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lunes, mayo 20, 2024

Relaciones peligrosas

Opinion/IdeasRelaciones peligrosas

Relaciones peligrosas

Desde 1959, cuando la CIA respaldó el plan de asesinato del primer ministro iraquí Abd el-Karim Qasim, en el que participó Saddam Hussein, el régimen del luego demonizado hombre fuerte de Bagdad fue funcional a los intereses norteamerianos. En este trabajo, el autor se sumerge en los antecedentes históricos de esa relación y en las perspectivas que se abrirán cuando sea juzgado.

Por Jaile Maleta Antigua

Sobre la figura de Saddam Hussein se han fabricado leyendas que lindan con lo fantástico para desvirtuar su figura histórica. Sin embargo, hay que apuntar, de igual modo, que fue un personaje que sucumbió a sus propias ambiciones de lograr un poder absoluto en su país y un dominio territorial en su entorno, que no fuera discutido por los restantes gobiernos de la región. En aras de materializar esos objetivos se dejó seducir en ocasiones por intereses extranjeros.

Este trabajo está dirigido, en primer lugar, a facilitar un panorama, lo más objetivamente posible, sobre algunos aspectos vinculados a las relaciones entre Saddam Hussein y determinadas administraciones de los Estados Unidos en el pasado. A partir de ello, podríamos aglutinar diversos elementos que nos harán meditar sobre parte de las causas que han engendrado la insuficiente popularidad que gozaba este líder en el seno de la sociedad iraquí. En segundo lugar, pretendemos analizar los múltiples impactos que a raíz de su captura nos permitirán presentar posibles escenarios, tanto a lo interno del proceso de pacificación en Irak, como en el plano de las contradicciones políticas en los Estados Unidos con respecto al período electoral que culminará en noviembre próximo.

Antecedentes históricos

Seríamos extremadamente subjetivos a la hora de analizar la personalidad de Saddam Hussein sin vincularla al propio devenir del Partido Árabe Socialista Baa’th en suelo iraquí. A modo más amplio podemos decir que los regímenes nacionalistas como el que tuvo lugar en Irak se extendieron en la zona como una emergencia de un fuerte movimiento anticolonialista que quería dar cumplimiento a un programa social y nacional en sus países respectivos. A diferencia de otros gobiernos coloniales títeres precedentes, estos gobiernos llevaron a cabo políticas que condujeron, inicialmente, a cambios en el nivel y las condiciones de vida de grandes masas de personas desarraigadas durante la etapa colonial.

Por otro lado, y en materia de política exterior, dichos gobiernos nacionalistas iniciaron políticas que se oponían al dominio de las principales potencias imperialistas, y que como en el caso de Irak, con el gobierno del general Adb al-Karim Qasim, en 1958, condujeron a una escalada de nacionalizaciones de los recursos petrolíferos.

En tal sentido, este amplio proceso nacionalista tuvo lugar durante la II Guerra Mundial, como parte de una creciente ola de nacionalismo y anticolonialismo que se extendía a las áreas subdesarrolladas y dependientes del Medio Oriente, África y Extremo Oriente.

Para el caso del Baa’th, sus fundadores, intelectuales sirios educados en Francia, y liderados por Michel Aflaq, promovieron un programa panarabista que apuntaba a superar el atraso, la división y la dominación extranjera en la región. De este modo, el panarabismo, como su nombre lo indica, auspiciaba el deseo de la unificación árabe para borrar las barreras divisorias que formaban parte del legado colonial europeo luego de la I Guerra Mundial, las cuales fragmentaron al Medio Oriente en una especie de estados económicos y políticos inviables.

Pese al carácter positivo de tales aspiraciones de independencia y soberanía, la fuerte herencia colonial y la injerencia de otros actores externos, dígase Estados Unidos, determinaron que los baasistas, al igual que otros partidos tradicionales de la zona, fueron orgánicamente incapaces de implementar una lucha constante contra el imperialismo. Ello se debió en alto grado por los intereses de las elites dirigentes locales para mantener las estructuras estatales heredadas del colonialismo. En este sentido, lejos de crear la unidad política no sólo en el ámbito árabe, sino en escenarios locales, se fueron consolidando las diferencias entre regiones en un mismo país. Por esta razón, primaron las contradicciones entre las diversas comunidades étnicas y religiosas por encima de la aspiración de conformar entidades nacionales sólidas.

Como bien coinciden algunos autores para el caso de Irak, los baasistas llegaron al poder en medio del contexto de una alianza estratégica entre Estados Unidos y la monarquía iraní de Reza Palhevi. Estos vínculos se consolidaron a raíz de la nacionalización del petróleo en Irak, en 1958. De esta forma, los gobiernos de Washington y Teherán, con la colaboración de Israel, actuaron en conjunto para fomentar y apoyar una rebelión de la comunidad kurda contra el incipiente gobierno baasista de Irak.

Este hostigamiento cesó cuando la situación cambió radicalmente en 1979, año que marcó el inicio de la Revolución Islámica en Irán.

Factores que posibilitaron la permanencia de Hussein en el poder

La llegada al poder de Saddam Hussein estuvo condicionada por dos factores básicos. El primero, la enfermedad del presidente Ahmad Hasan al-Bakr impulsó la necesidad de preparar la sucesión de su vicepresidente, Hussein, el cual no gozaba del total beneplácito entre algunos sectores del ejército y del partido Baa’th. El segundo factor fue de origen externo, la Revolución Islámica en Irán. El nuevo régimen de Khomeini calificó de “impío” al régimen baasista vecino con el objetivo de captar a la población shiíta iraquí, lo cual desencadenó una dura campaña de represión del régimen de Irak contra los dirigentes religiosos shiítas del sur del país.

