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sábado, mayo 18, 2024

Bush debería aprender de Israel en materia de guerras preventivas

Opinion/IdeasBush debería aprender de Israel en materia de guerras preventivas

Bush debería aprender de Israel en materia de guerras preventivas

Israel ha emprendido dos guerras definidas como preventivas: la de 1967, llamada de los Seis Días, y la del Líbano, en 1982. Los resultados de ambas son bien conocidos: las dos acabaron en una victoria militar y una derrota moral y diplomática. La imagen de Israel previa a 1967 como una nación en busca de la paz quedó contaminada por la conquista de Cisjordania, el desierto del Sinaí egipcio y las alturas del Golán de Siria. No obstante su poderío militar y tecnológico y su dominio económico global, los Estados Unidos no podrían obtener resultados diferentes. No hay ninguna guerra justa, a menos que se trate de una guerra defensiva vital para salvar la propia existencia. Pronto sería Bush, en lugar de Saddam Hussein, el que estaría poniendo el mundo en peligro.

Por Lev Grinberg

1967: tropas israelíes conquistan Jerusalén Oriental.

A pesar del hecho de que la guerra contra Irak también se presenta como una acción para proteger a Israel de las intenciones belicistas de Saddam, la opinión pública israelí no está convencida de que la guerra sea necesaria. Una nueva encuesta (http://www.haaretz.com/hasen/spages/262650.html) muestra que sólo el 46% apoya esta guerra sin legitimidad internacional y el 43% se opone. Además, una nueva unión de las organizaciones pacifistas se ha constituido para unirse a la reciente y multitudinaria protesta mundial del 15 de febrero. Aparentemente, los israelíes sabemos algo sobre las guerras preventivas que el presidente Bush ignora. Yo podría sugerir algunas lecciones de la experiencia isarelí. Israel ha emprendido dos guerras definidas como preventivas: la guerra de 1967, llamada de los Seis Días, y la Guerra del Líbano, en 1982. En ambos casos, Israel tenía razones valederas para creer que iba a ser atacado, cien veces más consistentes que la preocupación actual de los Estados Unidos sobre su seguridad. En 1967, Gamal Abdel Nasser cerró el estrecho de Tiran, la única salida al mar israelí al sur. También le pidió a las Naciones Unidas que retirara las fuerzas internacionales destacadas en el desierto del Sinaí para separar a Israel y Egipto. Nasser mantuvo su escalada verbal contra Israel, mientras Egipto y Siria hacían movimientos de tropas francamente amenazantes. En respuesta, Israel lanzó una guerra preventiva.

En 1982, la frontera libanesa estaba tranquila, después de un acuerdo de cese del fuego entre Israel y la OLP que llevaba ya casi un año, pero Israel tuvo información de inteligencia según la cual la OLP estaba fortaleciendo sus posiciones en el sur del Líbano en preparación de una confrontación militar futura. Usando ese dudoso pretexto, las Fuerzas de Defensa Israelíes invadieron el Líbano, encabezadas por el ministro de Defensa, Ariel Sharon, quien mintió a la opinión pública israelí y al gobierno asegurando que sus intenciones eran absolutamente defensivas, es decir, tomar el control del sur del Líbano para prevenir que los proyectiles Katyusha fueran lanzados contra Israel. En dos días, el ejército israelí se desplegó en las afueras de Beirut, que quedó bajo sitio durante dos meses y medio; la entrada de las tropas en la ciudad fue bloqueada por la presión de la opinión pública israelí e internacional, que alertó acerca de la potencial catástrofe que sucedería a una invasión militar en una ciudad donde decenas de miles de combatientes estaban atrincherados. Luego del retiro de las fuerzas de la OLP de Beirut, la famosa masacre de los campamentos de refugiados palestinos en Sabra y Shatila empujó a las calles a casi el 10% de la población israelí en manifestaciones sin precedente contra su gobierno. Sharon fue despedido de su trabajo como resultado de las conclusiones de un comité de investigación que evaluó su responsabilidad ministerial en el asunto.

