sometida. Pero, en los dos casos, éstos deberían entonces comportarse como verdaderos socios. Y no como vasallos.

La fuente: Mundo Arabe (www.mundoarabe.org).

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