Daniel Pipes, asesor de la Casa Blanca y confeso militante antiislámico, propone plan de acción para Irak que consiste en iniciar el proceso de reconstrucción democrática del país, que tardaría probablemente más de dos décadas en materializarse, y llevar a cabo la transición contando con el apoyo de “autócratas con aspecto democrático”.
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Por Adrián Mac Liman
El establishment político de Washington está desconcertado: la tan cacareada guerra-relámpago contra el régimen de Saddam Hussein, esta guerra “limpia, rápida y eficaz”, se ha ido convirtiendo, en las últimas semanas, en un auténtico quebradero de cabeza para los heraldos de la inevitable victoria del Bien sobre el Mal, de la civilización sobre la barbarie.
Curiosamente, la derrota del dictador iraquí, acogida con satisfacción por los estrategas militares y los politólogos norteamericanos, no suscitó la esperada reacción de júbilo en una población ya de por sí poco propensa a aceptar la presencia de los “infieles” que integran la coalición bélica anglo-norteamericana en las míticas tierras mesopotámicas. Poco tardaron los modernos pobladores de la milenaria Babilonia en manifestar su descontento. Apenas una semana después de la “victoria”, es decir, de la toma de Bagdad, las tropas de ocupación tuvieron que hacer frente al primer reto, cuando miles de manifestantes, musulmanes shiítas y sunnitas, salieron a la calle coreando el slogan: “No a Bush, no a Saddam, sí al Islam”. La noticia provocó la ira de los círculos conservadores de Washington, que no dudaron en acusar a Irán -otro país del llamado “eje del mal”- de fomentar disturbios religiosos en el recién liberado territorio, llamado a convertirse en una democracia modélica, antorcha de los sacrosantos valores de la civilización occidental.
No hay que extrañarse. Para la mayoría de los asesores áulicos del presidente Bush, entre los que figura el antiislamista Daniel Pipes, defensor a ultranza de los intereses geopolíticos de Israel, la palabra “Islam” es, en este caso concreto, sinónimo de Islam radical, khomeynismo, antiamericanismo, sabotaje y… ¡terrorismo! En resumidas cuentas, es obvio que Irak corre el riesgo de caer en las garras de los mullah y los ayatollah, de imitar, tarde o temprano, la Intifada palestina. Reales o ficticios, esos paralelismos simplistas generan inquietud en la Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Pentágono.
Pero no hay que preocuparse. Daniel Pipes ofrece a los gobernantes de Washington y Londres un remedio infalible. Se trata de un plan de acción que consiste en iniciar el proceso de reconstrucción democrática de Irak, que tardaría probablemente más de dos décadas en materializarse, y llevar a cabo la transición contando con el apoyo de “autócratas con talante democrático”.
En efecto, según Pipes, el éxito de la Operación Irak estriba en hallar “hombres fuertes amantes de la democracia”. Más claro…
Los despropósitos del asesor de George W. Bush contrastan, sin embargo, con las reiteradas y serias advertencias lanzadas en los últimos meses por algunos expertos norteamericanos, empeñados en denunciar el cúmulo de los errores de la Administración. Marina Ottaway, investigadora de la Fundación Carnegie para la Paz, estima que la Administración se equivocó al lanzar, hacia finales de 2002, su programa de democratización de Medio Oriente. El proyecto, dotado con un presupuesto de 29 millones de dólares, pretende ofrecer a los habitantes de la región la imagen de una Norteamérica amable, defensora del diálogo intercultural y respetuosa de los valores de la cultura árabe-musulmana. Nada que ver con la corriente racista antiárabe que reina en EE.UU. después de los atentados del 11 de septiembre ni con la agresividad del discurso y los complejos de superioridad de los movimientos fundamentalistas cristianos que se han ido adueñando de la política norteamericana.
Según Ottaway, la Administración republicana se niega a analizar y asumir las catastróficas consecuencias de los errores cometidos por la política exterior norteamericana en la región durante la década de los 90, unos errores que facilitaron el desarrollo y el auge de los movimientos radicales islámicos. Para evitar esta trampa, es preciso potenciar los programas de educación, los cambios sociales, la emancipación de la mujer, la puesta en marcha de políticas de creación de empleo.
Finalmente, es preciso adoptar una postura más elástica frente a los movimientos islámicos, partiendo del supuesto de que la democratización surge desde dentro. En la mayoría de los países de la región, la oposición a los regímenes autocráticos amigos y enemigos de los Estados Unidos está integrada por agrupaciones de corte islámico. Para evitar el choque de civilizaciones, hace falta dialogar con dichos movimientos, comprenderlos y respetar sus ideas, tratar de pactar con las corrientes moderadas, posibles artífices del cambio social. Porque no cabe la menor duda de que hoy por hoy la democracia “made in USA” no tiene cabida en Medio Oriente.
La fuente: el autor es escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de la Sorbona. Su artículo se publica por gentileza del Centro de Colaboraciones Solidarias (www.ucm.es/info/solidarios/ccs/inicio.htm)