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sábado, mayo 18, 2024

Salāh ad-Dīn, Al-Nāsir

BiografíasSalāh ad-Dīn, Al-Nāsir

Al-Nāsir Salāh ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb (más conocido en occidente como Saladino) fue uno de los grandes gobernantes del mundo islámico, siendo sultán de Egipto, Siria, Palestina, así como de zonas de Arabia, Yemen, Libia y Mesopotamia. En el momento más alto de su poder, la dinastía ayubí, que él fundó, gobernaba sobre Egipto, Siria, Irak, Hiyaz y Yemen. Es conocido por haber dirigido la resistencia musulmana contra las Cruzadas europeas, logrando recapturar Palestina del Reino de Jerusalén. Sigue siendo una figura muy admirada en la cultura árabe, kurda y musulmana.

Defensor del Islam y particularmente de la ortodoxia religiosa representada por el sunnismo, unificó política y religiosamente el Medio Oriente, combatiendo a los cristianos y acabando con doctrinas alejadas del culto oficial representado por el Califato Abbasí. Es particularmente conocido por haber vencido en la batalla de Hattin a los cruzados, devolviendo Jerusalén a los musulmanes. El impacto de este acontecimiento en Occidente provocó una nueva cruzada (la tercera) liderada por el famoso Ricardo I de Inglaterra, que se convirtió en mítica.
Nació en 1138 en Tikrit (en la provincia actualmente llamada Salah ad Din en su honor, en Irak) donde su padre, Ayyub, era gobernador. Su familia era kurda y como muchos kurdos en aquella época, eran soldados al servicio de los gobernantes sirios y mesopotámicos. Tras caer en desgracia y ser expulsados, se pusieron al servicio de Zengi, señor de Mosul, que había unido bajo su mando la zona norte de Siria e Irak. Fue el primero de los grandes líderes musulmanes que trató de expulsar a los cruzados de Medio Oriente, logrando arrebatarles el condado de Edesa. La familia de Saladino se unió pues a su ejército, siendo su padre recompensado con el gobierno de Baalbek. En aquella época los cristianos lanzarían la Segunda Cruzada, que fracasaría.

La muerte en 1146 de este caudillo (Zengi), asesinado, abrió un periodo de guerra civil en Siria por la sucesión. La familia de Saladino se pondría de parte del heredero designado, el hijo menor de Zengi, Nur al-Din. Cuando tras diversas luchas éste se impuso en Siria, los parientes de Saladino fueron recompensados: su padre recibió el gobierno de Damasco y su tío Shirkuh el mando del ejército.

Entre tanto, Egipto estaba en un periodo de inestabilidad. En los momentos finales del Califato Fatimí el país estaba en crisis, amenazado por los cruzados, que habían ocupado Ascalón y amenazaban la frontera aliados con los bizantinos, así como en guerra civil por los diversos aspirantes al cargo de visir.

Uno de ellos acudió a la corte de Damasco a pedir ayuda a Nur al-Din. Éste envió un ejército al mando de Shirkuh, que se llevó a su sobrino Saladino con él. Hacia 1169 Shirkuh controlaba el país, actuando en parte como primer ministro del califa fatimita de Egipto en parte como gobernador y representante del Sultán sirio. Ese mismo año moría el general, siendo sustituido en el puesto por su sobrino, Saladino.

La tentativa del rey de Jerusalén Amalrico II de invadir Egipto con el apoyo de la flota bizantina fue contenida en el puerto de Damieta, alejando el peligro inmediato de una conquista cristiana.

Saladino reformó la administración del país, aboliendo impuestos y reduciendo el desmesurado funcionariado, reorganizó el ejército, compuesto hasta entonces por mercenarios del Magreb que fueron sustituidos por tropas kurdas y turcomanas, e impuso su autoridad sobre el país. La enfermedad de Al-Adid, el último califa fatimí, impidió a éste seguir controlando las mezquitas egipcias, en las que se empezó a orar por el califa abbasí. Su muerte, en 1171, supuso la reintegración definitiva del culto en Egipto a la corriente sunnita, mayoritaria en el islam, durante la ocupación y mando de Saladino. Esto realzó su prestigio dentro de la comunidad islámica, que estaba aún muy afectada por la caída de la ciudad santa de Jerusalén en poder de los cruzados, en 1099.

Saladino amplió también sus fronteras, conquistando la costa libia, el norte de Sudán y Yemen con la excusa de restaurar la ortodoxia religiosa (estos territorios estaban fuera del liderazgo espiritual del Califato Abbasí, siendo para su doctrina herejes). Saladino también tomó los puertos y posiciones cruzadas en el Mar Rojo, asegurando su posición contra los estados cristianos.

