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domingo, mayo 19, 2024

La dialéctica de los dos odios

Opinion/IdeasLa dialéctica de los dos odios

La dialéctica de los dos odios

Ciertamente, continúan existiendo focos en que el antiguo antisemitismo europeo es reavivado. Pero las críticas a la represión israelí o aún el propio antiisraelismo no son productos del viejo antijudaísmo. Inclusive se puede decir que hubo en Francia una actitud globalmente favorable a Israel, visto como nación-refugio de víctimas de una horrible persecución, que merecían un cuidado particular. La visión benevolente de Israel se transformó progresivamente con la ocupación de Cisjordania y Gaza y la resistencia palestina, reprimida de manera desproporcionada. Israel pasó a ser visto cada vez más como un Estado conquistador y opresor. Las colonizaciones que buscan apropiarse de territorios palestinos, la represión impiadosa, el espectáculo de los sufrimientos soportados por el pueblo palestino, todo eso determinó una actitud globalmente negativa en relación a la política del Estado israelí y suscitó un antiisraelismo en el sentido político. Fue de hecho la política de Israel la que suscitó y amplificó esa forma de antiisraelismo, y no el resurgimiento del antisemitismo europeo.

Por Edgar Morin

para “Le Monde” de Paris ]

www1.folha.uol.com.br/fsp/mais/fs1104200413.htm

Hay palabras que deben ser reexaminadas; es el caso de antisemitismo. De hecho, esa palabra sustituyó el antijudaísmo cristiano, el cual concebía a los judíos como portadores de una religión culpada de haber condenado a Jesús, esto es -aunque sea una expresión absurda para un Dios resucitado-, culpada de deicidio.

No obstante que el antisemitismo nació del racismo y concibe a los judíos como pertenecientes a una raza inferior o perversa, la raza semita. A partir del momento en que el antijudaísmo se desarrolló en el mundo árabe, él mismo semita, la expresión se torna aberrante, y conviene volver a la idea de antijudaísmo, sin referencia al “deicidio”.

Hay palabras que deben ser distinguidas, como el antisionismo del antiisraelismo, lo que no impide que ocurran desplazamientos de sentido de unas a otras. De hecho, el antisionismo niega no sólo la instalación judía en Palestina, sino esencialmente la existencia de Israel como nación. Él no reconoce que el sionismo, en la era de los nacionalismos, corresponde a la aspiración de innumerables judíos, rechazados por las naciones, a constituir la suya propia.

Israel es la concreción nacional del movimiento sionista. El antiisraelismo tiene dos formas: la primera responde a la instalación de Israel en tierras árabes, se confunde con el antisionismo, pero reconociendo implícitamente la existencia de la nación israelí. La segunda partió de una crítica política, ahora global, de la actitud del poder israelí frente a los palestinos y frente a las resoluciones de la ONU que demandan el retorno de Israel a las fronteras de 1967.

Como Israel es un Estado judío y como en gran parte los judíos de la diáspora, sintiéndose solidarios con Israel, justifican sus actos y su política, ocurrieron entonces desplazamientos del antiisraelismo al antijudaísmo. Esos desplazamientos son particularmente importantes en el mundo árabe y, más ampliamente, musulmán, donde el antisionismo y el antiisraelismo van a producir un antijudaísmo generalizado.

¿Hay un antijudaísmo francés que sería la herencia, la continuación o la persistencia del viejo antijudaísmo cristiano y del viejo antisemitismo europeo? Esta es la tesis oficial israelí, retomada por las instituciones llamadas comunitarias y por ciertos intelectuales judíos.

Ahora, es preciso considerar que, después de la colaboración de los antisemitas franceses con el ocupante hitlerista y el descubrimiento del horror del genocidio nazi, hubo un deterioro por descrédito del viejo antisemitismo nacionalista racista; hubo, paralelamente, como consecuencia de la evolución de la Iglesia Católica, una demarcación del antijudaísmo cristiano que hacía del judío un deicida, seguida de abandono de esa imputación grotesca. Ciertamente, continúan existiendo focos en que el antiguo antisemitismo es reavivado, y residuos de las representaciones negativas asociadas a los judíos persisten en diferentes partes de la población; y, en el inconsciente francés, persisten a la larga vestigios o raíces del “inquietante enigma” del judío, como lo testimonié en el estudio “La Rumeur d’Orléans” [El Rumor de Orléans, 1969], del que soy autor.

