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sábado, mayo 18, 2024

Soledad y desesperanza en Palestina

Opinion/IdeasSoledad y desesperanza en Palestina

Soledad y desesperanza en Palestina

La pasividad de la comunidad internacional, incapaz de asumir la responsabilidad de buscar el modo de aliviar su padecimiento, deja a los palestinos en un terrible desamparo y a expensas de la voluntad de un gobierno israelí que entiende la paz como la capitulación, lisa y llana, de sus oponentes.

Por Gema Martín Muñoz

La ya de por sí larga y dolorosa ocupación israelí de los territorios palestinos está alcanzando en la actualidad unos niveles de opresión insoportables ante la pasividad de una comunidad internacional incapaz de reaccionar y asumir la responsabilidad de aliviar el terrible sufrimiento de un pueblo que cada día se encuentra más solo.

La estrategia israelí parece completamente determinada a someter a los palestinos a un total derrumbe moral que los lleve a capitular por desesperación y aceptar lo que Israel está dispuesto a ofrecerles, esto es, una especie de pequeñísimo Estado (necesario para el propio Israel a fin de no tener que absorber a los tres millones de palestinos de Gaza y Cisjordania) que en régimen de apartheid quede bajo total control israelí (constituido por pequeñas isletas palestinas inconexas y rodeadas de territorio anexionado por Israel, sin fronteras más que con Israel, desmilitarizado, sin autonomía económica y sin control sobre el agua).

Estrangulamiento económico

Los medios por los que se está tratando de conducir a los palestinos a la desesperación y la rendición son tanto militares como administrativos y psicológicos. Junto a un uso desmesurado de la violencia a través de bombardeos y asesinatos de líderes políticos que han provocado 400 muertos civiles y 12.000 heridos, se añade una serie de medidas burocráticas que conducen a la demolición de casas palestinas y la expropiación de su tierra (más de 450 casas se han demolido durante la Intifada, unas con tanques o misiles y otras con bulldozers) así como a la destrucción de sus campos (se han arrancado más de 44.000 árboles).

El estrangulamiento económico al que se está sometiendo a Gaza y Cisjordania se traduce ya en 2.000 millones de dólares de pérdidas, a lo que hay que añadir una cantidad estimada en unos 54 millones de dólares en impuestos pertenecientes a la Autoridad Palestina que Israel no le transfiere; más de un millón de palestinos viven bajo el umbral de la pobreza, 300.000 han perdido sus empleos dado que la dependencia económica de Israel ha transformado a muchos agricultores palestinos en mano de obra barata que trabaja en un Israel que hoy les impide el acceso a sus trabajos, y el desempleo alcanza al 60% de la población activa. Según señalaba en Terje Roed-Larsen, enviado especial de la ONU a Medio Oriente, “la crisis económica y social está generando una individualización del terror”.

A esto se suma el control intensivo del ejército israelí de la población palestina sitiándola y encerrándola en sus aldeas, barrios o ciudades (situación que ha favorecido notablemente la fragmentación territorial que han producido los acuerdos de Oslo) a través del establecimiento de controles, la destrucción de carreteras y la instalación de trincheras de tierra. Estas ‘células territoriales’, según la terminología militar israelí, suponen una insoportable imposibilidad de movimientos para los palestinos que quedan guetizados y sin capacidad de acceso a hospitales, a recibir ayuda médica, a ser recogidos por ambulancias, o a realizar cualquier tráfico de mercancías o de comercio. Como colofón, en las últimas semanas el gobierno israelí ha anunciado su intención de construir nuevos asentamientos.

Frente a esta realidad se ha instalado con lamentable éxito el discurso oficial israelí en el que se hace culpable a los palestinos de ‘la violencia’. Es más, la violencia palestina es la única que puede ser definida como ‘terrorista’ mientras que Israel ‘sólo se defiende’. No obstante, como señalaba Gideon Levy en el periódico israelí Ha’aretz: ‘Israel puede y debe pedir a los palestinos que silencien sus armas, pero debe pedírselo también a sí mismo dada la variedad de armas que usa contra los palestinos’, y acababa su artículo diciendo: ‘¿Poner fin a la violencia? y no debería ser Israel, como la parte más fuerte que es, quien trate de ser el primero’. Y porque, habría que añadir, la violencia palestina es consustancial a un orden colonial que sólo se basa en la fuerza y la ignorancia de los derechos humanos.

Asimismo, Israel trata de focalizar la atención en Arafat, su Fuerza 17 y el ‘fundamentalismo islámico’ (la gran coartada de los actores más autócratas del Norte de África y el Medio Oriente) para presentarlos como instigadores del levantamiento, por supuesto bajo el epíteto de ‘terroristas’, en tanto que la población palestina queda reducida a meros autómatas deshumanizados en manos de tan malignos personajes. Así, con la valiosa ayuda del seguidismo de muchos medios de comunicación, y en primera línea los americanos, se presenta (y justifica implícitamente) la brutal y diaria violencia israelí como ‘en respuesta’, ‘en revancha’, ‘en defensa’, ‘en reacción’ a la violencia palestina. Con ello se está logrando hacer invisible a la población palestina y su sufrimiento, y desviar la atención sobre la verdadera situación: la de un pueblo que lleva 33 años luchando contra una ocupación militar asociada a una despiadada represión y segregación.

