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lunes, mayo 20, 2024

Irak, una pieza más en el gran escenario estratégico de Washington

Opinion/IdeasIrak, una pieza más en el gran escenario estratégico de Washington

Irak, una pieza más en el gran escenario estratégico de Washington

Guerra sí, guerra no. Detrás de las maniobras psicológicas se esconde una verdadera estrategia de dominación norteamericana. La agresión de Estados Unidos a Irak, sus intereses hegemónicos en el Sudoeste Asiático, la desestabilización de Venezuela y los proyectos Puebla-Panamá, ALCA y Patagonia no son episodios aislados. Washington apura el golpe en Venezuela porque los necesita para su política de agresión a Irak. Es que todo huele a petróleo y a recursos naturales.

Por Víctor Ego Ducrot

La situación de Irak a corto plazo es tratada como si fuese un galimatías, una especie de trabalenguas para que lenguaraces de distintos pelajes se pavoneen en publicaciones y estrados diciendo por verdad aquello que suele ser un mentís, consecuencia de operaciones de inteligencia mediática y campañas de desinformación.

En esa madeja caen unos y otros, a veces en forma bien intencionada, otras no tanto: denunciar en forma reiterada que el ataque de los Estados Unidos contra el pueblo de Irak es un hecho inminente puede ser tan contraproducente -para el pueblo iraquí y para la causa de la paz en general- como el alarde de supuesta información calificada que hacen periodistas y expertos a la hora de simplificar las cosas y afirmar que lo de la guerra fue un simple ardid electoral del presidente George Bush para distraer a los norteamericanos de las dificultades económicas en que se encuentra el primer Estado imperialista del planeta.

En sintonía con este razonamiento sería conveniente resaltar, por su agudeza, un reciente artículo de Edward Said en el Al Ahram Weekly. El académico árabe, nacido en Jerusalén, profesor de la Universidad de Columbia y reciente premio Príncipe de Asturias, reconoce que hay tantos elementos para creer que la guerra puede estallar como para considerar que no, porque si se observa el discurso norteamericano es muy difícil determinar cuánto hay de guerra psicológica contra Irak y cuánto de vacilaciones de un gobierno que no sabe qué rumbo elegir.

Lo que en ese marco sí queda claro, y en esto también coincidimos con Said, es que la verborragia belicista de Bush y el caudal de información y contrainformación militar nunca confirmada tiende a desorientar y engañar no sólo a los iraquíes y a la comunidad internacional sino al propio pueblo norteamericano.

No son tiempos estos de creer en el carácter absoluto de la libertad de prensa norteamericana -la historia y el presente están poblados de ejemplos de censura y manipulaciones, sobre todo debido al carácter corporativista e hiperconcentrado del negocio periodístico-, pero vale la pena recordar que periodistas de varios medios norteamericanos de circulación masiva acaban de fundar una asociación de corresponsales de guerra para reclamar sobre todo veracidad y transparencia en la información militar oficial.

Said también se refiere a las maniobras de manipulación realizadas por Estados Unidos. En este caso gracias a la presta (y seguro que bien rentada) cooperación de Samir Jalil, alias Kanan Makiya. Jalil-Makiya es un

intelectual de limitadas facultades que se enriqueció trabajando para Saddam Hussein y se convirtió luego en asesor del Departamento de Estado norteamericano, desde donde propone la división territorial de Irak, por supuesto después de una “necesaria” intervención militar del Pentágono.

Detrás de la trama visible

Lo saludable, como siempre, sería atenerse a los hechos y a partir de ellos reflexionar con una metodología apropiada. En primer lugar conviene tener en cuenta que las actitudes de la administración norteamericana para con Irak dependen de algo mucho más complejo que una lectura coyuntural, y ni que hablar del empecinamiento irracional de Bush en salidas belicistas. La complejidad de la maquinaria del poder norteamericano no permite semejantes superficialidades. Las actitudes de la Casa Blanca siempre responden a un conjunto de directrices estratégicas, y la administración Bush no llegó a ocupar sus sillones de la mano de las corporaciones energéticas y financieras para dedicarse después a ejercicios caprichosos: una de esas directrices fundamentales del poder imperial pasa por el control de los recursos naturales estratégicos, entre ellos el petróleo y otras fuentes de energía. Por eso arrasaron Afganistán, con la excusa de buscar a Osama ben Laden, el nuevo “demonio” que resultó ser socio comercial del presidente norteamericano (ver Bush & ben Laden S.A., de Víctor Ego Ducrot, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2001).

