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miércoles, mayo 15, 2024

El legado de la guerra sucia en la prisión de Megiddo

PolíticaEl legado de la guerra sucia en la prisión de Megiddo

El legado de la guerra sucia en la prisión de Megiddo

“Quinientas mujeres árabes con niños están de pie en una larga fila delante de la entrada de Megiddo. Hoy es mi turno de controlarlas. Ponerme un chaleco antibalas, usar guantes de goma, examinar sus bolsas, bajo sus faldas, en sus zapatos, sus axilas, sus genitales. Verlas odiando, llorando, vomitando, sangrando, humilladas, aplastadas, sin mostrar un poco de misericordia. Ocho horas de cumplir con mi obligación en el calor, en la hediondez, entre los llantos de los niños. Al fin del día, escoger a unas pocas al azar y buscar en sus anos.” Helena Goldovsky tenía dieciocho años cuando llegó, en calidad de soldado del ejército israelí, a la prisión de Megiddo. Hace un año terminó su servicio militar. Estas son sus experiencias.

Por Helena Goldovsky

“Buenos días. Dios, ¡qué mañana hermosa! Levántate, levántate, el desayuno está listo.

“Estoy de pésimo humor y no quiero levantarme. Me levanto y pienso de inmediato en el día que me espera. Tengo 19 años, y soy soldado en el ejército, más específicamente, en la prisión con los terroristas árabes. Hoy estoy haciendo cacheos. Lo odio. Lo odio.

“Llego a la base. Hace mucho calor. Ya dura tres semanas este calor. Sus autobuses llegaron antes que yo. No son las ocho todavía, y ya están aquí. Desde mi cabina puedo ver claramente los alrededores. Aquí está la Fuerza 100 dirigiéndose a controlar sus documentos, y ya están ellos saliendo lentamente de sus autobuses polvorientos. Primero salen los niños, después los hombres, y al final vienen las mujeres llevando maletas, cajas y bolsas. Tanta gente en cuatro autobuses, increíble. Siempre hay muchas mujeres, porque por cada hombre hay cuatro mujeres. Como lo había pensado, tendré mucho trabajo.

“El calor comienza a afectarme, estoy cubierta de sudor, todo se pega a mi cuerpo. Me pregunto cómo se las arreglan con cinco vestidos. El oficial se me acerca corriendo y gesticula que vaya hacia él. No puedo hacer otra cosa que cumplir. Y sé que me dirá que me prepare, es decir, que me ponga el chaleco a prueba de balas (¡con este calor!). Exactamente. Eso era.

“Llamo a uno de los hombres de la Fuerza 100. Erez, venga, venga a custodiarme. ¿Dónde está el tipo de la policía militar que está a cargo de los hombres? ¿Cuántas hay hoy? 600, pienso. Un día largo, ¿no? ¿Y cuántas con niños? Veo algo como 100 hombres.

“De nuevo veo a un oficial, pero esta vez está furioso: ¡apúrese y vístase! ¡La están esperando!

“Hoy cachearé a 500 mujeres. Sólo ahora noto a la multitud que me enfrenta. Hay numerosas mujeres y niños alborotados. ¡Tantos pañuelos blancos! Unas pocas horas más y habrá gritos, el llanto de los bebés, y luego más y más de lo mismo.

“Los divido en dos grupos. Las mujeres a la izquierda, los hombres a la derecha. Una masa enorme de hombres, sin afeitar, mal vestidos. Muchos tienen dientes de oro. Chaquetas sucias, camisas floreadas de muchos colores. Uno atrae mi atención: un traje blanco, una corbata, y zapatos blancos. Tengo que decirles que lo controlen bien. Está demasiado tranquilo. Aristocrático. Me ha visto contemplándolo, y me sonríe.

“Vamos donde las mujeres. Entren. Cierro la puerta, ruego a Dios que este día pase en paz. Por la rendija en la puerta veo a Erez, concentrado. Tengo que ponerme el chaleco, y de inmediato me siento muy pesada. Y para terminar me pongo los guantes blancos.

“La mujer árabe me mira de reojo, con recelo. Es verdaderamente joven. Probablemente está aquí por primera vez, ha venido a visitar a su hermano o a su padre. Parece tener mi edad. Comience a desvestirse. De nuevo esos ojos perplejos.

