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jueves, mayo 16, 2024

¿Por qué Israel elige no ver la realidad?

Opinion/Ideas¿Por qué Israel elige no ver la realidad?

¿Por qué Israel elige no ver la realidad?

En lugar de relacionar la política de ocupación militar con la Intifada, en términos de causa-efecto, muchos israelíes parecen querer que Sharon, simplemente, “se encargue de los árabes”,como si “los árabes” sólo un enjambre de abejas molestas. Los israelíes han elegido al hombre que les traerá más violencia en vez de menos, lo cual no hará sino empeorar las ya de por sí difíciles relaciones de Israel con el mundo musulmán. ¿Es tan difícil de comprender que los palestinos se comporten como todos los pueblos colonizados en la historia: rebelándose y protestando?

Por Edward Said

Textual

"El gobierno encontrará los medios para restaurar la seguridad de los israelíes." Ariel Sharon, luego de un atentado palestino en Netanya, el 4/3/01.

"Hay que luchar contra los terroristas sin convertirse en terroristas." Shlomo Ben Ami, ministro de Seguridad Interior saliente, el 4/3/01.

“Estamos viviendo tiempos muy difíciles y me temo que nos hallamos al borde de una situación más grave. La economía palestina está al borde del colapso, la Autoridad Palestina se empieza a desintegrar y un estado de anarquía y de gobierno de bandas se está apoderando de Cisjordania y Gaza”. Martin Indyk, embajador de EEUU en Israel, el 2/3/01.

Se dice que poco después de construida la torre Eiffel -para la Exposición Universal en París, en la segunda mitad del siglo XIX-, el célebre escritor Guy de Maupassant solía andar por toda la ciudad quejándose de lo mucho que le desagradaba la gran estructura.

Sin embargo, invariablemente iba a comer al restaurante de la torre todos los días. Cuando alguien le hizo notar esa conducta paradójica, Maupassant respondió sin inmutarse: “Voy ahí porque es el único lugar en todo París desde el que no se ve, y ni siquiera se percibe, la torre”.

Mi impresión es que para la mayoría de los israelíes su país es invisible. Estar en él implica cierta ceguera o incapacidad para percibir lo que es y lo que está ocurriendo en él; y especialmente implica una falta de voluntad para entender lo que su país ha significado para otros en el mundo, especialmente en Medio Oriente.

De la misma forma en que ocurrió meses antes y después de la elección de Ehud Barak, los medios norteamericanos prestaron mucha atención a Ariel Sharon, e intentaron repetidamente hacerlo parecer un candidato más plausible, o por lo menos no del todo absurdo y excéntrico. No creo que nadie fuera de Israel esté convencido de esto, pero es impactante que la mayoría de los israelíes haya decidido favorecer a un viejo e irredento asesino de palestinos después de que Barak pasara cuatro meses derramando inútilmente sangre palestina y castigando colectivamente a varios millones de residentes árabes de Cisjordania y Gaza, además de los israelíes, sin obtener nada.

Los israelíes han optado por el hombre que les traerá más violencia en vez de menos, lo cual, debe enfatizarse, no hará sino empeorar las ya de por sí difíciles relaciones de Israel con los palestinos, con los Estados árabes y con el mundo musulmán, trayendo aún menos esperanzas para un futuro pacífico.

Negar el mundo

La pregunta es por qué la gente consideraría una opción tan claramente contraproducente, a menos que simplemente no tengan idea de lo que el mundo piensa de ellos, ni tampoco de que la destrucción y la crueldad sólo les traerá enajenación y hostilidad, y por lo tanto, inseguridad. Coquetear con Sharon, precisamente por ello, es un paso más hacia el aislamiento, una negación unívoca del mundo exterior y en favor de una anticuada y totalmente desacreditada política de destrucción de los árabes que ha hecho que Israel se convierta cada vez más en un país aislado y desprestigiado.

Por supuesto, la vida continúa dentro de él en todos los aspectos, y debería ser obvio que la mayoría de los israelíes son personas normales que quieren vivir vidas normales, criar a sus hijos, crecer en sus empleos y desarrollarse sin miedo a la catástrofe y a la guerra. Sin embargo, como pueblo, su historia colectiva ha sido una parte muy negativa de la moderna historia árabe, y particularmente para los palestinos ésta ha sido un desastre sin atenuantes.