Pero las críticas a la represión israelí o aún el propio antiisraelismo no son productos del viejo antijudaísmo. Se puede aún decir que hubo en Francia, a partir de su creación acompañada de amenazas mortales, una actitud globalmente favorable a Israel. Éste fue visto, al inicio, como nación-refugio de víctimas de una horrible persecución, que merecían un cuidado particular. Fue visto, al mismo tiempo, como una nación ejemplar en su espíritu comunitario encarnado en los kibutz, en su energía creadora de una nación moderna, única democracia en Medio Oriente. Adicionemos que muchos sentimientos racistas se desviaron de los judíos para fijarse en los árabes, especialmente durante la guerra da Argelia, lo que benefició aún más la imagen de Israel.

La visión benevolente de Israel se transformó progresivamente a partir de 1967; o sea, con la ocupación de Cisjordania y de la Franja de Gaza, con la resistencia palestina, después con la primera Intifada, en la cual un poderoso Ejército reprimió una revuelta de piedras, y tras la segunda Intifada, que fue reprimida por violencias y rigores desproporcionados, Israel pasó a ser visto cada vez más como un Estado conquistador y opresor.

Las colonizaciones que buscan incesantemente apropiarse de territorios palestinos, la represión impiadosa, el espectáculo de los sufrimientos soportados por el pueblo palestino, todo eso determinó una actitud globalmente negativa en relación a la política del Estado israelí y suscitó un antiisraelismo en el sentido político que damos a ese término. Fue de hecho la política de Israel la que suscitó y amplificó esa forma de antiisraelismo, y no el resurgimiento del antisemitismo europeo. Pero ese antiisraelismo derivó muy poco en antijudaísmo en la opinión pública francesa.

En contrapartida, la represión israelí y la negación israelí de los derechos palestinos producen y hacen aumentar los desplazamientos del antiisraelismo hacia el antijudaísmo en el mundo islámico. Cuanto más los judíos de la diáspora se identifican con Israel, más Israel es identificado con los judíos, más el antiisraelismo se torna antijudaísmo. Ese nuevo antijudaísmo musulmán retoma los temas del arsenal antijudío europeo (complot judío para dominar el mundo, raza innoble) que criminaliza a los judíos en su totalidad. Con el agravamiento del conflicto palestino-israelí, ese antijudaísmo se difundió y se agravó en la población francesa de origen árabe, particularmente en la juventud.

De hecho, lo que se observa no es el pseudo despertar del antisemitismo europeo, sino el desarrollo de un antijudaísmo árabe. No obstante, en vez de reconocer la causa de ese antijudaísmo árabe, que está en el centro de la tragedia del Medio Oriente, las autoridades israelíes, las instituciones comunitarias y algunos intelectuales judíos prefieren ver en él la prueba de la persistencia o del renacimiento de un inextirpable antisemitismo europeo.

Dentro de esa lógica, toda crítica a Israel es vista como antisemita, y muchos judíos se sienten entonces perseguidos en esa y por esa crítica. En verdad, ellos se degradaron en la imagen de sí mismos, así como en la imagen de Israel que incorporaron a su identidad. Se identificaron con una imagen de perseguidos; la Shoah [Holocausto] es el término que establece para siempre su condición de víctimas de gentiles; su conciencia histórica de perseguidos rechaza con indignación la imagen represiva del Tzahal [Ejército israelí] mostrada en la televisión, luego sustituida en sus espíritus por la de las víctimas de los kamikazes del Hamas, confundidos con los palestinos como un todo. Se identificaron con una imagen ideal de Israel, ciertamente la única democracia en medio de dictaduras, pero democracia limitada en que, como hicieron muchas otras democracias, puede tener una política colonial detestable. Se Identificaron con placer con la interpretación bíblicamente idealizada de que Israel es un pueblo de sacerdotes. Los que son solidarios incondicionalmente con Israel se sienten perseguidos interiormente por la desnaturalización de la imagen ideal de Israel. Ese sentimiento de persecución les oculta, evidentemente, el carácter persecutorio de la política israelí.

Una dialéctica infernal se instala. El antiisraelismo aumenta la solidaridad entre los judíos de la diáspora e Israel. Éste, a su vez, quiere mostrar a los judíos de la diáspora que el viejo antijudaísmo europeo se muestra de nuevo virulento, que la única patria de los judíos es Israel y, por eso, tiene necesidad de exacerbar el temor de los judíos y su identificación con Israel. De este modo, las instituciones de los judíos de la diáspora alimentan la ilusión de que el antisemitismo europeo está de vuelta, cuando se trata de palabras, de actos o de ataques que emanan de una juventud de origen islámico oriunda de la inmigración. No obstante que toda crítica a Israel, según esa lógica, es antisemita, los justificadores de Israel ven esa crítica, en exceso bastante moderada en todos los sectores de la opinión pública, como una extensión del antisemitismo.