En este sentido, la movilización de la comunidad shiíta en Irak estuvo dirigida por uno de sus más carismáticos líderes religiosos, estrechamente vinculado a Khomeini y fiel defensor de la revolución iraní, Muhammad Baqr al-Sadr, quien acabó siendo arrestado y ejecutado junto a su hija, Bint al-Huda, en abril de 1980. De este modo, descabezando a su líder indiscutible, la represión contra los shiítas entre 1979 a 1980 llevó a otros cientos a la ejecución, a más de 10.000 a las cárceles del país y a otros tantos a la deportación a Irán.

Esta cruel represión tomó en cuenta el hecho que para los años ’80 la comunidad shiíta representaba el 65 a 70% de la población del país, factor que inevitablemente podría sembrar la inestabilidad del régimen a corto plazo. Bajo este prisma, y con el apoyo incondicional de las principales potencias imperialistas, gobiernos árabes del área, e incluso de la Unión Soviética, las fuerzas armadas iraquíes invadieron al naciente Estado islámico de Irán.

A lo interno, y para contrarrestar la creciente influencia de los shiítas en el país, una de las medidas adoptadas por el régimen de Saddam Hussein fue reforzar la presencia de la elite árabe sunnita en las fuerzas de seguridad y en los principales cónclaves políticos del país.

Por esta razón, y de acuerdo a la islamóloga española Gema Martín Muñoz, la permanencia del régimen iraquí estuvo sustentada a través de un “sistema de fidelidades tribales y familiares en el cual el tribalismo, las relaciones de parentesco y la clase militar son los verdaderos elementos constitutivos del poder”. (Veáse: “El régimen ba’zista de Irak”. En: El Estado Árabe. Crisis de legitimidad y contestación islamista. Biblioteca del Islam Contemporáneo, Vol. 12, Ediciones Bellaterra, Barcelona, 1999, p. 105.)

En otras palabras, los principales puestos en el régimen de Saddam Hussein fueron acaparados por un pequeño grupo cuya fuerza se basó en lazos de solidaridad fundados en el clan tikriti, al cual pertenece el ex presidente, y que a través de su inserción en el ejército, se fue apoderando del aparato del Estado con el fin de controlar todos los puestos relativos al gobierno sobre el resto de las comunidades mayoritarias del país.

Aparentemente, con esta fórmula excluyente y consolidada del régimen durante Hussein parecía imposible cualquier manifestación de ruptura desde sus propios seguidores. Sin embargo, los años que siguieron a la Guerra del Golfo de 1991 fueron testigos de importantes cambios que abrieron las primeras brechas en el seno del fuerte aparato gobernante.

Por ejemplo, en junio de 1995, una unidad del ejército iraquí se amotinó cerca de Bagdad bajo la dirección de un oficial de la tribu Duleimi, hasta ese momento incondicional al presidente. En agosto dos yernos de Hussein con importantes papeles en la industria armamentística del país huyeron a Jordania, donde manifestaron su ruptura con el régimen. Con estos dos hechos destacados, todo parecía indicar la existencia de síntomas de inestabilidad en los pilares esenciales del régimen: la tribu y la familia.

Ante esta situación originada desde las altas esferas del poder, el presidente Hussein, por primera vez desde su llegada al poder en 1979, se sometía al referendo de la población para ser revalidado en su cargo. Así, el 15 de octubre de 1995, en medio de una amplia campaña publicitaria, se celebró un referendo que renovó por siete años el mandato de Saddam Hussein con un 99,96% de aprobación.

Esta elevada cifra de votos favorables para un líder que ya venía presentando índices de impopularidad resultó muy polémica. Saddam Hussein, quien impulsó una sangrienta guerra contra su vecino Irán (1980-1988), que desató fuertes represiones contra los kurdos, los shiítas, e incluso contra sunnitas incorporados al Partido Comunista iraquí, y que llevó al país a otra guerra contra un Estado árabe, Kuwait, desatando el fuerte castigo de una coalición militar multinacional para desalojarlo de ese Estado, a nuestro modo de ver no reunía los requisitos básicos para totalizar esa elevada cantidad de votos favorables.

En este sentido, el referendo, más que una vía para convencer a la opinión pública internacional de la popularidad del líder iraquí, fue más bien un medio para manifestar que en lo futuro seguiría controlando la situación del país, así como para aliviar las tensiones en el seno de sus principales seguidores, luego de la humillación personal que le acarrearon las diversas deserciones familiares a su proyecto político.

Queremos señalar una última observación sobre estas elecciones, y es que independientemente de que fueron dirigidas a consagrar positivamente la imagen exterior del régimen, en la práctica no lograron ese objetivo. En medio de una difícil situación económica y un creciente aislamiento internacional, profundizado por las sanciones y embargo comercial decretadas desde 1990, Saddam Hussein se dio a la tarea de consolidar su poder a partir de la captación de apoyos políticos, logrando atraerlos incluso con la concesión de ascensos, prebendas y privilegios. A los que no se sumaban les esperaba el castigo.