No existe en el mundo nada igual a esta relación de opuestos, y de hecho aún no he conocido a un palestino que no sienta que hasta el más benigno aspecto de la existencia de Israel ha significado algo completamente negativo para Palestina y los palestinos. Es difícil, por ejemplo, contemplar algún paisaje israelí sin ver también restos de alguna granja o aldea palestina. Es difícil enterarse de alguien que haya emigrado a Israel, proveniente de Rumania o Rusia, sin sentir igualmente la angustia de un exiliado palestino al que se le prohíbe el regreso a casa.

Así ha sido por más de 50 años, la vida en una comunidad ha significado la frustración y el sufrimiento de la otra, palmo a palmo, hecho tras hecho, inexorablemente y sin remordimiento. Ningún palestino necesita que le recuerden que cada triunfo israelí ha sido, simétricamente, una pérdida palestina.

Aun después de 1967, cuando israelíes y palestinos fueron demográficamente obligados a estar más cerca de lo que jamás habían estado, la distancia y las diferencias entre esos dos mundos se profundizaron y agrandaron pese a la total proximidad física entre ellos. La ocupación militar nunca ha dado paso al entendimiento; los años que siguieron a los acuerdos de Oslo han traído consigo muy poca reciprocidad, y eso sólo en el reducido y privilegiado círculo de responsables de seguridad y negociadores.

Pero lo que me ha parecido más enigmático ha sido el que tantos israelíes estén decepcionados y furiosos por la Intifada de Al Aqsa; como si la incesante colonización, los frecuentes bloqueos, las expropiaciones, las miles de humillaciones, castigos y dificultades arbitrarias hacia los palestinos, mientras se suponía que ambas partes estaban negociando la paz, fueran cuestiones menores. Como si la magnanimidad de la política israelí de “permitir” la autonomía palestina en pedacitos fuera suficiente para hacer borrón y cuenta nueva, de manera tal que todo el pueblo palestino estuviera agradecido con Israel por sus concesiones.

En vez de tratar de relacionar la política israelí de ocupación militar con la Intifada, en términos de causa-efecto, muchos israelíes parecen querer que Sharon, desde el poder -según dijo un israelí a periodistas- “se encargue de los árabes”, como si “los árabes” fuesen moscas o un enjambre de molestas abejas.

Lo que al parecer nunca se les ocurrió a los pacifistas israelíes es que durante el tiempo que Israel aceptaba ceder territorios aquí y allá a un ritmo increíblemente lento, con las miles de condiciones complicadísimas que Israel adjuntaba a cada paso negociado durante muchísimas horas, sus tropas seguían moviéndose de un lado a otro de Cisjordania, se seguían construyendo nuevos asentamientos, continuaban los bloqueos, el uso de la tortura y la violencia de colonos israelíes en lugares como Hebrón. Además del hecho de que durante el gobierno de Barak no se entregó ni un solo territorio. Es como si todos estos elementos que empeoraron la situación hubieran sido algo que los pacifistas israelíes no percibieron o no entendieron.

Preguntas

Después de todo lo anterior, debe decirse que los palestinos se han comportado como todos los pueblos colonizados en la historia: se rebelaron y protestaron. ¿Qué tiene eso de difícil y enigmático, y por qué personas tan evidentemente capaces como los israelíes se resisten a comprender los más elementales aspectos del comportamiento humano?

Pero si uno se permite por un momento pensar que efectivamente todo lo que se les ha hecho a los palestinos se hizo para mejorar las cosas -sí, mejorarlas-, entonces debe tener el sentido del yo más extraño posible y la más descabellada psicología imaginable.

Un artículo de Amira Hass en Ha’aretz describe con demoledor detalle lo que significa actualmente para todos los palestinos usar caminos para trasladarse dentro de su territorio, y cuán desgarradora, aterradora y absolutamente odiosa es esa experiencia para todos, jóvenes, viejos, hombres y mujeres, sólo porque Israel ha decidido que así sea para todo un pueblo. Esto es puro sadismo punitivo: no tiene ningún efecto sobre la seguridad ni propósito a largo plazo, salvo el de convertir en un infierno la vida de los palestinos que cotidianamente pasan la mayor parte de su tiempo en los caminos soportando retrasos interminables, desvíos, revisaciones, humillaciones, interrogatorios, que provocan que nunca lleguen a tiempo a sus destinos sólo por el capricho israelí.

