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jueves, mayo 9, 2024

La inflación política… entre “emitir legitimidad” y “producir eficacia”

Opinion/IdeasLa inflación política... entre "emitir legitimidad" y "producir eficacia"

La inflación política… entre “emitir legitimidad” y “producir eficacia”

Libia dio un giro decisivo en su política exterior, al tomar la decisión de dejar atrás viejas disputas con Estados Unidos y con Occidente en general. Paralelamente, también tiene que dar un giro hacia otro sistema económico adecuado a las nuevas circunstancias y dejar atrás la economía dirigista. El gran desafío es cómo suplir el “déficit” de legitimidad con “eficacia”, dando un salto hacia la nueva economía lo más pronto posible sin producir un vacío de poder o de legitimidad.

Por Abdelmonem el-Lafi

Libia dio un giro decisivo en su política exterior. Tomó la decisión de dejar atrás viejas disputas causadas por incompatibilidad de principios políticos con Estados Unidos y con Occidente en general. Paralelamente, y como consecuencia lógica, también tiene que dar un giro (por no decir salto) hacia otro sistema económico adecuado a las nuevas circunstancias y dejar atrás la deteriorada economía dirigista. He aquí el gran desafío: socavada la legitimidad revolucionaria que le dio origen, ¿cómo lograr suplir el “déficit” de legitimidad con “eficacia” dando un salto hacia la nueva economía lo más pronto posible sin producir un vacío de poder y/o de legitimidad? A esta pregunta trataremos de responder recurriendo al paradigma de S. M. Lipset.

A menudo se discute respecto de la relación entre la economía y la política, en cuanto al predominio de una sobre la otra o el favor de una para con la otra y competencias por el estilo. Ello se debe a la mezcolanza en los roles de ambas dentro de un mismo sistema social y a su importancia como disciplinas necesarias para el logro de la armonía y del equilibrio.

Quizás no me equivoque si digo que la política se encarga de “timonear” y elegir los vientos favorables en base a una determinada ideología y a una visión futura con el objeto de concretar ciertos objetivos, mientras la economía se encarga de generar y facilitar el “combustible” necesario para “encaminar” el régimen y por lo tanto permitirle alcanzar esos objetivos sin obstáculos ni disturbios internos sobre la base de los recursos existentes.

Planificar para aprovecharse de tales recursos con intención de concretar objetivos destinados a lograr el crecimiento sustentable es de por sí una tarea sometida normalmente al servicio de la “política” de un régimen y de su ideología responsable de la legitimidad que le da sustento a su vez al gobierno y por ende a sus objetivos. Concluiríamos entonces que tanto la política como la economía contienen elementos importantes y vitales que juegan el papel del cuerpo y del alma dentro de la estructura de cualquier sistema y sin los cuales no podría subsistir; estos son: “la legitimidad” y “la eficacia”. Quizás se diferencien ambos en su esencia, sin embargo si su destino fuera la armonía y la convergencia darían lugar a un “cuerpo” homogéneo tanto en la esencia como en forma.

Nadie ignora que el destino de cualquier régimen de gobierno depende, en mayor medida, en la fase posterior a su formación inicial, del factor de la “eficacia” para garantizar su “posterior” continuidad. En tales casos podríamos afirmar que el sistema económico no sería independiente ni libre por cuanto estaría supeditado y/o sometido al servicio de los “objetivos políticos” del régimen, por lo que se convierte en una economía “dirigida” (por no decir regulada) y no liberada (por no decir libre), como sucede en los regímenes liberales económicamente hablando, donde la economía juega un rol importante que llega a veces a manipular el destino del mismísimo régimen político del país. Esa asimetría en los roles es lo que causaría la coexistencia de dos tipos de regímenes deformados en nuestros tiempos, que van desde la dictadura política a la dictadura económica (la del mercado).

