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domingo, mayo 19, 2024

De cómo se sembraron las armas de destrucción masiva en Irak

PolíticaDe cómo se sembraron las armas de destrucción masiva en Irak

Irak y Estados Unidos: cómo se sembraron las armas de destrucción masiva

El peligro de hablar de más radica en que tarde o temprano será necesario respaldar los dichos con los hechos. Junto con la posible invasión a Cuba, las armas de destrucción masiva en Irak son ahora la única oportunidad que tiene el presidente de los Estados Unidos de recuperar algunos puntos de popularidad para el proceso electoral de fin de año. La solución: si no hay armas -como probablemente no las hubieron nunca después de 1996- entonces hay que sembrarlas. A Hans Blix, ex jefe de inspectores de la UN, le corresponde el mérito de adivinar lo que ocurriría. A poco más de un mes de haber iniciado la ofensiva contra Irak, Blix expresó la posibilidad de que Estados Unidos, mediante los más de mil inspectores que envió para buscar el arsenal fantasma, sembrara el arsenal que de hecho fue a buscar.

Por Fernando Montiel T.

Primero fue Mohamed Al-Baradei, director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), en vivo y en directo para la BBC: “Irak no trataba de reanudar su programa de armas [de destrucción masiva]”. Luego, un diario mexicano tituló: “Irak tampoco produjo virus de la viruela, aceptan expertos” y cita a The Nation: “Nada se descubrió, ni siquiera un frasco de los 38 mil litros de toxina de botulismo, o los 25 mil litros de ántrax, o un gramo de las 500 toneladas de gas sarín, mostaza y VX denunciados por Bush en su informe anual como justificación para ir a la guerra” publicó El Financiero, y el rotativo británico concluyó “toda la aventura fue un inmenso fraude”.

Nada de esto importa. Diplomático como es, Collin Powell se encargó de explicar que la ausencia de las presuntas armas de destrucción masiva en Irak “cambia el cálculo político, pero no habría necesariamente evitado la ofensiva militar”. En otras palabras, y como la prensa en todo el mundo lo publicó: “La ausencia de armas no habría evitado la guerra”. ¿Dudas? Coordinado -como debe ser- el secretario de Estado sencillamente estaba endosando las palabras del Subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz quien sin empacho y con una franqueza inusitada reconoció a la revista Vanity Fair: “Mirémoslo de forma sencilla, la diferencia más importante entre Corea del Norte e Irak es que económicamente no teníamos elección en Irak. Este país nada en un mar de petróleo”. Así pues, expuestos por Al Baradei, Powell y Wolfowitz se encargaron de confirmar que a todos aquellos que prestaron atención al argumento de las armas de destrucción masiva se les tomó el pelo sin consideración de país, raza, posición económica, credo, filiación política o grado académico. Como corolario de la mofa incluso George W. Bush se dio el morboso lujo de jugar con el engaño: durante una cena, mostrando una fotografía en la que se ve al mandatario bajo un escritorio en su oficina, el hombre más poderoso del mundo -queriendo parecer simpático- comentó “¡esas armas de destrucción masiva deben estar en alguna parte!”.

Pero el peligro de hablar de más radica en que tarde o temprano será necesario respaldar los dichos con los hechos. Junto con la posible invasión a Cuba, las armas de destrucción masiva son ahora la única oportunidad que tiene el primer presidente de los Estados Unidos con retraso mental (tiene menos de 90 de coeficiente intelectual) de recuperar algunos puntos de popularidad para el proceso electoral de fin de año. La solución: si no hay armas -como probablemente no las hubieron nunca después de 1996- entonces hay que sembrarlas. A Hans Blix, jefe de la UNMOVIC, corresponde el mérito de adivinar lo que ocurriría. A poco más de un mes de haber iniciado la ofensiva contra Irak, Blix expresó la posibilidad de que Estados Unidos, mediante los más de mil inspectores que envió para buscar el arsenal fantasma, sembrara el arsenal que de hecho fue a buscar. ¿De qué lado cayó la moneda?

