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lunes, mayo 20, 2024

La obsesión con Siria

Opinion/IdeasLa obsesión con Siria

La obsesión con Siria

Tras la publicación del reciente informe norteamericano que absolvía al gobierno de Damasco de los cargos de posesión de armas de destrucción masiva y de apoyo al terrorismo, se podría pensar que la lógica dictaría la revisión de la política con Siria, pero en su lugar los funcionarios de Washington han comenzado otra ronda de asedio contra este país, impulsado por los sectores neconservadores. Es bueno recordar, antes de que sea tarde, el refrán que dice: “Si me engañas una vez [las razones para invadir Irak] es culpa tuya. Si me engañas dos veces [Irak y la política de sanciones a Siria], es culpa mía”.

Por Farrah Hassen

La cuadrilla de política de Medio Oriente de la administración Bush vuelve a la carga, esta vez con Siria. Tras la publicación del reciente informe norteamericano que absolvía al gobierno de Damasco de los cargos de posesión de armas de destrucción masiva y de apoyo al terrorismo, se podría pensar que la lógica dictaría la revisión de la política con Siria, pero en su lugar los funcionarios de Washington han comenzado otra ronda de asedio contra este país.

En octubre de 2004, mientras trabajaba en el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (UNDP, en sus siglas en inglés), cerca de las inmensas columnas romanas de estilo corintio desperdigadas a lo largo de Palmira (Tedmor), en un oasis arbolado en el nordeste de Damasco, pregunté a un joven programador informático sirio que me acompañaba: “¿Le preocupan las sanciones que EE.UU. ha impuesto a su país?” [Estas sanciones están enmarcadas en el “Acta de Responsabilidad Siria” -SAA, según sus siglas en inglés- y en el “Acta de Restauración de la soberanía libanesa” (Lebanese Sovereignity Restoration Act) de noviembre de 2003].

Me lanzó una mirada burlona, como si yo estuviera delirando. “Las sanciones son una broma”, declaró, refiriéndose a la directiva promulgada el 11 de mayo de 2004 por el presidente George W. Bush dentro las SAA en la que se prohibían las exportaciones norteamericanas a Siria. El monto del comercio de EEUU con Siria es inferior a 300 millones de dólares al año. La SAA también prohíbe que los vuelos sirios entren o abandonen territorio norteamericano.

“¿Desde cuando vuela la compañía aérea Syrian Air a EE.UU.?”, preguntó con sorna, captando lo ilógico de las medidas punitivas de la SAA: censurar a Damasco por su “apoyo al terrorismo”, “ocupación del Líbano” y “desarrollo de armas de destrucción masiva”. La mayor parte de los sirios con los que hablé durante el otoño de 2004 tenían entendido que las sanciones impuestas por la SAA estaban más relacionadas con los asuntos internos de EE.UU. que con su política exterior, pero no obstante pude ver un atisbo de preocupación general que un economista de Damasco denominó “la imagen negativa que dan de nuestro país, especialmente a los turistas y a los inversores potenciales”.

Ciertamente, los medios de comunicación masivos aceptan sin chistar la imagen paria que ofrecen de Siria los promotores de la SAA. En lugar de evaluar la eficacia y el progreso en el cumplimiento de los objetivos que se propone dicha ley tras un año de existencia, es decir, “hacer a Siria responsable de los serios problemas de seguridad internacional que ha causado en Medio Oriente”, el Congreso ha vuelto a hacer de Siria su blanco. Sin siquiera llevar a cabo un debate bien informado e ignorando los hechos fehacientes, los congresistas han aceptado sin más la acusación de que Siria provoca “serios problemas de seguridad internacional”. Tal lenguaje tendría más sentido aplicado a EE.UU.: una violencia e inestabilidad continuadas asolan el refugio para terroristas en el que se ha convertido Irak tras la invasión ilegal de Bush en marzo de 2003.

Me pregunto si algún miembro del Congreso ha leído el informe final que exonera a Siria, elaborado el 25 de abril de 2004 por el inspector de armamentos del grupo de investigación sobre Irak, Charles Duelfer. Los analistas no encontraron “ningún funcionario de política, programas o inteligencia que mostrara conocimiento directo” de que Saddam Hussein hubiera trasladado supuestamente las armas de destrucción masiva a Siria (Dana Priest, Washington Post, 26 de abril de 2004). De igual forma, el New York Times de ese mismo día informó de que el vicesecretario de Estado para el control armamentístico, John Bolton, había “exagerado” las amenazas sobre “los esfuerzos sirios de adquirir armas no convencionales”, según antiguos funcionarios de inteligencia. Estas revelaciones deberían haber forzado a los miembros de ambos partidos a recitar cual coro griego el viejo refrán “Si me engañas una vez [las razones para invadir Irak] es culpa tuya. Si me engañas dos veces [Irak y la política de sanciones a Siria], es culpa mía”. Pero los miembros del Congreso mantuvieron un ensordecedor silencio.

