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La casa de Sharón, en el corazón árabe de Jerusalén: el símbolo de la colonización

PolíticaLa casa de Sharón, en el corazón árabe de Jerusalén: el símbolo de la colonización

La casa de Sharón, en el corazón árabe de Jerusalén: el símbolo de la colonización

Por Juan Cierco

Sin luz

La Corporación Eléctrica de Jerusalén Este ha cortado la luz de la casa de Sharón en la calle Hagai de la Ciudad Vieja por falta de pago de los recibos a lo largo de los últimos meses.

Según confirmó una fuente de la compañía, dicha finca, que figura en el registro de la propiedad a nombre de Ariel Sharón, tiene una deuda pendiente de 9.357 shekels (unas 425.000 pesetas), de ahí que “no hayamos tenido más remedio que cortar el suministro de electricidad a la residencia”.

No es la única. Otras casas de la zona también se han visto privadas de luz por el mismo motivo. Varias son habitadas por colonos judíos que imitaron con el tiempo a Sharón y se instalaron en los aledaños de la calle Hagai. Igual que el actual primer ministro quieren dejar claro a la comunidad internacional, a los árabes, a los palestinos que Jerusalén permanecerá siempre unida, que Jerualén es indivisible porque así lo quiere el Dios de los judíos, que Jerusalén es y será siempre, eternamente, la capital de Israel. Eso sí, por el momento, tendrán que luchar por ello a oscuras, salvo que antes paguen la luz, incluido Sharón.

JERUSALEN.- Ariel Sharón ha sido en su vida personal y política el alma mater de la colonización judía en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Oriental. Ni siquiera el poder, que a veces hace más pragmático a quien lo ocupa, lo ha empujado a recapacitar. “No evacuaré ni una sola de nuestras colonias”, se jacta en repetir siempre que se le pregunta por los asentamientos. Él, además, da ejemplo. Ahí está su casa, ocupada pero no habitada, en la Ciudad Vieja.

Puerta de Damasco. Corazón árabe de Jerusalén. Tenderos vociferantes. Beduinas recostadas con sus verduras expuestas. Jóvenes “transportistas” con pequeños carritos que manejan con destreza por callejuelas imposibles. Adoquines resbaladizos. Taxistas deseosos de llenar sus furgonetas para un incierto recorrido hasta Ramallah, Belén o Tel Aviv. Murallas majestuosas. Soldados israelíes, por supuesto, vigilantes.

La otra Jerusalén se abre al visitante. Al otro lado, el zoco palestino. Al otro lado, a escasos metros, la casa deshabitada pero ocupada de Ariel Sharón. Una bandera israelí con la estrella de David bien destacada cuelga sobre el corazón musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén. En todo lo alto, la “menorah”, candelabro de siete brazos, símbolo tradicional del judaísmo. A sus pies, comercios y comerciantes árabes. Y soldados, y policías israelíes por supuesto, a veces presentes, a veces más discretos, que vigilan la vivienda del hoy primer ministro de Israel. Muy cerca, la Vía Dolorosa. Más allá, el Muro de las Lamentaciones. Y la Explanada de las Mezquitas, tercer lugar más sagrado del Islam, después de La Meca y Medina, en Arabia Saudita. En medio, la casa de Ariel Sharón, símbolo de la colonización judía de la Jerusalén árabe.

Solidaridad judía

El actual jefe del gobierno israelí la compró en 1987, por expreso deseo de su esposa ya fallecida, Lili, quien insistía en la necesidad de adquirir aquí una propiedad en solidaridad con todos los judíos residentes en la Ciudad Vieja que en aquellos años eran objetivo prioritario de los ataques árabes.

Pocas cosas supo negarle en vida “Arik” a su mujer. Mucho menos ésta. De hecho, él estaba tan ansioso como ella. No podía ser de otro modo para quien era el padre de los asentamientos judíos en Gaza y, sobre todo, en Cisjordania.

Desde que compró la casa, con sus dos habitaciones principales, su cuarto de baño, su cocina abierta a una pequeña sala de estar, sus elegantes arcos, su característica piedra de Jerusalén, la familia Sharón apenas la pisó. “Arik” nunca ha dormido allí. Tan sólo ha celebrado, en jornadas señaladas, como el primero de junio de cada año en el Día de Jerusalén, encuentros con simpatizantes y amigos. Todos con un único objetivo: demostrar a los palestinos, a los árabes, a los europeos, a los americanos, al mundo entero, que cualquier judío puede vivir allí donde desee, también en el interior de la Ciudad Vieja de Jerualén, también en el corazón mismo del Barrio Musulmán.

“¿Qué se puede esperar de un país que tiene como primer ministro a un hombre capaz de comprar por capricho una casa que no habita sólo para provocar a los árabes?”, se pregunta en voz alta Murad Dajani, propietario de un cercano cyber-café.

“Sharón es el primer colono”

“Siempre recuerdo las historias que me contaba mi padre de antes de la guerra de 1948, cuando judíos y musulmanes convivían pacíficamente, paseaban y comían juntos en estas mismas callejuelas; se apoyaban y protegían ante cualquier amenaza exterior… Hoy la convivencia es imposible. Hoy los judíos que vienen por aquí nos odian y desean nuestra desaparición. Quieren quedarse con todo. No les basta con lo que ya tienen. Sharón es el primer colono de Israel. Ahí tiene su casa para demostrarlo”, dice Dajani mientras señala hacia la bandera israelí que cuelga, siempre está ahí, día tras día, sobre el zoco palestino.

Farid Mansour, dueño de un restaurante cercano rico en gastronomía de la zona, corrobora las palabras de su vecino. “Todo tiene un objetivo muy claro al que siempre nos opondremos: la judaización de Jerusalén Oriental. Todos los gobiernos israelíes han trabajado en este sentido desde 1967. Han construido un anillo de asentamientos en torno de los barrios musulmanes, han prohibido edificar a los árabes, han ocupado casa tras casa en la Ciudad Vieja, convirtiéndolas en “yeshivas”” (academias talmúdicas), comenta Mansour, quien dice no haber visto más que en dos ocasiones a Sharón, siempre rodeado de decenas de guardaespaldas.

Hoy, como ayer, como mañana, la puerta de metal de la casa ocupada pero no habitada de “Arik” está cerrada. Pero la enorme bandera con la estrella de David cuelga sobre las “kefiyas” de los viandantes y la “menorah” apunta hacia el cálido cielo. El corazón árabe de Jerusalén no ha podido todavía librarse de su espina.

La fuente: el autor es el corresponsal en Jerusalén del diario español ABC (www.abc.es). Este artículo fue publicado previamente por el colega madrileño el 15 de abril de 2001.

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