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viernes, mayo 17, 2024

Ganó el Likud: ¿es el pueblo israelí estúpido?

Opinion/IdeasGanó el Likud: ¿es el pueblo israelí estúpido?

El primer ministro Sharon logró un triunfo de tal envergadura que a primera vista podría entenderse como el premio a una gestión exitosa. Sin embargo, en más de dos años de gobierno no sólo no ha podido cumplir con la promesa de garantizar la seguridad de los israelíes sino que además llevó el país a la recesión más profunda que haya conocido, un desempleo galopante y un marcado aislamiento internacional. Con esos datos en la mano, ¿por qué el electorado israelí se empeñó en más de lo mismo?

Por Ricardo López Dusil

Festejos de partidarios del Likud.

Sólo dos años de gobierno le alcanzaron a Sharón para convertir un país en crisis, pero con algún atisbo de esperanza, en una nación en ruinas, autista, aislada internacionalmente, con un desempleo récord, varios hechos de corrupción desconocidos hasta entonces, medio millón de chicos bajo el umbral de la pobreza y sin que pueda vislumbrar ninguna clase de entendimiento duradero con los palestinos. Todo eso en un escenario de violencia que el primer ministro ha ayudado a extender como una mancha de aceite. Y sin embargo, volvió a ganar, de manera aplastante, tal como lo había hecho cuando enfrentó a Barak. Hannah Kim, columnista de Haaretz, se lo pregunta sin rodeos: ¿Es el pueblo israelí estúpido? En términos generales, la sociedad israelí, a diferencia de la norteamericana, es una sociedad bien informada, politizada como pocas y progresista (con excepción, claro, de colonos, ultraorodoxos y extremistas de similar pelaje). Es decir, nada de lo que se vio en la apertura de las urnas.

Uno podría arriesgarse a sostener que los norteamericanos se merecen a Bush (aunque el mundo no haya hecho tanto para padecerlo), pero con los israelíes es distinto: Sharon les encaja a los israelíes como un viejo traje que tira de sisa y que uno sólo se pondría si no hubiera otra cosa que calzarse y además fuera preso por quedar desnudo. Ganó el Likud y difícilmente gran parte de la sociedad israelí (mucho más de lo que expresan los resultados electorales) pueda alegrarse de ello. Los israelíes no tendrán alivio en lo inmediato. Tendrán de nuevo sopa.

¿Cómo se explica entonces ese aluvión de votos que le permitió al líder del Likud duplicar la representación parlamentaria de su partido y, al mismo tiempo, someter al Laborismo a su peor derrota de la historia? ¿Cómo se explica que Sharon no haya necesitado exhibir algún logro valedero en su gestión para que el electorado volviera a confiarle la conducción de un país en zozobra? Tal vez haya más explicaciones psicológicas que políticas para expresarlo. Los votos que recogió Sharon manifiestan un hartazgo visceral por la violencia y Sharon expresa mejor que ningún otro candidato a mano esa cuota de odio irracional tan bien alimentada por el primer ministro y sus jefes de campaña: Hamas, la Jihad Islámica y su corte de suicidas. El electorado israelí, harto de la violencia palestina, está pidiendo más violencia para terminar con ella. Y se envenena con la misma medicina.

Sharon y Ahmed Yassin (el cuadripléjico líder de Hamas, que acciona a sus militantes a control remoto desde su resguardada silla de ruedas) son hermanos siameses que comparten órganos vitales. Se necesitan para sobrevivir, pero no pueden desarrollarse juntos. Son opuestos y complementarios. Ninguno tiene propuestas políticas viables para resolver la crisis. Y sin embargo, ambos crecen en sus respectivos ámbitos de representación. Ni el crecimiento de los votantes de Sharon significa que el israelí medio descarte el objetivo de la paz ni el predicamento galopante de Hamas en la calle de Gaza y Cisjordania revela la islamización extrema de la población palestina.

Otro factor determinante en el triunfo de la derecha es el lastimoso papel del Laborismo en estos últimos años. La decisión estratégica de acompañar al Likud en un gobierno de unidad lejos de atemperar la intransigencia de Sharon convirtió a los laboristas en secuaces de esa intransigencia. Amram Mitzna, el candidato del laborismo, no pudo sacarse de encima el lastre dejado por el fatal oportunismo de Shimon Peres, que aceptó gustoso vaciar de contenido a un laborismo en crisis para acompañar a Sharon no en calidad de socio sino como el muñeco del ventrílocuo. A Peres y no a Mitzna debe atribuírsele (cuándo no) esta nueva derrota electoral laborista. Si algo hay que reconocerle al ex canciller es su consecuencia con el fracaso: no logró jamás ganar una elección y sólo accedió al cargo de primer ministro por razones fortuitas o trágicas, como el asesinato de Rabin.

De todos modos, el bloque nacionalista/religioso no creció electoralmente de manera significativa. Si el Likud ganó el espacio que ganó, en gran parte fue a expensas de sectores aún más radicales, como el Shas (el partido ultrarreligioso sefaradí que lidera el rabino extremista Ovadia Yossef, un verdadero ayatollah del judaísmo). Al Shas lo perjudicó el retorno al viejo sistema electoral, que abandonó el mecanismo de voto separado para el cargo de primer ministro y la Legislatura. En el esquema anterior (inaugurado en los comicios en los que Netanyahu derrotó a Peres), el corte de boletas hubiera dado el mismo triunfo personal a Sharon, pero sin asegurarle semejante representación parlamentaria.

Para formar gobierno, el primer ministro necesita el respaldo de al menos 61 de los 120 diputados de la Knesset (el Parlamento unicameral), quórum al que accederá sin problemas (¿sin problemas?) en alianza con grupos aún más radicales que él mismo, no sólo opuestos a cualquier acuerdo con los palestinos sino absolutamente parasitarios (los ultrarreligiosos no negociarán su apoyo sin garantizarse la continuidad de sus inaceptables privilegios sectoriales, tales como la excepción del servicio militar o del trabajo. Su arduo camino de ganarse el cielo se construye exprimiendo a los seculares que financian su colosal estructura con una carga impositiva cada día más difícil de afrontar).

Después de la casi segura cruzada petrolera del joven Bush en Irak, es previsible que el inquilino de la Casa Blanca intente reacomodar los estragos dejados en el mundo musulmán con un premio consuelo: la constitución de un Estado palestino limitado, propuesta que difícilmente pueda Sharon llevar adelante con los extremistas que se le enquistarán en su gobierno.

Paradójicamente, en el abrumador triunfo conseguido por Sharon está el germen de su problema. Ha sido demasiado grande para encontrar socios fuertes que lo acompañen, pero no lo suficiente para que pueda gobernar prescindiendo de ellos.

La fuente: el autor es el director periodístico de El Corresponsal (www.elcorresponsal.com).

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