¿Cómo puede eso ayudar, y cómo puede alguien, a menos que esté completamente fuera de la realidad, creer que sí ayuda?

Puedo imaginar fácilmente que los israelíes que estuvieron en favor de estos procedimientos son como cualquier persona en otros aspectos de la vida. Sólo en lo que respecta a los árabes piensan de otra manera. Hasta dónde yo sé, en ninguna ocasión un dirigente israelí se ha detenido a decir, por ejemplo, “les hemos hecho daño a estas personas, los hemos sacado de sus hogares, destruimos su sociedad y los despojamos. Recordemos eso y tratemos al menos de hacerles la vida más fácil”.

Pero nunca, durante las largas y tortuosas negociaciones del proceso de paz, hubo un susurro a la prensa que indicara que algún funcionario israelí dijera algo magnánimo o que sintiera un leve cargo de conciencia. Lo único que escuchamos fue que se estaban discutiendo miles de condiciones adheridas a cada pulgada de tierra que Israel pretendía entregar a los palestinos, y que una Palestina ya de por sí dividida iba a ser subdividida tres o cuatro veces más, con el fin de aislar más a los palestinos y que éstos tuvieran que saltar más vallas y esperar más años antes de lograr algo que pudiera parecer un Estado de autonomía viable.

Mientras tanto, cientos de prisioneros políticos palestinos fueron mantenidos en sus celdas y los palestinos de Israel permanecieron en sus aldeas paupérrimas, en sus escuelas y municipalidades sin recursos, sin posibilidades de comprar o arrendar tierra por razones religiosas y étnicas, con el único fin de que Israel conserve la mayor parte del territorio, al estilo feudal, para que los judíos israelíes puedan intimidar y oprimir a otro pueblo, sin tener que pensar en él y sin siquiera tener necesidad de verlo.

Uno no necesita el intelecto de Aristóteles o de De Gaulle para darse cuenta de que la política israelí de ceguera oficial nunca iba a llevar a la victoria, de la misma forma en que las operaciones de Sharon en el Líbano tampoco pueden llamarse éxitos, o que la política de “paz” de Barak no iba realmente a pacificar el territorio o a poner fin a la Intifada de Al Aqsa.

Como Maupassant en el restaurante de la torre Eiffel, un Israel gobernado por un general halcón se hundirá cada vez más hacia un lugar del que no puede escapar ni ganar la batalla. Pero lejos de encerrarse en sí mismo, Israel se está asegurando que se mantendrá conectado con el mundo árabe de la peor manera posible, mediante su ejército, sus colonizadores, sus conquistadores, sus ideólogos despotricantes, mientras que sus ciudadanos, artistas y gente común, se encuentran paralizados por ilusiones de escape de un borrón y cuenta nueva que no tiene posibilidades de materializarse.

Las descabelladas ideas sobre el poder de Israel hoy están personificadas en gente como Sharon y son, en el mejor de los casos, un compás de espera más bien sangriento, antes de comprender que un apartheid sólo puede funcionar si hay dos pueblos dispuestos a aceptar una noción de separación que implica inferioridad y serias imposiciones sobre los débiles. Pero dado que éste no es el caso (y nunca lo ha sido en la historia), es y será del todo improbable que la gente acepte alegremente su esclavitud.

¿Por qué el grueso de los israelíes se engaña al pensar que esto podría ocurrir en una área tan pequeña e históricamente saturada como es Palestina? Mientras crean en el milagro de un Israel separado de sus circunstancias y su entorno -una extraña noción que ha sido alentada por la campaña de Sharon-, los judíos israelíes parecerán miembros de un culto en lugar de ciudadanos de un Estado moderno y secular.

En cierto sentido, es verdad que en su historia antigua Israel se concibe como un nuevo Estado pionero, en el que existe una suerte de culto utópico respaldado por gente que dedicaba su energía a cerrar las puertas hacia el exterior, mientras que adentro se vivía una fantasía de empresas puras y heroicas. Lo dañina y trágica que es esta ilusión se ha hecho más evidente con el paso de cada día, y la llegada al poder de una figura tan anacrónica e inadecuada como el desacreditado Sharon la pone bajo una luz grotesca y extraña. ¿Cuánto durará el despertar, y cuánto dolor se tendrá que sufrir antes de abrir los ojos?

La fuente: el autor es un intelectual palestino residente en los Estados Unidos, profesor de literatura comparada en la Universidad de Columbia.

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