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jueves, mayo 9, 2024

Jóvenes prostitutas de Nigeria: el mito del triunfo

SociedadJóvenes prostitutas de Nigeria: el mito del triunfo

Jóvenes prostitutas de Nigeria: el mito del triunfo

La profesión más antigua del mundo es todavía una gran tentación para las jóvenes nigerianas. Con tal de arrancar de la pobreza, decenas de ellas viajan cada año a Italia para trabajar como prostitutas. Unas pocas regresan con las manos llenas y se convierten en un modelo a seguir. Las más, son deportadas y vuelven pobres. Entonces, hasta sus propias familias las humillan.

Por Somini Sengupta

La nigeriana que en Italia se hace llamar Princess.

El problema no era lo que hizo durante todos esos años en que trabajó en el extranjero, sino volver a casa con las manos vacías. Para sus familiares, amigos y vecinos, tampoco había nada de vergonzoso en el trabajo; la vergüenza estaba en volver sin ahorros.

Como parte de un enorme contingente de mujeres jóvenes en este país de rostros hermosos y futuros sombríos, Becky viajó ilegalmente a Italia hace una década. Tenía 24 años e iba a trabajar como prostituta. Al igual que muchas de sus compatriotas, regresó pobre, deportada por segunda vez por las autoridades italianas y desprovista de energías y de valor para intentarlo de nuevo. “Algunos se ríen de mí”, cuenta Becky.

¿Habría sido diferente si hubiera vuelto con mucho dinero? Becky parece confundida ante la pregunta. “Todos me saldrían al encuentro y me saludarían con una venia”, asegura.

La historia de mujeres como Becky, que no quiso dar su apellido para evitarse más humillaciones, escapa un poco a la clásica historia de prostitución. Las nigerianas que parten a prostituirse en el extranjero no son necesariamente jóvenes sin educación que desconocen su destino.

Aunque Becky, que hoy tiene 34 años, nunca ha aprendido a leer (más del 40 por ciento de la población femenina de Nigeria es analfabeta), la mayoría de las muchachas están viajando con los ojos bien abiertos, corriendo enormes riesgos y asumiendo deudas de hasta 45 mil dólares con quienes las contratan. La motivación es una sola: el éxito de las que han viajado antes que ellas.

Durante casi 20 años, las mujeres de Ciudad Benin, una antigua localidad amurallada en el sur del país, han partido a Italia para trabajar en el comercio sexual, y cada año las que han tenido éxito han estado reclutando a otras más jóvenes para que sigan el ejemplo.

La gente del pueblo habla de las historias de sus triunfos. Muchas de “las ítalas”, como las llaman, regresaron y construyeron su casa propia; cavaron pozos particulares para tener agua potable día y noche, e introdujeron nuevos y resplandecientes vehículos con tracción en las cuatro ruedas en los caminos sin pavimentar de Ciudad Benin.

Hace algunos años, un cantante popular llamado Ohenhen escribió una canción que tuvo gran éxito y que exaltaba la enorme riqueza de una prominente ítala llamada Dupay y su generosidad al “patrocinar” a otras más jóvenes para que hicieran lo mismo. Al igual que Dupay, las principales estrellas del comercio sexual italiano ya no viven más en Nigeria.

La extensión o significado real de este éxito parece importar poco. Lo que de verdad importa es el mito del triunfo y, más relevante aún, que éste se puede imitar. No importan las Becky que volvieron a casa sin nada o, peor aun, aquellas que terminaron golpeadas, enfermas o muertas. Para muchas niñas de Ciudad Benin, el centro de uno de los grandes reinos antiguos de África Occidental, la prostitución en Italia ha llegado a ser un negocio completamente aceptable. Y la leyenda del triunfo hace más difícil la lucha contra los traficantes sexuales.

“Están vendiendo un producto para el cual hay un mercado”, señala Grace Osakue, directora de Girls Power Initiative, una institución sin fines de lucro. “Ya no es más un estigma mientras venga acompañado de dinero. Si ellas vuelven con dinero, son respetadas. Si regresan pobres, son prostitutas, son un fracaso”.

Otras funcionarias que prestan asistencia a la comunidad en esta ciudad recuerdan las historias de nigerianas que han partido con el consentimiento de sus familias: una mujer casada cuyo padre la impulsó a que viajara a Italia, otra que se fue estimulada por su propio marido. Recuerdan también a niñas que volvieron a casa o que fueron deportadas ante la desilusión o, directamente, ante la indignación de sus familias.

Maureen Ororho, la representante de Ciudad Benin de la Organización Internacional para la Migración, le sugirió en una ocasión a una madre que tal vez su hija, que estaba a punto de ser deportada desde Italia, no sabía que la obligarían a prostituirse cuando aceptó ir por primera vez. La madre, recordó Ororho, respondió bruscamente: “¿Y qué otra cosa van a hacer ellas ahí?”. Por cierto, no estaba para nada contenta de que su hija volviera.