Por ende, la perfección y la estabilidad sólo serían factibles con la existencia de un equilibrio entre la “legitimidad” y la “eficacia” por su importancia en sintetizar el papel de la economía y de la política para conformar las dos balanzas del equilibrio de cualquier sistema y evitar el derrumbe o el espantoso vacío político. La legitimidad es valorativa por cuanto refleja la satisfacción de los gobernados hacia los gobernadores, mientras que la “eficacia” es el instrumento para efectivizar el desarrollo económico sustentable en la medida de lo necesario, como así la adaptación a los cambios económicos sin descuidar las funciones del sistema de gobierno ni causar ruptura o vacío políticos que puedan dañar la legitimidad.

Basándonos en conceptos políticos oficiales o institucionales de alcance internacional, podríamos describir la relación entre la “legitimidad” de cualquier sistema político (en una fase de transición) y la “eficacia” (en las decisiones que adopte para el logro paulatino de los objetivos propuestos de “apertura”), como aquella relación necesaria para la estabilidad de cualquier sistema con fines de evitar la ruptura. Entonces, la preservación del equilibrio entre la legitimidad y la eficacia consistiría en evitar el exceso de una en detrimento de la otra, tal y como ocurre por ejemplo cuando un sistema económico depende única y exclusivamente del “pragmatismo” que en el fondo significa hacer hincapié en la “eficacia” en detrimento de la “legitimidad”, dando nacimiento a un gobierno tecnócrata ajeno a los sentimientos del pueblo, que es en definitiva la fuente de su energía, legitimidad y por lo tanto estabilidad.

En tal caso -y a menos que haya gradualismo en la adaptación al cambio durante la fase de la transición y a menos que se corrija el rumbo de la economía para generalizar los beneficios de la “apertura económica” y se controlen las fases de la transformación económica- el sistema tendrá que recurrir a la “emisión” de más “legitimidad” para suplir el “déficit” en busca de aminorar las negativas consecuencias del “salto sorpresivo” hacia el nuevo sistema económico y evitar el derrumbe. Sólo el gradualismo en la apertura económica da buenos frutos. Pues todos sabemos y todos hemos aprendido que la “legitimidad” aumenta con el crecimiento económico y que con ello se incrementa la flexibilidad del régimen político para fomentar su legitimidad a medida que aumenta su capacidad de adaptación gradual con las demandas y consecuencias del crecimiento para así “cubrir” cualquier déficit en la legitimidad.

Libia hoy

El nuevo discurso político de Libia es un nuevo arreglo de posiciones, principios y consignas nuevas de un discurso que está muy arraigado en la revolución de 1969: es decir, se busca para Libia un lugar en la región que esté integrado a la “comunidad internacional” y no al “sistema internacional”, puesto que éste se basa en la hegemonía y divide al mundo en categorías constituidas por las grandes potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial e impuestas por las políticas del Consejo de Seguridad. En cambio, cuando hablamos de integrarse a la “Comunidad Internacional” es porque en ello hay una necesidad urgente de constituir un diálogo “intercultural” capaz de llevar a la convergencia “geocultural” y no “geopolítica” (puesto que ésta también guarda relación con el poderío y la hegemonía) y a un diálogo que tiene por objetivo reunir a partes internacionales que en otros momentos fueron adversarios en disputa. En todo este proceso lo que Libia está intentando buscar es un nuevo espacio para su histórico discurso en el marco del nuevo centralismo de los discursos post guerra fría.

El régimen político libio pasa hoy por un estado de transición hacia altos niveles de “eficacia” y de “legitimidad”. La opción que Libia decidió evitar es aquella representada por una “legitimidad baja y eficacia baja”, lo cual hubiese ocurrido en caso de rechazar la integración a la comunidad internacional y cerrar la puerta ante las reformas económicas privándose de acompañar la marcha de la economía internacional.

Tenemos otras dos opciones que como libios hemos de evitar en esta fase transitoria: la primera consistiría en una situación de “legitimidad baja” acompañada por una “eficacia alta”. Pues en este caso el bienestar sería para unos pocos a costa de la mayoría del pueblo a la sombra de esta conversión hacia la política de mercado en forma sorpresiva. Son muchos los casos de experiencias fracasadas en este sentido y sólo debemos aprender de ellas si es que queremos utilizar la “eficacia económica” a favor de la “legitimidad política” sin fricciones que pudieran “recalentar” el régimen político a causa del constante esfuerzo por producir más legitimidad sin el correspondiente “respaldo”, inflando aún más el vacío político que llevaría al derrumbe.

