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miércoles, mayo 8, 2024

Cadenas satélitales árabes: un paso adelante, dos atrás

SociedadCadenas satélitales árabes: un paso adelante, dos atrás

Cadenas satélitales árabes: un paso adelante, dos atrás

“Los árabes les hablan a los árabes” parece ser -parafraseando el célebre discurso de De Gaulle, del 18 de junio de 1940- el leitmotiv de las nuevas cadenas satelitales árabes. Al Jazira, que transmite ya hace nueve años, ganó un espacio importante con la búsqueda de transformarse en la voz del hombre de la calle; sin embargo, es criticada por muchos que le reprochan querer hacerles creer a los telespectadores que defienden la libertad sin tabúes y que su discurso es aceptado por todos los árabes más allá de sus diferencias sociales, nacionales y culturales.

Por Zyed Krichen

El cielo satelital árabe es complejo y diverso. Los veintidós países miembros de la Liga de los Estados Árabes tienen más de doscientas diez cadenas satelitales. Egipto acapara la mayor parte (cerca de una treintena), seguida de lejos por los libaneses y los sauditas. Los diecinueve países restantes se contentan con un promedio de dos o tres cadenas, y a esto se suman las nuevas cadenas de clips privadas cuyo número se acrecienta a una velocidad vertiginosa.

Pero, cuando se habla de cadenas satelitales árabes, se designa un tipo particular de televisión, a menudo privada, que sobrepasó en los últimos años los límites de su territorio nacional y que se dirige, a veces dentro de un espacio determinado, al telespectador árabe transnacional o, mejor todavía, al “árabe de la calle”.

En el comienzo fue la prensa escrita

La experiencia de medios transárabes no es de hoy. Desde los finales de la década de 1970, un nuevo fenómeno marcó la prensa escrita. Las colosales fortunas de algunos hombres de negocios, y también de los medios del Golfo (sobre todo, los sauditas) se instalaron en Europa, fundamentalmente en Londres, para editar diarios y revistas destinadas al mundo árabe en su globalidad. Fue la unión de esta voluntad empresarial, y a veces política, con el conocimiento libanés, egipcio y también palestino. Era la época de Chark al-Awsat, Al-Majalla, Saydati… Estos pioneros fueron imitados por los iraquíes, libios, sirios, con resultados bastante moderados…

De la prensa escrita se pasó naturalmente a la televisión, sobre todo con la cadena saudita privada MBC, basada en Londres.

Paradoja de la historia, son los ingleses quienes quisieron crear, a mediados de los años 90, la primera cadena de información continua en árabe, hecha por periodistas árabes y financiada por árabes, fundamentalmente, sauditas. Pero, la BBC árabe transgredió un tabú y uno de sus reportajes sobre Arabia Saudita le costó la vida catódica.

En síntesis, como en la vida cotidiana, la mala suerte de unos hizo la felicidad de otros. La muerte de la BBC árabe demostró, en aquel momento, que un cambio cualitativo en el paisaje de la televisión árabe que nacía no podía hacerse sin el consentimiento de los capitales sauditas. Ningún otro Estado árabe podía pretender ese status. Los dos principales concurrentes, Irak y Libia, estaban ocupados en sus enormes dificultades internas. Finalmente, la estructura autoritaria y centralizada del poder en estos dos países no podía permitir espacios de relativa libertad, contrariamente -es necesario subrayarlo- a lo que sucedía con los inversores árabes.

El nacimiento de Al Jazira

Entonces, ¿todo estaba perdido? No. Una revolución en el pequeño Estado de Qatar lleva al poder supremo a un joven dirigente bastante modernista para la región y que aparentemente no quiere más la tutela de su gran hermano wahabita…

Una idea genial: ¿por qué no retomar la experiencia de la BBC árabe por cuenta propia? La recuperación de la inversión en términos de imagen y de papel regional para el pequeño emirato valía todos los sacrificios. El nombre de la nueva cadena es en sí mismo un plan, Al-Jazira. Se asocia inmediatamente con la península arábica (Jazirat-al-arab). El juego está claro: es el liderazgo simbólico en los países del Golfo…

Había incluso que arabizar y “qatarizar” este nuevo concepto. No era cuestión de hacer información por la información como la BBC árabe. Esto sería muy costoso y poco rentable. Es necesario que la información sea “comprometida”. Que tenga una misión. Que sirva a una gran causa. En una palabra: que golpee rápidamente los espíritus. El telespectador árabe debe reconocer en pocos minutos que está frente a una cadena que no existe en ninguna otra parte… siempre amigable y mostrando sus esperanzas y sus decepciones.

