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martes, mayo 21, 2024

Cuando un sueño se hace añicos…

Opinion/IdeasCuando un sueño se hace añicos...

Cuando un sueño se hace añicos…

Tanto ustedes como nosotros estamos aquí para quedarnos y tenemos la opción de hacerlo bien o mal, con vida o con muerte. Hasta hace poco estaba dispuesto a hacer mucho para que lo hagamos bien, para que vivamos en paz, para que lleguemos a un acuerdo. Hoy no. Lo único que me interesa en este momento es que nos separemos para no verles nunca más la cara. Quiero construir una muralla invulnerable que nos separe y no los quiero ver más. No somos primos. En el mejor de los casos, vecinos que no se quieren.

Por Mario Wainstein

Antes que nada debo hacer una aclaración. Nuestros sabios dicen que no se debe juzgar lo que una persona dice en su momento de duelo o tristeza porque no son los mejores momentos de lucidez. Lo que voy a decir en esta nota -una de las más personales y graves que recuerdo en mi dilatada carrera periodística- es producto de este momento y no sé cómo pensaré dentro de una semanas o meses. Pero el periódico sale todas las semanas y no puedo postergar mis sentimientos. Eludirlo sería engañar a mis lectores, algo que jamás he hecho, pese a quienes piensan lo contrario.

Toda mi vida fui muy nieto. Tan nieto como hijo y de mis dos abuelos sin incluir cónyuges. Mi abuelo materno era un judío tradicionalista que iba todos los sábados a la sinagoga. El paterno era comunista y soñaba con un mundo sin opresores ni oprimidos, sin corruptos ni corrupción. Yo heredé a ambos como con una transfusión y no sólo por genes sino por largas y añoradas horas de convivencia en las cuales los roles estaban claramente definidos: ellos hablaban, yo escuchaba.

De mi vivencia infantil quedó fijado un cuadro imborrable, porque es muy impresionante para un niño ver a un abuelo llorando. Recuerdo a mi abuelo, sentado en el borde de la cama, contándome cómo después de denunciados los crímenes de Stalin por Nikita Khrushov llegó a su casa en Mendoza la humilde cobradora del Partido Comunista, para retirar la cuota mensual. Mi abuelo, con ojos vidriosos y voz entrecortada, con una mezcla de indignación y dolor, me contaba cómo había descargado en esa pobre mujer toda la frustración de una vida entera: “Son ustedes los que deben pagarme a mí, por los daños y perjuicios que me ocasionaron por creerles y por engañarme durante toda la vida”. Era inconsolable.

Vine a vivir a Israel como nieto de un abuelo, y dediqué casi toda mi vida adulta a luchar por la reivindicación de los derechos de los postergados en general y de los palestinos en particular, como nieto del otro. Y no puedo creer cómo la historia se repite. Yo, que en una ocasión pagué con mi lugar de trabajo mi actividad social en favor de los árabes de Lod; yo, que durante un año entero viví de mis ahorros sin trabajar para poder dedicarme, después de la guerra de El Líbano, a la actividad política en favor del diálogo con la OLP; yo, que preferí la cárcel militar durante la Intifada en lugar de reprimir a los civiles de los territorios; yo, digo hoy que he desperdiciado mis energías, mis sueños, mi capacidad y gran parte de mi vida, y que he sido utilizado como idiota útil y he sido sorprendido en mi buena fe.

Mientras yo exigía el diálogo y la creación de un Estado palestino, como consecuencia natural del sentimiento de solidaridad entre los pueblos, el palestino me apoyaba como consecuencia natural de su anhelo de quitarme a mí el derecho que yo reivindicaba para él. Estado palestino sí, Estado judío no. Mientras yo buscaba afanosamente la fórmula del modus vivendi, un acuerdo honorable, una solución práctica para la convivencia armónica en un plano de igualdad, él buscaba justicia. Su justicia, en forma excluyente. Me hubieran avisado, porque para defender la justicia del sionismo y de mi presencia en este lugar podía muy bien ponerme en la primera línea de fuego.

