La semana de los Rambo El asalto israelí contra la cárcel de Jericó cumple una doble misión: capturar a un político (de izquierda) que acaba de obtener su banca de diputado en el nuevo Parlamento palestino y potenciar, mediante una demostración de fuerza, la imagen del primer ministro interino, Ehud Olmert, con vistas a las elecciones del 28 de marzo.
Por Adrián Mac Liman
De provocación “innecesaria” o “irresponsable” tacharon los medios de comunicación occidentales el espectacular asalto llevado a cabo esta semana por el ejército hebreo a la prisión palestina de Jericó. Un operativo minuciosamente preparado para capturar al líder del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), Ahmed Sadaat, condenado por el asesinato, hace casi un lustro, del ex general israelí Rehavam Zeevi.
Después del atentado, el dirigente del Frente Popular se asiló en la Mukata (complejo presidencial) de Ramallah, donde permaneció durante meses a la espera de un acuerdo entre la ANP y las autoridades de Tel Aviv. Su reclusión voluntaria finalizó en 2002, cuando el “rais” palestino, Yasser Arafat, selló un trato que contemplaba el traslado de los militantes del FPLP al penal de Jericó, único centro penitenciario controlado exclusivamente por la Autoridad Palestina. Pero dado que Israel dejó constancia de que no se fiaba de su “socio” en el mal llamado proceso de paz, los palestinos autorizaron la presencia en el penal de guardas británicos y norteamericanos, valedores del acuerdo entre el gobierno de Ariel Sharon y los representantes de la ANP. Ya en aquel entonces, Arafat quedó arrinconado por haberse convertido, según el primer ministro israelí, en un ser “irrelevante”. Tras la marcha de Saadat y de sus acompañantes, las tropas hebreas levantaron el sitio de la Mukata.
El 14 de marzo de 2006, el dirigente del Frente Popular volvió a convertirse en el “enemigo público número uno” del Estado de Israel. Los tanques, aviones, helicópteros que participaron en el asalto contra la cárcel de Jericó cumplían una doble misión: se trataba de capturar a un político (de izquierdas) que acababa de obtener su acta de diputado en el nuevo Consejo Legislativo (Parlamento) palestino y de potenciar, mediante una demostración de fuerza, la imagen del primer ministro interino, Ehud Olmert, jefe de fila de la agrupación pluripartidista Kadima, creada por Ariel Sharon con el propósito de distanciarse de las estructuras políticas tradicionales. Apenas dos semanas antes de la celebración de la consulta popular prevista para el próximo 28 de marzo, el partido liderado por Olmert acusaba un neto retroceso en las encuestas electorales. Esto explica, aunque no justifica, la decisión del actual primer ministro de llevar a cabo una política de “mano dura”, que no se limita únicamente a las amenazas de muerte proferidas contra el futuro jefe de gobierno palestino, Ismayl Haniyah, o al incremento de la presión económica contra los habitantes de los Territorios Palestinos, sino que contempla también operativos bélicos destinados a neutralizar o a aniquilar a personas o personalidades cuya mera existencia “molesta” al establishment de Tel Aviv. Todo ello, bajo la complaciente mirada del actual inquilino de la Casa Blanca. Esta es, al menos, la imagen que pretenden proyectar los rotativos hebreos, que aseguraban esta semana que después de las elecciones generales, Washington iba a contemplar seriamente el desmantelamiento del Cuarteto de Madrid.
La semana, esta semana de Rambos, finaliza con la ofensiva norteamericana contra objetivos estratégicos en la región iraquí de Samarra. El modélico o, más bien, utópico Gran Oriente Medio está en llamas.
La fuente: el autor es escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París). Su artículo se reproduce por gentileza del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), de Madrid.