Tras la muerte de Al-Adid era en teoría un vasallo de Nur al-Din, pero en la práctica era el gobernador de facto de Egipto: reconocía la autoridad del sultán de Siria, pero gozaba de total independencia en su gobierno de Egipto, debido a la lejanía entre Damasco y El Cairo, separadas por estados gobernados por los cruzados europeos.

A la muerte de Nur al-Din, en 1174, sus dominios deberían pasar a su hijo As-Salih Ismail al-Malik. Sin embargo, el heredero era un niño, que tardaría años en controlar e imponerse en Siria, lo que hizo que numerosas potencias trataran de aprovechar la situación, entre ellas, Saladino.

Éste ocupó Damasco y con ello Siria del Sur, bajo la excusa de asegurar estas tierras a su legítimo dueño, pues estaban amenazadas por el Reino de Jerusalén. Sin embargo, practicó una política hostil a As-Salih Ismail al-Malik, arrebatándole una a una las plazas del norte, hasta que solo le quedó Alepo. Llegó incluso a asediar esta ciudad, infructuosamente. En el transcurso del sitio, sufrió un intento de asesinato por parte de la secta de los nizaríes, librándose por llevar una cota de malla bajo sus ropas.

Mientras tanto, mantuvo una actitud agresiva contra los estados cruzados, realizándose como era habitual desde la primera Cruzada, incursiones y asaltos. En 1177, una invasión de Saladino, que atacaba desde el sur, fue desarticulada en la batalla de Montgisard.

Dos años después, un ataque a una fortaleza que los cristianos estaban construyendo en la ribera del río Jordán le dio la primera gran victoria (batalla del vado de Jacob) en su campaña por expulsar a los francos de ultramar.

Tras morir el heredero de Nur al-Din sin descendencia en 1181, Saladino fue nombrado nominalmente (ya lo era de facto) sultán de Siria y Egipto.

Tras afianzarse como señor de Siria, Saladino maniobró contra los príncipes de la dinastía Zengida que gobernaban en la Mesopotamia (el norte del actual Irak). Estos eran descendientes de Zengi, y sobrinos de Nur al-Din, cuyo imperio había abarcado algunas provincias fronterizas en la región.

Saladino recuperó las tierras fronterizas y expandió su dominio más allá aún. Es de destacar la anexión de Edesa. Tras varias campañas en la Mesopotamia consiguió la sumisión del príncipe de Mosul en 1186, cuya ciudad había llegado a sitiar sin éxito en 1182, que se convirtió en su vasallo, comprometiéndose a colaborar en su jihad.

No fue el único estado en hacerlo, pues Saladino llevó sus fronteras al Kurdistán y a Armenia, tratando (con cierto éxito) de someter los pequeños principados de la región. También mantuvo una actitud intervencionista en lo relativo al Sultanato de Konya.Sin embargo, fue vencido en Montgisard y Le Forbelet por el Reino de Jerusalén.

La guerra que acabaría con los cristianos de ultramar fue provocada por Reinaldo de Châtillon, noble que ha llegado hasta nuestros días con la imagen de señor de tierras en la frontera, y famoso por practicar el bandidaje y el saqueo (había ya violado treguas anteriormente para atacar caravanas, capturado peregrinos en dirección a La Meca, tratado de profanar los lugares santos musulmanes y saqueado la cristiana Chipre) al atacar una gran caravana en la que se llegó a decir que viajaba la misma hermana de Saladino, cosa incierta. Sin embargo, fue el único que puso en verdaderos aprietos a Saladino al atacarlo en su propia tierra poniendo en peligro los Lugares Santos musulmanes, y por lo tanto, la figura del sultán como defensor de ellos. Como caudillo de ejército derrotó a Saladino en Montgisard, no sucumbió al sitio del Kerak y poarticipó en la batalla de Le Forbelet, que también suposo una derrota para Saladino.

Ante las previsibles represalias del entonces principal líder de los musulmanes, el rey de Jerusalén Guido de Lusignan realizó levas reuniendo a todas las fuerzas del reino, con las que se dirigió contra Saladino. El enfrentamiento final se produjo en 1187, junto a unas colinas llamadas los cuernos de Hattin. Los ataques de la caballería ligera y los arqueros sarracenos hicieron que el ejército cruzado se retrasara en su idea de llegar al lago Tiberíades y hubo de acampar en la llanura de Maskana. Finalmente, sedientos y sin fuerzas, fueron derrotados por Saladino.

La victoria fue total para Saladino: había destruido casi la totalidad de las fuerzas enemigas, había capturado a los principales caudillos (el rey Guido de Lusignan, Reinaldo de Châtillon, Balduino de Ibelin, los grandes maestres de la Orden del Temple y del Hospital, etc.), había capturado o eliminado a los caballeros de las órdenes religiosas y había arrebatado a los cristianos la Vera Cruz, su más preciada reliquia.

