Un Frankenstein kuwaití
Después de Arabia Saudita, le llegó el turno a Kuwait de verse amenazado por el monstruo islamista que los dirigentes de ese emirato petrolero alimentaron con la esperanza de que combatiera las fuerzas del progreso y el cambio. Hoy, la criatura se vuelve contra sus progenitores.
Por Subhi Hadidi
Si Osama ben Laden no hubiera surgido en el reino de Arabia Saudita -donde se educó en el seno de la escuela de pensamiento wahabita antes de hacer sus primeros pasos jihadistas en las montañas afganas contra los “comunistas ateos”-, no hay ninguna sombra de duda de que habría aparecido en este emirato petrolero del Golfo que ofrece la misma tierra fértil. Las condiciones que favorecieron su advenimiento están todas o casi todas en Kuwait. Cuando se intenta estudiar la instrumentación política del Islam por las dos familias reinantes en Riyad y en Kuwait City, el primer ejemplo que viene a la memoria es el de Frankestein. Los Saud y los Sabah se empeñaron en crear un monstruo que tuviera por función reemplazarlos a ellos contra el comunismo, el liberalismo y las ideas de reforma o de defensa de la sociedad civil. Pero este monstruo islamista se volvió contra sus creadores hasta trasformarse en el principal peligro para sus tronos.
El Frankestein kuwaití más célebre hoy se llama Souleimane Abou Gaita. Algunos especialistas de redes islamistas lo consideran como el “cerebro” de Al Qaeda, el más hábil en el campo de la comunicación y de las campañas de agitación. El mundo entero lo vio en un célebre video luego del 11 de septiembre, sentado a la derecha de Ben Laden, amenazando hacer caer más torres. En 1990, Abou Gaita ya era uno de los oradores religiosos más conocido del emirato y sus sermones incendiarios incitaban a los kuwaitíes a resistir y desencadenar la jihad contra Saddam Hussein y las tropas de invasión iraquíes. Entre 1991 y 2000, había dejado Kuwait para una nueva jihad en Bosnia, desde donde observaba con indignación la subordinación a Washington de la familia reinante en Kuwait, los Sabah, y veía evaporarse los sueños que había acariciado después de la “liberación”. Se produjo entonces la ruptura con el gobierno kuwaití. Este, después de haberle sacado la nacionalidad, incluso rechazó, en julio de 2003, pedir su extradición a las autoridades iraníes, luego de los rumores que revelaban que había sido arrestado por Teherán, que estaba dispuesto a enviarlo al emirato.
La dinastía reinante en Kuwait enfrenta hoy las consecuencias catastróficas de su estrategia, basada durante largos años en un romance culposo con las corrientes islamistas, que han dominado por mucho tiempo el sector de la educación, las asociaciones de caridad y los rezos de los viernes en las mezquitas. Pero lo que más contribuyó a darle impulso al islamismo, es sin dudas la obstinación de los dirigentes kuwaitíes en alinearse totalmente con la estrategia norteamericana, al precio de una ruptura completa con el mundo árabe musulmán. El ejemplo más flagrante y más evidente de esta estrategia de sumisión a los Estados Unidos fue dado el día previo a la invasión norteamericana a Irak, durante la reunión de un consejo ministerial de la Liga Árabe dedicado a esta cuestión. Mientras que todos los participantes, incluso los representantes de Bahrein y de Arabia Saudita -fieles aliados de Washington-, votaron en contra de esta guerra, Kuwait eligió no abstenerse sino ¡votar a favor!
La corriente islamista kuwaití se compone de tres organizaciones: el Movimiento Constitucional Islámico, el Movimiento Salafista y el Encuentro Popular Salafista. Si bien es cierto que estos partidos no constituyen prolongaciones directas de Al Qaeda o del monstruo integrista que la familia reinante creó, el discurso proselitista duro que propagan estos movimientos no hacen más que llevar agua al molino de Abou Gaita y sus partidarios.
Hoy, Kuwait parace un verdadero campo de batalla. Los tanques recorren las calles. El ejército está en permanente estado de movilización y alerta mientras que las fuerzas de seguridad no cuidan solamente los edificios públicos, sino también las escuelas, las universidades y las mezquitas. Ese clima es enrarecido todavía más por los persistentes rumores. Se dice que después del último video de Ben Laden, en el que llamó a atacar las instalaciones petroleras de Arabia Saudita y de Kuwait, y luego de la ocupación norteamericana de la ciudad mártir de Fallujah en Irak, los movimientos islamistas hicieron un replanteo general en el que se decidió llevar parte de sus operaciones fuera de Irak y más particularmente a Kuwait. Lo que da crédito a estas informaciones es que las autoridades sirias, que cooperan estrechamente con los norteamericanos en el plan de seguridad que ellos llaman “campaña contra el terrorismo”, extraditaron hacia Kuwait a un islamista prófugo, que habría revelado cierto número de operativos proyectados para el territorio kuwaití.
Además, lo que era sólo un rumor se transformó en realidad con los atentados cometidos o abortados. Una fuente autorizada kuwaití, próxima a los servicios de seguridad, reveló que quince militares kuwaitíes, de los cuales cuatro eran de alto rango, fueron arrestados y sometidos a interrogatorios. Un diario local informó que el grupo de militares proyectaba encarar una serie de operativos terroristas para la fiesta del sacrificio, el 21 de enero. Antes, una unidad de los servicios de seguridad, que perseguía a un islamista prófugo, se había enfrentado a él. Este último tiró sobre ellos y abatió a dos oficiales, antes de escapar para ser recogido por un grupo armado que lo esperaba. Sin embargo, fue perseguido hasta las afueras de Hawalli y, herido, murió en el hospital. Este enfrentamiento no es aislado. Se inscribe en una serie de operativos que tienen por objetivo principal, desde 2002, la presencia norteamericana en este emirato, que se eleva a veinticinco mil hombres.
