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jueves, mayo 16, 2024

La cumbre de Camp David – ¿Fracaso? Nunca las partes estuvieron tan cerca de un acuerdo

Opinion/IdeasLa cumbre de Camp David - ¿Fracaso? Nunca las partes estuvieron tan cerca de un acuerdo

LA CUMBRE PALESTINO-ISRAELI DE CAMP DAVID ¿Fracaso? Nunca las partesestuvieron tan cerca de un acuerdo

Por Ricardo López Dusil

Arafat y Barak, ¿volvieron con las manos vacías? La inclinación a creer que el abrupto final de la cumbre de Camp David cierra las puertas de la paz es una afirmación apresurada, acaso temeraria. Camp David es un capítulo más en la compleja relación de palestinos e israelíes, dos actores que han transitado toda su historia contemporánea de crisis en crisis, pero nunca tan cerca de la paz como ahora. Y sin embargo, tal vez porque las expectativas en ese encuentro fueron desmedidas, se habló de la cumbre como de un fracaso, definitivo y terminante.Camp David deja unas cuantas enseñanzas y una promisoria base de negociación futura. Tal vez haya constituido, sí, una frustración para el presidente norteamericano, Bill Clinton, que se desvivía por cerrar su mandato con un triunfo resonante de su política exterior como lo hubiera sido la firma de un acuerdo de paz definitivo. Todo parece indicar que la arriesgada jugada del mandatario norteamericano no le dejará los réditos esperados y que el Premio Nobel de la Paz con el que sueña no estará, al menos por ahora, en su vitrina.Israelíes y palestinos avanzaron muchísimo y tuvieron la valentía de exponer, por primera vez, hasta dónde cada uno estaba dispuesto a jugarse por la paz. Ahora ya se conoce el precio de esa paz.A la luz de lo acontecido, tal vez la apuesta más comprometida haya sido la de plantear el espinoso tema de Jerusalén en ese encuentro. Para algunos analistas fue ese tema, y no otro, el que desbarrancó las conversaciones. Y tal vez hubiera sido mejor postergar la resolución de ese conflicto estableciendo un acuerdo provisional que no significara una claudicación para ninguna de las partes.Es que tanto Barak como Arafat no llegaron a Washington con un mandato amplio de sus bases de sustentación. Barak arribó a la capital norteamericana jaqueado por la extorsión de la derecha religiosa israelí, que ejerce sin tapujos la prostitución política: negocia sus apoyos no por cuestiones principistas sino por razones más mundanas y miserables: por más privilegios para esa casta que, aun siendo minoritaria, se ha perfeccionado en el arte de maniatar a los gobernantes de turno. Dios no necesita de partidos políticos, pero la ortodoxia religiosa israelí prefiere ignorarlo.Arafat, por su parte, aunque su liderazgo todavía es lo suficientemente consistente como para imponer entre los palestinos prácticamente cualquier acuerdo al que se llegue, ha sido virtualmente abandonado en la cruzada por Jerusalén por sus hermanos árabes. Si Jerusalén es, en efecto, el tercer lugar sagrado para los musulmanes, todos ellos tienen algo que decir. Por ejemplo, ofrecer garantías plenas de seguridad para que Israel pueda, eventualmente, beber el trago amargo de compartir Jerusalén mostrando ante su opinión pública una conquista real: la paz definitiva y verdadera, no esa paz fría y desabrida que hoy le ofrecen Egipto y Jordania. Ahí no está la paz, sino la ausencia de la guerra. Es hora de que los países musulmanes hagan algo más pragmático que señalarle a Arafat que Jerusalén no es negociable. De hecho, los palestinos ya tienen el control del espacio de Jerusalén que reclaman (el Monte del Templo, donde están la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al Aqsa, sitios sagrados para el Islam, y el Santo Sepulcro, lugar donde el cristianismo cree que está el cuerpo de Jesús). Barak demostró que acepta ese control territorial palestino de hecho, pero no puede concederle la soberanía. No está reclamando adueñarse de las mezquitas sagradas. La discrepancia, por lo tanto, no está centrada en intereses realmente vitales, sino en una cuestión de símbolos. El gobierno israelí difícilmente pueda, en este momento, dar más de lo que ha dado sin caerse en pedazos. Y Arafat, probablemente, todavía tenga algo más para dar, si los países árabes no lo dejan solo en la cruzada.Para el escritor israelí Amos Oz “ahora quedó claro hasta para los extremistas de ambos bandos que la cuestión no es quién desaparece primero de aquí, sino cuánto recibirá cada uno. Y ese cuánto ya se ha reducido a unos pocos kilómetros e incluso varios cientos de metros de Jerusalén”. Oz señala que, “naturalmente, esos últimos kilómetros y metros son los más difíciles y amargos, porque todos los campos de minas de cien años de guerras, campos de minas físicos y psicológicos, se concentran ahora en la última porción de tierra en litigio”. El escritor añade que “entre el Mediterráneo y el río Jordán viven ahora más de ocho millones de seres humanos, y casi todos saben que esta tierra se va a repartir entre sus dos pueblos. E incluso se va a convertir en una casa bifamiliar. No hay otro camino ni tampoco vuelta atrás”. Terminado Camp David los negociadores de ambas partes volvieron a su rutina de encuentros. Esto es positivo de por sí, más allá de los resultados, porque muestra la disposición de las partes a mantener desactivada la alternativa de la violencia como herramienta política.En el tiempo que queda por delante Barak debe negociar contrareloj para restablecer su coalición de gobierno, aprovechando el respiro que le da el receso veraniego de la actividad parlamentaria. Pero Arafat no puede estar ajeno a la suerte de su contraparte israelí: si los palestinos no negocian con el actual primer ministro tal vez ya no tengan con quien hacerlo. Tal vez no estaría nada mal darle un respiro a la crisis y correr de fecha la pretendida proclamación del Estado palestino del 13 de septiembre, como estaba anunciada, a un par de meses más tarde.Todavía quedan vías por explorar. Y en ese camino es fundamental que las partes reduzcan la carga de sacralidad que se ha dado al concepto de soberanía para encontrar soluciones que faciliten la coexistencia de ambos pueblos, signados a compartir el mismo espacio de por vida. Para bien o para mal. La fuente: el autor es el director de El Corresponsal de Medio Oriente y Africa(www.elcorresponsal.com)