El conde Raimundo de Trípoli, que comandaba la vanguardia, pudo escapar de la captura al abrir el cerco los musulmanes y sorpresivamente no importunarle en su carga. No volvió grupas para ayudar al resto del ejército cristiano. Joscelyn de Edesa, Balian de Ibelin y Reinaldo de Sidón, que comandaban la retaguardia, pudieron romper la defensa musulmana y escapar igualmente. Los prisioneros ilustres fueron bien tratados, de hecho se cuenta la anécdota de cómo Saladino ofreció una copa de nieve al rey de Jerusalén, sediento por la travesía en el desierto. La única excepción fue Reinaldo, que fue ejecutado por el mismo Saladino, según se cuenta, cuando trató de coger la copa que había dado a Guido de Lusignan como muestra de hospitalidad. Los caballeros templarios y hospitalarios capturados sólo tuvieron dos opciones: convertirse o ser ejecutados, muriendo todos a la mañana siguiente.

Tras su victoria en Hattin, Saladino ocupó el norte del Reino de Jerusalén, conquistando Galilea y Samaria sin demasiada dificultad (recuerdese que casi todas las fuerzas militares cristianas habían sido eliminadas o capturadas en Hattin).

Posteriormente, se dirigió a la costa tomando uno tras otro los puertos con la única excepción de Tiro, plaza situada en una posición de fácil defensa, y comandada por el marqués Conrado de Montferrato. Saladino dejó frente a Tiro a un ejército, y marchó hacia el sur, con el objetivo de conquistar Ascalón, plaza vital para la defensa de Egipto.

Saladino liberó al gran maestre del Temple, Gerard de Ridefort, a cambio de la fortaleza templaria de Gaza y al rey Guido de Lusignan a cambio de Ascalón, que, sin embargo, se negó a rendirse. A pesar de todo, fue tomada poco después por Saladino.

Finalmente puso sitio a Jerusalén. En aquel momento, Balián de Ibelín, miembro de una de las principales familias nobles, pidió a Saladino poder ir de Tiro, donde estaba luchando, a Jerusalén, para sacar de ahí a su mujer e hijos a cambio de no colaborar en la defensa de esta ciudad. Sin embargo, fue reconocido, y se le pidió que comandara la resistencia de la ciudad, por lo que mandó a Saladino un mensaje pidiéndole que lo eximiera de cumplir su palabra de no luchar contra él, a lo que Saladino accedió.

Inicialmente se rechazó toda propuesta de capitulación, pues ningún cristiano quería ceder la ciudad, que consideraban, al igual que los musulmanes, santa. Saladino se decidió, pues, a tomar la ciudad por la fuerza. En octubre de 1187 la situación de los defensores era ya desesperada, y Balián trató de negociar la rendición. Saladino se negó pues había jurado tomar la ciudad por la fuerza al rechazarse sus ofrecimientos iniciales, no tenía razón para ceder en nada (se cuenta que mientras Balián explicaba sus condiciones de repente un estandarte sarraceno se izó en un baluarte, muestra de que las tropas de Saladino ya habían entrado). Sin embargo, cuando Balián amenazó con destruir completamente la ciudad antes que entregarla sin condiciones, Saladino consultó con sus emires y decidió acceder a las negociaciones que incluían perdonar la vida a todos los habitantes a cambio de la rendición, aunque sus emires exigieron que pagaran un impuesto por cabeza.

Una vez en posesión de la ciudad entregó los lugares sagrados cristianos a sacerdotes ortodoxos. Aunque convirtió las iglesias en mezquitas, Saladino tomó medidas para evitar que sus soldados exaltaran los ánimos cristianos. Balián y el patriarca Heraclio pagaron la compra de casi diez mil pobres y muchos que no pudieron pagar el impuesto para salir de Jerusalén aun tuvieron una relativa suerte: el hermano de Saladino, Saif ed-Din (Al-Adil), pagó por un buen número de ellos, como limosna a Dios por la victoria. No fue el único, siendo seguido por varios miembros de la corte. El mismo Saladino, en un acto de generosidad, perdonó a todos los ancianos de la ciudad.

Finalmente, Saladino pudo entrar en la mezquita de Al-Aqsa, el tercer lugar sagrado para los musulmanes después de La Meca y Medina.

Las consecuencias de la caída de Jerusalén no se hicieron esperar: el papa Urbano III convocó una nueva cruzada, la tercera, a la que acudieron los principales reyes cristianos.

Dos expediciones marcharon, pues, contra Saladino. La primera de ellas, liderada por el emperador del Sacro Imperio, Federico I Barbarroja, atravesó a pie los Balcanes y Anatolia, donde, para suerte de los musulmanes, murió ahogado al cruzar un río. Sin él, su ejército se disgregó, desapareciendo la mayor amenaza para Saladino.Por lo cual Saladino agradeció a Dios haberle quitado a Federico del camino.