Yo entendía (y entiendo) que si la cuestión es un choque de justicias, no llegaremos jamás a ningún acuerdo, porque la justicia es inflexible, es absoluta, no se puede negociar. Con la justicia, como con la religión, se puede ir a la lucha armada hasta las últimas consecuencias, hasta que uno de los dos aniquile físicamente al otro.

Porque en la justicia no hay renuncias, no hay misericordia, no hay concesiones. Sirve sólo para despertar fanatismos e ideologías totalitarias.

No soy tonto, como parecen serlo muchos de ustedes, y sé que no hay más solución que la negociada. Tanto ustedes como nosotros estamos aquí para quedarnos y tenemos la opción de hacerlo bien o mal, con vida o con muerte. Hasta hace poco estaba dispuesto a hacer mucho para que lo hagamos bien, para que vivamos en paz, para que lleguemos a un acuerdo. Hoy no. Lo único que me interesa en este momento es que nos separemos para no verles nunca más la cara. Quiero construir una muralla invulnerable que nos separe y no los quiero ver más. No somos primos. En el mejor de los casos, vecinos que no se quieren. Yo, al menos, no los quiero. En ese asqueroso linchamiento, en Ramallah participaron ustedes, todos ustedes, porque no fueron a buscar gente “especial”. Participaron los que por casualidad estaban allí, lo que estadísticamente quiere decir “todos”. No Hamas, no la Jihad Islámica. Gente común. Embriagados de sangre. Yo con esa gente no quiero hacer ninguna paz. Sencillamente no los quiero ver más. No quiero entrar allí y no quiero que entren aquí. Y las emisiones de su estación de televisión tienen que ser codificadas, como los canales de pornografía, para evitar que perturben las mentes de menores.

Cuando caí se cometido un pogrom en Nazaret hasta yo humildemente desde esta columna lo condené con furia. Veinte de nuestros prominentes escritores fueron a dar el pésame. Y yo todavía estoy esperando que una persona, no digo ya un intelectual, un palestino cualquiera publique en la prensa, en la radio, en la televisión su condena, su horror, su asco por lo que se hizo en Ramallah. Después de 32 años de lucha, recién ahora se me ocurre preguntar: ¿dónde esta el movimiento Paz Ahora de los palestinos? ¿Cómo puede ser que aquí estamos azuzando permanentemente a nuestros gobiernos para que sean más flexibles y lo único que obtenemos de los palestinos es cooperación en ese mismo objetivo? ¿No se les ocurre que también allí se puede presionar al gobierno para que sea más flexible? ¿De verdad se creen que toda la culpa es nuestra y toda la justicia es suya?

Estamos al borde de una guerra horrorosa que puede no estallar. Pero si alguien se cree que para evitarla vamos a estar dispuestos a renunciar a nuestra razón de ser, está equivocado. Estoy ya bien cansado de entender siempre las sensibilidades palestinas, sin que nadie esté dispuesto a escuchar cuáles son las mías. Dicen que para ellos, la cuestión de honor es cardinal. Puede ser. En cuanto a mí, por algo que también tiene que ver con mis abuelos, cada vez que dicen que me quieren exterminar se me crean serios problemas digestivos. Y más cuando se lo acompaña con un linchamiento. Al igual que mi abuelo de Mendoza, no creo en la transmigración ni en la inmortalidad del alma. Sé, por lo tanto, que no me ve en esta angustia mía, copia de la suya. Hubiese querido preguntarle… qué se hace con todo el vacío que queda en el pecho cuando un gran sueño se hace añicos.

La fuente: Mario Wainstein es un periodista argentino, de tendencia progresista, residente en Israel hace mas de 30 años. Jefe de redacción del diario Aurora (decano de la prensa israelí en español), cofundador del Movimiento Shalom Ajshav (Paz Ahora) y activo militante por el dialogo palestino-israelí. El movimiento Shalom Ajshav llegó a movilizar a más de un millón de adherentes en los años 90.

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