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miércoles, mayo 8, 2024

Los chicos de la calle en Sudáfrica – Al calor de la pantalla

SociedadLos chicos de la calle en Sudáfrica - Al calor de la pantalla

LOS CHICOS DE LA CALLE EN SUDAFRICA

Al calor de la pantalla                   

En Johannesburgo, una de las ciudades más peligrosas del planeta, un cine abierto toda la noche se ha convertido en un paraíso para los niños de la calle, que encuentran refugio en la sala. El cine atrae a otros indigentes que han quedado al margen del problemático sistema africano de seguridad social.

Por Thomas Dashuber

Se apagan las luces y se alza el telón. Imágenes polvorientas cubiertas de arañazos titilan sobe la pantalla manchada. Una especie de crujido surge de los altavoces a medida que la banda de celuloide quebradizo se desliza por el proyector.

Frío y soledad

Estamos en el cine Thari, en el centro de Johannesburgo. En torno a él sólo hay bloques de departamentos y edificios de oficinas vacíos. Howard, el operador, está enfocando el proyector antes de invitar al público a penetrar en un mundo de acción y fantasía, por no hablar de ideales que probablemente nunca se harán realidad.

A esas horas reina la tranquilidad en el centro de Johannesburgo. Entre las seis y las ocho de la tarde, los empleados parten de sus oficinas en la otrora floreciente “City of Gold”. Muchos van hacia localidades distantes. Otros, en sus coches, se dirigen a los lujosos suburbios bien vigilados del norte de la ciudad. El punto de destino depende del color de la piel de los interesados.

Ya casi no se ven trasnochadores adinerados de los que, en la época de oro del apartheid, iban al centro a tomar una copa en Carlton Tower. El centro de la ciudad se ha convertido en una zona siniestra donde imperan el crimen organizado, la prostitución, el consumo de drogas y la justicia expeditiva.

Los que permanecen rezagados en el centro no tienen adónde ir. Son niños de la calle o aventureros incorregibles que se divierten en la que se ha dado en llamar la “ciudad más peligrosa del mundo”.

Todos los niños de la calle son chicos negros que han huido de sus hogares miserables para escapar de todo tipo de abusos. En la calle aprenden a sobrevivir. Ello significa encontrar una pandilla y labrarse una posición dentro de una jerarquía que decide quién podrá ponerse un abrigo en las noches de invierno. Y aunque se congelen, el peor enemigo no es el frío, sino la soledad.

Un cálido refugio

Pueden haber pasado el día escarbando basuras, mendigando o robando. Muchos aspiran pegamento. Los albergues oficiales, algunos de ellos a cargo de las iglesias, proveen alojamiento y cocina donde preparar una sopa. Algunas noches se les reparte comida. Pero aunque casi todos los niños han pasado una temporada en alguno de esos albergues, nunca se quedan en ellos mucho tiempo. Algunos, tras satisfacer sus necesidades esenciales, parten rumbo al cine Thari, en Market Street.

Aunque necesita reparaciones urgentes, la sala se ha convertido en una especie de paraíso, un refugio donde los sin techo encuentran calor y protección. Además de los niños de la calle, el cine atrae a otros indigentes que han quedado al margen del problemático sistema africano de seguridad social.

Al dueño del cine no le importa que su auditorio sea utilizado por los niños vagabundos como una suerte de dormitorio. La única condición que les impone es que no consuman alcohol ni drogas. Todas las noches, entre veinte y treinta niños se instalan lo más cómodamente posible en la alfombra raída de la sala.

“Es como pertenecer a una gran familia”

Un huésped habitual explica: “Es sumamente difícil ser aceptado, pero cuando uno lo consigue es como incorporarse a una gran familia.” Describe la dura realidad de la vida en la ciudad circundante de millones de habitantes. Dentro del cine se puede encontrar sitio en las hileras de butacas desvencijadas y ver películas de acción de segunda categoría. Una vez que pasó la noche fuera, en la calle, alguien le robó los zapatos mientras dormía. Razón de más para pagar dos rands (50 centavos de dólar) por un lugar donde dormitar entre Terminator y Air Force One.

Otro cliente habitual es Miklos Zenasi, de 66 años, que todas las noches a la misma hora aparece en busca de su sitio predilecto en primera fila. Allí se instala discretamente para pasar la noche. Miklos, al que todos llaman “el viejo”, admite abiertamente que ya no es el toro temible de otros tiempos. Desertó del ejército húngaro y tras múltiples peripecias vino a dar a Sudáfrica. Ahora, dice, está demasiado viejo para ese tipo de bromas. Y además, afirma mientras se palpa distintas partes del cuerpo, tiene muchos dolores y achaques. Guarda silencio un momento antes de revelar finalmente que en los últimos años ha pasado más noches junto a esta pantalla que en ningún otro lugar.

Más o menos a las seis de la mañana, cuando Arnold Schwarzenegger ha terminado con su último enemigo, la ciudad empieza a cobrar vida nuevamente. Ha llegado el momento en que el Thari despacha a los niños por un día más. Es muy probable que vuelva a verlos por la noche, justo en el momento en que Howard esté ajustando el foco de las lentes para una nueva tanda de sueños.

 

Desigualdad social

Si su PBI per cápita (3.210 dólares) coloca a Sudáfrica (41 millones de habitantes, 1,2 millones de km2) entre los países intermedios, lo cierto es que, cinco años después del apartheid, sigue siendo una de las sociedades con mayor desigualdad del mundo.

El nivel de vida de un tercio de la población es el de los habitantes de los países desarrollados, pero más de la mitad vive en condiciones similares a las que existen en el Tercer Mundo. Dentro de esta mayoría de sudafricanos, casi exclusivamente negros, la mitad ha seguido un ciclo completo de enseñanza primaria, la cuarta parte de los hogares dispone de electricidad y agua corriente y un tercio de los niños sufre de desnutrición crónica. La tasa de desempleo de Sudáfrica es una de las más altas del mundo.

 

Una mirada discreta

Thys Dullaart, un fotógrafo sudafricano de 31 años que trabaja en el periódico Star de Johannesburgo, ganó en 1999 el World Press Photo Award (Premio Mundial de Fotografía Periodística), en la categoría “Daily Life” (Vida cotidiana), con el reportaje fotográfico sobre los niños de la calle de Johannesburgo del que se escogió una de ellas para esta sección.

Dullaart trabajó de la manera más discreta posible con una pequeña máquina fotográfica Leica. Cita al gran fotógrafo francés Henri Cartier Bresson, que en una oportunidad dijo que “cualquiera que desee capturar peces debe tener cuidado de no agitar las aguas”. En otras palabras, si uno quiere tomar fotos en un cine, una buena idea es no perturbar la proyección de la película.

“Vivir y trabajar en Johannesburgo me enseñó muchas cosas acerca de los niños de la calle”, declara. “Deseoso de conocer sus reacciones ante las fotografías del cine Thari, logré que algunos de los niños fotografiados se reunieran conmigo en la Exposición Mundial anual de Fotos Periodísticas. Quedé muy sorprendido cuando lo primero que hicieron fue comentar un reportaje sobre los niños de la calle en Rumania. No podían creer que hubiera chicos de la calle blancos”.

La fuente: Dashuber es un periodista belga y Dullaaart, fotógrafo sudáfricano del diario Star, de Johannesburgo. Este trabajo fue editado por El Correo de la Unesco (www.unesco.org)

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