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jueves, mayo 9, 2024

Las bases de la beligerancia de Irán

Opinion/IdeasLas bases de la beligerancia de Irán

Las bases de la beligerancia de Irán

El “síndrome iraní” es la nueva fijación de Israel. Durante años, Israel ha estado haciendo saber al mundo sobre el peligro iraní, exigiendo que la comunidad internacional condenara al ostracismo al régimen de los ayatollahs y alistándola para combatir el programa nuclear de Irán. Pero, como las estrategias preventivas anteriores, es probable que ésta tampoco tenga éxito. La pregunta, hoy, no es cuándo Irán tendrá el poder nuclear, sino cómo integrarlo en una política de estabilidad regional antes de que lo obtenga. Irán no está manejado por la obsesión por destruir a Israel, sino por su determinación para conservar su régimen y establecerse como un poder regional estratégico.

Por Shlomo Ben-Ami El acercamiento de Israel al conflicto con sus vecinos ha sido frecuentemente caracterizado como una fijación mental: generalmente ha girado en derredor de vías diplomáticas a favor de combatirlos y “explicar” cuán peligroso son estos enemigos, para el mundo y para Israel. Israel fue el último en entender que la OLP, con todas sus fallas, era el único socio alrededor; mientras los Estados Unidos no reconocían a la organización, Israel seguía obsesionado. Hoy, es el turno de Hamas. ¿Aquí, también, se insiste en el intento por librarse de la organización golpeándola militarmente, después de que, debido a nuestra fijación, ayudamos a crearla? Ello no prosperará.

Antiguamente, Israel también estaba fijado en la presunción de que el régimen del partido Baa’th, en Siria, debía y podía ser derrocado. Este régimen hoy está vivo y coleando, 40 años después de su establecimiento.

El “síndrome iraní” es la presente fijación de Israel. Durante años, Israel ha estado haciendo saber al mundo sobre el peligro iraní, exigiendo que la comunidad internacional condene al ostracismo al régimen de los ayatollahs y alistándola para combatir el programa nuclear de Irán. Pero, como las estrategias preventivas anteriores, es probable que ésta tampoco tenga éxito.

En cuanto se puso en claro que el Irak de Saddam Hussein estaba camino a convertirse en una potencia nuclear, y una vez que Pakistán se hizo de semejante poder, empezó la cuenta regresiva para que Irán se vuelva un poder nuclear. Las limitaciones de la disuasión de Israel, como fueron expuestas en la guerra en el Líbano, no ayuda a detener la carrera iraní hacia la obtención de ese poder. No hay tampoco ninguna oportunidad de que la comunidad internacional siga a los Estados Unidos en una confrontación extrema con Teherán, o incluso le imponga sanciones. Norteamérica perdió su habilidad de formar coaliciones internacionales en Irak, y también perdió su legitimidad por la acción independiente.

La pregunta, hoy, no es cuándo Irán tendrá el poder nuclear, sino cómo integrarlo en una política de estabilidad regional antes de que lo obtenga. Irán no está manejado por la obsesión por destruir a Israel, sino por su determinación para conservar su régimen y establecerse como un poder regional estratégico, cara a cara con Israel y los estados árabes sunnitas.

Los sunnitas son el enemigo natural de Irán, no Israel. La respuesta a la amenaza iraní es una política de “detente”, que podría cambiar el patrón de conducta de la elite iraní.

Pero la “detente”, como la estrategia de conflicto con Irán, no es una cuestión que Israel pueda tratar por su cuenta. Es, por encima de todo, un problema norteamericano. Desgraciadamente, los Estados Unidos de George Bush no están interesados en la resolución del conflicto; en lugar de eso, como Israel, está peleando batallas en la retaguardia contra estados y organizaciones malignos. Qué pasa cuando este colapso está en exhibición en Irak: nunca el Medio Oriente ha sido más peligroso y volátil de lo que ha sido desde que Saddam Hussein fue destronado. Los Estados Unidos, destruyendo a Irak como un contrapeso para Irán, son directamente responsables por la arista estratégica actual de Irán, así como por su audacia.

Estados Unidos poseen la llave para hacer retornar a Irán a un camino de negociaciones y cooperación internacional. Pero para hacer esto, deben tomar una decisión que puede ser dificultosa para sí mismos y para Israel: deben dirigir un diálogo abierto que pueda reconocer la importancia regional de Irán. Esto moderaría su conducta y, finalmente, llevaría a un cambio gradual en su régimen.

El sable que sacuden Israel e Irán es conveniente para ambos. Para Israel, presentándose como la línea de avanzada democrática de Occidente en la guerra contra el terror fundamentalista y el régimen de los ayatollahs, es provechoso movilizar al mundo contra las aspiraciones nucleares de Irán. Pero la capitulación de la comunidad internacional ante la determinación de Irán simplemente ha demostrado cuán dudosa es esta metodología.

En cuanto a Irán, sus venenosos ataques contra Israel y los judíos son su manera de movilizar al mundo islámico para apoyar el régimen iraní y sus aspiraciones regionales. Para el “mundo árabe” Irán es un enemigo. Pero en el mundo islámico que Ahmedinejad está impulsando, Irán tiene una posición de liderazgo. Teherán no es tanto un enemigo de Israel como un enemigo de cualquier proceso de conciliación árabe-israelí, que le permitiría al mundo árabe sunnita, finalmente, dirigir todas sus fuerzas contra el enemigo real: el Irán shiíta y sus pretensiones hegemónicas.

Una paz árabe-israelí y la neutralización de la amenaza iraní podrían, por consiguiente, ser mutuamente afianzadas. Una política de “detente” con Irán tendría implicaciones de largo alcance para las chances de paz entre Israel y sus vecinos árabes. Igualmente, sin embargo, una conferencia de paz internacional que podría renovar el dinamismo adquirido por haber acabado el conflicto árabe-israelí quitaría las bases para la beligerancia de Irán.

Ni sanciones ni aún la acción militar pueden dispersar la nube del día del juicio final que pesa sobre la región. Sólo desposeyendo a Irán de armas nucleares como parte de un acuerdo integral árabe-israelí lo podría hacer. La fuente: Shlomo Ben-Ami es diplomático e historiador. Fue ministro de Seguridad Pública y de Asuntos Exteriores de Israel, durante el gobierno de Ehud Barak. Su artículo se publicó en Haaretz (Tel Aviv, Israel). La traducción del inglés pertenece a Roberto Faur.

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