La otra, liderada por Felipe Augusto de Francia, Ricardo Corazón de León de Inglaterra y el duque Leopoldo de Austria, marchó por mar. Tras desembarcar en marzo de 1191, pusieron sitio a San Juan de Acre, que Saladino trató de socorrer. Sin embargo, no logró romper el sitio, recobrando los cristianos la ciudad. Afortunadamente para Saladino, los cruzados pronto discutirían entre sí. El rey de Francia abandonó la cruzada después de que el orgulloso Ricardo se quedara con el mejor palacio y no lo tratara como igual, y el duque de Austria tras ver ofendido su estandarte por Ricardo, que lo arrojó de un baluarte.

Saladino emprendió entonces una intensa actividad diplomática para liberar a los cautivos que habían hecho los cristianos. Sin embargo, cuando tras arduas negociaciones se había llegado a un acuerdo, Ricardo los hizo ejecutar, ya que Saladino dio largas continuamente no llegando nunca a pagar lo estipulado. Ya que en dicho acuerdo habían establecido que Saladino entregaría la Cruz verdadera a cambio de los 3000 musulmanes que Ricardo mantenía en una celda como rehenes. Pero Saladino no cumplió dicho acuerdo, fue por ello que viendo Ricardo que era un gasto innecesario tener a esos prisioneros los manda ejecutar. El acto fue un golpe para el prestigio de Saladino, que no pudo salvar a los que habían resistido en la ciudad.

Ricardo se distinguió a lo largo de ese año en combate, venciendo en Arsuf a Saladino y recobrando algunas posiciones en la costa (como Jaffa). Hubo contactos, aunque probablemente se tratara de un engaño de Ricardo, para concertar la boda de Saif ed-Din, el hermano de Saladino, con la hermana de Ricardo, que recibirían Jerusalén con la obligación de proteger a los peregrinos de todos los credos, pero fracasaron cuando la hermana de Ricardo se negó a casarse con un musulmán.

Saladino y Ricardo enfermaron, recuperándose ambos. Por fin, cuando el rey de Inglaterra oyó noticias de la situación de su país, no tuvo más remedio que aceptar la paz y tres años de tregua, que, aunque no les devolvía Jerusalén, le aseguraba la costa entre Tiro y Jaffa.

Saladino murió en 1193 en Damasco y fue enterrado en un mausoleo en el exterior de la Mezquita Omeya de Damasco. El emperador alemán Guillermo II donó un sarcófago en mármol, en la que sin embargo no descansa su cuerpo. En su tumba se exhiben la original, de madera, en la que está el cuerpo y la de mármol vacía.

Le sucedió su hijo Al-Afdal en el trono de Siria, dando comienzo así la dinastía ayubí.

En Europa, los cruzados que regresaron a sus hogares trajeron consigo numerosas leyendas y anécdotas con Saladino como protagonista. Con ellas se difundió por el mundo cristiano la figura del sultán Saladino.

De Saladino la tradición cristiana se quedó con su cortesía, sabiduría y caballerosidad, apareciendo en numerosos relatos como un gran señor que trataba con honor a sus cautivos. Cosa bastante inexacta pues ejecutaba sin piedad a los miembros de las órdenes militares, ya que los consideraba sus más acérrimos enemigos. En varias narraciones aparece como un ejemplo del perfecto caballero medieval. En la obra La Divina Comedia, Dante Alighieri ubicó a Saladino junto a personajes como Sócrates, Aristóteles, Homero y Ovidio, en el Limbo, un espacio destinado a personajes justos e ilustres, impedidos de entrar en el Paraíso sólo por no ser bautizados (Inferno, Canto IV, verso 129). Entre las obras que mencionan de esta manera a Saladino se puede nombrar en español El conde Lucanor en sus capítulos XXV y L. En la actualidad, no siempre siendo históricamente exactos hay numerosas obras (tanto de investigación como de ficción) en donde se lo suele mostrar como un líder íntegro y fiel a su religión, además de uno de los más grandes estrategos de su tiempo, frente a unos gobernantes cristianos incapaces. En otras, sin embargo, se lo describe como un hábil diplomático, buen conocedor de las debilidades ajenas y no como un brillante estratego.

Pero también fue mostrado muchas veces como el “temible líder infiel” que había expulsado a “la verdadera religión” de los Santos Lugares. En otras fuentes, especialmente las eclesiásticas, se lo muestra como “el diablo sarraceno”, asociándoselo con el demonio.

Como caudillo militar parece que está sobrevalorado, pues perdió más batallas contra los cristianos que las que ganó. Sucumbió en Montgisard, donde estuvo a punto de perecer; fue derrotado en Le Forbelet y también en Arsuf y Jaffa contra Ricardo.

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