Un año después, ya en 2004, la profecía de Blix comenzó a cosechar frutos. En marzo, el Teheran Times denunciaba que de acuerdo con informes de un miembro del Consejo de Gobierno Iraquí, en las últimas semanas de febrero y los primeros días de marzo los Estados Unidos descargaron de buques regulares partes de misiles de largo alcance en los puertos del sur de Irak. De acuerdo con esta fuente, la descarga se realizó con asistencia de tropas británicas estacionadas en la zona y de noche mientras la atención estaba centrada en el resultado de los bombardeos de Kerbala y de la firma de la nueva constitución “interina”iraquí. Algunas de estas armas -producidas entre 1980 y 1990 y parecidas a aquellas que poseía el gobierno de Saddam Hussein- habrían sido adquiridas en países de Europa Oriental y de la ex Unión Soviética y transportadas por mar en su último tramo a las costas iraquíes para, posteriormente, ser colocadas por tierra en locaciones secretas cerca de Basora. El reporte podría haber parecido una simple especulación de no haber sido porque semanas más tarde, a principios de abril, la agencia iraní Mehr News Agency reportó precisamente desde Basora otra noticia inquietante. Fuentes cercanas a la oficina del gobernador habían confirmado que una gran cantidad de armas de destrucción masiva se encontraban en contenedores falsamente rotulados como pertenecientes a la compañía de embarques Maeresk y en algunos envíos disfrazados con etiquetas de organizaciones humanitarias tales como la Cruz Roja y la USAID. El reporte señala que a los oficiales iraquíes se les prohibió la revisión de tales contenedores y se les ordenó, además, que cualquier pregunta sobre dichos embarques fuera canalizada a las “fuerzas de la coalición”. La fuente del gobierno confirmó también el arribo de camiones de origen saudita y jordano con placas de tránsito falsas, y que las autoridades fronterizas de ambos países vecinos de Irak, sin inspeccionar dichos convoyes, se limitaban a entregarlos a las fuerzas británicas y norteamericanas estacionadas en la frontera iraquí. Otra fuente cercana al Consejo de Gobierno Iraquí confirmó que contenedores disfrazados de almacenes para combustible habían sido trasladados por el país escoltados por unidades de las fuerzas especiales norteamericanas bajo una fuerte custodia. De manera extraoficial, aseguró que los contenedores en realidad almacenaban toxinas biológicas y bacteriológicas en forma líquida similares a las que utilizó el depuesto dictador iraquí en la década de los noventa. La confirmación definitiva ocurrió dos meses más tarde. A mediados de junio, el diario Al-Khaleej, de los Emiratos Árabes Unidos, dio a conocer que oficiales kuwaitíes interceptaron un camión muy especial. ¿En dónde fue interceptado? Justo en la frontera entre Irak y Kuwait. ¿Quiénes conducían y escoltaban el camión? Fuerzas de la coalición a cargo de los Estados Unidos. ¿Qué dirección tenía? De Kuwait hacia Irak. Y lo más importante ¿Qué cosa transportaba y que lo hacía tan especial? Material radioactivo pesado.