Bajo la sección “Hallazgos” de la SAA, el Congreso incluyó el ahora cuestionable testimonio del vicesecretario Bolton del 6 de mayo de 2002 que afirmaba que “hace tiempo que Siria posee un programa de guerra química”, como si sus palabras supusieran una prueba irrefutable. La ley también citaba la declaración de Bolton según la cual “Siria almacena cantidades del agente nervioso Sarin y está metida en la investigación y desarrollo del agente nervioso VX, aún más tóxico y persistente.”

El informe de Duelfer excusaba a Siria, pero un año antes los defensores del SAA habían excluido sistemáticamente de la discusión los detalles más significativos sobre las recientes relaciones entre Siria y EE.UU. Tras el 11 de septiembre de 2001, Siria suministró a EE.UU. importante material de inteligencia sobre actividades terroristas de Al Qaeda y ayudó a prevenir un ataque terrorista contra el cuartel general de la V flota de la marina norteamericana en Bahrein. Esto lo confirmó el 30 de abril de 2003 el mismo Departamento de Estado que había colocado a Siria en la “lista de terroristas”, manifestando que “el gobierno de Siria ha cooperado significativamente con los EE.UU. y otros gobiernos extranjeros contra Al Qaeda, los talibanes y otras organizaciones e individuos terroristas” (informe “Patrones del terrorismo global”).

A la luz de los hallazgos de Duelfer y de las acusaciones subidas de tono de Bolton imputando a Siria el desarrollo de armas mortíferas, el Congreso debería cuestionarse la necesidad de mantener las sanciones, ya que Siria ha sido oficialmente sobreseída de los mismos cargos por los que se le pide responsabilidad: ayudar a la insurgencia iraquí y esconder esas elusivas armas de destrucción masiva. Tras la retirada de las tropas y miembros de la inteligencia sirios del Líbano el 26 de abril, la otra demanda de la SAA de que Siria acabara con la ocupación de dicho país también ha sido anulada.

A pesar de esta realidad, el Congreso continúa dificultosamente con su campaña contra Siria. La nueva razón de ser para atacar a Siria vino de una congresista republicana nacida en Cuba, Ileana Ros-Lehtinen, que parece estar obsesionada con mantener las sanciones económicas como un medio comprensible de cambiar los regímenes totalitarios y facilitar las democracias. Desde luego, durante décadas ha abogado por políticas agresivas contra el “régimen terrorista de Cuba”.

Ros-Lehtinen jugó un papel primordial en la aprobación de la Cuban Democracy Act de 1992, que endurecía el ya existente embargo de los EE.UU. contra Cuba; así como la ley Helms-Burton de 1996, que restringió aún más los negocios con la isla y el embargo.

Menos conocido es el trastorno obsesivo compulsivo por atacar a Siria que sufre Ros Lehtinen, un diagnóstico común en Capitol Hill, que normalmente se origina en las corrientes financieras del lobby israelí. Junto a sus compañeros de enfermedad, como el representante demócrata de Nueva York, Elliot Engel, estos congresistas persisten en promover una legislación contra Siria y, por lo tanto, beneficiarse de la generosidad israelí por hacerlo. De hecho, el Informe de Washington de asuntos de Medio Oriente mencionó a Engel como uno de los diez destinatarios más importantes de los fondos PAC durante 2004. Entre el 1 de enero de 1978 y el 30 de junio de 2004, recibió un total de 135.918 dólares. Ros Lehtinen se embolsó 40.000 dólares de la misma fuente para el ciclo electoral de 2003-2004. Por su parte, el comité norteamericano-israelí de asuntos públicos (AIPAC) también contribuyó, convenciendo a una abrumadora mayoría de congresistas y senadores para “sancionar a Siria por su apoyo continuo al terrorismo” (comunicado de AIPAC “Working to secure Israel”, del 5 de septiembre de 2002).