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La oleada de protestas y violencia de los palestinos ha dado lugar en Occidente a una pregunta que no se formulan los árabes: si el presidente palestino tiene control o no sobre las protestas. En este artículo, el autor, analista de Palestine Report, asegura que Arafat no ha perdido las riendas de su administración y explica por qué no hace lo necesario para detener la ira de su pueblo.

La dialéctica de los dos odios

Ciertamente, continúan existiendo focos en que el antiguo antisemitismo europeo es reavivado. Pero las críticas a la represión israelí o aún el propio antiisraelismo no son productos del viejo antijudaísmo. Inclusive se puede decir que hubo en Francia una actitud globalmente favorable a Israel, visto como nación-refugio de víctimas de una horrible persecución, que merecían un cuidado particular. La visión benevolente de Israel se transformó progresivamente con la ocupación de Cisjordania y Gaza y la resistencia palestina, reprimida de manera desproporcionada. Israel pasó a ser visto cada vez más como un Estado conquistador y opresor. Las colonizaciones que buscan apropiarse de territorios palestinos, la represión impiadosa, el espectáculo de los sufrimientos soportados por el pueblo palestino, todo eso determinó una actitud globalmente negativa en relación a la política del Estado israelí y suscitó un antiisraelismo en el sentido político. Fue de hecho la política de Israel la que suscitó y amplificó esa forma de antiisraelismo, y no el resurgimiento del antisemitismo europeo. Escribe Edgar Morin.

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Políticos que mienten por razones ideológicas o por intereses políticos no son nada excepcional. Yitzhak Shamir declaró abiertamente que "es aceptable mentir por la causa de la tierra de Israel". Cuando George W. Bush empezó su guerra en Irak, él y los políticos que lo rodean inundaron a la opinión pública norteamericana con falsedades. El problema es que en Israel mentir se ha vuelto la norma de trabajo en los distintos niveles del ejército, el establishment y el cuerpo diplomático. Y mientras los políticos mienten para perpetuar la ocupación, los trabajadores aprenden a mentir para justificarla. Escribe Akiva Eldar.

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La gran mayoría de los que ahora voten y elijan, lo hacen no tanto para afirmar un régimen como para cumplir una serie de momentos procesales que acerquen lo más posible lo que la gran mayoría del pueblo desea: la retirada del ejército de anglosajones y acólitos, que garantiza el mantenimiento del poder actual. El nuevo régimen es el de un país federal libanizado con un Estado kurdo, al Norte; un retal de país en el centro, de escasa capacidad de decisión, que albergue a la minoría sunnita, y una entidad política shiita dominadora en el Sur. Escribe Miguel Ángel Bastenier.

Ganó el Likud: ¿es el pueblo israelí estúpido?

El primer ministro Sharon logró un triunfo de tal envergadura que a primera vista podría entenderse como el premio a una gestión exitosa. Sin embargo, en más de dos años de gobierno no sólo no ha podido cumplir con la promesa de garantizar la seguridad de los israelíes sino que además llevó el país a la recesión más profunda que haya conocido, un desempleo galopante y un marcado aislamiento internacional. Con esos datos en la mano, ¿por qué el electorado israelí se empeñó en más de lo mismo? Escribe Ricardo López Dusil.