Abandono internacional

La cuestión está en el abandono internacional que se está haciendo de esta injusta e inhumana situación, siendo éste un factor clave dado que desde dentro de Israel es muy difícil que surja un cambio de posición, porque si bien existe una izquierda activa israelí que lidera un tejido asociativo dedicado a trabajar con los palestinos y denunciar la ocupación, ésta es muy minoritaria y tiene muy poco poder político. Por el contrario, la mayoría de la opinión pública israelí, sus dirigentes y la clase política, incluida la izquierda tradicional, apoyan la opción de rendir a los palestinos por la fuerza.

Europa no es capaz de pasar de la diplomacia del discurso a la diplomacia de la acción, mostrándose, de hecho, incapaz de llevar una política independiente de los Estados Unidos. Ahí queda la abstención de los cuatro miembros europeos (Inglaterra, Francia, Irlanda y Noruega) del Consejo de Seguridad de la ONU en la resolución del 27 de marzo (que por supuesto Estados Unidos vetó con el agradecimiento expreso israelí) en la que se solicitaba el envío -absolutamente necesario- de una fuerza de intermediación de la ONU a los territorios palestinos.

Ahí queda también la visita del Sr. Patten a Gaza a finales de marzo en la que transmitió al presidente Arafat que la Unión Europea no está dispuesta a continuar su financiación si no pone orden en las cuentas de la Autoridad Palestina. La preocupación de los responsables europeos sobre el buen uso de sus donaciones es muy loable, pero no sólo llega un poco tarde (han tenido 7 años para afrontar la cuestión debidamente) sino también en un desafortunado momento de colapso económico que destruye a la población civil palestina.

Como también ha quedado relegado a la posteridad el claro y preciso informe sobre la situación de los derechos humanos en Cisjordania y Gaza realizado por Mary Robinson y un grupo de expertos como el distinguido profesor de la Universidad de Princeton, Richard Falk, presentado el 27 de marzo pasado en la Asamblea anual de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra. En las 34 páginas de dicho informe quedan inequívocamente expuestos los daños que la crueldad israelí causan en la sociedad palestina y lo desproporcionado de su respuesta militar contra la Intifada. En realidad, como ha dicho recientemente Edward Said, este informe, junto con todos los demás realizados por las organizaciones internacionales de derechos humanos, vienen a demostrar que la Intifada es ante todo y sobre todo un levantamiento civil anticolonial y que el gran muro que no logran derrumbar los palestinos es el de su dificultad para transmitir esto a las opiniones públicas occidentales y legitimar su lucha; lo cual no es ajeno a la poderosa máquina de relaciones públicas israelí en todo el mundo, pero tampoco a la necesidad de un nuevo liderazgo palestino capaz de luchar con fuerza y democracia por los derechos palestinos. No obstante, una transformación del liderazgo palestino está teniendo lugar en torno a la Intifada, y claramente en contra de ‘la élite de Oslo’.

La parcialidad norteamericana

Por su parte, la nueva administración americana no ha modificado el fondo de lo que es el firme apoyo incondicional de los Estados Unidos a Israel, pero sí ha cambiado la forma en una clara desventaja aún mayor para los palestinos. Se da una neta coincidencia en la percepción de Ariel Sharon y la administración de Bush sobre cuáles son las ‘amenazas’ en el Medio Oriente y sus mutuos intereses geoestratégicos en esta región, tal y como ha quedado explícito en la reciente visita de Sharon a Washington.

Estados Unidos está asumiendo la posición, e incluso el lenguaje, del gobierno israelí sobre el problema palestino y esto se está plasmando en la negativa a invitar a Arafat a encontrarse con Bush en Washington en tanto que éste no condene ‘la violencia’ y contenga la Intifada (se compensa esta negativa invitando a Mubarak y al rey de Jordania, quienes a su vez han probado sobradamente con sus otros colegas árabes en la cumbre de la Liga Arabe su incapacidad de acción por su dependencia del apoyo económico y político de los Estados Unidos).

Así, la política americana en el Medio Oriente se está perfilando, en total acuerdo con la visión israelí, a favor de las siguientes líneas de actuación:

1- la adopción por parte de Estados Unidos de una visión global regional sin concentrarse en la cuestión palestina, a la cual no se la considera una amenaza para el statu quo regional y la seguridad de las monarquías petrolíferas del Golfo (algo así como que se tratase de una cuestión interna de Israel más que de un conflicto que implica a la comunidad internacional; de ahí la desaparición entre la diplomacia americana del término ‘proceso de paz’ y la intención inicial de no integrar en la primera gira de Colin Powell al Medio Oriente la visita a Israel y Palestina sino sólo a los países del Golfo, que sí constituyen uno de los ejes del interés americano ligado a las fuentes energéticas);

2- la concentración de la política americana en la contención de los países que considera, en total connivencia con Israel, que son las principales amenazas regionales: Irak e Irán (esto, además, desvía la atención del problema palestino y alimenta el negocio armamentístico);

3- el apoyo y cooperación israelíes al proyecto americano de la creación de un sistema de defensa antimisiles (destinado a contener a los declarados por la diplomacia americana ‘estados parias’ entre los que se cuentan Irak e Irán);

4- entablar una batalla conjunta contra el ‘terrorismo internacional’ (con denominación de origen preferentemente islámico: Hamas, Hezbollah…), bajo lo cual se esconde en realidad una campaña de demonización y deslegitimación de la resistencia anticolonial en el Medio Oriente.

En conclusión, en un momento en que sólo desde la comunidad internacional se puede actuar para aliviar el dolor palestino y resolver dignamente su situación, es cuando se observa una mayor ‘desinternacionalización’ de esta cuestión. Nunca los palestinos han estado tan solos y tan desesperanzados y nunca la correcta intervención de la comunidad internacional ha sido tan necesaria como ahora.

La fuente: Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

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