En un sentido de coincidencias parciales con la línea de trabajo de ese libro se manifestó en Le Monde diplomatique el periodista Paul-Marie de La Gorce. Para este autor, la estrategia de Estados Unidos se inscribe en tres marcos diferentes, que en parte se superponen: la política definida después de la Guerra Fría para impedir el surgimiento de toda potencia rival análoga a lo que fue la Unión Soviética; la lucha global contra el terrorismo (que para quien esto escribe opera fundamentalmente como un pretexto que esgrime Washington en defensa de su accionar hegemónico); y la guerra iniciada el 7 de octubre del 2001 contra Afganistán.

En buena medida estos tres marcos coinciden con el espacio geográfico comprendido entre los mundos asiático, indio, eslavo y árabe, que los expertos norteamericanos designan como Sudoeste asiático. Para la política de Estados Unidos -sostiene de La Gorce- lo esencial sigue siendo el teatro de operaciones del Sudoeste Asiático y sus dos componentes: Irán y las repúblicas musulmanas ex soviéticas de Asia Central.

La prioridad que George Bush otorga a la guerra contra Irak no debe hacer olvidar que Irán sigue en el corazón de los proyectos de Washington. Podría decirse que esa prioridad se basa en la firme alianza de Estados Unidos con Israel y en la convicción que reina tanto en Washington como en Tel Aviv de que, para el año 2005, Teherán dispondrá de armamentos nucleares. Es Irán y no Irak nuestro principal enemigo, dijo no hace mucho en la capital norteamericana el ex ministro de Defensa israelí, Benjamín Ben Eliezer.

Sin embargo, la trama última de esta estrategia norteamericana se halla en la puja por el control de los enormes recursos energéticos que atesora la región del Sudoeste Asiático, sobre todo si tenemos en cuenta que uno de los principales actores de ese escenario es nada menos que China. Los propios expertos del FMI y del Banco Mundial no se cansan de repetir que el gigante asiático se convertirá, durante las primeras décadas de este siglo, en la principal economía del mundo. Cuando el sistema productivo chino ingrese en una etapa cercana al pleno empleo de sus posibilidades no habrá energía que alcance para abastecer a su mercado.

Un mismo juego sobre varios tableros

Atendiendo a las características propias de la región (que para determinarlas y analizarlas Washington cuenta con una gigantesca batería de servicios de inteligencia), en América latina Estados Unidos despliega una estrategia que guarda conexiones y paralelismos con la que desarrolla en Irak-Irán, en la región del Asia Central y el Sudoeste Asiático. Y la clave es la misma: el control y la apropiación de grandes concentraciones de recursos naturales, vitales para la reproducción y supervivencia de su poder imperialista.

Por eso, y también en última instancia, el compromiso del gobierno norteamericano con los sectores más reaccionarios de Venezuela para acabar con el gobierno constitucional de Hugo Chávez. Porque ese país no sólo es un gran proveedor de crudo al mercado norteamericano sino que representa una de las mayores reservas del planeta.

Una vez, el escritor argentino Jorge Luis Borges sostuvo que sólo los tontos creen en casualidades; y en ese sentido sería útil recordar que la alianza espuria entre los golpistas internos y el gobierno norteamericano -Europa con España como voz cantante no se queda atrás- apunte directamente al corazón de la economía venezolana: su empresa petrolera PDVESA.

La urgencia de Estados Unidos en derrocar a Chavez se explica por la necesidad de asegurarse el circuito petrolero de cara a un posible ataque a Irak -Venezuela le vende un millón de barriles diarios-, y para evitar que entre en vigor, el año próximo, la nueva Ley de Hidrocarburos, la que le permitiría al gobierno de Caracas acabar con las mafias instaladas en su empresa petrolera, controladas desde Washington.

Pero el caso venezolano se inscribe a su vez en un plan más general y ambicioso. Por eso el ALCA (toda América como zona de libre comercio para el 2005), que en última instancia le permitiría al Imperio Global Privatizado (IPG) -así denominamos a la actual fase del imperialismo hegemonizado por Estados Unidos- estar al acecho y apropiarse, por ejemplo, del acervo en biodiversidad que encierra la Amazonia y de las reservas petroleras del Atlántico Sur.

