Sustituir a la fuerza un régimen político, expropiar la soberanía de un país y usurpar sus tierras y sus riquezas son fines políticos que, conseguidos a través de una guerra ilegal, se convierten en botín de forajidos. Hay quienes dicen que Blair y Aznar irán al banquillo de la Corte Penal Internacional. Bush, no. Está exento al ordenar la «desfirma» del Estatuto de Roma. Pero nada tienen que temer los aguerridos mamporreros de Bush. Los grandes delincuentes internacionales, responsables de asesinatos en masa, gozan de una persistente impunidad.
Por Joaquín Navarro
Tras la farsa del Consejo de Naciones Unidas, la tragedia. Blair y Aznar actuaron, desde el verano, como mamporreros. Había que «meter» a Bush en la legalidad internacional, convencerlo de que era conveniente obtener su respaldo. Era preciso que la agresión tuviese «humo de buen derecho». Revestir la violencia con las galas de la legalidad del Consejo. ¿Qué se perdía? Si la empresa no resultaba y las promesas, presiones y amenazas no bastaban, obtener, desde el principio, una resolución que cualquier interpretación rabulística, desleal y de mala fe transformase en salvoconducto para la agresión militar. Eso en último término. ¿Cómo iba a ser posible no encontrar nueve países dispuestos a votar por la causa del Imperio? Ni cinco. Había que echar marcha atrás. Actuar sin la ONU con el pretexto de que Francia amenazaba con el veto, que sólo era dable, para evitar la guerra, si USA no llegaba a esos nueve votos. ¡Qué situación! El récord mundial en vetos -exactamente ochenta-se dolía por el anuncio de un posible veto francés e iniciaba una profunda reflexión sobre «vetos razonables» (por ejemplo, los suyos para evitar los crímenes de Israel) e «irrazonables», como sería el nonato veto francés. Ninguna resolución más. Sólo la guerra. Por mayoría de tres a doce en el Consejo. Encima, con el plus «iocandi» de asegurar que la 1441 «legaliza la agresión». No consiguieron los Bush-boys introducir la cláusula que autorizaba «el uso de todos los medios». En su lugar, una desmedrada advertencia de «seguir ocupándose del tema» y de «consecuencias graves» si no se producía el desarme de Irak. No había forma de enganchar ahí la legalidad de la guerra. La 1441 exigía explícitamente «reexaminar» los incumplimientos de Saddam en el seno del Consejo antes de adoptar una resolución definitiva. Ver a Blair y Aznar blandir la resolución 687 para fundar el automatismo de la agresión causaba emoción metalegal entre los rábulas de la guerra.
Un crimen de agresión. Fuera y en contra de la ley, forajidos y terroristas que se dedican a destruir un país que no los ha agredido y que no supone, ni de lejos, peligro alguno para la paz y la seguridad. Los forajidos, sí. Ya no se trata de desarmar a Saddam ni de romper su fabulada vinculación con el terrorismo internacional, sino de eliminar su régimen, ocupar Irak y dividir el botín con la presura del que hace lo que debe hacer. Atacar a un pueblo soberano sin la autorización de la comunidad internacional, en contra de la inmensa mayoría de los países que la integran, con desprecio de los dirigentes éticos e intelectuales del mundo y de la opinión pública, es un crimen contra la paz, un delito contra la humanidad y un crimen de guerra. Los dirigentes que ordenan el baño de sangre, unos grandes delincuentes. Peligrosos terroristas, en cuanto utilizan los medios propios de la gran delincuencia común con objetivos políticos evidentes. Sustituir a la fuerza un régimen político, expropiar la soberanía de un país y usurpar sus tierras y sus riquezas son fines políticos que, conseguidos a través de una guerra ilegal, se convierten en botín de forajidos. Hay quienes dicen que Blair y Aznar irán al banquillo de la Corte Penal Internacional. Bush, no. Está exento al ordenar la «desfirma» del Estatuto de Roma. Pero nada tienen que temer los aguerridos mamporreros de Bush. Los grandes delincuentes internacionales, responsables de asesinatos en masa, gozan de una persistente impunidad. Ni la sangre ni la mierda los alcanza sentados en un banquillo. Caerán sobre ellos como la lluvia. Pero la ducha del poder es poderosa y dispone del antídoto de la mentira y la gloria. Piensan igual que Raoschning. «Los lugares comunes de la moral son indispensables para las masas; el «Führer» no tiene por qué atenerse a ninguna clase de moral». En nombre del Jefe y de la Patria, todo es legítimo. Sólo los espíritus débiles y decadentes se asustan ante la sangre y la mierda. Vamos por rutas imperiales. Cuatro columnas de fango nos señalan el camino.
La fuente: El autor es columnista del diario español La Razón.