Los resultados de ambas guerras preventivas son bien conocidos: las dos acabaron en una victoria militar y una derrota moral y diplomática. La imagen de Israel previa a 1967 como una nación en busca de la paz quedó contaminada por la conquista de Cisjordania, el desierto del Sinaí egipcio y las alturas del Golán de Siria. Los impresionantes logros del tratado de paz con Egipto y la evacuación del Sinaí en 1982 quedaron desdibujados por la toma del Líbano un mes después. Salir de las dos guerras no fue sencillo: le llevó 18 años a Israel retirar sus tropas del Líbano, y todavía tiene que evacuar Cisjordania, la Franja de Gaza y las Alturas del Golán. No sólo las actividades de Israel en estos territorios ocupados son consideradas ilegales por sus habitantes, sino también por la mayor parte de la opinión pública internacional y una porción significativa de ciudadanos israelíes, incluidos soldados. Israel constantemente se compromete en actos ilegales para mantener la ocupación, mientras la población local y la mayoría de la opinión pública internacional perciben los actos de resistencia a la ocupación como legítimos. Es más, la guerra preventiva engendró nuevos problemas de seguridad, debido a la ilegitimidad de la ocupación. El ejemplo más obvio es la guerra de Yom Kippur (1973), cuando Israel fue incapaz de lanzar una guerra preventiva renovada para defender su presencia en el Sinaí, y tuvo que enfrentar un primer golpe que causaría la mayor cantidad de víctimas desde su establecimiento.

Mi conclusión sugerida es que hay razones fundamentales para predecir el fracaso de las guerras preventivas:

1. Aun cuando la amenaza sea seria y real (diferente de lo que ocurre actualmente con Irak), el agresor invariablemente es el país que comienza el ataque, lo cual lo deslegitima. Los problemas actuales de los Estados Unidos con la opinión pública internacional y su propia ciudadanía indudablemente aumentarían una vez que lanzara el ataque y fuera percibido como el agresor; fue diferente la guerra de 1991, en que Irak había invadido a Kuwait.

2. Las guerras preventivas no se emprenden contra ejércitos agresores a los que se pretende aplastar para obligarlos a detener la agresión, sino contra regímenes hostiles a los que se acusa de alimentar intenciones agresivas. Ahora, se emprenden guerras preventivas contra la soberanía del estado atacado. Para desembarazarse de un régimen hostil es necesario un dominio pleno de las poblaciones civiles y la instalación de un régimen nuevo y estable se hace muy difícil, debido al riesgo de que alcancen el poder, una vez más, grupos hostiles. Por lo tanto, las guerras preventivas hacen necesario un despliegue permanente del poder militar extranjero en las áreas ocupadas. Israel permaneció en el Líbano durante 18 años por temor al Hezbollah y ya se han cumplido 35 años de la ocupación de Cisjordania y Gaza en un esfuerzo de demorar la independencia palestina.

3. Las guerras preventivas generan mútiples rechazos de la opinión pública internacional y entre los propios ciudadanos del estado agresor. El uso de la violencia se percibe como ilegítimo, un hecho que mina las capacidades de combate del ejército y previene el establecimiento de un régimen amistoso una vez que la toma del poder se ha completado. La falta de legitimidad subvierte la convicción de los soldados sobre la necesidad de la guerra y alimenta la resistencia en los territorios ocupados, ampliamente apoyada por la población local.

Todos estos obstáculos confluyen en la planeada guerra preventiva dispuesta por la administración de Bush contra Saddam Hussein. No obstante su poderío militar y tecnológico y su dominio económico global, los Estados Unidos no podrían obtener resultados diferentes. No hay ninguna guerra justa, a menos que se trate de una guerra defensiva vital para salvar la propia vida. Pronto sería Bush, en lugar de Saddam Hussein, el que estaría poniendo el mundo en peligro. La agresión norteamericana ya no se consideraría como una expresión de su poderío, sino como una admisión pública de debilidad. Habiéndole dado ya un golpe bajo a la única superpotencia mundial, Osama ben Laden sería muy pronto el gran ganador de la guerra, y la creencia religiosa de que Dios está de su lado ganará terreno.

Hay una lección para aprender de la experiencia de Israel con el renacimiento del Hezbollah en el Líbano después de 1982 y de Hamas y la Jihad Islámica entre los palestinos en los 90. La ocupación militar no es la manera de luchar contra el terrorismo; es la forma más segura de estimularlo. Estamos advertidos.

La fuente: Lev Grinberg es sociólogo y politólogo, director del ‘Humphrey Institute for Social Research’ en la Universidad Ben Gurion (Israel).

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