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viernes, mayo 17, 2024

Ya han muerto cien niños, pero sólo son palestinos

PolíticaYa han muerto cien niños, pero sólo son palestinos

Ya han muerto cien niños, pero sólo son palestinos

En la moral dominante, un niño palestino, un niño negro o un niño pobre están lejos de ser simplemente niños. Sus muertes constituyen apenas datos estadísticos que sólo comienzan a causar estupor cuando llegan a cifras escandalosas. ¿Podría tolerar la sociedad internacional cien niños europeos muertos sin hacer algo para terminar con la sangría?

Por Ricardo López Dusil

El viernes 2 de diciembre, Mohamed al-Argi descendió a su humilde tumba envuelto en una bandera palestina, privilegio de los mártires. Pero Mohamed no murió combatiendo, ni siquiera tirando piedras. El chico, de sólo 12 años, fue alcanzado por la bala de un francotirador israelí que le perforó el cuello de lado a lado mientras se agachaba para levantar una bolsa de tomates que acaba de comprar su padre a cientos de metros de la Puerta de Saladino, en Rafah (Gaza), donde la tierna infantería palestina de la Intifada lanzaba cascotes de cemento gris a los soldados de Israel.

Mohamed estaba junto a su padre y a su tío cuando lo alcanzó la bala, disparada desde una de las torres de observación militar que rodean el próspero asentamiento de colonos judíos de la aldea. Sus parientes afirman que él fue el blanco y no sus mayores porque “pertenecía a la generación que les hará la guerra a los israelíes cuando crezcan”. Los asesinos suelen ser despiadadamente previsores.

Para las estadísticas de la prensa Mohamed ocupa el lugar número 100 entre los niños muertos por tropas israelíes desde que se inició la Intifada de Al-Aqsa, el 28 de septiembre. Además de ello, detrás del nombre Mohamed había un niño feliz, hasta donde pueden serlo los chicos palestinos del polvoriento gueto de Gaza, que estudiaba en el colegio Zen y que era realmente bueno en lengua árabe, su materia preferida. Uno de sus amigos lo describió ante Julio Fuentes, el enviado especial del diario español El Mundo, como un chico que amaba “las bicis, los pájaros y los fuegos artificiales”.

Como Mohamed al-Argi, Sami Abi Jazar también se volvió famoso el día de su muerte, cuando su nombre fue publicado en multitud de periódicos de todo el mundo. El 12 de octubre último, cuando volvía de la escuela, Sami fue herido en la cabeza por un disparo de bala, aparentemente efectuado por un soldado israelí. A pocos metros, en un hospital de Gaza, otro niño, conectado a un respirador artificial, permanece en coma. Se encuentra en ese estado tras sufrir el impacto de una bomba lacrimógena en la cara, lo que le produjo múltiples fracturas en el cráneo y derrame cerebral. El 4 de noviembre, Kazala Jaradat, una chica de 14 años, murió en Hebrón al recibir un disparo en la cabeza cuando regresaba de la escuela y el 16 de octubre otra niña de trece años murió víctima de otra bala "perdida". Antes que ellos, el 30 de septiembre, un niño de doce años lloraba y suplicaba protección a su padre, hasta que una bala acabó con su vida. Su imagen apareció en los televisores de prácticamente todo el mundo, causando una inevitable conmoción popular, insuficiente, sin embargo, para detener la sangría.

Según un reciente informe presentado por Unicef en Ginebra, la ola de violencia en Medio Oriente ha causado, hasta el 30 de noviembre, la muerte de 310 personas, de las que 97 son niños menores de 18 años, todos ellos palestinos. Pero el 1° de diciembre se sumaron a la trágica lista dos chicos más, uno de 12 años y otro de 14, y al día siguiente, Mohamed. De las 310 víctimas fatales contabilizadas hasta el fin de noviembre, 261 eran palestinos, 35 judíos israelíes, 13 árabes israelíes y un alemán.

La vocera de Unicef, Lynn Geldorf, señaló que en los enfrentamientos resultaron heridas 9.802 personas, de las cuales 4.116 eran niños, y del total de heridos 426 son israelíes, entre ellos 4 niños. Estas cifras provienen de datos proporcionados por la Media Luna Roja palestina, Defenser for Children -una organización no gubernamental palestina- y diferentes agencias de las Naciones Unidas que trabajan en el terreno, precisó Geldorf.

En muchos casos, los niños heridos padecen daños irreparables, como la pérdida de algún miembro, de la visión o de la movilidad.

Hijos de una causa

Como pone de manifiesto el psiquiatra y psicoanalista Moanir H. Samy, citado en un excelente trabajo de Angela Sobrino López, coordinadora del proyecto sobre niños soldados en el Centro de Investigación para la Paz (CIP), los niños palestinos, cuando nacen, antes que nada son palestinos, lo que significa que no son personas individuales, sino que pertenecen a una causa común. El niño palestino es el portador de toda la historia de su pueblo, de sus sufrimientos y de sus esperanzas. Y desde que vienen al mundo, se ven inmersos en una situación impuesta.

En Gaza y en Cisjordania, la relación del niño con la guerra es tan intensa como compleja. Aunque con muchísimo menor riesgo personal, la situación es similar a la que viven los niños israelíes, a quienes se los educa para combatir al enemigo, que, según sus mayores, “puede aparecer en cualquier momento y estar entre sus vecinos”. Se ven casi constantemente rodeados de militares que portan armas y saben que nunca podrán prever cuándo será el próximo estallido de violencia.