Y todo eso, repetimos, sirve al mismo tiempo para ocultar la represión israelí, para israelizar aún más a los judíos y proveer a Israel una justificación absoluta. La imputación de antisemitismo, en esos casos, no tiene otro sentido que proteger a Israel de toda crítica.

Si los intelectuales de origen judío, en el seno de las naciones de gentiles, estaban animados por un universalismo humanista que controvertía a los particularismos nacionalistas y sus prolongaciones racistas, después de los años ´70 se operó un gran cambio. La desintegración de los universalismos abstractos (stalinismo, trotskismo, maoísmo) determinó el retorno de una parte de los intelectuales judíos ex stalinistas, ex trotskistas, ex maoístas a la búsqueda de la identidad originaria. Muchos de aquellos que habían identificado a la Unión Soviética y a China con la causa de la humanidad, con la cual ellos mismos se identificaron, se reconvirtieron, desilusionados, al israelismo.

Los intelectuales desmarxizados se convirtieron a la Torá. Una intelligentsia judía se relaciona ahora con la Bíblia, vista como la fuente de todas las virtudes y de toda civilización. Al pasar del universalismo abstracto al particularismo judío, aparentemente concreto, pero que es también abstracto a su manera (pues el judeocentrismo se abstrae del conjunto de la humanidad), ellos se hacen defensores e ilustradores del israelismo y del judaísmo, trayendo su dialéctica y sus argumentos para condenar, como ideológicamente perversa y evidentemente antisemita, cualquier actitud en favor de las poblaciones palestinas. Así, muchos espíritus en lo sucesivo judeocentrados son hoy incapaces de comprender la natural compasión ante las desgracias de los palestinos. Ven en eso no una evidente reacción humana, sino una inhumanidad misma del antisemitismo.

La dialéctica de los dos odios, de los dos desprecios, el desprecio del dominante israelí por el árabe colonizado, pero también el nuevo desprecio antijudío alimentado por todos los ingredientes del antisemitismo europeo clásico, esa dupla dialéctica sustenta, amplifica y esparce los dos odios y los dos desprecios.

Con el agravamiento de la situación en Israel-Palestina, la doble intoxicación, la antijudía y la judeocéntrica, se irá a desarrollar donde quiera que existan poblaciones judías y musulmanas.

No queda duda de que los palestinos son los humillados y ofendidos de hoy, y ninguna razón ideológica podría desviarnos de la compasión por ellos. Ciertamente, es Israel el que ofende y humilla. Pero, sobre el terrorismo antiisraelí que se tornó antijudío, hay una ofensa suprema hecha a la identidad judía: matar judíos indistintamente, hombres, mujeres, niños, hacer de todo judío una caza a abatir, un ratón a destruir, es una afrenta, una herida, un ultraje para toda la humanidad judía. Atacar sinagogas y tumbas, esto es, profanar lo que es sagrado, es considerar al judío como inmundo.

Ciertamente, un odio terrible nació en Palestina y en el mundo islámico contra los judíos. Y ese odio, que persigue la muerte de todo judío, comporta una ofensa horrible. El antijudaísmo en expansión prepara un nuevo infortunio judío. Es por eso que, en forma todavía infernal, los que humillan y ofenden son ellos mismos ofendidos y volverán a ser humillados. La piedad y la conmiseración todavía están sumergidas por el odio y la venganza.

¿Hay una salida? La salida estaría en la inversión de la tendencia: la disminución del antijudaísmo por una solución equitativa de la cuestión palestina y una política equitativa de Occidente en favor del mundo árabe-musulmán. Una intervención a nivel internacional, conteniendo una fuerza de interposición entre las dos partes, sería la solución real. Pero esa solución real que es también realista es hoy irreal. ¿Cuántas tragedias, cuántos desastres por venir, si no se consigue al realismo hacer entrar en lo real?

La fuente: Edgar Morin es sociólogo francés. Su artículo fue publicado en Le Monde (París) y traducido al portugués por Paulo Neves para el diario Folha de Sao Paulo. La traducción al español pertenece a Roberto Faur para Argentinos Amigos de Paz Ahora y elcorresponsal.com.

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