En resumidas cuentas, durante los años noventa se mantuvo la figura de Saddam Hussein en el poder, sin debilitar al régimen como tenían previsto las potencias imperialistas con la política de embargo económico. Sin embargo, tales años sí representaron para la mayoría de la población del país la agudización en sus condiciones de vida. Este duro impacto se hizo sentir más sobre las comunidades shiítas en el sur del país, así como todas las masas empobrecidas de la capital y de otras ciudades al interior de Irak. La situación se mantiene hasta hoy con la ocupación extranjera, que lejos de garantizar la seguridad y mejor bienestar de vida para esa amplia masa, consolida el escenario de inestabilidad económica y social, al mismo tiempo que garantiza el rechazo a la ocupación.

Primeros contactos entre Washington y Saddam Hussein

Existe un amplio debate en torno de si el gobierno de Saddam Hussein se constituyó en aliado estratégico de Estados Unidos en el Golfo Pérsico. Hasta ahora, a pesar de las diferencias, se ha llegado a la conclusión general de que el gobierno de Washington nunca consideró al régimen de Hussein como un aliado estratégico, como hasta ahora se mantiene Israel y como lo fue en su tiempo Irán bajo la monarquía de los Palhevi. Sin embargo, sí se da un consenso al catalogar al derrocado régimen baasista de Irak como un activo estratégico con el cual Estados Unidos cooperó durante los años ’80, iniciándose con la visita de Rumsfeld un período exitoso en las relaciones entre ambas partes. (para mayor información de la visita de Donald Rumsfeld en 1983, se pueden remitir al trabajo “Rumsfeld Visited Baghdad in 1984 to Reassure Iraqis, Documents Show”, Dana Priest. Washington Post, Friday, December 19, 2003, page A42.)

La figura de Saddam Hussein en su momento significó de gran ayuda para el gobierno de Estados Unidos. Según un informe de Richard Sale, de la agencia de noticias United Press International (UPI), publicado en abril último, los primeros contactos entre ambas partes se remontan a 1959, cuando la CIA respaldó un plan para asesinar al entonces primer ministro iraquí, general Adb al-Karim Qasim, en el que participó Saddam Hussein.

El año anterior, Qasim había derrocado a la monarquía respaldada por Occidente y adoptó una posición reorientada a las relaciones con la Unión Soviética.

Saddam Hussein, entonces un joven dirigente del partido Baa’th, fue contratado para la CIA por un agente local y un agregado militar egipcio, que lo estableció en un departamento vecino a la oficina de Qasim. (Adel Darwish, “Babilonia profana: La historia secreta de la guerra de Saddam”)

Sin embargo, el atentado se frustró porque Hussein se arrepintió. Con la ayuda de la CIA y agentes egipcios, Saddam Hussein escapó a Tikrit y de allí a Beirut, donde la CIA le pagó su departamento, le ofreció un curso de entrenamiento y lo ayudó a trasladarse a El Cairo. En esta capital, se transformó en un visitante frecuente de funcionarios de la CIA en la embajada de Estados Unidos, que incluso lo ayudaron a obtener un aumento en la asignación mensual que le pagaba el servicio de inteligencia egipcio.

Finalmente, Qasim fue derrocado en un golpe de estado del Baa’th -aún no está claro si la CIA respaldó ese golpe-, aunque todo parece indicar que lo hizo, debido a que por ese entonces el secretario general del Baa’th se jactaba que llegaron al poder en un tren de la CIA.

Inmediatamente al golpe, Saddam Hussein regresó con el jefe de los servicios secretos de inteligencia del partido, y según aparece descrito en el libro de Darwish, comandaba escuadrones de la Guardia Nacional Iraquí que buscaban y ejecutaban a supuestos comunistas que figuraban en listas suministradas por la CIA.

Las relaciones diplomáticas entre Irak y Estados Unidos fueron cortadas por la guerra árabe israelí en 1967, lo cual como es natural, distanció a Saddam Hussein de Washington. Distancia que aumentó cuando fue ahorcado públicamente un grupo de judíos iraquíes en Bagdad después de la guerra, hecho que fue denunciado por Israel a Estados Unidos en su momento.

Este distanciamiento hizo que a principios de los setenta, la administración de Nixon se volcaradefinitivamente hacia el régimen del Sha de Irán como aliado estratégico de Estados Unidos en el Golfo Pérsico, hasta febrero de 1979, momento en que irrumpe pacíficamente la Revolución de Khomeini.

Impacto de la Revolución Iraní

Como antes se mencionaba, la Revolución Islámica de Irán sentó un precedente favorable para las relaciones entre Estados Unidos y el gobierno de Saddam Hussein al finalizar la década de los setenta. Desde un mismo principio resultó claro para la administración de Carter, la incompatibilidad política de Khomeini y Estados Unidos. La proyección de un régimen islámico y antioccidental del primero derrumbó los intereses que Washington preservó en Irán durante la monarquía constitucional del Sha Palhevi.

El primer estallido de estas contradicciones ocurrió cuando unos estudiantes radicales asaltan la Embajada norteamericana en Teherán y hacen prisioneros a sus funcionarios. A Carter se le va este acontecimiento de las manos, e incluso encaminó una operación militar de asalto y rescate que fracasó. Finalmente, luego de más de 400 días de crisis y con la mediación de Argelia, Irán accedió a liberar a los rehenes en enero de 1981, cuestión que le costó a Carter la reelección dos meses antes.

Esta crisis conllevó a un replanteo de la estrategia de Estados Unidos para Medio Oriente en los meses finales de la gestión presidencial de Carter. Esta estrategia se formuló en la llamada Doctrina Carter en enero de 1981. Dicha doctrina consistía básicamente en la declaración de que a partir de entonces Estados Unidos intervendría militarmente y con todos sus recursos en el Golfo Pérsico siempre que fuese necesario para preservar sus intereses, dado que las reservas petrolíferas de esta región son vitales para Estados Unidos, y ante la necesidad de impedir cualquier intento de dominio exterior de la región.

