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domingo, mayo 19, 2024

Los muertos silenciados de Irak

Opinion/IdeasLos muertos silenciados de Irak

Los muertos silenciados de Irak

Cada vez hay más pruebas de que en la guerra de Irak han muerto decenas de miles de civiles iraquíes. Tal vez, muchos más de cien mil. Sin embargo, en Estados Unidos esta carnicería se pasa por alto sistemáticamente. Los medios y el gobierno describen una guerra sin bajas civiles, porque entre los iraquíes sólo hay “insurgentes”. El comportamiento de los norteamericanos y el concepto que tienen de sí mismos revelan con qué facilidad un país civilizado puede entregarse a una formidable masacre de civiles sin debate público.

Por Jeffrey D. Sachs

A fines de octubre, el semanario británico de medicina The Lancet publicó un estudio por muestreo sobre las muertes de civiles acaecidas en Irak desde el comienzo de la invasión dirigida por Estados Unidos. El estudio documenta que sucumbieron 100.000 civiles más que en el año anterior a la guerra, cuando Saddam Hussein todavía estaba en el poder (base comparativa­: índice de mortalidad de 2002). Y este cálculo estimado ni siquiera toma en cuenta el “exceso” de muertes en Fallujah, por considerar demasiado peligrosa su inclusión.

El estudio señala que las muertes violentas constituyen mayoría y que muchas de ellas fueron causadas por los bombardeos aéreos norteamericanos. Los epidemiólogos reconocen que no son estimaciones seguras, pero presentan datos suficientes para justificar un seguimiento perentorio, así como una reconsideración, por parte de Washington y de los militares norteamericanos, de los bombardeos contra áreas urbanas.

La reacción del público norteamericano ha sido tan insólita como el estudio de The Lancet: simplemente no la hubo. El envanecido The New York Times publicó una sola nota, de 770 palabras, en la página 8 de su edición del 29 de octubre. Al parecer, su cronista no entrevistó a un solo funcionario del gobierno o de las fuerzas armadas. No apareció ningún editorial o nota ulterior. Ninguno de sus periodistas evaluó el caso sobre el terreno. La cobertura de otros diarios norteamericanos pecó de igual ligereza. También el 29 de octubre, The Washington Post publicó un breve artículo, de 758 palabras, en la página 16.

Las noticias recientes acerca del bombardeo de Fallujah han sido otro ejercicio de autonegación. The New York Times del 6 de noviembre dijo que la aviación “pulverizaba posiciones rebeldes” en Fallujah, sin señalar que, en realidad, las “posiciones rebeldes” quedaban en barrios civiles. El 12, el mismo diario citó a “funcionarios militares”: “Desde que comenzó el asalto, el lunes [por el 9], han muerto unos 600 rebeldes, junto con 18 norteamericanos y 5 soldados iraquíes”, declararon obedientemente. Ni siquiera se planteó la cuestión de los muertos civiles.

La violencia es sólo una de las causas de este aumento de la mortandad entre los civiles iraquíes. En las zonas de combate urbanas, muchísimos niños mueren de diarrea, infecciones respiratorias y otras afecciones ocasionadas por el consumo de agua de dudosa potabilidad, la falta de alimentos refrigerados y la aguda escasez de sangre y medicamentos básicos en clínicas y hospitales. (Eso si los civiles se atreven a salir de sus casas en busca de asistencia médica.) No obstante, la Media Luna Roja y otras instituciones similares no han podido socorrer a la población civil de Fallujah.

El 14 de noviembre, The New York Times anunció en primera plana: “Ayer al atardecer, tanques y otros vehículos de combate del ejército irrumpieron, a puro fuego, en el último baluarte rebelde importante en Fallujah. La aviación y la artillería norteamericanas les habían allanado el camino dirigiendo una salvaje barrera de fuego contra el barrio. Horas antes, en Fallujah sur, cuya silueta se destacaba contra el cielo del desierto como en un grabado, habían surgido diez humaredas aisladas que, probablemente, proclamaron una catástrofe para los insurrectos”.

Una vez más, casi no se menciona la catástrofe para los civiles, escrita en el cielo del desierto como en un grabado. Aunque, al promediar la nota correspondiente, se la insinúa, en una breve referencia al comentario de un padre en un hospital, mientras contempla a sus hijos heridos: “Ahora los norteamericanos están disparando al azar contra cualquier cosa que se mueva”.

Pocos días después, un equipo de televisión que acompañaba a las tropas norteamericanas entró en una mezquita bombardeada. En plena filmación, un infante de marina se volvió hacia un iraquí herido, tirado en el suelo, y lo mató disparándole a la cabeza. (Dicen que estos casos de asesinato directo no fueron muchos.) Sin embargo, los medios norteamericanos también desecharon, en mayor o menor medida, este incidente espantoso. Es más: en un editorial del 18 de noviembre, el Wall Street Journal criticó a quienes censuraban estos episodios y, como siempre, advirtió que hiciera lo que hiciere Estados Unidos, sus enemigos en Irak lo hacen peor, como si esto justificara los abusos cometidos.

No los justifica. Los norteamericanos están masacrando a los civiles iraquíes. Con ello exacerban la hostilidad de la población y del islam y preparan el terreno para una escalada de violencia y muerte.

Ninguna matanza de iraquíes traerá la paz. La fantasía norteamericana de una batalla final (en Fallujah o donde fuera) o la captura de algún genio rector del terrorismo perpetúa un ciclo sangriento que pone en peligro al mundo. Peor aún: la opinión pública, los medios y el resultado de las elecciones de Estados Unidos han dejado virtualmente sin freno al aparato militar más poderoso del planeta.

La fuente: Jeffrey D. Sachs es profesor de economía y director del Earth Institute, en la Universidad Columbia. Su artículo ha sido publicado previamente por el diario argentino La Nación. La traducción del inglés pertenece a Zoraida J. Valcárcel.

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