Las esposas de los dioses de Ghana
Para expiar pecados o recibir favores de los dioses, muchos pobladores de Ghana, Benín y Togo entregan a las niñas vírgenes de su familia como ofrenda para los santuarios animistas. Desde entonces, las niñas pasan a ser propiedad de los sacerdotes, que disponen de ellas no sólo para la liturgia religiosa sino también para el trabajo doméstico o rural y también como esclavas sexuales. Aunque el gobierno de Accra ilegalizó a regañadientes esta costumbre, que data del siglo XVII, su erradicación aún está muy lejos de hacerse realidad.
Por Ricardo López Dusil
Julie Dogbadzi perdió su niñez porque su abuelo fue acusado de un robo. A los siete años, los padres de Julie la ofrendaron como “esposa de los dioses” a un sacerdote animista en la creencia de que esto repararía el honor y detendría una serie de infortunios familiares.
Julie Dogbadzi fue convertida así en una de las miles de esclavas de la trokosis, un sistema tradicional de religión y justicia practicado por algunos grupos étnicos africanos. Según esta costumbre, las familias entregan a niñas vírgenes a los sacerdotes para aplacar a las deidades por los crímenes cometidos por sus familiares, generalmente varones. La palabra trokosi significa “esposa de los dioses” en el lenguaje ewé.
Durante los catorce años que duró su cautiverio en el monasterio, Julie Dogbadzi trabajó duramente, sufrió hambre, tuvo vedado el acceso a la escuela y, a los 12 años, tuvo a su primer hijo, producto de una violación por parte del sacerdote del santuario, de 90 años.
Hoy, a los 27 años, aunque todavía es analfabeta, ella se encuentra a la vanguardia de una campaña para erradicar la costumbre de la trokosis, un ritual cuyo origen se pierde en el tiempo pero que comenzó a ser cuestionado en Ghana hace apenas una década, cuando el periodista Vincent Azumah abrió un áspero debate nacional al denunciar esta forma de esclavitud a la que son sometidas muchas niñas de su país, así como de Benín y Togo. Se calcula que en los tres países siguen cautivas más de 20.000 niñas.
Una vez que una niña es entregada a un sacerdote, ella se convierte en su propiedad. Hay dos categorías de niñas trokosis: las que pueden ser dejadas en libertad después de servir un número concreto de años (normalmente de tres a cinco) y las que se ofrecen de por vida. Si una niña muere o si el sacerdote se cansa de ella, la familia de ésta debe reemplazarla. Cuando se cometen crímenes serios, las familias renuncian a generaciones de niñas en expiación perpetua. Hay familias que siguen pagando con sus niñas culpas que ya nadie recuerda de parientes que ni siquiera conocen.
Aun cuando las niñas sean dejadas en libertad, de acuerdo a la tradición, se considera que estas mujeres están casadas con la deidad de por vida y puede que se les requiera prestar servicios en un santuario en cualquier momento después de su liberación. Difícilmente otro hombre se anime a desposar a una mujer que se casó con los dioses. Esto hace que muchas niñas trokosis prefieran vivir en concubinato con el sacerdote u otros hombres vinculados a los santuarios por el resto de sus vidas. Cuando un sacerdote muere, sus niñas pasan a manos de su sucesor.
Cuatro siglos de esclavitud
Según International Needs Ghana, una organización de derechos humanos que trabaja por la liberación y la rehabilitación de las niñas trokosis, esta práctica puede haberse originado en la función que desempeñaban las deidades para garantizar la victoria durante las guerras. En el pasado, cuando los hombres guerreaban, visitaban los santuarios religiosos para reponerse y prometían mujeres en ofrenda si regresaban con vida. También se dice que las niñas eran entregadas a los santuarios para pedir la ayuda de las deidades en la procreación de hijos. Los historiadores datan el comienzo de la trokosis en el siglo XVII.
Los rituales de iniciación establecen que la niña ha sido entregada en matrimonio a una deidad y a su representante en la tierra, el sacerdote. Las tareas que las trokosis llevan a cabo incluyen participar en la liturgia religiosa con sus cantos. Las niñas también son responsables de cargar el agua sagrada que se usa en el santuario. Otros deberes para con el sacerdote incluyen labores domésticas, como cocinar y lavar, al igual que la labranza de la tierra. Después de que empiezan a menstruar, la servidumbre de estas niñas también es sexual. Es común encontrar a muchas de ellas con más de 10 hijos.