La distancia entre Basora (en donde se confirmó la existencia de armamento químico, biológico y bacteriológico) y la frontera Kuwait-Irak (lugar en el que se detectó el contrabando de material radioactivo) es mínima, como también lo es la distancia que separa ambos puntos de los puertos de la costa iraquí por donde se introdujeron los misiles que afianzarían la justificación a fortiori del proyecto Bush para el control del Medio Oriente. Tantas coincidencias no pueden ser casualidad, no se puede ser tan ingenuo. El cuadro parece completo. Por si algo faltara, en enero del 2004 (es decir, menos de dos meses antes de la siembra de los misiles) el presidente de la Comisión de Inteligencia del Senado de Estados Unidos, Pat Robertson, señaló que había preocupación “por el hecho de que cargamentos de armas de exterminio masivo fueran a parar a Siria”. Tenía que ser a Siria. Consciente de la necesidad de distraer la atención a más de 800 km de distancia para evitar observadores incómodos, Robertson necesitaba cubrir la espalda a los operativos que tendrían lugar en los siguientes seis meses, particularmente los de marzo, abril y junio. El senador necesitaba un chivo expiatorio factible y no muy problemático geopolíticamente con el que se pudieran ocupar la prensa, los analistas y los curiosos mientras se sembraban las pruebas para justificar la bestialidad que se intensificó a partir del 20 de marzo del 2003. ¿Armas de Irak a Irán o a Kuwait? No lo creería nadie, ¿A Turquía? Podría ser (después de todo ninguno de los dos quiere a los kurdos). Aunque improbable, pues dañaría la imagen del eterno candidato de Washington para ingresar a la Unión Europea (además de ser uno de sus más importantes aliados en la región). ¿Jordania y Arabia Saudita? Es difícil, las cosas están demasiado tensas, y las relaciones deteriorándose. Además de que sería una forma muy ingrata de pagar el favor por prestar su territorio para instalar bases militares y tal vez, incluso, por auxiliar para la introducción de los agentes químicos y biológicos a Irak. ¿Y qué tal Siria? Sí, Siria es perfecto. Se le ha creado una pésima imagen internacional en “Occidente” y lo que es mejor: geográficamente se encuentra exactamente en la esquina contraria de donde el embuste tendría lugar. Fanático defensor del sionismo y del Estado de Israel, es extraño que Robertson no haya insistido con más vehemencia en la supuesta transferencia de armas a Siria. El tema sólo le ocupó y le preocupó mientras la misión se cumplía. En todo caso, misteriosamente (¿o tal vez naturalmente?) Israel tampoco mostró -y sigue sin hacerlo- la más mínima preocupación al respecto. Sólo hay dos posibilidades: a Tel-Aviv no le interesa ni le preocupa la posibilidad de que Damasco tenga en su poder armamento estratégico iraquí, o saben que el rumor de la transferencia militar Irak-Siria no es más que eso, un rumor que funciona como cortina de humo.

George W. Bush dice leer la Biblia. Tal vez lo haga, pero eso no garantiza que la entienda. De leerla y entenderla, habría caído en la cuenta de que su estúpida broma sobre las inexistentes armas de destrucción era una réplica de Mateo14:1-12. Él -como Salomé- encaprichado ordenó al complejo militar industrial y a sus criados -auténticos Herodes del siglo XXI- que doblegaran al pueblo iraquí; pueblo que con dignidad -como Juan El Bautista en el relato bíblico- se negó a ceder a sus caprichos. Tal vez haya sólo una diferencia: Herodes mostró en su momento alguna resistencia a cortarle la cabeza a Juan, mientras que el complejo militar-industrial corrió alegremente a desenvainar la espada para consumar la atrocidad. Arrogantes, los miembros de la clase gobernante en el Imperio norteamericano supusieron que Irak sería una tarea sencilla. No lo fue. A la cínica sinceridad de Al-Baradei, Powell y Wolfowitz y a la docta ignorancia teológico-humorística del comandante en jefe se antepuso la realidad. Si la apuesta por la reelección estaba puesta en invadir Cuba o en la victoria militar, tan contundente e indiscutible como ilegal y cobarde contra los iraquíes, ahora ya no es así. La resistencia iraquí les ha hecho ver su suerte en el terreno y por ello la estrategia en el centro del poder ha cambiado. Cuba puede valer todavía para estos propósitos, pero en Irak, hoy los votos de los policy makers norteamericanos están en salirse con la suya mediante el plan tramposo de sembrar armas de destrucción masiva que nunca aparecieron. Lo que en el pasado fue una excusa propagandística y un objeto para la diversión de los nuevos emperadores, hoy se presenta como una necesidad política vital. Tal vez ni siquiera ellos llegaron a pensar que en algún momento necesitarían justificar sus dichos con los hechos. Hoy son rehenes de su discurso en lo político y en lo militar. Hans Blix lo advirtió ayer como hoy debemos denunciarlo todos. Ya han ganado la primera parte de la contienda: las cepas, los químicos, las toxinas, los misiles y el material radioactivo ya están en el terreno. ¿De qué y de quién depende que su victoria sea completa?

La fuente: Fernando Montiel T. es analista y consultor en relaciones internacionales y resolución de conflictos, coordinador del libro Afganistán: Guerra, terrorismo y seguridad internacional en el Siglo XXI (México, 2002) y co-autor de Identidad, educación y cambio en América Latina (México, 2003), Irak: Un mar de Mentiras (Madrid, 2003) y Pensar la guerra: Hacia una nueva geopolítica mundial (México, 2004). Correo electrónico: mafemoti@yahoo.com.mx

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