Argelia espera otro amanecer
Argelia está atormentada por la violencia y herida por la pobreza. Pero algunos creen que su larga pesadilla puede acabar pronto. En los 39 años desde la independencia han sufrido dictaduras, represión y guerra civil. Ahora la guerra parece haber terminado y en los cafés de Argel y Orán se habla de democracia y de progreso económico. Pero después de tantas desilusiones nadie está seguro de que las conversaciones se harán realidad. Los acontecimientos están siendo mirados de cerca por los otros países del Magreb y del Medio Oriente. Si Argelia puede tener éxito en instaurar una democracia moderna, quizás ellos también puedan. Si no lo logra, será un ejemplo terrible. Por Jason Burke
El doctor Mohammed Sekkoum, un hombre grande que viste una camisa ordinaria, sale del avión de Air Algerie 767 y se arrodilla en la pista. Cuando él huyó hace 16 años por este mismo aeropuerto, tenía a la policía secreta argelina a sus talones. Ahora, un equipo ha sido enviado por el presidente para guiarlo a su vieja casa en Mouradia, distrito de Argel donde su familia y sus amigos lo están esperando. La hermana de Sekkoum, de 68 años, llora. “Hemos esperado tanto tiempo. La vuelta a casa de mi hermano es como la salida del sol al final de una larga noche.” Pero la noche de Argelia ha tenido muchos amaneceres falsos. El segundo país más grande de Africa está esperando ahora de nuevo otro amanecer. Treinta millones de personas están desesperadas por un cambio. En los 39 años desde la independencia han sufrido dictaduras, represión y guerra civil. Ahora la guerra parece haber terminado y en los cafés de Argel y Orán se habla de democracia y de progreso económico. Pero después de tantas desilusiones nadie está seguro de que las conversaciones se harán realidad. Los acontecimientos de Argelia están siendo mirados de cerca. Muchos de los otros países del Magreb y del Medio Oriente enfrentan problemas similares cuando se esfuerzan por adaptarse a un mundo en permanente cambio. Si Argelia puede tener éxito en instaurar una democracia moderna, quizás ellos también puedan. Si no lo logra, será un ejemplo terrible. Las tensiones son grandes. Ya este año varios manifestantes han muerto en enfrentamientos con la policía. Cada día la gente protesta por la corrupción, la vivienda, las diferencias étnicas, el trabajo o, simplemente, por la necesidad de tener algo para hacer. Hakim, Alí y Mohammed están sentados en cuclillas junto a unas tiendas, incendiadas durante una protesta hace dos meses. En la vereda de enfrente se ven las ruinas de un destacamento policial, en cuyas paredes se puede leer un graffiti: “Poder asesino”. Poder es el término que los argelinos emplean para referirse a lo peor del stablishment. Comprende -explica Hakim- a los mandos del ejército, la policía secreta, la conducción policial y varias de las mafias económicas que, con sus conexiones gubernamentales, dominan los negocios del Estado así como el naciente sector privado. Algunos incluyen al presidente Abdelaziz Bouteflika. Otros, no. Hakim y sus amigos viven en Tizi Ouzou, el pueblo que ha sido epicentro de las protestas que han atormentado a la región nordeste de Argelia durante los últimos meses. Los disturbios comenzaron tras la muerte -accidenta, según el gobierno- de Massinissa Guermah, un joven bereber asesinado por la gendarmería, en abril. Miles de personas tomaron las calles y manifestaron su ira en una guerra de piedras. La policía, argumentando que eso era la “anarquía”, abrió fuego. Cuando los disturbios se apaciguaron, dos meses después, ya había sesenta muertos. Bouteflika, en una acción insólita, pidió una investigación judicial sobre las causas de los disturbios y las muertes. Culpó a la “injerencia extranjera”. La investigación, sin embargo, concluyó que Guermah había sido asesinado y que la culpa fue de gendarmes que desobedecieron las órdenes de detener el fuego. Pero las causas de las protestas fueron más allá de la muerte de un detenido. Mostraron los crudos problemas que podrían dividir a Argelia, y a muchos otros países del Maghreb y del Medio oriente. Tizi Ouzou es el principal pueblo de la región de la Kabilia, donde se concentran los seis millones de bereberes argelinos. Durante años, los bereberes cuya presencia es anterior a la de los árabes que constituyen la mayoría de la población, se han sentido marginados. Su sentimiento de desposesión fue una razón para la violencia. Pero, hubo otras más importantes. “Nosotros no tenemos nada aquí. No tenemos nada que hacer: ningún trabajo, ningún futuro”, dice Hakim. “Todo lo que nosotros hacemos es sentarnos sin una mierda para hacer, aburridos, a fumar.” El cuarenta por ciento de los argelinos son menores de 30 años; más de un cuarto de la población está desempleado. A pesar de los grandes ingresos por el petróleo, Argelia está en el puesto número 100 en el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas y sólo dos terceras partes de la población son instruidos. Ahora, desde que Bouteflika llegó a la presidencia hace dos años, sus expectativas han ido aumentando por la retórica de la reforma y democratización, de desarrollo económico y consumismo. Todos en Argelia son dolorosamente conscientes de que las aspiraciones y la continuidad de las privaciones constituyen una mezcla letal. Argelia obtuvo la independencia de Francia en 1962, después de una guerra en que murieron, por lo menos, un millón de personas. Durante los siguientes 25 años Argelia fue un estado socialista con partido único, con una economía cerrada y un ejército y servicio de seguridad que impusieron las oscuras artes de la tortura, el asesinato y la manipulación política que habían aprendido bajo el dominio francés. Corría 1986, una era en la que la libertad de opinión apenas existía, cuando Sekkoum dejó su patria.