“Abre los botones de su chaqueta, hay dos capas más debajo. Se pasa la mano por la cabeza y se saca su pañuelo. Su cabello es largo, negro, torcido como en una trenza. Bueno, siga. Cuello, espaldas, axilas (verano, la gente transpira), pecho, ella toda tensa. ¿Por qué estás poniendo esa cara? ¡Stanna shwayeh (árabe: ¡espera!). Se saca los zapatos. Hemos llegado a la parte más difícil. Tengo que buscar entre sus piernas. Me hago una apuesta de que está limpia y no tiene nada. Sí, tenía razón. Ahí está, listo. Vístase y salga. De nuevo no entiende. Le repito lo mismo en árabe. Entiende. Se va.

“Otra. Ésta es mayor y está aquí con toda su estirpe: tres niños chicos y otro por nacer. Rápidamente controlo sus manos, sus pies, su pecho, su estómago. Sonríe. Está a punto de desmayarse por el aire sofocante en la sala. Se seca unas gotas que tiene en la cara. Ahora su cara se ve un poco más sonrosada. Listo, ahora puedes salir con tu grupito.

“Tercera, cuarta, quinta, pierdo la cuenta. Mi cabeza estalla. Tengo sed, todo me da vuelta. ¿Dónde está la comida? ¿Por qué no me traen comida? Afuera, qué gritos, yo misma quisiera gritar. Me asomo: igual que siempre. Sigue la interminable fila de mujeres árabes. Salto afuera y grito fuerte en hebreo, ¡Cállense! Silencio. Hasta el bebé dejó de llorar. Ya está. Qué alivio.

“Vuelta al trabajo. Una mujer anciana entra arrastrándose, gimiendo. Saco una mano para ayudarle. Responde crispando su cara. ¡Bien! Meten miedo estas viejas. Generalmente protestan. Gritan algo en árabe. Y sobre todo, no le temen a nada. De nuevo, cabeza, manos, pechos, entre las piernas. Gime de nuevo. Mierda, todo se pega. Quiero sacarme este maldito chaleco. En un minuto se irá la vieja, y me lo sacaré.

“Rápido, sáquese los zapatos y deme el cinturón, quiero verlo. Ella me mira con ojos malignos, un minuto más y hará algo. Si la he cacheado bien, no lleva cuchillo. Ah, probablemente una nota para un hijo querido. En un minuto veremos. Sí, sí, aquí está. Bien, aún no he aprendido a leer árabe. Pongo la nota en mi bolsillo. Me agarra la mano: por favor, por favor, deme la nota. Me trata de dar dinero. Veinte shekels. Cómico. Váyase, váyase, antes de que anule su permiso de visita. La llevo afuera.

“Me saco el chaleco. ¡Qué bendición! Me tomo unos pocos tragos de agua. Habrá unas doscientas más ahí afuera. Al paso que voy no terminaré hasta mañana…

“Eso es, el último grupo. Otra embarazada, de negro, con guantes negros, se ven sólo los ojos. OK, comenzaremos con la embarazada, seremos un poco compasivos. Judíos compasivos. Está bien vestida, no como los otros: un vestido ligero, un pañuelo que hace juego, un perfume ligeramente dulce. De nuevo el mismo procedimiento. Mierda, me doy cuenta de que está a punto de… y me doy vuelta justo a tiempo. A pesar de todo, parte de su vómito me alcanza. Se disculpa, limpia mi chaleco a prueba de balas. Cómo si sirviera para algo. Tendré que llevar este olor conmigo hasta que llegue a casa. Ahora somos hermanas de sangre, tú y yo.

“Abro la puerta para mi próxima paciente, la que está toda de negro. Tengo miedo, miedo, miedo, estoy muerta de miedo. A primera vista no puedo decir si es un hombre o una mujer. Se niega terminantemente a sacarse su pañuelo. Muy sospechoso. La toco, salta hacia atrás y me muerde. Si eso es lo que quieres, puta. ¡Stanna schwayeh, te lo dije! Esta vez logré caza mayor: cápsulas para notas. Y no es todo. Tanteo entre sus piernas, hay algo ahí. Sangre, sangre. Su regla, sí, verdad. Golpea mis manos. Regla, ¡y un cuerno! ; probablemente tiene ahí un teléfono o incluso un arma. ¡Sí! ¡Un teléfono! Casi me mata con su mirada amenazante. Qué dedicación. Personalmente, yo no sería capaz de hacerlo. Bueno, después de todo, no podrá venir a la prisión durante seis meses, y se convocará a su familia para aclararlo. La conduzco al oficial.