Sin duda es este aumento de poderío de los islamistas lo que le hizo decir a una de las figuras importantes de la familia Sabah, el sheik Saud Nasser al-Sabah, que Kuwait estaba “tomada como rehén por las corrientes islamistas que tienen una gran influencia política, financiera y social, lo que les permite imponer sus dictados al gobierno”. Y precisar que “esta influencia le fue dada por los sucesivos gobiernos kuwaitíes”. Para él, el objetivo final de los islamistas es ejercer “su tutela sobre la sociedad kuwaití y consolidar su poder en las sociedades de caridad y las instituciones financieras del país. Hay -concluye- un silencio gubernamental sobre los actos de estos grupos, que ejercen un chantaje frente al gobierno. ¡Es tiempo de que este gobierno los enfrente con firmeza!”
En otra declaración, el mismo sheik describe una situación preocupante en el emirato: “Las corrientes islamistas extremistas en Kuwait son como el fuego bajo las cenizas. Hay células dormidas -es triste decirlo- en el seno del ejército y de las fuerzas de seguridad. Después de años, no hemos logrado resolver esta situación. Con el tiempo, van a aparecer nuevas células”.
Nadie más que este sheik, que como todos los integrantes de la familia reinante goza de una inmunidad total, podría decir estas cosas alarmistas sin ser sancionado. Hay que agregar que -¿es casualidad?- el sheik Saud ocupó durante una docena de años el puesto de embajador de su país en Washington. Es él quien, en 1990, fue el instigador de la más escandalosa manipulación de la opinión pública para empujar al Congreso norteamericano a votar para entrar en guerra. Ese año, la consultora en comunicación norteamericana Hill & Knowlton, pagada por Kuwait, manipuló la opinión pública norteamericana e internacional con un testimonio conmovedor, pero falso, en el que una kuwaití llamada Nayrah (que se supo más tarde era la hija del embajador kuwaití en los Estados Unidos) contaba que, durante la invasión a Kuwait, los soldados iraquíes habían sacado a los bebes de las incubadoras. Con esto, él pasó a ser el aliado más seguro de Washington en el seno de la familia Sabah. Sin embargo, esto no lo protegió de la cólera del Frankestein islamista, ya que fue obligado, con amenazas de interpelación hechas por los diputados islamistas, a renunciar a su puesto de ministro de Información en 1998 para pasar a ser ministro de Petróleo, cargo al que renunció en 2000.
No hay dudas de que más de un Frankestein islamista y armado pasea por estos días por las calles de Kuwait y de Arabia Saudita, animado por la voluntad de castigar a estos dos gobiernos por el papel que desempeñaron en la invasión a Irak, al autorizar a los invasores a utilizar sus territorios como base de partida y, más tarde, como base permanente para respaldar la ocupación. No hay dudas de que los Sabah, como los Saud, no están listos todavía para asumir que la protección norteamericana probablemente salvará su trono de cualquier amenaza exterior, pero no podrá hacer nada contra las amenazas interiores. No meditaron lo suficiente el ejemplo iraquí. Los ciento cincuenta mil militares norteamericanos que ocupan ese país ¿lograron instaurar la seguridad y la estabilidad? ¿Van a poder proteger al gobierno de Allawi de sus enemigos interiores?
El pulpo integrista
Durante las dos últimas décadas, los grupos islamistas representaron el foco de presión más importante en el parlamento kuwaití. Esta fuerza la tienen sobre todo por su habilidad para la organización y el lobby y su control de uno de los bancos más importantes del emirato. Se la deben también a las decenas de sociedades caritativas, las uniones sindicales y las cooperativas que dirigen. Además, controlan desde hace veintiséis años la Unión de Estudiantes.
Su influencia es determinante en el Ministerio de Educación y en las comisiones encargadas de los programas escolares. Y, a pesar de que el número de diputados pasó de veinte, en 1992, a trece en la presente legislatura, sigue siendo el grupo más poderoso, gracias a su alianza con los bloques que representan a las tribus que comparten con él su conservadurismo en lo que respecta a las “costumbres” y a la oposición a otorgarle derechos a la mujer.
La última vez que demostraron todo su poder fue contra el ministro de Información, Mohammad Abou al-Hassan, único miembro shiíta del gobierno y que terminó “renunciando”. Los diputados sunnitas se preparaban a interrogarlo sobre su fracaso en “preservar los valores morales de la sociedad”. Sus acusadores le reprochaban haber autorizado, en noviembre de 2004, que se realizaran conciertos de música pop durante la fiesta del Aid-el-Fitr, que marca el final del Ramadán.
Y peor todavía, el ministro había permitido a los organizadores de la Star Academy en versión árabe realizar en Kuwait un episodio de la serie difundida por la cadena satelital libanesa LBCI.
Esta iniciativa provocó gran revuelo y el ministro se encontró acusado de salirse de los límites de lo lícito. Sus detractores vieron en esta autorización “un atentado a la moral islámica de la sociedad kuwaití”. En siete años, otros dos ministros de Información perdieron su sillón por acusaciones similares sostenidas contra ellos por los diputados islamistas.
La fuente: www.afrique-asie.com. La traducción del francés pertenece a María Masquelet para elcorresponsal.com.