El nuevo peligro que imponía el establecimiento de un Estado que mostraba desde su aparición fuertes contradicciones contra las normativas de Washington en la zona, hizo que los estrategas políticos y militares del establihsment norteamericano proyectaran sus ojos en Bagdad, en especial a la figura de Saddam Hussein. La amenaza de expansión del modelo islámico iraní hacia su Estado vecino, determinó que por aquellos años Donald Rumsfeld, enviado especial del entonces presidente Ronald Reagan, asegurara a Hussein que Estados Unidos consideraría cualquier revés de Irak como una derrota estratégica para Occidente.

La guerra irano-iraquí redefine la alianza entre Estados Unidos e Irak

Con el estallido del conflicto entre Irak e Irán, Estados Unidos normalizó los vínculos con el régimen baasista, e incluso calificó a Saddam Hussein como un “árabe moderado” dispuesto a hacer la paz con Israel.

Este nuevo impulso en las relaciones entre los dos Estados estuvo determinado por el curso que venía tomando tal conflicto, con una posible victoria del ejército de Khomeini. Este hecho amenazaba los intereses de Washington en el Golfo, el más importante de ellos: el acceso al petróleo de la región.

De esta forma, al inicio de su mandato Ronald Reagan se enfrentó con el dilema de la guerra entre Irak e Irán en el Medio Oriente. Durante la primera etapa de ésta, mientras el ejército iraquí estaba a la ofensiva, las potencias se mantuvieron a la expectativa, ya que no se definían por una u otra parte en conflicto. Esta posición se explicó porque mientras Irán definía de plano una política exterior antioccidental, por su parte Irak mantenía contactos sistemáticos con la Unión Soviética, aunque estos contactos fueron algo distantes.

Luego, cuando la ofensiva la tomó las fuerzas de Khomeini, Estados Unidos llegó a la conclusión de que la mejor opción era que Irak resistiera o bien Irán se agotara y abandonara la guerra: un empate. Esto último era lo que más convenía a Washington, ya que de ese modo ambas potencias del Golfo quedarían debilitadas (como así fue). Para Reagan, incluso, era preferible una victoria iraquí, ya que era más fácil establecer contactos con Bagdad.

Por esta razón, durante el primer año de la guerra, aunque no existía una postura decidida por Estados Unidos, el gobierno de Reagan condenó verbalmente el ataque israelí a la central nuclear iraquí de Osirak, en junio de 1981. Otro ejemplo que mostró las preferencias norteamericanas hacia una victoria de Irak fue demostrado cuando aviones iraquíes atacaron por error a la fragata norteamericana US Stark en aguas del Golfo Pérsico, matando a 37 tripulantes. Frente a este hecho, la administración de Reagan aceptó las excusas iraquíes y se concentró en presionar a Irán.

En ese sentido Estados Unidos tenía que elegir entre la opción que más le conveniera. Así, Rumsfeld en su primera reunión con Hussein el 20 de diciembre de 1983 estaba convencido de que el ejército iraquí estaba utilizando armas químicas contra sus enemigos, pero no mencionó nada sobre ello al presidente iraquí.

Muy al contrario, cuando las tropas de Hussein estaban a la defensiva, Estados Unidos se aseguró de que el gobierno iraquí recibiera todos los equipos militares que precisaba para evitar su derrota, incluso precursores químicos que serían utilizados contra soldados iraníes y luego contra civiles kurdos iraquíes.

Otras demostraciones de las intenciones favorables del gobierno de Ronald Reagan se vertieron hacia el gobierno baasista de Irak. Por ejemplo, a comienzos de 1982, el Departamento de Estado eliminó a Irak de la lista de patrocinadores del terrorismo, haciéndolo elegible para créditos agrícolas de miles de millones de dólares y para la venta de equipos de uso tanto civil como militar, entre ellos precursores químicos, avanzados equipos de comunicaciones y tecnología útil en programas militares.

De esta forma, para 1985, el gobierno iraquí recibía 1.500 millones de dólares en tecnología y equipos militares, en muchos casos aplicables al programa de armas biológicas o nucleares de Saddam Hussein, como cepas de ántrax y pesticidas.

Por otro lado, Saddam Hussein obtuvo ayuda diplomática de Washington en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para evitar condenas internacionales al uso de armas prohibidas por Bagdad y frustrar iniciativas del Congreso legislativo para cortarle la ayuda.

El uso mortífero de gases tóxicos contra la población iraquí ha sido tema recurrente que le imputan defensores de los derechos humanos a Saddam Hussein. No obstante, la tragedia de Halabja no fue un incidente aislado, ya que los funcionarios de Estados Unidos estaban muy bien informados, en buena medida porque su gobierno abasteció a Hussein de armas químicas. Además, los informes de las Naciones Unidas en 1986 y 1987 documentaron el uso de Irak de armas químicas, los cuales fueron confirmados por investigaciones de la CIA y por el personal de la embajada de Estados Unidos que visitó a refugiados kurdos iraquíes en Turquía.

Resulta de igual modo sorprendente hasta qu´r punto fue el apoyo de inteligencia de Estados Unidos a Irak durante la guerra contra Irán. Funcionarios de inteligencia de Estados Unidos en Bagdad pasaron imágenes de sátelite a los comandos iraquíes para ayudarles a apuntar sus armas químicas sobre las mayores concentraciones de tropas iraníes.