También el pluralismo, agresivo y conflictivo, es la base del trabajo de la cadena. La información tiene que ser el corolario del pluralismo y no a la inversa. Es el famoso eslogan de ellos: “La opinión y la opinión del otro”.

Hay que decir que el diagnóstico es lúcido. La libertad de tono, que busca golpear inmediatamente la mirada y el espíritu del telespectador, está más de manifiesto en los debates políticos e ideológicos que en el tratamiento objetivo e imparcial de la información.

El compromiso en favor de Palestina está consensuado. Pero en los medios árabes oficiales es blando y sin referencias políticas claras. Para Al Jazira el compromiso propalestino será sinónimo de diatribas antinorteamericanas y, a menudo, directamente antioccidentales. Es un mensaje más determinante y considerado, sobre todo, caro al árabe de la calle.

Finalmente, Al Jazira tiene necesidad de un “guía” espiritual que dé sentido y coherencia a todas estas “batallas” puntuales. Y éste será la autoridad religiosa e intelectual que marcó su huella en el joven emirato durante el último cuarto de siglo: el famoso sheik Youssef al-Kharadhaoui, importante figura de los Hermanos Musulmanos egipcios y apóstol del “centrismo islamista” o “real islamismo”. Es decir, un fundamentalismo con una cara humana, reaccionario en cuanto a su doctrina pero con un packaging más o menos moderno.

El sheikh Al-Karadhaoui será el personaje central durante estos nueve años de una de las emisiones faro de la cadena: “La sharia y la vida”. Prácticamente la única emisión “eximida” de “la opinión del otro”. Pues cuando Al-Karadhaoui habla, no necesita, generalmente, a alguien que lo contradiga.

Es este tríptico lo que constituirá el alma de la cadena y también la base de su éxito indiscutible. Para completar este cuadro histórico, digamos que en los primeros años (hacia fines de 2001) se evitaba molestar al gran hermano saudita. El tono también era cuidadoso con Egipto, Irak y Siria.

Al Jazira reservaba sus flechas sobre todo para los países “lejanos”, es decir, el Maghreb, y los que no representaban un peligro vital para ella: Jordania, Yemen y Kuwait.

El comienzo de la segunda intifada en septiembre de 2000 y los atentados del 11 de septiembre de 2001 llevaron a reforzar y reposicionar el discurso de la cadena.

Tomó francamente la causa de los atentados suicidas palestinos y se convirtió en la “casilla de correo” de Osama ben Laden y de Al Qaeda. Rechazó, hasta hoy, calificar los actos violentos de Al Qaeda como “terroristas”. La consigna editorial escrita era utilizar esta frase: “Lo que los Estados Unidos consideran como terrorismo”. Hace pocos días, un video del número dos de Al Qaeda, el egipcio Aymen Dhaouahiri, en el que critica la noción norteamericana de reforma y pone en guardia a los islamistas frente al “señuelo” del cambio pacífico, fue expuesto a todas horas por los noticieros de la cadena. Y también fue objeto de un debate en una emisión de “Detrás de las noticias”.

No es nuestra intención decir que el balance de Al Jazira es globalmente negativo. Lejos de esto. Es suficiente constatar el efecto subversivo de esta cadena en un paisaje televisivo árabe hasta acá gris y sin brillo para convencerse de la utilidad terapéutica de esta voz que llega de Qatar.

En sus activos está también haberles demostrado a los árabes, como muchos menos medios de los que se cree, que podían hacer información de otra manera.

La única crítica importante que se le puede hacer es hacerles creerles a los telespectadores en una libertad de tono sin tabúes y en un discurso aceptado por todos los árabes más allá de sus diferencias sociales, nacionales y culturales.