Tras la masacre del día de San Valentín que acabó con la vida del anterior primer ministro libanés Rafik Hariri, voces norteamericanas, europeas e incluso árabes (incluyendo Arabia Saudita y Egipto) se unieron para pedir al presidente Bashar al-Assad que acelerara el ritmo del programa de retirada de tropas sirias del Líbano, ante las narices de la histérica oposición libanesa. Cuando las noticias del asesinato llegaron a los EE.UU, la siempre oportunista Ros Lehtinen abogó por endurecer las sanciones contra Damasco, la “terrorista”. Aunque los perpetradores del horripilante atentado aún permanecen en el anonimato, la congresista no tuvo reparos en acusar a Siria de terrorismo internacional. Irónicamente, en 1989 su histérica pose de antiterrorismo se suavizó cuando le tocó a su querido presidente George H. Bush rechazar la orden de deportación para el terrorista condenado Orlando Bosch, el cerebro del atentado de 1976 contra el avión de pasajeros de la compañía aérea Cubana (junto a su compañero anticastrista y terrorista Luis Posada Carriles), que mató a 73 pasajeros y miembros de la tripulación, además de un cúmulo de otras acciones terroristas.

A pesar de ello, Ros-Lehtinen parece poco preocupada por tales contradicciones. El 8 de marzo introdujo la ley del Congreso 1141, conocida como “ley de liberación de Líbano y Siria”, que busca “endurecer las sanciones contra el gobierno de Siria, establecer un programa para apoyar la transición a un gobierno elegido democráticamente así como la restauración de la soberanía y la democracia en el Líbano”. Como su predecesora, la SAA, la nueva ley reiteraba las acusaciones de que Siria tenía conexiones terroristas y un arsenal de armas de destrucción masiva. También condenaba a Damasco por ocupar el Líbano a pesar de que las tropas sirias empezaban su retirada final bajo los términos estipulados en la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

De forma aún más alarmante, y en sintonía con la doctrina de extensión de la democracia a través de la intervención ilegal que se lleva a cabo en el segundo mandato del presidente Bush, la “ley de liberación de Siria y Líbano” autoriza “la asistencia y cualquier otro apoyo para individuos y organizaciones no gubernamentales independientes que estén a favor de un gobierno democrático en Siria, elegido libremente y reconocido internacionalmente”. (Sección 202 de la ley del Congreso 1141).

En lugar de buscar la comprensión de la realidad siria, la administración de Bush ha lanzado lo que se ha convertido en un patrón de conducta intervencionista que resulta muy peligroso. Como hicieron los neoconseervadores con los iraquíes residentes en los EE.UU., así han hecho los funcionarios de Bush cultivando las relaciones con los miembros sirios de la oposición política que se encuentran en los EE.UU (Washington Post, 26 de marzo de 2005). Durante el pasado mes de marzo, Elizabeth Cheney, el “zar de la democracia” del Departamento de Estado, se reunió con el sirio americano Farid Ghadry, presidente del Partido Reformista de Siria, que es un residuo de la propia posición de Bush en Irak, y aboga abiertamente por un cambio de régimen como el único medio de establecer la democracia, mantener la fuerza de la ley y estimular las reformas económicas. Como resume el siguiente ultimátum de la página web oficial del partido (http://reformsyria.org/), “o Siria cambia de camino o el camino será cambiado para Siria”.

¡Vaya un mensaje para los sirios! El profesor Murhaf Jouejati, de la Universidad George Washington, indicó que este partido es “casi desconocido en Siria” (Washington Post, 26 de marzo de 2005), lo que también puedo confirmar yo. ¿Es que no hay nadie en los círculos de poder de Washington que recuerde cómo la Casa Blanca amparó al convicto malversador Ahmed Chalabi y su Congreso Nacional Iraquí, que en la sala de guerra del vicepresidente Dick Cheney convencieron a los neoconservadores de que los iraquíes apoyarían la invasión?

Aparentemente, las lecciones no se aprenden si entran en conflicto con las convicciones ideológicas. Siria se retiró del Líbano y renovó las vías para cooperar sobre los peliagudos asuntos sobre terrorismo (incluyendo las discrepancias sirias sobre la definición israelí y norteamericana de la política de Hezbollah como una “organización terrorista”), el control de armas y la democracia. La respuesta de los EE.UU. sigue basándose en la coacción, como sugiere la última “ley de liberación de Siria y Líbano”.

El pasado noviembre fui a una “fiesta de retransmisión de las elecciones” en el centro cultural norteamericano de Damasco, que se prolongó hasta la madrugada antes de que el candidato demócrata, John Kerry, admitiera la derrota. Me uní a algunos compañeros que estaban inmersos en una conversación casual y retrocedí con asco cuando oí a un funcionario de la embajada proponiendo que “los EE.UU. organicen las elecciones en Siria para educar al gobierno de Al-Assad sobre lo que significa tener un sistema de dos partidos y una democracia.” Su orgullo me recordaba al de Ros-Lehtinen, o al del propio presidente Bush, cuya reelección enfadó, pero no sorprendió, a la mayoría de mis colegas de trabajo y amigos sirios que sólo pudieron mascullar “que Dios nos ayude”.