Estas informaciones brotaron a la luz en 1994, cuando un comité del Senado divulgó que las compañías norteamericanas, a través del Departamento del Comercio de Estados Unidos, enviaron grandes cantidades de materiales utilizables en la producción de material químico para su uso bélico a Irak.

La CIA ofrecía datos de inteligencia y otros tipos de ayuda al régimen de Saddam Hussein cuando éste utilizó gas venenoso para matar a unos 5.000 civiles en la localidad de Halabja, en marzo de 1988, como parte de una campaña para eliminar a la población kurda del norte iraquí.

Saddam Hussein se convierte en un aliado molesto

Como todo principio tiene un fin, Washington retiró su apoyo a Bagdad cuando en 1990 Hussein invadió Kuwait, confiado quizás en que una vez más tendría el apoyo de Estados Unidos. Algunos investigadores, como es el caso del británico Jim Lobe, han afirmado incluso, que el gobierno de Bush padre lo alentó a invadir el país vecino, para utilizar esa agresión de pretexto y así cumplir con los planes que de antemano tenía previstos para la “necesaria” reconfiguración del Golfo Pérsico, con el establecimiento de la presencia militar directa norteameriana en el Golfo Pérsico.

En medio de la guerra de precios del petróleo entra Irak y Kuwait, previa a la agresión del segundo, Saddam Hussein sostuvo conversaciones con la embajadora norteamericana en Bagdad, April Glasbie, quien declaró que Washington no tenía opinión en los conflictos interárabes, así como el desacuerdo sobre las fronteras de Kuwait. Ella agregó que el secretario de Estado James Baker había acentuado que los Estados Unidos no tenían interés en el asunto.

De este modo, el gobierno de Irak se lanzó a la anexión del territorio kuwaití, y con esta acción, Estados Unidos vio el camino expedito para intervenir directamente en los asuntos de la región.

Podemos decir que todas las potencias que desde hace varios años satanizaron al gobierno de Saddam Hussein, en su momento utilizaron a éste para solucionar algunos de sus problemas fundamentales en el Medio Oriente. Entre ellos se destacaron: impedir la influencia de la Revolución Islámica de Irán para el resto de la zona y estabilizar así el precio del petróleo; mantener reprimida a la comunidad kurda residente en el norte de Irak, la cual ocasionaba grandes problemas de inestabilidad a la aliada Turquía en el seno de la OTAN; y disponer de un régimen aliado en una época de constantes contradicciones con la Unión Soviética en los marcos de la Guerra Fría.

El fin de la Guerra fría abre un nuevo período histórico

Con el llamado fin de la Guerra Fría a partir de los acontecimientos de 1989 y el posterior colapso en diciembre de 1991 de la Unión Soviética, el panorama internacional se enfrentó a un nuevo escenario que dejó atrás el modelo bipolar que rigió la geografía política durante más de cincuenta años. Bush padre, adjudicándose como logro de su administración el derrumbe del campo socialista en Europa del Este y en la URSS, replanteó el nacimiento de una nueva era, el llamado Nuevo Orden Mundial, el cual abrió nuevos paradigmas en las relaciones internacionales contemporáneas.

En este contexto, Estados Unidos se ha desempeñado como paladín asumiendo un papel activo e impositivo a escala global. Esta posición apuntó a nuevos horizontes en los cuales su política exterior debería intervenir en lo futuro. La región del Medio Oriente no escapó al aparente nuevo diseño estratégico de Washington, razón por la cual nos permite demostrar la consolidada presencia militar en esa zona hasta nuestros días.

En materia de estrategia militar una de las condiciones primarias es la existencia de dos polos que se enfrenten. Desaparecido el campo socialista, los estrategas políticos y militares de Estados Unidos señalaron la presencia de otros enemigos con el fin de garantizar la continuidad del complejo militar industrial y darle cumplimiento a los nuevos planes geostratégicos relacionados al control transnacional de los principales escenarios territoriales, ricos en recursos naturales.

En este sentido, la Guerra del Golfo, o la Operación Tormenta del Desierto, fue una muestra evidente para Estados Unidos de la necesidad de consolidar posiciones ventajosas frente a sus aliados imperialistas, para de ahí delimitar futuros planes de acción que integrarían: el reforzamiento de su presencia militar para intervenir en cualquier teatro de operaciones regional y la penetración de sus transnacionales para el control de los recursos vitales y los mercados de la zona.

Si bien durante 1991 no se intervino directamente en Irak, ello se debió a una estrategia ya trazada de antemano. En esos momentos, el gobierno de Washington no quería adentrarse en el complejo escenario iraquí. De hacerlo las consecuencias para el Medio Oriente serían catastróficas, con mayor razón cuando se tenía previsto una vez arreglado el asunto de Kuwait, el proceso negociador del conflicto árabe-israelí, el cual necesitaba de cierta estabilidad regional, aunque este proceso fracasó en la práctica pocos años después.

Además, con el mantenimiento de Saddam Hussein en el poder se fabricaba el pretexto, como luego se comprobó, del peligro que representaba para la seguridad de la región la proliferación de armas de destrucción masiva por el régimen de Hussein. Por esta razón, se abrió el canal para una futura agresión que derrocara definitivamente al presidente. Así, la decisión de desmantelar al gobierno baasista ya estaba tomada con años de antelación, no fue una decisión provocada por la fanfarria de la Guerra Global contra el Terrorismo diseñada y materializada por la actual Administración republicana.