Un mensaje no reprochable en sí mismo. Lo que sí es negativo es no exponer estas convicciones a las miradas críticas de diferentes actores del mundo árabe.

Tomenos el caso de las emisiones dedicadas a la mujer (sólo para las mujeres) y a la religión (La sharia y la vida).

Nosotros estudiamos estas dos emisiones durante marzo y abril últimos (el sitio de Al Jazira ofrece una transcripción literal del conjunto de estas emisiones) y pudimos relevar lo siguiente:

* El referente absoluto (de las costumbres en el Estado musulmán) es la identidad árabe-musulmana. Una identidad deificada, por fuera de toda crítica y establecida como única para todos los árabes. Se sigue de esto que quedan descalificados en el debate los países donde las elites árabes están occidentalizadas.

* Esta identidad, cuando se la mira más de cerca, se parece curiosamente a la cultura dominante en los países del Golfo, en los que el rostro descubierto para un mujer es una proeza.

* La visión de la religión es la de un fundamentalismo aséptico. Los castigos corporales (hudud) y el status inferior de la mujer (poligamia, repudio, tutela marital) forman parte del dogma y son indiscutidos e indiscutibles.

No se discute incluso, ya en el siglo XXI, el derecho de que el marido golpée a su mujer, siempre aclarando que debe evitar el rostro y dejar trazos visibles en el cuerpo de su esposa… Y ninguno de los invitados a la emisión “La sharia y la vida”, del 29 de mayo último, encontró nada para decir. Se tuvo que escuchar también a una médica saudita que explicó que el número de masoquistas es más elevado entre las mujeres. El marido se transforma así en una especie de terapeuta… No es sorprendente, a partir de esto, ver que el telespectador tunecino, aunque buen musulmán, mire muy poco este tipo de programas religiosos (menos del 1%), según las mediciones efectuadas por la Agencia Sigma.

Al Jazira disfrutó de una situación de monopolio durante siete años. La cadena de Abu Dhabi intentó competir, sobre todo durante la guerra norteamericana en Afganistán. La información era de calidad, pero no logró la adhesión del “árabe de la calle”, que pide, evidentemente, mucho más que simple información.

Desde marzo de 2003, Al Jazira tiene una competencia importante: Al Arabiya, del grupo saudita MBC. A pesar de los enormes medios financieros y de un grupo de periodistas de gran calidad, la audiencia de la cadena no le permite rivalizar con su hermana mayor. Sin embargo, será interesante ver, en el futuro, si una información relativamente objetiva y sosegada tal como la que pregona Al Arabiya llega a captar el interés del telespectador árabe, cansado del pugilato catódico de Al Jazira.

No hay estudios sobre cuál es el impacto real que tienen estas cadenas en el telespectador magrebí. Lo que sí se sabe es que las cadenas árabes toman cada vez más espacios en nuestra televisión. Hay que notar que éstas son cadenas de variedades y de clips musicales, no sólo en Túnez, sino por todos lados en el mundo árabe. Prueba de que la identidad árabe-musulmana no es fija ni única.

Pero lo que es cierto es que el conjunto de estas cadenas panarabistas transmiten un mensaje y un imaginario propio de la percepción que tienen estos nuevos formadores de opinión de nuestra propia sociedad, el Medio Oriente y en especial el Golfo. Cuando esto se admita honestamente, como es el caso más o menos de Al Arabiya, será más enriquecedor. Cuando esto se transforma en un imperativo moral categórico y absoluto, puede haber daños importantes.

Cuando se sabe que los iraníes con Al-Alan; los norteamericanos, con Al-Horra, y también los franceses, con la cadena internacional, están presentes en este lugar del mundo, no se puede más que lamentar la ausencia del Magreb.

Los magrebíes, con su elite intelectual y su experiencia social, están perdiendo una batalla. Lo que hoy cuenta más que ninguna otra cosa es la imagen. La fuente: Réalités, semanario de Túnez (www.realites.com.tn). La traducción del francés pertenece a María Masquelet para elcorresponsal.com.

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