“¡Dios mío, qué calor! Ahora la ropa se me pega tanto que no noto la diferencia entre mi piel y el uniforme. Estoy a punto de vomitar. ¡Que sofocante el aire acá adentro! El olor del vómito me sigue continuamente, tengo un nudo repugnante en la garganta. Me lo trago. ¡Uf!, se pasó la náusea. Rápido, abre la puerta. Una, dos y… de repente comienza el griterío.

“Una niña toda sucia de cinco años entra de un salto a la sala de cacheo. Sus medias están manchadas y tienen agujeros en las rodillas, su vestido de colores muy vivos necesita ser lavado. En su mano tiene una bolsa de golosinas. Me mira con una especie de afirmación feliz. Una ola de brutalidad me posee y le pregunto: “¿Weym imek” ¿Abuuki? ¿Hoon? (en árabe: ¿Dónde está tu madre? ¿Padre? ¿Aquí?) Logra escapar de mis manos, y corre hacia la puerta. ¡Sujétenla! ¡Sujétenla! grito a alguno de la Fuerza 100.

“¿Por qué está gritando ese bebé idiota? ¿De dónde viene este olor a sangre? Mierda, toda su cara está roja, está gritando histéricamente. Su madre tampoco deja de gritar. Con todo el barullo no entiendo nada, su ojo está lleno de sangre. ¿Quién hizo esto? Un sudor frío me corre por la espalda. Oh Dios, fui yo. Yo hice eso cuando di un golpazo a la puerta. Veo a un soldado cerca y lo llamo, ¡rápido, corra a la enfermería y traiga a Gana! ¡Sólo a Gana!

“Después de tres minutos, Gana llega. Un tipo reposado, de 1.75 m, que sabe hacer de todo. ¿Quién hizo esto? Farfullo y murmuro algo sobre la puerta. Bien, no te excites demasiado. Yo lo limpiaré, voy a ver lo que se puede hacer, todo saldrá bien. ¿Por qué estás llorando? Estas cosas pasan. En cinco minutos, habrá pasado. Gana vuelve, parece muy contento. Bien, bromea, te prometí que el bebé viviría, pero si jamás volverá a ver, no lo sé. ¿Por qué me miras así? Me voy.

“Gana, por favor, tráeme guantes nuevos de mi bolsa. Están limpios, y estos están llenos de sangre. Te los traeré en un segundo. Pero, ¿ves a ese muchacho de la Fuerza 100? Alex. Dicen que de verdad le gustan las chicas. Adiós.

“El joven llega. Rubio. Eh, no te había visto aquí. ¿Cómo te llamas? Helena. Me gustaría hacer tu trabajo. Qué divertido, estar parado aquí y tocándolas. Mira a esa muchacha. Mírala, mírala. ¡Qué bombón! Me encantaría follarme a una de ellas. Cállate. Me enferman todas esas tetas. Me enferman sus culos y sus coños. 600 al día es demasiado. Se ríe de todo corazón. Idiota.

“Hoy habrá más visitas. ¿Qué? ¿Nosotros o tú? Tú. Barak dice que tienes que hacerlo. Tienes que apuntar a los visitantes que tienen que ser cacheados de nuevo. ¡Odio hacer esto! Si hay una cosa que odie más que el resto, es esto. Aquí estamos todos listos para partir a casa y esperando el autobús. Barak me agarra. ¿Qué hiciste ahí con ese bebé? La mujer árabe dice que te va a atrapar en la calle y te va a romper la crisma. Ven conmigo y decide quién necesita un segundo cacheo.

“Hemos ido a una sala de cacheo con un poco más de aire, desde la que puedo verlos sin que me puedan ver. Rápidamente señalo a las mujeres con bebés y a unos pocos hombres con artesanías, en total unas cuarenta personas. Ahí, basta. Ellos no saben lo que les espera. Este extraño procedimiento. Uno comprende que en este asunto el elemento sorpresa es crucial. Una mujer joven entra, de tipo alegre, con mejillas sonrojadas. Guapa de verdad. Como si esto fuera un teatro, y no una cárcel para terroristas. Realmente no se espera esto. Le saca los pañales a su bebé. Ya. Allah, ¡qué olor! Espero que no se me pegue. Dentro hay montones de notas en cápsulas, todo lleno de mierda, yo también. Llora, un llanto amargo. “No se lo muestre a nadie.” Venga, de verdad, ¡se le ha pasado la mano! ¿Cree que me ensucié por nada? Salgo.

“Barak, quiero que alguien me reemplace, me estoy muriendo de hambre. Una pausa de quince minutos y de inmediato, de vuelta al trabajo.