Como bien se demostró en la pasada reunión en las Azores, el objetivo compartido por Bush, Blair y Aznar fue el derrocamiento de Saddam Hussein y de su régimen. En esa última cita, previo a la agresión de Irak, se calcularon los recursos económicos, materiales y humanos para alcanzar dicho objetivo, así como las medidas diplomáticas.

Estos planes de agresión fueron acompañados, como es natural, por el “recurso moral”. Como bien decía Liddel Hart, uno de los más connotados tratadistas militares de los últimos años, “nutrir el espíritu y la voluntad del pueblo es a menudo tan importante como poseer las formas más concretas de poder”. De esta forma, se preparó el terreno al interior de la opinión pública de los pueblos norteamericano y británico, no así del español, de la necesidad de derrocar al “tirano” Saddam Hussein.

Impactos directos de la captura y detención de Saddam Hussein

La captura del ex presidente de Irak en un principio favoreció la imagen de Bush ante la opinión pública nacional e internacional. El efecto inmediato se reflejó en la primera encuesta posterior a la captura de Hussein, en la cual el nivel de aprobación de Bush aumentó seis puntos porcentuales, del 52% al 58%. Esta encuesta fue realizada por la cadena NBC y el periódico The Wall Street Journal. Este sondeo demostró de igual modo que con este hecho, creció el optimismo de los norteamericanos sobre el éxito del conflicto en Irak.

Pese a estos aires de alegría por la captura del personaje más buscado por los servicios de inteligencia de los aliados en Irak, aún prevalece la incertidumbre en los círculos políticos de Estados Unidos en torno de la seguridad de sus tropas en el escenario iraquí, y de igual modo están convencidos que la captura de Hussein no implica un alivio a la seguridad nacional de Estados Unidos en su conjunto.

Con mira a las elecciones

La captura del ex presidente iraquí, como es natural, incidió a lo interno de las fuerzas políticas de Estados Unidos, las cuales se debaten en torno de si la vía utilizada por la administración de Bush en el Irak de posguerra resulta la más factible para el diseño estratégico de la nación en los próximos años. En este sentido pueden tenerse en cuenta las ideas siguientes:

· La captura de Hussein benefició a Bush, quien utiliza este acontecimiento y algunos indicios de crecimiento económico interno para argumentar el éxito de su gestión presidencial.

· Sin embargo, para la oposición demócrata, los temas concernientes a Irak permanecen sin resolver porque hasta ahora no se han encontrado evidencias de armas de destrucción masiva y no se han comprobado las posibles conexiones de Saddam Hussein con la red terrorista Al-Qaeda. Ambas razones se utilizaron como pretextos para ganar la confianza y apoyo del público norteamericano, el cual no ha superado la tranquilidad ciudadana luego de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001.

· La captura de Saddam Hussein llegó de forma oportuna para la Administración republicana, cuando su nivel de popularidad menguaba, y cuando algunos precandidatos demócratas la fustigaban constantemente. En especial las críticas se vertían al erróneo manejo de la guerra y la posguerra, haciendo mayor énfasis a la incapacidad de hallar a Saddam Hussein.

· A corto plazo, el arresto de Hussein perjudica a los precandidatos demócratas, en particular a quienes han hecho de la oposición a la guerra y las críticas a Bush su principal carta de presentación en la contienda política interna.

. Algunos precandidatos que apoyaron la guerra, pero criticaron el manejo que Bush ha hecho de ella, están intentando aprovechar la situación para atacar a Dean, quien tiene la ventaja en las encuestas y en los fondos de la campaña demócrata. En este sentido cabe destacar las fuertes críticas hacia Dean por parte del senador Joseph Lieberman, quien fuera candidato a la vicepresidencia en el 2000.

En este sentido, Lieberman no ha dejado de criticar a Dean desde la captura de Hussein cuando manifestó que, si Dean hubiera sido presidente, Saddam Hussein aún sería dictador de Irak. Dijo, además, que Dean amenazaba con profundizar en los demócratas la imagen de “débiles” en política exterior, como supuestamente se le achaca a este partido desde años anteriores.

La causa de estos ataques verbales reside en que Lieberman no ha tenido mucha aceptación en las encuestas y está usando esta táctica con el objetivo de presentarse como la figura alternativa de Dean.

Por su parte, Dean, con una visión más objetiva del asunto, precisó en un discurso sobre política exterior en Los Angeles, el 15 de diciembre último, que la captura de Hussein no contribuye al aumento de la seguridad nacional de Estados Unidos, porque no existen pruebas concluyentes de que su régimen poseía armas de destrucción masiva, incluso, que hubiese sido una amenaza inminente contra Estados Unidos.

De todos modos, la mayoría de los analistas indican que aún quedan varios meses para las elecciones presidenciales y que todo dependerá de cómo transcurra la situación hasta ese entonces, tanto la de Irak como la de Estados Unidos, en especial su economía. Por otro lado, aún queda mucho por aclarar y resolver en Irak. En este sentido, ahora que la captura de Hussein se convirtió en un hecho, queda en suspenso la pregunta que aún despierta polémica: ¿dónde se encuentran las armas de destrucción masiva, razón manifiesta de la guerra?

Para la resistencia iraquí

La captura de Saddam Hussein en modo alguno ha simplificado las acciones de la resistencia iraquí. A pesar de que existen grupos guerrilleros con estrechos lazos a elementos baasistas del régimen anterior, ello no quiere decir que como paso táctico de su lucha contemplen la liberación de Hussein. Comprender las fuerzas que integran la resistencia resulta una tarea compleja, ya que ella es muy variada y la componen todo tipo de grupos. Incluso, según el periodista británico del órgano de información The Independent, Robert Fisk (testigo de la captura de Hussein), afirma que entre los miembros de la resistencia se ha detectado la presencia de veteranos de la jihad de diferentes procedencias.