La ilusión

A. O. Abiodun era banquera a fines de la década del ochenta cuando las primeras “ítalas” llegaron a depositar cantidades sin precedentes de dinero. Con el correr de los años, el éxodo hacia Italia se afianzó. Se podían oír propuestas en fiestas de matrimonio, en las esquinas de las calles, en tiendas. “Incluso aquí”, me dice sentada en un local de comida rápida Mr. Biggs, donde bebe una Coca-Cola, “el primo de alguien o la tía de alguien podría estar haciendo un negocio para que una joven viaje”.

El contrato probablemente quedaría sellado con una ceremonia especial de acuerdo a sus costumbres, garantizada para conservar el secreto de la transacción y lograr que sea mucho más difícil para Abiodun exigir testimonios en la corte. “En este estado, esto está muy arraigado en la sociedad”, explica Abiodun, quien ahora encabeza la oficina regional de la nueva Agencia Nacional para la Prohibición del Tráfico de Personas. “Es una forma de aliviar la pobreza”.

La mujer que adoptó el nombre de Princess como prostituta estaba trabajando como secretaria en una ciudad petrolera cercana de Warri cuando recibió un ofrecimiento de viajar a Italia. “Pensé que si iba, triunfaría”, relata hoy.

Le fue bien durante su “esclavitud”, puesto que trabajó seis meses en Livorno y pagó una deuda cercana a los 29 mil dólares a su patrocinadora, también una mujer nigeriana. Poco después de eso, no obstante, antes de que pudiera empezar a guardar sus ganancias, fue arrestada por la policía italiana y enviada de vuelta a casa junto a media docena de niñas como ella.

“No habrá nada bueno en casa”, es lo que ella pensó en el avión que la llevó de Milán a Lagos. “No tengo dinero, no tengo ninguna propiedad; ninguna de las cosas por las que viajé a Italia”.

Por lo tanto, sólo pensó en una opción: buscó a la agente que le arregló el primer viaje. “Le fui a rogar que me llevara de vuelta”, contó.

La agente la rechazó. “Hay muchos problemas con la policía en estos días”, le dijo a Princess.

Princess ahora cuida a sus cinco hermanos menores en una choza de una sola habitación cubierta de pósters de Jesús. Asegura que ya no quiere ir a Italia con una patrocinadora nigeriana.

Pero señala que no ha dejado de buscar a un salvador, de preferencia extranjero, que pueda llevarla lejos, a una vida mejor. Princess se negó a revelar su nombre verdadero. Tampoco quiso que su rostro apareciera en una fotografía. Si le pagaran, quizá lo podría considerar.

Lograr que niñas como ella cambien de parecer es el desafío que enfrenta la hermana Florence Nwaonuma, una religiosa católica romana que encabeza el Comité de Apoyo a la Dignidad de la Mujer.

“Hay historias de éxito”, aseguró la hermana Florence. “Están aquellas a quienes les fue muy bien, que compran a otras niñas. Pero el índice de fracasos supera por lejos el de los triunfos”.

Las familias muchas veces son reacias a recibir de regreso otra boca que alimentar. Las mismas mujeres se muestran reticentes a volver a una vida de miseria.

La primera vez que Becky volvió a casa, después de algunos meses en las calles de Livorno, su madre la recibió en el aeropuerto de Lagos y la desilusión estaba dibujada en su rostro. “Ahora tenemos que seguir en lo mismo”, le dijo.

Becky volvió al año siguiente, esta vez haciendo un peligroso trayecto a través del Sahara y luego el Estrecho de Gibraltar hasta España. De las 18 mujeres nigerianas que cruzaron el estrecho con ella, sólo 11 sobrevivieron. Becky tomó el primer tren a Italia, ahora para trabajar en las calles de Verona.

En esta ocasión su suerte duró lo suficiente como para empezar a enviar dinero a casa. Luego, una vez más, a principios de este año, vino otra redada policial y otro largo viaje en avión de regreso a casa. Cuando volvió en esta oportunidad, ya estaba cansada de la prostitución. Pero lo peor fue que en casa no había nada que hablara del dinero que había enviado a su familia. Una visita al banco le mostró la dura realidad: había menos de 10 dólares en su cuenta. No sabe qué se hizo.

Una vez más, Becky ha recurrido a una conexión italiana: una empresa sin fines de lucro llamada Tampep, que se dedica a rehabilitar a mujeres que han sido deportadas de Italia. Tampep le está dando a Becky clases de peluquería, y le paga el alojamiento y comida. Pero en enero se termina el curso y una vez más estará de vuelta, se tendrá que ganar la vida y quizás se enfrentará a las mismas dificultades que la llevaron a Italia la primera vez.

La fuente: la autora es una periodista nacida en Calcuta (India) que trabaja para The New York Times

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