La segunda opción, en cambio, es la de “legitimidad alta y eficacia baja”, que haría que el régimen político por lógica se exponga a la debilidad y rendimiento frente a los cambios del sistema económico internacional. No hay duda de que esta situación es la que empañó a la gran parte de la primera fase de los años de la revolución y hasta antes de la aparición de la globalización y la informática. Es decir que refleja la fase anterior al nuevo discurso de la transición, conocida por el deterioro del sector público y el fracaso de la planificación centralizada o regida y demás atropellos y fallas económicas.

¿Cómo lograr inyectar más legitimidad al régimen para evitar el derrumbe?

Para contestar la pregunta, se requiere antes que nada garantizar la estabilidad interna. Sin duda habrá muchos sectores que se opondrán al nuevo discurso o plantearán un discurso adverso y entorpecedor y descentralizador de la opinión pública, por lo que urge que el nuevo discurso contemple la intención de integrar a aquellos que no comparten el nuevo rumbo: esto es, a través del diálogo o la discusión a nivel nacional como paso importante para teñir de legitimidad democrática a esa revolución. Habría necesidad de un diálogo serio y colectivo donde participen todas las partes y sectores sociales a quienes se debería institucionalizar e integrar en la realidad del nuevo discurso centralizador.

Además, tal apoyo puede realizarse por medio de la concertación y la coordinación entre los valores que le otorgaron legitimidad a la revolución y la participación responsable y comprometida por parte de los intelectuales, los Comités Revolucionarios y los demás liderazgos populares y sociales, sin marginar a ningún sector u opinión por muy divergente que fuera. Pues, en ausencia de apoyo popular de masas y de la concertación política y social entre todos, no habrá forma de inyectar más legitimidad sin exponer al régimen al peligro.

De igual modo que en la oferta y demanda en el mundo económico, no se pueden manosear los genes de la “legitimidad” y la “eficacia” sin causar un desequilibrio en cualquier régimen político. Y tampoco hay forma de garantizar el “respaldo” necesario para mantener un determinado nivel de legitimidad sino a través de la inyección hacia el sistema de más principios, reformas y consignas “no inflacionarias”; o sea, que no pierden su valor fácilmente en el corto plazo. En esto consistiría la labor de las instituciones sociales, populares, revolucionarias y gubernativas (que el régimen utiliza para ejercitar su ideología y construir su deseada estructura política, social y económica) para fabricar y emitir más legitimidad en lugar de desperdiciarla o devaluarla debido a comportamientos y negativas de malas consecuencias.

Es necesario purificar los canales de participación en los distintos organismos populares de modo que se pueda drenar sangre nueva y joven, sin descartar o marginar a los expertos económicos y sociales, lejos de trabas burocráticas y favoritismos impuestos. Los comités revolucionarios, los liderazgos populares y sociales, además de los demás expertos libios adentro y fuera del país, podrán contribuir tanto al incremento de la legitimidad del régimen político como a la factibilidad del proceso de transición garantizando la mencionada estabilidad. Pues en la estabilidad radica la legitimidad y en la igualdad radica la eficacia.

Para que la transición tenga éxito, la legitimidad fundadora del nuevo discurso basada en la eficacia económica que se pretende adoptar, debería exceder o superar en dimensión el valor de aquella legitimidad originaria que le dio respaldo a la revolución del 69. Y la estabilidad lograda como resultado del aumento gradual de la eficacia a largo plazo no sólo dependerá de la coherencia y la solidez del discurso oficial, sino también de la dimensión de la participación seria y comprometida de todos los sectores libios en el mismo tiempo en que se le inserta a Libia en forma definitiva y cooperativa en la comunidad internacional.

La fuente: el autor es un intelectual libio, máster en Relaciones Internacionales, ex profesor universitario en Trípoli, residente en la Argentina, donde dirige el Centro Cultural Libio.

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