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sábado, mayo 4, 2024

El Romeo palestino

PolíticaEl Romeo palestino

El Romeo palestino

Arna Mer fue una mujer fascinante. Hija de un célebre médico judío, se casó con un dirigente árabe y se instaló en el campo de refugiados de Jenín, un mar de miseria y privación, donde se identificó con el sufrimiento árabe y creó una isla de luz: un taller de teatro para niños de 9 y 10 años. “Los niños de Arna”, documental de su hijo, Juliano Mer, es una experiencia inolvidable. Sus protagonistas son esos chicos alegres y desenfadados, que Juliano filmó desde la infancia hasta la adultez y que narra los pasos que los llevaron a convertirse en militantes de la resistencia palestina, como Ashraf, el niño que quería ser Romeo y que terminó inmolado en una misión suicida.

Por Uri Avnery

Arna Mer.

Arna Mer (1929-1995) era una mujer tempestuosa y fascinante. Era la hija de un profesor de medicina que se había convertido en una leyenda en vida. Siendo joven, se unió a los legendarios combatientes clandestinos del Palmaj. Después de la guerra de 1948 se incorporó el Partido Comunista, por entonces el grupo más odiado en Israel, y se casó con un dirigente del partido árabe. Sus dos hijos, Juliano y Spartak, llevaron nombres revolucionarios.

Al principio de la ocupación israelí, Arna se instaló en el campo de refugiados de Jenín, un mar de miseria y privación, y creó una isla de luz: un teatro de niños. Con la ayuda de Juliano, entonces un joven y ambicioso actor, reunió un grupo de muchachos y muchachas de 9 y 10 años e improvisó actuaciones con los medios más rudimentarios. Hablando fluidamente el árabe, se identificó completamente con el sufrimiento palestino y animó a que los niños expresaran su enojo, orgullo y oposición a la ocupación. Por esta dedicación ganó el “el Premio Nobel Alternativo” en Estocolmo. En la víspera de su muerte a causa de un cáncer, agotada y frágil, visitó el campo para decir adiós.

Semejante personalidad podría llenar una película por sí sola. Pero en la película “Los niños de Arna”, dirigida por Juliano, el “niño” es el protagonista junto con la “madre” y convierte la película en un documento único e indispensable para cualquiera que quiera entender la Intifada.

Hace un año, la película de Muhammad Bakri “Jenín, Jenín” despertó una tormenta en Israel e incluso llegó al Tribunal Supremo (que tomó la decisión de prohibir su exhibición). Ambas películas tratan en parte el mismo territorio: los hechos de Jenín en abril del 2002, cuando el ejército israelí invadió el pueblo de Cisjordania y el campo de refugiados como parte de la “Operación Escudo Defensivo.” Ambos muestran una profunda empatía por el bando palestino. Pero hay una gran diferencia entre los dos. En la película de Muhammad Bakri, se muestran las gentes de Jenín como víctimas de una matanza. En la versión de Juliano Mer, aparecen como héroes que asumen el poderío aplastante del ejército israelí. Los combatientes palestinos en la película niegan airadamente la afirmación de que hubo una “masacre”, una afirmación que consideran humillante e insultante. Su actitud recuerda un poco a la de los supervivientes de la revuelta judía del Gueto de Varsovia.

Lo que hace de esta película una experiencia inolvidable es la doble exposición de sus héroes. Juliano los filmó cuando eran niños, miembros del grupo de Arna. Son cautivadores muchachos y muchachas, llenos de espíritu y humor. Los vemos en toda su sinceridad, gruñiéndose y atacandóse unos a otros. Vemos a Ashraf, el muchacho más impresionante, soñando ser en el futuro el “Romeo Palestino”. Observamos a estos niños, viviendo en condiciones infrahumanas, soñando con una vida de felicidad y esplendor.

Cuando la película avanza, los encontramos, ya hombres jóvenes, de nuevo. El sonriente y cautivador Ashraf, el Romeo Palestino, se inmoló en una misión suicida. Como es usual en tales casos, sólo antes de la acción grabó una última declaración en video: un jovenzuelo barbudo, solemne, determinado, explicando que esa muerte es mejor que la vida en el infierno de un campo de refugiados bajo ocupación. Otros cayeron -“caídos”, no “masacrados”- en la Batalla de Jenín.

