La tercera muerte de Mahmoud
En este artículo, el autor recuerda un hecho aparentemente menor de un viaje a Bagdad: el encuentro con Mahmoud, un chico de seis años. Para entonces, Mahmoud había sobrevivido a la muerte que le propuso la guerra con Irán. Pero la suerte le ha dado varias otras oportunidades de morirse. Tal vez ahora se esté enfrentando con la última.
Por Ricardo López Dusil
Mahmoud tenía seis años y por entonces una sola muerte. Lo conocí en Bagdad, al final de la guerra con Irán. Caminaba de la mano de su padre, un hombre con una sola pierna. La imagen es una foto perfecta. Su silueta pequeña a contraluz junto a ese hombre vestido con djilaba. No reparé inmediatamente en Mahmoud, sino en su padre. Caminaba erguido, como orgulloso, con una mano en Mahmoud y la otra en su muleta. De esa túnica blanquísima le asomaba un solo pie; el otro, lo había dejado en la guerra. Descubrí que por entonces, ser mutilado de guerra era causa de orgullo, mireusté. Lo vi pasar y algunos iraquíes que parecían absortos jugando plácidamente al backgamon interrumpieron el juego sólo para pararse a su paso. Al pequeño Mahmoud se lo veía feliz y pese a ser quien era tuvo la deferencia de mirarme con sorpresa y saludarme, con alegría, pero a media voz: Hi, mister!
La suerte jugó conmigo. El hombre paró a hablar con otros y Mahmoud, superado por la curiosidad que le despertaba el extranjero, vino a mi lado, sólo a mirarme. Había elecciones legislativas y por un error en el visado me encontraba allí, en una escuela de Bagdad, no en calidad de periodista sino como observador internacional de los comicios. Lacré urnas, supervisé conteos, saludé a funcionarios de mesa, una tarea perfectamente tediosa hasta que apareció Mahmoud, en esa tarde calurosa. “I’m Mahmoud” -dijo Mahmoud- y me tendió su mano pequeña. Créanme, no parecía peligroso, de modo que lo alcé y lo senté en mis piernas. A él se le había agotado su conocimiento del inglés, de manera que ya no nos dijimos más nada. Lo dejé que jugara con mi pelo, que miraba a trasluz.
Ya saben cómo son de estáticos los recuerdos. El tiempo fue pasando y yo seguí recordando a Mahmoud como era entonces, con sus seis años, su dulzura y su padre de un solo pie.
Para 1991, Mahmoud ya andaría por los 10 años. Quiero creer que todavía no sería peligroso ni escondería gas sarin en su cuarto ni un kalashnikov en el bolsillo. Pero ¿quién puede confiarse de esa gente? Tal vez le tocó a Mahmoud morirse de nuevo bajo una lluvia de misiles norteamericanos, lanzados, claro, por su bien. Y por el nuestro. ¿Lo habrán descuartizado con bombas? ¿Habrán hecho de Mahmoud y de su familia un amasijo de carne o lo dejaron morir después, con 12 años de bloqueo y una muerte lenta, lenta? Tal vez su padre no pueda asomar ningún pie de la djilaba. Tal vez haya perdido el orgullo.
O tal vez no. Tal vez Mahmoud se empecinó en seguir viviendo para que lo sigan matando. Tal vez lo alcancen ahora con una bomba inteligente (siempre a mano de un presidente tarado). Ahora, Mahmoud, con 22, tal vez sea un tipo feroz, que no le dice jaimister ni aim-mahmud a ningún extranjero y tal vez diga cosas como yanquis gou jom, faquiú, yit o improperios parecidos. Tal vez Mahmoud hoy tenga la edad perfecta para morirse de una putísima vez.
La fuente: el autor es el director periodístico de elcorresponsal.com.