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lunes, mayo 20, 2024

La intervención internacional no sólo es necesaria sino imprescindible

Opinion/IdeasLa intervención internacional no sólo es necesaria sino imprescindible

DESPUES DE LA MASACRE DE JERUSALEN

La intervención internacional no sólo es necesaria sino imprescindible

Israelíes y palestinos han demostrado su incapacidad para resolver sus disputas, empecinados como están en la descalificación mutua y la confrontación. En ese contexto de odio y ausencia de propuestas políticas, es imprescindible que la comunidad internacional actúe como un árbitro confiable e imparcial para poner fin a la hemorragia y restituir la paz y la justicia.

Por Ricardo López Dusil

Israel bombardea posiciones palestinas y toma bajo su control la principal oficina de la OLP en Jerusalén en respuesta a la carnicería en el restaurante de King George y Jaffa, que a la vez fue una vendetta por el asesinato selectivo (poco selectivo, si consideramos que también mató a dos niños y a dos periodistas) de dirigentes de Hamas, que a la vez pretendía lavar con sangre un ataque anterior a colonos judíos, muertos como revancha por algún otro asesinato… El círculo infernal de horrores en el que se desangra el Medio Oriente no parece tener final. Y tal vez no la tenga con los actuales protagonistas, empecinados en superpoblar el Paraíso con inocentes, y la complicidad inoperante de la comunidad internacional, apenas conmovida espasmódicamente cuando los muertos se les avalanzan desde sus televisores.

Tanto las autoridades israelíes como las palestinas han demostrado no sólo irresponsabilidad hacia sus respectivos pueblos sino una incapacidad evidente para resolver la vieja disputa que los asocia. Y en su absurdo esfuerzo por contener y contentar a los fanáticos, les han terminado cediendo el diseño de las relaciones bilaterales. La discusión central, que no es otra que la creación del Estado de Palestina, se ha perdido en este fárrago de sangre, pólvora y mutuas descalificaciones. Se abandonan los argumentos para reciclar las amenazas y no se discute sobre la legitimidad de los reclamos, sino sobre quién es el bueno y quien el malo en esta tragedia. A no engañarse: aquí sólo hay malos y peores.

Por acción o por omisión, el primer ministro israelí y el presidente palestino han demostrado claramente que son incapaces de poner freno al desastre. Han roto todos los canales de diálogo y es hora de que un tercero, creíble e imparcial, termine imponiendo un acuerdo que detenga el goteo continuo de la sangre, ese espectáculo macabro que cada día goza de mayor raiting. La confianza mutua que comenzó a tejerse mientras el proceso de paz tenía vida, ya no existe. Dos encuestas recientes muestran la adhesión mayoritaria de los israelíes a las llamadas eliminaciones selectivas ordenadas por Sharón (las aprueba el 70 por ciento de la población) y, en contrapartida, una abrumadora cantidad de palestinos (el 90 por ciento de los estudiantes universitarios) reconoce los atentados suicidas como herramienta legítima de lucha. El odio mutuo, que las partes no parecen querer apaciguar, permite que a Israel y Palestina, esas criaturas siamesas, no las operen los cirujanos sino los carniceros.

En nombre de su historia, de su tradición, de su ley o de su Dios las partes se olvidaron de su gente, hastiada de tanto desgarramiento. La paz no sólo es un derecho para los pueblos. Es la principal obligación de los dirigentes. La paz no puede quedar sujeta a la raquítica voluntad de los protagonistas ni estar basada en la capitulación y el chantaje. La paz debe asentarse en la justicia y el derecho.

Sharon ha mostrado en su larga historia militar enormes habilidades y pocos principios para la confrontación. Votó en contra del tratado de paz con Egipto en 1979, votó en contra de la retirada israelí del sur del Líbano en 1985, se opuso a la participación de Israel en la conferencia de paz de Madrid en 1991, se opuso al voto en el pleno de la Knesset sobre los acuerdos de Oslo de 1993, se abstuvo de votar a favor del acuerdo de paz con Jordania en 1994, votó en contra de los acuerdos de Hebrón en 1997, condenó el modo en que se llevó a cabo la retirada israelí del Líbano en el 2000… Y en su breve gestión actual al frente del gobierno israelí se empeñó en seguir la construcción de asentamientos judíos en territorio árabe ocupado, violando por completo la legalidad internacional a pasos incluso más acelerados que su antecesor. Todo esto sin tomar en cuenta su controvertido protagonismo en la masacre de refugiados palestinos en Sabra y Shatila (Líbano), en 1982, una historia sucia que la justicia belga ha decidido examinar.

El empecinamiento de Sharón en no negociar con los palestinos hasta tanto no cese completamente la violencia si no es producto de la ceguera entonces es simplemente una trampa para postergar la inevitable restitución a los palestinos de sus derechos nacionales. Shimon Peres, el mismo que se cansó de calificar a Sharon como el Mussolini israelí y que ahora le atiende sus relaciones exteriores, lo dijo claramente: esperar el fin de la violencia para negociar es concederle a quienes no quieren la paz el poder de veto para todas las iniciativas que conduzcan a un entendimiento. Que todavía es posible y también inevitable.

Arafat, por su parte, con discursos muchas veces ambiguos y haciendo malabares para no resignar su poder, cada día más disputado, se reconoce impotente para enjaular de una buena vez a los terroristas que patean la mesa de negociaciones. Israel alega que en verdad el rais controla y aprovecha a voluntad a los fabricantes de hombres bomba. Tal vez no se equivoque. Pero aún si no fuera así y realmente no fuera su mano la que frota la lámpara que libera al maléfico genio, cabría preguntarse ¿qué clase de Estado podrá construir con esos desquiciados ansiosos por convertirse en mártires? Más claro: si puede controlar a los violentos, que lo haga ya, y si no puede, que comience a pensar en jubilarse, meterse en los libros de historia como el hombre que estuvo a un paso de alcanzar la epopeya de un hogar nacional para su pueblo y dejar en otras manos la tarea.

La comunidad internacional debe intervenir para garantizar la vida de los inocentes y determinar la división de bienes de este matrimonio perverso. Estados Unidos -como patrocinador parcial, y a veces torpe, de la causa israelí- y la Unión Europea -como creciente potencia mediadora para compensar el peso de Washington- deben hacer valer su responsabilidad y si fuera posible también su autoridad para poner fin a este drama. También a ellos les incumben estas muertes de inocentes.

La fuente: el autor es el director periodístico de El Corresponsal.

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