LA EVACUACION MILITAR ISRAELI DEL LIBANO
Por Ricardo López Dusil
La desbandada militar israelí del sur del Líbano ha sido vista por gran parte de la prensa internacional como vergonzosa y caótica. Como si la guerra fuera sólo un problema de estilos, un ritual de la elegancia. Pero no sólo lo han observado así muchos hombres de la prensa. También numerosos israelíes que no disimulaban su hartazgo con la sangría del Líbano se lamentaban abiertamente por la grotesca estampida militar.
Un joven soldado israelí destacado en Metula admitía ante un periodista español su pesar por no haber podido arriar la bandera como es debido, pero al mismo tiempo se reconocía parcialmente satisfecho por haber podido cantar el himno a las apuradas. El patriotismo tiene a veces un insoportable olor a ridículo. Es cierto que para estas ocasiones hubiera sido más televisivo ver al glorioso ejército israelí dejar el Líbano en formación, al son de marchas militares, con un pueblo alborozado arrojando pétalos a su paso. Créanme: he visto algunas películas así.
Pero la elegancia no es el problema. Al menos no aquí. Lo que le quita dignidad a la retirada no es la ausencia de decoro sino de justicia. Hemos asistido al final de una guerra que no se sabe para qué empezó ni para qué servía. Sólo que alguien la puso en marcha y simplemente se olvidó de apagarla, tal vez atareado en otras guerras, presumiblemente más justas. Y la maquinaria bélica activada en el Líbano hizo lo previsible: destruyó en masa, mató a destajo. Casi siempre siguiendo la misma ecuación: mucho daño de un lado, poco del otro.
En el contexto de la legalidad internacional, la retirada termina haciendo efectiva, tardíamente, la resolución 425 de las Naciones Unidas, que había ordenado el repliegue inmediato en 1978. Ha pasado tanto tiempo que ya nadie recordaba ese mandato. La pasmosa pereza del organismo en hacer aplicar la resolución no ha sido siempre igual. Todos pudimos ver en directo cómo Irak no tardó en saberlo luego de su invasión a Kuwait.
Israel se fue del Líbano y puso fin a la más impopular de sus guerras, su Vietnam personal. El gobierno de Barak sabía lo que gobiernos anteriores tampoco ignoraban, pero que no se animaban a admitir: que no tenía sentido seguir allí con raiting tan escaso. Cabría preguntarse qué sentirían, si pudieran sentir, los soldados israelíesque dejaron su vida para sostener un conflicto que se reveló una farsa. ¿Cómo les sentaría el papel de víctimas en esta tragedia de morir por nada? Al menos para las milicias libanesas el martirio es el precio del paraíso.
¿Alguien recuerda acaso que Israel puso pie en el Líbano para frenar las hostilidades de la OLP, que hace casi diez años que ya no está alli sino sentada a la mesa de negociaciones esperando poder zanjar su propio dilema?
En un instante, en esa escena de la estampida militar, las historias tejidas alrededor del sur del Líbano se deshicieron. Israel justificó su permanencia en en ese territorio ajeno en la necesidad de disponer de fronteras seguras.¿Acaso ahora las prefiere inseguras?
La fuente: el autor es el director de El Corresponsal de Medio Oriente y Africa (www.elcorresponsal.com)