Para este último objetivo, el del Atlántico Sur, Estados Unidos cuenta con una alianza inquebrantable con el Reino Unido, que garantiza la ocupación de la islas Malvinas, y con el proceso abierto en el extremo del Cono Sur continental, a partir del ataque financiero contra la Argentina.

A partir de allí, su intención es imponer en la Patagonia un sistema de balcanización protegida y en manos de las grandes corporaciones energéticas. Ver por ejemplo el varias veces denunciado programa “deuda por territorio” y las encuestas privadas y públicas que se han llevado a cabo para sondear el estado de ánimo de sus habitantes respecto de una posible “regionalización”.

El proyecto ALCA, a su vez, terminaría de cuajar si Washington impone el denominado Plan Puebla-Panamá (PPP). Este “plan” fue hecho público por el presidente de México, Vicente Fox, en junio de este año, durante una reunión en la que participaron los jefes de estado centroamericanos y varios directivos del Banco Mundial. Fox hizo los anuncios, pero el texto, el contenido del mensaje, lo habían escrito sus verdaderos mandantes, los funcionarios del gobierno de los Estados Unidos.

Supuestamente, el PPP, como ya lo había planteado la Alianza para el Progreso en la década del ´60, se propone un programa de desarrollo integral para la región. En este caso se habla de 25 mil millones de dólares destinado a distintos emprendimientos en nueve estados mexicanos y siete países de América Central, para un total de 65 millones de personas, de las cuales cerca del 80 por ciento vive en la pobreza.

Por supuesto que detrás de este plan se encuentran el Banco Mundial y un conglomerado muy complejo de instituciones no gubernamentales y corporaciones empresarias, todas apoyadas decididamente por la Secretaría de Comercio y por las demás agencias gubernamentales de Estados Unidos.

En la región mexicana que comprende al PPP se encuentra el 65 por ciento de la reservas petroleras del país -México es el noveno productor mundial de crudo-, y el 54 por ciento del gas. Dentro de la superficie territorial que contempla el plan -algo más de un millón de kilómetros cuadrados- viven decenas de miles de especies animales, cerca de 20.000 variedades vegetales silvestres, un verdadero yacimiento energético y de biodiversidad, y un ejército de trabajadores empobrecidos y desocupados.

Detrás del PPP se encuentran, entre otras, las siguientes corporaciones globalizadas: Ford, Exxon, McDonald´s. Y un alto directivo de la cámara patronal mexicana, Jorge Espina, tuvo a su cargo el sinceramiento empresarial: dijo que se resolverá el problema político y social de la región, a la vez que se podrá recurrir a una de las manos de obra más baratas del continente. Como bien dijo el economista Braulio Moro, en Le Monde Diplomatique: de hecho, el PPP allana el camino el camino del ALCA.

Estados Unidos y el sistema que nosotros denominamos Imperio Global Privatizado (IPG) -un conglomerado de intereses financieros, económicos y estatales corporativos de distintos orígenes, en el cual la facción dominante tiene sede en Washington- no descuida Africa.

A título de ilustración baste con el siguiente ejemplo: cerca de 200 corporaciones empresarias globalizadas, reunidas bajo el sello Bussines Action for Sustaintable Development, participaron con entusiasmo en la reciente Cumbre Mundial para el Desarrollo Sustentable. El foco de la atención empresaria estuvo puesto en la llamada Nueva Estrategia de Cooperación para el Desarrollo Africano (Nepad), una iniciativa del G-8 propuesta en el 2001 y que fuera rechazada por la enorme mayoría de los pueblos empobrecidos de ese continente.

Las propuestas de la Nepad suenan a historia conocida: la auspicia el Banco Mundial; Estados Unidos está detrás de ella a través de su representante en Europa, el Reino Unido; y propone un supuesto plan de crecimiento regional del 7 por ciento anual, basado en un sistema de facilidades inéditas para las inversiones extranjeras, con injerencia política y administrativa directa de los países del G-8 sobre los estados soberanos de Africa.

En definitiva, la agresión de Estados Unidos a Irak y a Medio Oriente, sus intereses hegemónicos en el Sudoeste Asiático, la desestabilización de Venezuela y los proyectos Puebla-Panamá, ALCA y Patagonia no son episodios aislados. Como pudo haber dicho el ex presidente Bill Clinton “es el petróleo y los recursos estratégicos, estúpido”.

La fuente: El autor es un periodista y escritor argentino, residente en Buenos Aires. Es editor del boletín electrónico “La Otra Aldea” y columnista de El Corresponsal (www.elcorresponsal.com).

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