Sin embargo, Bashar al-Assad no está esperando la salvación de Dios. El analista político sirio Sami Moubayed dice que Damasco ha respondido ya a la nueva y provocativa legislación creando “un nuevo partido Baa’th que rompe con el monopolio de los partidos socialistas sobre la política de Siria” (“Los baasistas sirios pierden las riendas”, Asia Times, 26 de abril de 2005″), y que el presidente descubrirá en junio.

La mayoría de los sirios con los que hablé hubieran dicho: “¡Ya era hora, gracias a Dios!” Desde inicios de los años 70, el partido Baa’th de Siria se ha convertido en casi un sinónimo del nombre Al-Assad (el joven Bashar asumió el poder en julio de 2000 poco después de que muriera su padre, Hafed al-Assad, y ha gobernado de forma autoritaria desde entonces). En los zocos, los restaurantes, las universidades y las casas particulares, la gente expresó su preocupación sobre este hecho. “¿Es que no podemos tener un presidente que no venga de la familia Al-Assad? Estoy cansado de ver fotos de Bashar y su padre por todos lados”, me comentaba una mujer de edad media llamada Hanan.

Bashar, educado por los británicos, presionó inicialmente para liberalizar la economía tradicionalmente proteccionista de Siria y para abrir su espacio político. Liberó a 600 prisioneros políticos y permitió el desarrollo de grupos de discusión política. Durante los seis primeros meses de la llamada “primavera damascena”, líderes civiles y demócratas expresaron la esperanza por que pudieran participar significativamente en la sociedad siria dominada por el partido Baa’th. Pero la vieja guardia de dentro del gobierno de Al-Assad, así como la corrupta y superpoblada burocracia necesitada de reformas, ralentizaron el ritmo y la capacidad de llevar a cabo las verdaderas reformas que Al-Assad iniciara en el bienio 2000-2001.

Aún así, los estudiantes universitarios, profesores, economistas, taxistas y otros con los que conversé al aroma de excitantes tazas de café de cardamomo acerca de desear más reformas de procedimiento en Siria, incluyendo el pluralismo político, la libertad de expresión y la de asociación, nunca dudaron en enfatizar que éstas deberían “reflejar nuestra cultura, sin que se inmiscuyan ni los EE.UU. ni ningún otro país extranjero”. Recordaron las actuales penurias de su vecino iraquí y su persistente repulsión ante los abusos cometidos por los “combatientes de la libertad” norteamericanos en la prisión de Abu Ghraib. En un país donde la tasa de desempleo está hoy día en torno del 20%, la libertad de deseo también completa la definición siria de “democracia”.

En un crudo contraste, los funcionarios norteamericanos permanecen anclados a sus construcciones ideológicas sin apoyarse en evidencia alguna. La mayoría de ellos provienen de los lobbies y fuentes pro israelíes. Washington también parece propenso a hacer caso omiso de los informes de inteligencia que podría fácilmente obtener de sirios reconocidos, especialmente cuando se trata de exportar democracia de estilo norteamericano a uno de los restantes regímenes “desobedientes”. Por ejemplo, McDondald’s, un símbolo ubicuo del orden económico corporativo global, aún no opera en Siria. En lugar de los arcos dorados, los minaretes de neones esmeraldas adornando las mezquitas de Damasco, mayoritariamente sunnitas, dominan la vista panorámica de la ciudad por la noche desde las alturas del monte Qassyun.

Dentro de seis meses, puede que se necesite más que la intervención divina para redirigir el insensato camino de la política norteamericana en Siria. La abrogación de las sanciones del Congreso basadas en alegaciones servirían como un crucial inicio para ampliar el debate existente sobre cómo el gobierno de EE.UU. podría complementar, en lugar de socavar, el tan necesitado proceso de reforma siria.

La fuente: Farrah Hassen es licenciada en Ciencias Políticas de la Universidad Cal Poly Pomona y fue la productora asociada del documental “Siria: entre la espada e Irak” (“Syria: between Irak and a hard place”, 2004), con Saul Landau. Recientemente pasó dos meses trabajando en el programa de desarrollo de las Naciones Unidas en Siria. Se la puede contactar en: FHuisClos1944@aol.com. La traducción del inglés pertenece a Ricard Boscar para Znet.

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