A las niñas trokosis se les niega el acceso a la educación formal u otro tipo de preparación. Su comida y ropa deben ser proporcionadas por sus propias familias y en el caso de que mueran su familia debe reemplazarla por otra niña virgen.
La costumbre está tan arraigada que muchas mujeres trokosis se niegan a cambiar de vida. Es el caso de Manabí Deku, hoy de 41 años, que fue ofrendada a los 12 años por su padre en gratitud porque un sacerdote presuntamente lo había curado de su esterilidad. Ella asegura que está feliz en su iglesia y jura que nunca fue maltratada.
Sectores tradicionalistas de Ghana, incluidos muchos funcionarios del gobierno, sostienen que las características de la trokosis han sido falseadas por las organizaciones de derechos humanos para atraer donaciones extranjeras y acusan a Occidente de intentar minar la cultura local.
International Needs Ghana y Equality Now, una ONG feminista basada en los Estados Unidos, han trabajado activamente para que en Ghana se adoptara una legislación que convirtiera en delito la tradición de las trokosis. En 1998 un proyecto de ley fue presentado ante el Parlamento para proponer la ilegalidad de esta costumbre. El proyecto tardó dos años en ser tratado, debido a la resistencia de muchos legisladores acosados por la presión de los sacerdotes animistas, personajes altamente influyentes en la sociedad ghaniana, pero finalmente fue aprobado. No obstante, no se conoce ningún caso que haya suscitado una sanción legal.
La estabilidad política del país, el cumplimiento de sus compromisos económicos con los organismos financieros internacionales y su papel activo en las iniciativas de paz en Africa han permitido a Ghana ganar cierto reconocimiento en los países desarrollados, entre ellos el de los Estados Unidos. Estas circunstancias, según los defensores de los derechos humanos, han facilitado la perpetuación de la trokosis, ya que sus denuncias han tenido escaso eco en las grandes capitales del mundo. Este sistema de esclavitud nunca estuvo presente en los debates sobre derechos humanos agitados, por ejemplo, en las Naciones Unidas. Sólo la presión de diversas ONG y de la prensa europea ha permitido hacer público este ritual de aproximadamente cuatro siglos.
International Needs Ghana, que recibe subsidios de otras ONG internacionales, ha logrado en los últimos años rescatar a más de mil mujeres trokosis procedentes de 10 santuarios, pero todavía hay otros 76 que no han dejado a ninguna de sus esclavas. Para compensar los perjuicios derivados de la liberación de las trokosis, se les ha ofrecido a los santuarios el pago de una indemnización de 2,5 millones de cedis (unos mil dólares), un toro y seis vacas. Las mujeres liberadas tienen acceso a tratamientos para superar el trauma, cursos de capacitación y un microcrédito para facilitar su insersión en el mundo laboral.
Kortinor Korli Siga, uno de los sacerdote que aceptó liberar a más de cien trokosis que servían en su santuario, ahora afirma que la compensación no fue suficiente y que añora a las mujeres que le servían. El asegura que siempre trató a las niñas justamente, considerándolas como sus verdaderas esposas.
El sabor de la libertad
Para Mary Osabukor Osabutey, una de las mujeres liberadas del santuario de Dada, en la región de Accra, la libertad le ha traído una nueva vida. Osabutey es ahora una panadera con todas las señales de éxito. “A diferencia de esos días, ahora yo puedo hablar y puedo ir al lugar que quiera” , dice con entusiasmo. Ella había sido cedida a un sacerdote para reparar los pecados de un miembro de su familia a quien ni siquiera conocía. Osabutey dejó el santuario con seis hijos.
Otra de las mujeres liberadas con Osabutey fue Felicia Apeku, de 41 años, quien ahora vive en Abane, cerca del santuario donde estuvo confinada durante más de 30 años. Ella se ha iniciado en la venta ambulante de pescado, que adquiere en pueblos pesqueros de la zona. “Ahora el poco dinero que gano me alcanza para vivir, pero lo mejor es que no tengo que dar cuentas a nadie de él. Yo no recuerdo por qué fui entregada al santuario. Era muy muy joven cuando llegué”, dice.
Pero no todos los casos de estas “esposas de los dioses” son tan exitosos. Dzangmaki, que cree tener 72 años, si bien también celebra su oportunidad de vivir independientemente, siente que su vida está vacía. Es que ella no puede recordar el nombre de su familia ni el origen de su clan, lo que la priva de una condición indispensable: la identidad. Para los africanos, no conocer su propio origen es estar condenado a la orfandad.
La fuente: el autor es el director periodístico de El Corresponsal (www.elcorresponsal.com).