Los palestinos tratan a Juliano con perfecta confianza, a pesar de ser un “Yahudi” (en realidad, él es sólo medio judío, pero ante sus ojos es un judío). Como resultado, se le dio una oportunidad que ningún otro israelí tendría en la vida: le permitieron acompañarlos y fotografiarlos de día y de noche, hasta el fin. Así, fue creado un documento único e inestimable. Muestra a esos hombres que son descritos en los comunicados de prensa militares de Israel “hombres armados” o “terroristas”, es decir, suspcetibles de ser asesinados. Los vemos moviéndose en grupos pequeños, provistos de armas ligeras, o durmiendo vestidos, preparados para saltar a la acción al primer aviso. Se sientan juntos, pasándose un cigarrillo, a veces hablando en broma entre sí, como hacen los combatientes antes de la batalla. Un espíritu de hermandad y compañerismo está en el aire. Son, después de todo, jóvenes llenos de vida que saben que sus días están contados. Ninguno de ellos es un religioso fanático.

Cuando los puestos de observación los alertan por teléfono celular que una unidad blindada israelí está acercándose, salen para atacarla, kalashnikovs y pistolas contra poderosos tanques. Pero, como ellos dicen, están determinados a no rendirse, a luchar hasta el final (con el espíritu de Sansón en la Biblia: “Permitidme morir con los Filisteos” [Jueces, 16, 30].)

Esta es la otra cara de los comunicados rutinarios del vocero del ejército: “En el transcurso de una búsqueda de terroristas prófugos, las Fuerzas de Defensa Israelìes entró en el campo de refugiados… En el tiroteo resultante, cinco palestinos armados fueron muertos … Nuestras fuerzas no sufrieron ninguna baja…”

No es ningún secreto que últimamente el ejército ha estado enviando columnas blindadas a los pueblos palestinos no para “arrestar a terroristas prófugos” o para “eliminar potenciales bombas de relojería”, sino para sacar a estos combatientes armados de sus lugares de ocultación e inducirlos atacar a los tanques, una acción equivalente al suicidio.

Al final, las fotografías de casi todos los niños de Arna -juntos de nuevo- aparecen en las paredes, en carteles que recuerdan a los mártires. Los niños que fueron tan alegres y llenos de travesuras al principio de la película, se habían convertido en solemnes y amenazantes.

A los ojos de la mayoría de los israelíes, son simplemente terroristas, asesinos y delincuentes cuyo único objetivo en la vida es “derramar sangre judía”. No ven a los seres humanos que hay en ellos y no se preguntan de dónde vinieron y qué fue lo que consiguió que ellos hicieran lo que están haciendo. Por consiguiente, no entienden la fuente de su fuerza y tenacidad. A los ojos de los palestinos, estos son sus héroes nacionales, personas jóvenes, valientes y abnegadas que sacrifican sus vidas por la dignidad y el futuro de su pueblo. Piensan de ellos como nosotros (los judíos) pensamos de nuestros luchadores clandestinos antes de que Israel fuera creado.

Ashraf, el que tenía que ser el Romeo palestino, murió junto con sus amigos, como Romeo en la tragedia de Shakespeare. Pero viendo esta película, uno sabe que por cada uno que cae hay docenas para ocupar su lugar.

Al abandonar la sala después de la proyección, una pregunta comenzó a formularse en mi mente: al final, cuando los palestinos logren su independencia y estos combatientes se vuelvan parte de la mitología nacional, ¿serán las relaciones formadas en los tiempos más oscuros entre estos niños y Arna, y lo que ella quería lo que proveerá de una base para la conciliación?

Siempre es difícil ver la otra cara de la moneda, aún más en medio de luchas, cuando el dolor, la ira y el odio son la regla suprema. Esta película nos presenta una oportunidad rara de conseguir un cuadro más completo y más realista. Es una muy película conmovedora, que abre nuestros ojos y explica por qué el ejército israelí no puede vencer la Intifada aunque la esté “ganando cada día”, como anunció el comandante de la Franja de Gaza esta semana con orgullo ciego.

La fuente: El autor es un escritor y periodista israelí que ha sido dos veces diputado nacional y fundador y presidente de la organización pacifista Gush Shalom, toda una institución en Israel. Tiene 78 años. La traducción del inglés es responsabilidad del equipo editor de elcorresponsal.com..

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