El problema es que no hay un Mandela palestino
Los terribles acontecimientos recientes han confirmado que Arafat no está dispuesto o no es capaz de desempeñar el mismo papel del líder sudafricano. El “rais” ha contribuido enormemente a centrar la atención de la comunidad internacional en la causa palestina, pero no tiene la visión ni la serenidad necesarias para convencer a su pueblo de que acepte los difíciles compromisos de la paz y la democracia.
Por Anthony Lewis
En abril de 1997, mientras los sudafricanos negociaban el fin del sistema del apartheid, un grupo de extremistas blancos asesinó a Chris Hani, prominente líder negro. La revuelta que estalló a continuación amenazó con hacer descarrilar las negociaciones. Nelson Mandela, a instancias del gobierno blanco, hizo un llamamiento a la calma a través de la televisión estatal. Las negociaciones se reanudaron, y concluyeron con éxito.
Pero no hay un Mandela palestino. Los terribles acontecimientos recientes han confirmado que Arafat no está dispuesto o no es capaz de desempeñar el mismo papel del líder sudafricano. Arafat ha contribuido enormemente a centrar la atención de la comunidad internacional en la causa palestina. Pero no tiene la visión ni la serenidad necesarias para convencer a su pueblo de que acepte los difíciles compromisos de la paz y la democracia.
Los palestinos sostienen que la visita de Ariel Sharon al Monte del Templo fue una provocación con fines políticos, y es cierto. Afirman que las violentas protestas son reflejo de viejos agravios, y esto también es cierto. Los israelíes les han confiscado sus tierras y han plantado a la fuerza sus asentamientos, que incluso en este momento siguen extendiéndose. Sin embargo, los negros sudafricanos habían sufrido cuando menos los mismos agravios. Durante siglos habían vivido bajo el dominio de los blancos, sin tierras, condenados a la servidumbre. Sin embargo, bajo el liderazgo de Mandela y sus colaboradores, los sudafricanos comprendieron que la paciencia y las negociaciones eran el mejor camino para reivindicar sus derechos.
Lo más lamentable de los sucesos de estos últimos días es que se han producido cuando parecía materializarse un acuerdo entre israelíes y palestinos. En Camp David, el primer ministro Ehud Barak había hecho una serie de concesiones que constituian la base de un acuerdo. Pero Arafat no correspondió con alguna muestra de flexibilidad.
Una vez liberada, la violencia es difícil de detener. Ha dado lugar al linchamiento de soldados israelíes. Las armas israelíes han segado más de 100 vidas palestinas. Ambos bandos han endurecido sus posturas. Ante tanta amargura, y miedo, la idea de la negociación es una burla.
Arafat debe dar una señal
El primer paso debe ser poner fin a la violencia. Para ello, Arafat debe dar una señal clara, distinta a la que dio al poner en libertad a varios miembros de Hamas. También requiere contención en el bando israelí.
Al final, la lógica de la situación humana y geográfica sugiere una solución parecida a la propuesta por Barak en Camp David. Antes de los últimos acontecimientos, un creciente número de israelíes había llegado a comprender que sólo alcanzaría la paz si permitía la expresión política de los sentimientos nacionales palestinos, es decir, la creación de un Estado palestino en la mayor parte de Cisjordania y Gaza, con Jerusalén Este como capital.
Será difícil reanudar el proceso de negociaciones que estuvo a punto de llegar a buen término. El plan del primer ministro Ehud Barak de formar un gobierno de unidad nacional con el Likud y su líder, Ariel Sharon, será un obstáculo más. Los palestinos ven en él un símbolo del desprecio a su dignidad.
No obstante, no descartaría la posibilidad de que hubiera cierto progreso si se restaura la calma. Sharon, pese a su patriotismo y su arrogancia, está interesado en reducir la tensión. Y la única forma de hacerlo consiste en tomar medidas prácticas sobre el terreno.
Se podría establecer otro acuerdo provisional para conceder a los palestinos el control político de más territorios de Cisjordania. La vida cotidiana de los palestinos sería más fácil si se redujera el número de controles israelíes que deben atravesar cuando viajan entre sus propias ciudades. Israel podría paralizar verdaderamente la construcción de asentamientos. Claro está, todo depende de que los palestinos pongan fin, de forma convincente, a la violencia.
Pero existe una alternativa a la paz: un enfrentamiento interminable que una y otra vez desemboque en derramamientos de sangre. El horror de esta alternativa es precisamente lo que debería convencer a ambos bandos de la necesidad de regresar a la mesa de negociaciones.
La fuente: el autor es analista político de The New York Times. La versión de su artículo en español fue publicada por El País, de Madrid (www.elpais.es)