“Corro entre las celdas. Un paso más y estaré en la oficina. Una oficial me está esperando en la puerta: Usted tiene que… Interrumpe su frase a medio camino. Se ríe. Usted está cubierta de mierda y está hedionda. Lo sé sin que me lo tenga que decir, puta. Usted no los va a cachear. Todo lo que usted sabe es tantear sus bolsas con un dedo, y hasta eso no lo hace. Diga que tiene mucho trabajo y váyase a su oficina con aire acondicionado. Capitana pendeja.

“Aquí me he vuelto totalmente desvergonzada. Le grito, me siento enrojecer, el sudor me cae sin parar en gruesas gotas. Soy toda nervios. ¿Sabe lo que me gusta más? Separarlos. Este grupo a la derecha, el otro a la izquierda. Nazis judíos, ja, ja. No sólo estoy cubierta de mierda, estoy cubierta de sangre y vómito.

“Comienzo a reír histéricamente. Le tiro los guantes, los que tienen la sangre y el otro par. No comprende, sólo me mira en silencio. Después de todo lo que me ha pasado hoy, tendré una queja por conducta irrespetuosa hacia un oficial. Así sea. Ya no me importa. Me doy vuelta y la saludo.

“Me voy a lavar las manos con jabón blanco que traje de casa. Jabón que huele a perfume. Lentamente me enjabono y me lavo las manos, me las enjabono y me las lavo de nuevo. Por lo menos cinco veces.

“Un ruido estridente interrumpe mi alegría pasajera. ¡Una sirena! ¡Una sirena! ¿Qué pasa ahora? Sharon con las últimas noticias. Dos árabes escaparon aprovechando la confusión de las visitas durante este día de locos. ¡Todas las muchachas al refugio con las máscaras antigás! ¡Rápido! Pronto habrá un caos total. Mierda, el gas ya está en el aire. Respiro hondo. Corro a la cabina. Tomo la primera máscara que veo sobre la mesa. La estiro y me la pongo. Inspiro, exhalo. Ah, se siente bien. Después de medio minuto siento que el gas está entrando a pesar de la máscara. Círculos rojos. Todo se da vuelta, desaparece en una neblina.

“Abro los ojos. ¿Dónde estoy? En la enfermería. Gana me controla el pulso. Me sangra la nariz. Tengo una intravenosa en la mano derecha. Todo vuelve a dar vueltas, pero esta vez el sentimiento es más agradable. Gana da golpecitos en mi mano. ¡Despiértate! ¡Despiértate! Ve a tu casa ahora. Come algo y descansa un poco. Le pediré al doctor que te firme una salida. ¿Puedes levantarte?¿De qué está hablando? Claro que puedo levantarme. Me siento mareada, vomito. Sólo que esta vez lo hago sobre Gana. Estallo en carcajadas. El también, aunque todavía no sabe por qué.

“Te lo diré en el camino. ¿Lista? Te llevo.

“Lo dejo todo atrás. Torres llenas de soldados de la reserva, muros grises, celdas de retención con redes que tienen desgarros aquí y allá. Hombres árabes, mujeres árabes, terroristas y sus niños. Au revoir, prisión. Mañana será lo mismo.”

* * *

Vocero del ejército: Los prisioneros de Megiddo están involucrados en actividades terroristas peligrosas. Todos los visitantes, hombres y mujeres, pasan por un cacheo y se controlan sus bolsas a fin de impedir que lleven armas u otros artículos prohibidos a los prisioneros. Los cacheos son realizados a mano y utilizando detectores de metales. Los visitantes masculinos son controlados por soldados, y las visitantes mujeres por soldados mujeres. Los cacheos de las mujeres son realizados con recato y en privacidad teniendo cuidado de proteger su dignidad. Los soldados han sido capacitados. Ni las decisiones militares legales, ni las instrucciones del jefe de la policía militar relacionadas con la prisión requieren que los cacheos de los visitantes en las prisiones militares sean realizados por la policía militar.

La fuente: este artículo, ligeramente abreviado, fue publicado por el diario israelí Yediot Aharonot, el 16 de marzo último. Creado en 1939, Yediot Aharonot (en hebrero, Las últimas informaciones) pertenece a una sola familia, los Moses, y tiene un solo objetivo: “No perder un lector”. Tiene éxito al unir fotos en color y buenas investigaciones, actualidad muy local y un tono crítico e independiente. La traducción al español pertenece a Germán Leyens, para la revista digital Rebelión (http://www.eurosur.org/rebelion).

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