Pero durante 1988 las protestas por la democracia estaban llenando las calles. Después de que centenares murieron, el “poder” resignó poder. Hubo un período breve de esperanza antes de que las cosas empezaran a salir mal. En 1991 finalmente hubo elecciones. Cuando la línea dura del partido islamista, Frente Islámico de Salvación (FIS), logró convertir el conservadurismo instintivo de las masas en votos suficientes para obtener el poder, el ejército se puso en movimiento. El FIS fue proscripto. Excluido del proceso democrático, los islamistas tomaron las armas, el ejército apeló a sus “malas artes” y durante los siguientes 10 años, el país fue asolado. Aproximadamente 100.000 civiles murieron. Hace dos años, cuando fue elegido, Bouteflika prometió traer la paz. En una jugada intrépida, ofreció una amnistía a la guerrilla. La mayoría aceptó deponer las armas. Y miles de arrepentidos -o de presuntos arrepentidos- dejaron las cárceles. Pero a pesar del progreso, las causas para el crecimiento del movimiento islámico permanecieron. En Hosh el Hadair, un pueblo a aproximadamente 100 kilómetros al sudoeste de Argel, las cosas son muy diferentes de la capital. No hay agua corriente ni electricidad. Hacia fines del mes pasado, 12 guerrilleros islámicos dispararon a nueve hombres y degollaron a un décimo. Djilal Bouaissaoui fue uno de los muertos. Fue el muerto número 105 de julio. Su hijo dijo que él todavía apoyaba al presidente, pero agregó: “Como un hombre pobre yo sé esto: si usted da a un hombre que no tiene nada un arma y una causa, entonces él lo seguirá. Si él tiene una casa y un trabajo y una familia, entonces no lo hará.” La semana pasada, se inauguró el 15 Festival Internacional de la Juventud en Argel. El gobierno esperaba que el encuentro, último vestigio de la Guerra Fría alimentado por Cuba, sería un símbolo del retorno a una paz relativa y a la estabilidad. Para celebrar la apertura, el Ministerio de Cultura dio una gran fiesta. Más de 200 personas disfrutaron de un bufet pródigo y un concierto. El ministro reservó sólo 10 minutos para una entrevista. Con un té dulce de por medio, hizo una lista de las ventajas de Argelia -la gran riqueza mineral, las reservas petroleras, el talento natural de su población multicultural, la creatividad y el espíritu innovador de los jóvenes. El fue sincero sobre los problemas del país. “Estamos ahora en medio de una metamorfosis y eso trae grandes problemas. Estamos intentando adaptarnos al resto del orden mundial, modificar los hábitos de generaciones, cambiar de una economía socialista a una economía de libre mercado, profundizar la democracia, para darle a la gente lo que quiere y necesita. Y todo ello en un país debilitado por 10 años de guerra. Pero si nosotros no damos pronto lo que el pueblo está exigiendo, habrá graves peligros”, dijo. Analizar la política argelina hace cinco años era fácil. El término “poder” era útil: los 15 principales generales tenían en sus manos el Estado. Pero la amnistía y el regreso de la paz han socavado el papel del ejército. Los militares están, como la mayoría de los argelinos, cada vez más interesados en el comercio y los negocios. Las dificultades que enfrenta Bouteflika están claras. Para conservar el camino de las reformas y salvaguardar su posición, tiene que hacer todo para todos. Y mientras la gente puede hablar en los cafés libremente y sin miedo al arresto, el presidente introdujo recientemente una modificación legislativa que algunos dicen que amordazará a la prensa. Y mientras ha permitido visitas de Amnistia Internacional y alega haber encarcelado a 350 policías, miles de desaparecidos siguen sin aparecer. Y mientras aombra con el pedido de una investigación sobre la violencia en la Kabilia, pocos esperan castigos contra los responsables. Pero Sekkoum dice que está convencido de que su país ha cambiado. “Yo puedo sentirlo. Después de todos estos años, puedo sentir que estamos al comienzo de algo bueno, algo nuevo. El gobierno sabe los que quiere el pueblo y sabe que tiene que tratar de dárselo.” Pero lo que pasará si lo hace no está claro. Ali Ahmed (25) cuyo primo murió cuando fue atropellado por un vehículo policial durante una protesta, es terminante: “Si el cambio no se produce pronto, nosotros obligaremos a que ocurra, cueste lo que cueste.” La fuente: Mail & Guardian, semanario sudafricano, 37.000 ejemplares. Lanzado en seis semanas, a comienzos de 1985, por un grupo de periodistas desocupados, el antiguo Weekly Mail construyó su reputación sobre el combate emprendido por este equipo contra el apartheid y el gobierno sudafricano, del que sufrió varias venganzas y presiones. En 1995, The Guardian, de Londres, se transformó en accionista mayoritario del semanario, que cambió de nombre. Transformada en el Mail & Guardian, la revista sigue su trabajo de investigación y se dedica a combatir la corrupción. Su seriedad y la calidad de sus artículos hacen de ella una publicación muy apreciada. Con el lanzamiento, en marzo de 1994, de sus servicios on line, el Mail & Guardian” (www.mg.co.za) ha destacado siempre ser pionero en Africa en este sentido, a pesar de que hoy la mayoría de las publicaciones del continente disponen de sitios en Internet.