Aun cuando una buena parte de la resistencia es de origen baasista, ésta no es resultado del surgimiento del liderazgo del régimen anterior por parte de sectores residuales del mismo. La resistencia va mucho más allá de eso, ya que expresa la respuesta de corrientes plurales, democráticas y patrióticas iraquíes, las cuales para consolidarse y ser más efectivas, deben trazarse el reto de articularse en un frente unificado de liberación nacional, que formule un nuevo proyecto integrador, plural y social para Irak. Mientras no se logre una resistencia unificada, es difícil que se alcance la recuperación de la soberanía nacional. Muchos ejemplos históricos demuestran la importancia de esta tesis.

Con la captura del ex líder del Baa´th iraquí en condiciones de precariedad alarmantes, se llegó a la conclusión de que él no tenía forma alguna para dirigir algunas acciones de resistencia, como en muchas ocasiones le achacaban responsables al mando de la ocupación.

Las difíciles condiciones del refugio en que fue hallado nos permiten apreciar su imposibilidad para dirigir las operaciones de resistencia. Se presume que las acciones de resistencia del partido y del ejército baasistas actúen bajo el mando del general Ezzat Ibrahim al-Duri, el segundo hombre de importancia del régimen anterior, y por quien se ofrecen 10 millones de dólares.

Por su parte, tras la captura de Hussein, quedó en evidencia que se trataba de un individuo acosado, que al parecer se movía de un sitio a otro y que estaba preocupado por su propia supervivencia.

Por otro lado, la captura de Hussein no conducirá tampoco a una mayor cooperación de los iraquíes con las fuerzas norteamericanas presentes en el escenario nacional. El mando de la ocupación pensaba que la cooperación era escasa debido al temor de gran parte de la población sobre un posible retorno de Saddam Hussein, y que éste tomara medidas represivas contra los colaboradores. De todos modos no hay que soslayar esa idea, ya que en la guerra el factor psicológico juega también su peso.

Es posible que existieran personas temerosas por ese motivo, pero en general se confirmó que la cooperación no se incrementó tras la captura del ex presidente iraquí. Hasta el momento, la cooperación se ha mantenido a los niveles anteriores, incluso, para la mayoría del pueblo es más grande el temor de ver su ideosincracia nacionalista empañada por una colaboración con tropas extranjeras. Esta razón impulsa la oposición a la permanencia militar de los aliados, en especial de Estados Unidos.

La mayoría del pueblo de Irak no odia a los norteamericanos sólo por su presencia, sino que hasta ahora ese odio está mayormente alimentado porque esa presencia no ha logrado solucionar los problemas más urgentes de la población: luz eléctrica, servicios de gas, agua, sanidad, salud. En este sentido, mientras estos problemas no encuentren respuesta por parte de las autoridades militares extranjeras, cada vez será mayor el número de personas que se vinculen a la resistencia. Por otro lado, hasta ahora las masivas detenciones de miles de personas, supuestamente vinculadas a la resistencia, y el lógico desalojo de sus viviendas, ha sembrado más odio dentro de la población iraquí.

Por lo contrario, lejos de solucionar esos problemas, hasta ahora el ejército ocupante se ha limitado desde su llegada al cumplimiento de dos tareas esenciales: primero, el control de los pozos, oleoductos y refinerías de petróleo, y segundo, a su propia seguridad. Sin embargo, la creación de un nuevo ejército iraquí no está funcionando. Los bajos salarios y el permanente peligro, que los convierte de hecho en colaboradores del gobierno impuesto, han hecho desertar a más de 400 soldados de este nuevo cuerpo de ejército.

A modo de conclusión de esta parte podemos valorar que el éxito de la captura de Saddam Hussein, tras casi 8 meses de búsqueda, tiene un efecto a corto plazo para reforzar el hundido prestigio de la ocupación. Sin embargo, esto no impide que esta tarea de ocupación se torne más difícil ahora, sobre todo cuando sus efectos desestabilizadores se compliquen con el difícil panorama de la región. Podemos destacar, la política represiva de Sharon contra los palestinos (construcción del muro, asesinatos selectivos…) y las amenazas de guerra y sanciones económicas de Washington contra Irán y Siria.

Además, qué se puede esperar de un presidente que declaró la victoria de la intervención militar en Irak, y sin embargo, desde esa fecha hasta hoy, han tenido más bajas que las que tuvieron en plena guerra.

El polémico juicio contra Saddam Hussein

Tras la captura de Saddam existían tres opciones para juzgarlo:

– Crear un tribunal penal internacional basado en el modelo de la antigua Yugoslavia.

– Establecer un tribunal mixto nacional y de las Naciones Unidas como el de Sierra Leona.

– O poner en marcha un tribunal exclusivamente iraquí. (Para mayor información, vease: Entrevista a Cherif Bassiouni. Liberation, 21 de diciembre de 2003.)

Con respecto a la primera opción, los grupos internacionales que se constituyen defensores de los derechos humanos y los abogados más prominentes, han pedido a Estados Unidos que entreguen a Hussein a un tribunal internacional para juzgarlo bajo cargos de crímenes contra la Humanidad.