Son varias las generaciones de niños, tanto israelíes como palestinos, que nunca han vivido la experiencia de la paz, la seguridad o, sencillamente, la normalidad. A medida que el conflicto se prolonga esos niños de la guerra tienden a dirimir los conflictos con la herramienta acostumbrada: la violencia. En entrevistas realizadas por investigadores a algunas mujeres de esta zona, se les preguntaba por qué tenían tantos hijos (entre ocho y doce hijos por mujer), a lo que respondían que sabían que la mitad de ellos morirían en enfrentamientos.

Los niños y su relación con la violencia

En Gaza y en Cisjordania, la violencia suele ser constante. No es una guerra convencional, sino una guerra limitada que dura ya cincuenta años y en la que, en los últimos tiempos, se ha sumado la violencia intracomunitaria. Esta situación de guerra solapada o encubierta implica el debilitamiento de los cimientos familiares, de la escuela, de la comunidad y de la red social y económica. En definitiva, destruye los pilares de la infancia.

Además, en la mayoría de los casos, los niños palestinos se han visto involucrados en enfrentamientos y en incontables ocasiones, se convierten en el blanco de los ataques. El alto porcentaje de niños palestinos muertos en los enfrentamientos con los soldados israelíes (muchos de ellos apenas salidos de la niñez) revela al menos dos fenómenos: por un lado, una desmedida participación de esos niños en “el frente” de lucha, ya sea por decisión personal o manipulados por mayores, y por otro, que no siempre son víctimas de ataques casuales o de lo que en el lenguaje militar se denomina con el eufemismo de “daños colaterales” (las bajas producidas entre los blancos no elegidos). Hay numerosas evidencias de niños muertos por el impacto de una sola bala, disparada a zonas vitales por francotiradores apostados a gran distancia, es decir, por un hombre no sometido al stress de un enfrentamiento caótico en el que expone su propia vida.

Durante el cerco de Sarajevo por los francotiradores serbios también las víctimas propiciatorias de los ataques eran niños. ¿La razón? Los francotiradores recibían paga doble si la víctima era una mujer y cuádruple se si trataba de un chico. Porque eran víctimas que desmoralizaban aún más a los enemigos.

Es que la guerra está plagada de tácticas perversas: una de ellas es la de provocar en el enemigo gran cantidad de heridos, preferentemente mutilados, de manera de causar, simultáneamente, la baja del potencial soldado y al mismo tiempo debilitar la economía de su sociedad, obligada a atender sus heridas de guerra.

Sobrino López revela en su trabajo que como consecuencia de su constante exposición a la violencia, los menores sufren importantes alteraciones psicológicas y graves trastornos mentales, enfermedades que son consideradas como una vergüenza y para las que no existen apenas centros ni recursos ni especialistas que puedan ayudar a los pequeños y a sus familiares. Estos niños suelen ser nerviosos e inseguros, padecen pesadillas, insomnio. También presentan problemas para relacionarse y dificultad para concentrarse, lo que los conduce, en ocasiones, a escaparse de la escuela, a practicar hurtos y a ser violentos.

Según estudios realizados a niños de diversos países del mundo que han participado o vivido conflictos armados, los efectos son muy similares. Su gravedad será mayor o menor según la magnitud de las situaciones que hayan vivido (presenciar mutilaciones, ejecutarlas ellos mismos, sufrir malos tratos continuados o esporádicos…) y del tiempo que las han tenido que soportar.

Lo que también está demostrado es que en la mayoría de los casos el daño es irreparable y que es mucho más eficaz prevenir que curar, es decir, evitar que los niños se vean envueltos en estas situaciones.

Las muertes y los problemas que están afectando a los niños palestinos e israelíes forman parte de un círculo de violencia más amplio que afecta a miles de niños del mundo. Como consecuencia de los conflictos armados, muchos menores pasan a ser desplazados, refugiados o, lo que es aún peor, a convertirse en soldados.

Respuesta internacional

Durante este año, el tema de los menores que se ven implicados en procesos de guerra ha cobrado una gran relevancia y se ha abordado en varias reuniones internacionales. En enero, hubo una reunión de trabajo de Naciones Unidas, en Ginebra; tres meses después, se celebró la Conferencia Africana sobre niños soldados, en Canadá. En mayo, se llevó a cabo el seminario “Niños y conflictos armados”, en Varsovia, organizado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Más recientemente, ha tenido lugar la conferencia “Niños afectados por los conflictos armados”, en Winnepeg (Canadá), entre otros actos.

Todos ellos se han organizado con el propósito de proteger los derechos de los niños, mejorar la legislación y hacer cumplir la ya existente. No obstante, a pesar de todos los esfuerzos desarrollados por parte de muchas organizaciones no gubernamentales, que trabajan en la defensa de los derechos humanos y los derechos de la infancia, y de agencias de Naciones Unidas, la crítica situación de estos niños no ha mejorado mucho.

Ningún argumento puede justificar la utilización de la violencia y menos aún contra los niños. El deber de los Estados y de todos los ciudadanos (según se expresa en la Convención de los Derechos del Niño), es proteger a los menores. En ningún caso puede considerárselos verdugos, sino víctimas.

Como reflexión final, podemos formular la misma pregunta que hace Moanir H. Samy: “¿Qué ocurriría si estos niños fueran de los Estados Unidos, Francia o Alemania?”

La fuente: el autor es el director periodístico de El Corresponsal (www.elcorresponsal.com).

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