No en mi nombre
Israel está desangrando, y pagando el precio de la insensatez, del fanatismo nacionalista y de la soberbia. Una guerra por la supervivencia que comenzó en 1967 degeneró en una postura expansionista que adora los territorios más que a la vida misma.
Por Meir Margalit Si hay algo nuevo en esta escalada bélica es tan sólo la fecha, porque los acontecimientos en esta sufrida zona del Medio Oriente se repiten en forma cíclica, como en un círculo vicioso en donde nada cambia y todo se repite como si fuera un disco rallado.
Volver al Líbano para los israelíes es como si Estados Unidos volviera a Vietnam, con la única diferencia que los americanos tienen memoria mientras que parece que los israelíes se olvidaron del precio que el pantano libanés costó hasta no hace mucho tiempo.
El capítulo actual de la lucha lo abrió Hezbollah con aquel operativo que concluyó con la muerte de 8 soldados y otros dos capturados. Pero quien busque las raíces de este conflicto tendrá que cavar mucho mas profundo. Los orígenes de este trágico conflicto están claramente ubicados en el maldito día de junio de 1967 en que Israel conquistó los territorios palestinos de la Cisjordania. Fue desde aquel entonces que comenzó este proceso de deterioro cotidiano que nos está costando a todos -israelíes y palestinos- sangre, dolor y lágrimas.
Cuando Israel retiró sus tropas del Líbano a principios del 2000, supuso que Hezbollah saciara su apetito e iba a dejar las armas. Lo que Israel no comprendió en aquel entonces y parece que tampoco lo entiende en estos días, es la íntima relación existente entre Hezbollah y la lucha del pueblo palestino. Hezbollah no combatía sólo para echar al ejército israelí del territorio libanés sino también por la retirada israelí de los territorios palestinos ocupados, y por ende la lucha en la frontera norte no acabaría con la retirada del Líbano.
Los acontecimientos en el país de los cedros y en Gaza esta tan íntimamente ligados que no habrá tranquilidad en la frontera norte hasta que no reine tranquilidad en Gaza y en Cisjordania. Por no entender esta ecuación, Israel se ha involucrado en una nueva ola de violencia de la cual no puede salir triunfante, no porque no tenga el poderío militar para vencer, sino porque de estas guerras todos salen perdiendo. Israel está desangrando, y pagando el precio de la insensatez, del fanatismo nacionalista y de la soberbia. Una guerra por la supervivencia que comenzó en 1967 degeneró en una postura expansionista que adora los territorios más que a la vida misma.
Esta cara del conflicto, más allá de la tragedia que siembra a diestra y siniestra, es sumamente frustrante para el movimiento pacifista israelí puesto que después de las últimas elecciones queríamos suponer que la presencia del laborismo israelí en la coalición gubernamental podría abrir alguna perspectiva de negociación. Incluso llegamos a creer que el hecho de que por primera vez en muchos años el primer ministro israelí Ehud Olmert fuera civil y no un general retirado, podría acercar la reconciliación entre ambos pueblos. Hoy nos damos cuenta de que nos equivocamos y que no hay ninguna diferencia entre esta coalición y los peores gobiernos de derecha que tuvimos en los últimos años. Parecería ser que las fuerzas destructivas que reinan en este país son más poderosas que la sensatez y están empecinadas en arrastrarnos hacia un precipicio mortal.
Lo peor del caso es no sólo que el gobierno recicla aquellas medidas desmesuradas que nunca han dado ningún efecto, sino que con cada misil el pueblo enceguece más y exige más violencia, más fuerza y más ataques, sin comprender que ya hemos hecho uso de fuerza, ataques y violencia y ello nunca nos condujo a buen puerto. Todo lo contrario, violencia genera más violencia y cada ataque trajo consigo una represalia que generó un contraataque y así sucesivamente.
En estos difíciles momentos, en que matamos y nos matan mutuamente quiero expresar en voz alta en nombre de los miles de israelíes que componen el movimiento pacifista que este ataque no es en nuestro nombre. El gobierno israelí no actúa en nuestro nombre y nos sentimos profundamente dolidos por la sangre vertida en vano. Lo decimos claramente como israelíes que queremos a nuestro Estado y que estamos hondamente preocupados por el grado de degeneración que esta afectando a la sociedad israelí y por la destrucción de las bases morales del judaísmo. No es este el país en el que los profetas de Israel, aquellos que soñaban por un mundo de paz y justicia, hubieran querido vivir.
La fuente: El autor es un pacifista israelí nacido en la Argentina en 1952. Ex militar y colono, fue herido en la guerra de Yom Kippur. Treinta años después, Meir es coordinador de uno de los grupos pacifistas más activos de la disidencia israelí. Su artículo fue publicado previamente por El Periódico de Catalunya (España).