La administración de Bush rechazó considerar tal opción y en su lugar abogó por un tribunal especial, ya creado en ausencia de Saddam Hussein, asumido por el Consejo de Gobierno iraquí, por un grupo de exiliados iraquíes y por los representantes locales de las diferentes comunidades étnicas y religiosas del país, designadas previamente por las autoridades de la ocupación de Estados Unidos. Con esta fórmula se pretende eliminar el papel directo de las Naciones Unidas en el asunto. Este tribunal escuchará acusaciones sobre crímenes cometidos desde el 17 de julio de 1968, día en que el partido de Saddam Hussein llegó al poder, hasta el 1 de mayo del 2003, cuando el presidente norteamericano declaró el fin de las principales operaciones de combate.

Esta decisión está avalada por la resolución de Bush de ajusticiar a Hussein, cuestión que no es apoyada por un tribunal internacional, para el cual la pena capital es rechazada como norma jurídica de castigo.

Aunque es contemplada la pena de muerte de Saddam Hussein para muchos iraquíes, ésta es asumida de igual modo como la solución del vencedor, quien a su vez, invadió de forma ilegal al país.

Uno de los crímenes de guerra por los cuales se lo acusa al ex presidente iraquí fue la campaña genocida contra la minoría kurda de Irak en los años ’80. Resulta paradójico, cuando de igual modo los funcionarios turcos arrasaron con más de 3.000 aldeas kurdas en los años ’90, incluso, Clinton y líderes del Congreso norteamericano bloquearon con éxito los esfuerzos de grupos de derechos humanos para denunciar la matanza de 4.000 kurdos en Turquía.

Esto nos confirma que cuando el autor de los crímenes es un aliado de Estados Unidos, en ese caso el gobierno de Washington demuestra su carencia de preocupación sobre el asunto. Algunos ejemplos acuden a nuestra memoria: Suharto en Indonesia, Pinochet en Chile, Sharon en Israel, entre otros.

Las presiones norteamericanas hacia los principios jurídicos que rigen las relaciones internacionales en materia penal, alcanzaron con la administración de Bush el mayor cinismo y caso omiso a las normas de las Naciones Unidas.

El ejemplo más elocuente está reflejado en las presiones contra el Tribunal Penal Internacional (TPI). En este caso, Washington le hace valer a este organismo, que sólo Estados Unidos tiene el derecho reservado de considerar quiénes son criminales de guerra. En este sentido, el Congreso norteamericano aprobó una ley el año pasado que prohibe le cooperación de Estados Unidos con dicho Tribunal; restringe su participación en las operaciones de paz de las Naciones Unidas al mismo tiempo que en tales situaciones de guerra, las fuerzas de Estados Unidos están exentas de procesamiento penal por cualquier crimen de guerra; prohibe el incremento de la ayuda exterior a países que ratifiquen el Estatuto del TPI, y autoriza al presidente a utilizar todos los medios necesarios y apropiados para liberar del cautiverio a prisioneros norteamericanos, e incluso, de algún país aliado, que haya sido condenado por el TPI.

De esta ley podemos extraer la siguiente conclusión: mientras Estados Unidos se opone a los dictámenes del TPI y utiliza el procesamiento de criminales de guerra como herramienta política más que como un principio universal de justicia, el impacto de esa política unilateral podría incrementar la resistencia en Irak, más que una ayuda a reparar una nación que ha sufrido los embates de varias guerras, de sanciones económicas y de una ocupación.

El gobierno de Estados Unidos intenta juzgar a Saddam Hussein como criminal de guerra. Sin embargo, el intento de culparlo sería sincero si por muchos años Washington no apoyara esos crímenes, como lo hizo calladamente. Esa realidad nos explica por qué a la administración de Bush no le conviene llevar adelante el procesamiento de Hussein a un tribunal internacional, ya que saldrían a la luz tales apoyos y otros hechos que sólo conoce el ex líder baasista iraquí.

Aceptamos que durante el régimen de Hussein hubo arbitrariedades que condujeron a la muerte de miles de personas, pero hay que destacar que también las hubo durante más de 12 años de sanciones económicas, destrucción de gran parte de la infraestructura civil del país con la campaña de agresión de 1991 por Estados Unidos, en la cual murieron centenares de miles de civiles iraquíes, sobre todo niños.

Además, las atrocidades del régimen de Hussein fueron llevadas a cabo con el activo apoyo de Estados Unidos. Este apoyo implicó la participación directa de algunos de los que ahora ocupan puestos de importancia en el actual gobierno, tales como el secretario de Defensa Rumsfeld y el nuevo enviado especial de Bush y anterior secretario de Estado, James Baker.

A todos nos resulta claro que el juicio contra Saddam será en suelo iraquí, a menos que la correlación de fuerzas al interior de la opinión pública de Estados Unidos, en período electoral, considere que sea juzgado bajo estrictas normas del derecho internacional. Esta salida parece poco probable, ya que los amplios medios de difusión en Estados Unidos se encargarán de arreciar los desmanes de Hussein. Por otro lado, la figura del ex presidente iraquí no goza de respaldo moral de la mayor parte del pueblo norteamericano.

Al final, todo parece indicar que quien fuera presidente de uno de los Estados más sólidos del Golfo Pérsico en épocas pasadas, va a ser juzgado en su propio territorio. Dado el carácter ilegal de la ocupación, será sentenciado por un gobierno ilegítimo, que de igual forma carece de todo el derecho internacional para juzgar a alguien dentro de ese territorio, a menos que el juicio se produzca después de la celebración de elecciones en Irak, escenario que aunque podría ser válido por la necesidad que tiene Estados Unidos de evacuar o reemplazar sus tropas, a nuestro modo de ver aún no se configuran los elementos determinantes para la transferencia del poder político a los nacionales para el segundo semestre del pr&o

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