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miércoles, mayo 8, 2024

En Israel, el crecimiento demográfico conspira contra la democracia

PolíticaEn Israel, el crecimiento demográfico conspira contra la democracia

En Israel, el crecimiento demográfico conspira contra la democracia

La población árabe israelí representa hoy la quinta parte de los ciudadanos de Israel, pero las proyecciones demográficas indican que en menos de 15 años constituirán el 35 por ciento en términos nacionales y el 90 por ciento en regiones como la Galilea. Si la discriminación estructural (en el mercado de trabajo, en la vivienda, en la posesión de tierras) en contra de los árabes israelíes persiste y si ellos logran atenuar sus diferencias familiares y tribales, fácilmente lograrán una presencia determinante en el Parlamento israelí. De aquí surgen dos escenarios: los votantes judíos se adelantan a este viraje demográfico negando derechos políticos a los ciudadanos de origen árabe o los electores árabes logran a través de los comicios y de la decisión parlamentaria poner fin al carácter sionista de Israel. En ambos casos, la democracia sufrirá un grave traspiés.

Por Joseph Hodara

Judías devotas frente al Muro de los Lamentos.

RAANANA, Israel .- En Jerusalén habitan dos paradojas. Una alude a la primacía de los elementos antisionistas en la ciudad. Si a los religiosos ortodoxos que voluntariamente viven en ella fantaseando con la redención final y la construcción del Tercer Templo se suman los pobladores palestinos que residen en la franja oriental de esta santificada metrópoli el resultado es una mayoría adversa al sionismo en cuanto ideología secular, que postula la identidad excluyente del Estado judío. Es en verdad una amarga ironía que Jerusalén, glorificada como la “eternal capital de Israel en los pronunciamientos gubernamentales, se haya constituido de hecho en el baluarte de los rivales del sionismo. Algunos en nombre de la teología y de la metafísica que abominan de cualquier humanismo racional; y otros encendidos por un nacionalismo palestino que resiste las manifestaciones de una ideología represora. Hecho demográfico y político que muchos pretenden ignorar o eludir.

A la segunda paradoja pondremos acento en estas líneas. Se trata de la presencia dominante en Jerusalén -sede de las instituciones políticas, parlamentarias y judiciales israelíes- de sectores que desprecian o rebajan el sistema democrático. Para la ortodoxia religiosa judía, “democracia” es una palabra griega extraña y divergente del judaísmo tal como ella lo concibe; no es por azar que los israelíes que defienden la democracia y la secularidad sean llamada “helenistas”, tornando presente el conflicto histórico -y las escisiones- entre la cultura judía y la griega. La ortodoxia tolera a la democracia todo tiempo que, por un lado, le es económicamente rentable (elude el pago de impuestos y labores productivas y recibe por añadidura amplias porciones del gasto público gubernamental) y, por otro, las autoridades respetan su indiferencia a los problemas nacionales (no sirven en las fuerzas armadas ni conmemoran fechas como el Día de la Independencia o del Holocausto que nutren la identidad israelí).

Por razones dispares tampoco la población palestina que habita Jerusalén muestra devoción a la democracia. Primero, porque este régimen no es compatible con las tradiciones musulmanas; es un producto occidental que aparejó el imperialismo, el colonialismo y el escepticismo religioso. Por esta circunstancia se acepta sin mayores protestas el dominio personal de Yasser Arafat. El alcance de derechos humanos es para los palestinos una meta subordinada a la independencia nacional. En cualquier caso, la división de poderes, la libertad de expresión, el control público de los actos de los gobernantes constituyen aspiraciones que aún no han calado en el espíritu palestino. Tal vez prevalecerán en el futuro, en otras circunstancias y modalidades.

En suma: la antidemocracia es la propensión que señorea a Jerusalén. ¿Por qué angustia a los elementos más esclarecidos de la sociedad israelí? Porque Jerusalén es un microcosmos que prefigura lo que puede acontecer en todo el país.

Cabe explicarlo. Todos los recuentos demográficos disponibles indican que si Israel no se retira de los territorios localizados en la franja occidental en menos de quince años la población palestina constituirá mas del 70 por ciento de la población. Es decir, los israelíes serán derrotados por el vigor de los vientres de las madres palestinas. O arrinconados, por lo menos. Para resistir este escenario demográfico, Israel se verá forzado a recurrir a las armas. Una masacre equivalente a la Europa nazi, a Camboya o a la guerra del Chaco será la consecuencia. Y el fin, además, del sistema democrático. Ningún político lúcido aceptará la responsabilidad por esta decisión. Será impuesto por la derecha radical.

¿Qué sucedería si Israel se retirara a sus fronteras fijadas antes de la Guerra de los Seis Días (1967)? ¿Desaparecerán los riesgos demográficos? No necesariamente. La población árabe israeli ascendía a 200 mil almas en 1948; hoy se aproxima al millón y medio. En porcentajes representa la quinta parte de los ciudadanos israelíes. Las proyecciones demográficas apuntan que en menos de quince años constituirá casi el 35 por ciento en términos nacionales, y el 90 por ciento en regiones como la Galilea. Si la discriminación estructural (en el mercado de trabajo, en la vivienda, en la posesión de tierras) en contra de los árabes israelíes persiste y si ellos logran atenuar sus diferencias familiares y tribales, fácilmente lograrán una presencia determinante en el Parlamento israelí (como hoy es el caso de los partidos judíos religiosos). De aquí dos escenarios: uno, los votantes judíos se adelantan a este viraje demográfico negando derechos políticos a los ciudadanos de origen árabe; el segundo, los electores árabes logran a través de los comicios y de la decisión parlamentaria poner fin al carácter sionista de Israel. En ambos casos, la democracia sufrirá un grave traspiés.

Se trata de una anticipación que los israelíes discuten en voz baja. Pero si no es considerada en el presente y de manera explicita, es imposible entender los trágicos círculos de venganza y de sangre que diabólicamente separan y unen a israelíes y palestinos.

La fuente: el autor es escritor y periodista. Actualmente ejerce la docencia como catedrático titular en la Universidad de Bar Ilan, es corresponsal en Israel de periódicos mexicanos y centroamericanos e investigador de problemas vinculados con la modernización y el modernismo, tanto en el Medio Oriente como en América latina. Es autor de doce libros.

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