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martes, mayo 14, 2024

El drama de los palestinos que quedaron aislados por el muro

SociedadEl drama de los palestinos que quedaron aislados por el muro

El drama de los palestinos que quedaron aislados por el muro

La muralla que levanta Israel dividió a cientos de familias; la odisea para ir a trabajar; algunos hablan de un nuevo “Muro de Berlín”; hay gran preocupación por lo que sucederá una vez que esté terminada la construcción; quejas ante la Corte Suprema. Por Elisabetta Piqué

Un palestino entrega pan a otro a través del muro.

Desde su casa de piedra blanca, en la ladera sur del Monte de los Olivos, Abu Ziad Rahum veía hace dos semanas un paisaje verde, con olivares milenarios. Ahora lo que contempla pone la piel de gallina: a quince metros de su ventana hay inmensas planchas de cemento armado, de nueve metros de alto. Se trata de una mínima parte del controvertido “cerco antiterrorista” que el gobierno israelí está construyendo desde hace un año a lo largo de todo el país, y también en esta ciudad milenaria, para defenderse de los ataques suicidas. “Es otro muro de Berlín”, denuncia Abu Ziad, señalando esa inmensa y angustiante pared gris, en medio del ruido del motor de las grúas que siguen moviendo bloques de cemento y de los bulldozers que aplanan el terreno para que la construcción avance, bajo la atenta mirada de soldados israelíes. Maestro en una escuela primaria, pero hoy desocupado, de 58 años, aunque tiene un documento de identidad de la municipalidad de Jerusalén, y paga sus correspondientes impuestos, Abu Ziad quedó afuera de la ciudad santa. El muro que se levanta, impactante, al sudeste, en una ladera del Monte de los Olivos, divide en dos el antiguo barrio de Betania -llamado también Azzariya, donde se encuentra la tumba de Lázaro-, algo que ha provocado la separación de cientos de familias, y obliga a diario a centenares de palestinos que trabajan en Jerusalén a sufrir una odisea para llegar a sus empleos, o a la universidad, además de la humillación de tener que pedir permiso para hacerlo. “El muro todavía está en construcción, por lo que por ahora logramos pasar del otro lado, pero no sé qué pasará en el futuro”, se lamenta Abu Ziad, que está enfermo de los riñones y no sabe cómo hará para ir dos veces por semanas al hospital, que también quedó del otro lado. Como la mayoría de los palestinos, sus tres hijos trabajan en Jerusalén: Mahmud, de 28 años, como electricista, Samir, de 26, como chofer de una ambulancia, y Stark, de 20, en una peluquería. “Antes tardaban diez minutos en llegar a sus empleos. Ahora, si logran pasar los check points , tardan como mínimo una hora, pasando por el asentamiento de Ma´ale Adummim. Pero más adelante, cuando terminen el muro, no se sabe”, dice Abu Ziad. “Fui a pedir consejo a la Autoridad Palestina, y algunos abogados están intentando ver si se puede dejar al menos una abertura”, agrega, con un destello de esperanza en los ojos. Ante cientos de denuncias de expropiaciones, la Corte Suprema israelí detuvo la construcción del muro en varias zonas que rodean Jerusalén. Muy cerca de allí, un grupo de hermanas combonianas comparten la misma preocupación. Si el muro sigue avanzando en línea recta, su casa de acogida de peregrinos, donde también funciona una guardería, quedaría partida en dos. Y su cuidadísimo jardín -que han decidido dejar abierto para que la gente todavía pueda pasar hacia Jerusalén-, arrasado. La hermana Rosario, una misionera española, cuenta que hace cinco meses la construcción entró en la propiedad de las monjas de la caridad francesas, que enseguida denunciaron la confiscación de tierra a través de abogados. Cuando más tarde avanzó en la propiedad de los padres pasionistas, se llamó al nuncio, que si bien mantuvo una reunión con autoridades israelíes para pedir que no se tocaran las propiedades religiosas, no logró que se detuvieran las máquinas. “Estamos esperando a ver qué pasa. Pero si nos quedamos del otro lado del muro, seguramente deberemos cerrar la casa que usamos para los retiros espirituales, y deberemos replantearnos qué hacer con la guardería, porque muchos chicos ya no podrán venir”, dice la hermana Rosario, de 30 años. El impacto económico Como sucedió en los territorios ocupados desde que Israel les impuso un cierre total, desde el comienzo de la segunda intifada, a fines del 2000, también en las zonas palestinas del sur de Jerusalén que quedaron del otro lado del muro se está dando un colapso económico. “Hubo un bajón de actividad terrible, hay mucha gente que perdió el trabajo y entró en la pobreza, pero lo que más se teme es que el muro se convierta en la nueva frontera, y que los que quedan del otro lado pierdan su documento israelí. Por eso, los que pueden están optando por irse a vivir del otro lado”, afirma la hermana Rosario. Lo más grave, sin embargo, es que además de haber muchísimos casos de familias separadas, los que quedaron del lado de los territorios ya no tienen hospitales a disposición, cuenta. “El muro es una cosa incomprensible, no sirve para nada. Sólo crea más separación, más odio, y no tiene ningún sentido”, lamenta. Abu Dis, otro poblado pegado a Betania, también quedó del otro lado. En el muro que se levanta en esa zona, que incluye la Universidad de Al-Quds, se leen graffitis -también escritos en inglés-, que expresan claramente la tragedia: “Jerusalén es más fuerte que el muro”; “Queremos vivir como gente normal”; “Desde el gueto de Varsovia, al gueto de Abu Dis”; “Detengan el muro, detengan a Sharon”; “Liberen a Palestina”; “Pagado por Estados Unidos”, dicen algunos de ellos.

La fuente: la autora es corresponsal del diario argentino La Nación. El artículo que reproducimos fue publicado el 28 de marzo de 2004.

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